MIGUEL HERNÁNDEZ PARA LOS NIÑOS

«Para cuando sepa leer.»

En un cuadernillo elaborado artesanalmente, cosido con un poco de cuerda ocre, se hospedan cuatro pequeños relatos que, por el contenido emocional que encierran, se convierten en cuatro grandes historias de amor paternal.

Cuatro cuentos escritos a lápiz sobre trozos de papel higiénico, redactados con letra cursiva y sabedora de que el espacio es breve y debe surgir apretada, dan testimonio de que la escritura y la lectura son antídotos contra el dolor.

Cuatro breves cuentecitos, llenos de luz y sabiduría, ingeniosos, pensados para ser comprendidos por un niño pequeño y portadores de sabios consejos, fueron escritos durante el año 1941 en el Reformatorio de Adultos de Alicante.

La mano de Miguel Hernández que, temblorosa, solicita ayuda y el deseo atroz de dejarle a su familia su testimonio de amor por ella. Un niño de poco más de dos años que llora desconsolado y una mujer que pronto quedará viuda. Un amigo y compañero de penas —Eusebio Oca Pérez— que ayuda al poeta en su tarea de pasar en limpio los textos manuscritos y en darle dibujos coloridos a El potro obscuro y El Conejito, los dos primeros relatos. Todas las turbaciones vividas saltan de los cuentos apropiándose del corazón que los lee.

Miguel Hernández escribió cuatro narraciones breves para su pequeño Manolillo. El poeta sabía que se moría y que lo haría en la cárcel, que nada material podía legar a su familia. Estaba preocupado, abatido, necesitado de sus seres queridos. Se sentía impotente ante la maquinaria franquista que lo había condenado injustamente y ante la miseria en que sabía dejaba a los suyos —en Nanas de la cebolla, leemos: «En la cuna del hambre/ mi niño estaba/ Con sangre de cebolla/ se amamantaba…».

Pero Miguel Hernández consigue dominar el desánimo y escribe para su Manolillo estos cuentos que son su testamento: El potro obscuro, El Conejito, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha y el ovillo rojo —«Para cuando sepa leer», es el deseo que aparece, entre paréntesis, en la cubierta del folleto.

¡Ah, «para cuando sepa leer»! Cuando supiera leer, cuando Manolillo tuviera en sus manos el pequeño librito, comprendería que fue su consuelo y que, al ser la única razón de su existencia, se mudó en luciérnaga, asistiendo con su luz infantil al desahuciado. El hijo es así recompensado.

Dos cuentos para Manolillo rebosa enseñanzas, pero… ¿qué consejos da el poeta a su hijo?

En la primera historia, En el potro obscuro, el protagonista principal es el sueño —el sueño ha sido interpretado como una metáfora sobre la libertad—. Yo creo, al leerlo y releerlo, que quizás Manolillo fuera un niño travieso que, como tantos otros chicos, ponía resistencia a la hora de irse a dormir. Quizás, Josefina Manresa, madre de Manolillo, le comentara al esposo, siempre ávido de noticias sobre su hijo, que el chavalillo daba pequeñas guerras nocturnas. En el potro obscuro veo a Josefina quejándose y a Miguel, desde la oscura cárcel, apoyándole con una historia capaz de convencer a su hijo de las aventuras que se viven en los sueños.

La segunda historia, El Conejito, es una moraleja. El conejito es impulsivo, encuentra un hueco en una valla que le lleva a una huerta donde le espera un gran festín, pero… ¡no medita sobre los imprevistos que pueden surgir!

La tercera historia, Un hogar en el árbol, trata de un pichoncito impaciente que quiere demostrar que puede volar.

El cuarto relato, La gatita Mancha y el ovillo rojo, nos cuenta las peripecias de una gata que, dejándose llevar por el primer pronto, se ve envuelta en un lío de lanas.

Las narraciones sirven a Miguel Hernández para explicar al hijo por qué debe obedecer a su madre, así como las ventajas de aprender a reflexionar. En El ConejitoUn hogar en el árbol y La gatita Mancha y el ovillo rojo la moraleja es la misma: «¡Ay, Manolillo, no te dejes llevar por los instintos, antes de actuar debes pensar!», siento que dice el poeta a su chico. 

A continuación copio los relatos que tienen, además, el valor añadido de ser los últimos escritos que se conocen de Miguel Hernández. Al final de los mismos encontrarás un vídeo que recrea, con los dibujos originales de Eusebio Oca Pérez, la historia de El potro obscuro.  

EL POTRO OBSCURO

Una vez había un potro obscuro. Su nombre era Potro-Obscuro.

Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la Gran Ciudad del Sueño.

Se los llevaba todas las noches. Todos los niños y las niñas querían montar sobre el Potro-Obscuro.

Una noche encontró a un niño. El niño dijo:

¡Llévame, caballo
pequeño,
a la gran ciudad
del sueño!

—¡Monta! —dijo el Potro-Obscuro.

Montó el niño y fueron galopando, galopando, galopando.

Pronto encontraron en el camino a una niña.

La niña dijo:

¡Llévame, caballo pequeño,
a la gran ciudad del sueño!

—¡Monta a mi lado! —dijo el niño.

Montó la niña y fueron galopando, galopando, galopando.

Pronto encontraron en el camino un perro blanco.

El perro blanco dijo:

¡Guado, guado, guaguado!
¡A la gran ciudad del sueño
quiero ir montado!

—¡Monta! —dijeron los niños.

Montó el perro blanco y fueron galopando, galopando, galopando.

Pronto encontraron en el camino una gatita negra.

La gatita negra dijo:

¡Miaumido, miaumido,
miaumido!
¡A la gran ciudad del sueño
quiero ir, ya
ha obscurecido!

—¡Monta! —dijeron los niños y el perro blanco.

Montó la gatita negra y fueron galopando, galopando, galopando.

Pronto encontraron en el camino a una ardilla gris.

La ardilla gris dijo:

¡Llévenme ustedes,
por favor,
a la gran ciudad del sueño,
donde no hay pena
ni dolor!

—¡Monta! —dijeron los niños, el perro blanco y la gatita negra.

Montó la ardilla gris y fueron galopando, galopando, galopando.

Galopando y galopando, hicieron leguas y leguas de camino.

Todos eran muy felices. Todos cantaban, y cantaban, y cantaban.

El niño dijo:

—¡Deprisa, deprisa, Potro-Obscuro! ¡Ve más deprisa! —Pero el Potro-Obscuro iba despacio. El Potro-Obscuro iba despacio, despacio, despacio.

Había llegado a la gran ciudad del sueño.

Los niños, el perro blanco, la gatita negra y la ardilla gris estaban dormidos. Todos estaban dormidos al llegar el Potro-Obscuro a la Gran Ciudad del Sueño.

EL CONEJITO

A un conejito se le ocurrió echar a correr.

Corría y corría, y no dejaba de correr.

Corría tanto que pronto se encontró frente a un huerto cercado.

—Este debe ser un huerto muy rico porque está cercado —dijo el conejito—. Yo quiero entrar. Veo un agujero, pero no sé si podré entrar por él.

¡Hop! Hop! Hop!

Sí que pudo entrar el conejito en el huerto por aquel agujero que había visto. Y una vez dentro, se sintió feliz.

—¡Aquí tengo yo una buena comida. ¡Menudo atracón voy a darme!

El animalito se puso a comer, y no se cansaba de comer en las berzas, en las habas y en las coles.

Comió durante todo el día. Y así que el día llegó a su fin, dijo el conejito:

—Ahora yo debo marchar a casa. En casa me aguarda mi madre. Se me había olvidado mientras comía.

Tres veces intentó salir por el pequeño agujero y no lo consiguió ni en la primera ni la segunda ni la tercera vez.

—¡Ay, madre mía! —gritó—. No puedo salir. Este agujero es demasiado pequeño. Me he pasado el día comiendo y ahora estoy demasiado grueso. ¡Ay, que no puedo salir! Ay, madre mía.

En esto llegó un perro al huerto y vio al conejito.

—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! —dijo—. Hoy estoy de broma y veo un conejo. Voy a bromear con él.

Echó a correr el perro bromista derecho al conejito.

—Un perro viene —dijo asustado—. ¡Un perro viene! ¡Con lo poco que a mí me gustan los perros!
Yo debo salir de aquí. ¡Ay, madre mía!

El conejito corrió, y corriendo vio un agujero grande.

—Por aquí me escapo —dijo—. A mí no me gustan los perros. Ya estoy fuera del huerto y lejos de los colmillos del perro. ¡Gracias a mi vista y a mis patas!

Efectivamente, cuando el perro salió por el agujero grande detrás del conejito, éste ya se encontraba en los brazos de su madre, en la madriguera. Y su madre le reñía diciendo:

—Eres un conejo muy loco. Me vas a matar a sustos. ¿Qué has hecho por ahí todo el día?

Y el conejito, avergonzado, se rascó la barriga.

UN HOGAR EN EL ÁRBOL

Un día Nita vio un nido en el árbol que había junto a su ventana.

—¡Toñito! —dijo a su hermano—. Se ve un nido en el árbol. Y dentro hay huevos. ¡Uno, dos, tres, cuatro huevos!

En esto, vino un pájaro loco al árbol, se fue derecho al nido y se sentó sobre los huevos.

—¡Mira! ¡Mira! —dijo Toñito—. Hay un pájaro. Es el pájaro madre.

—¡Sí! —dijo Nita—. Yo veo al pájaro padre también. ¡Qué feliz es!

Una mañana Toñito dijo: «¡Ven conmigo, Nita! Mira el nido ahora».

Nita miró el nido. Adivina qué vio dentro.

—¡Ooooooh! —dijo la niña—. ¡Uno, dos tres cuatro, pájaros pequeñitos! ¡Qué graciosos pájaros tan pequeñitos!

Pronto los pajaritos se hicieron grandes. Y querían volar.

—¡Mira! —dijo uno de ellos a los otros—. Yo puedo volar. ¿Queréis verme volar?

¡Hop, hop, hop! Y el pajarito que quería volar cayó en tierra al intentarlo.

Vino el pájaro madre. Y también vino el pájaro padre. Ellos no podían ayudar a su hijito, que se les había escapado del nido.

Pero Nita le cogió al pie del árbol.

—¡Ven aquí, Toñito! —dijo la niña—. Este pequeñito cayó del nido. Nosotros debemos ayudarle.

Tomó Toñito el pequeño pájaro, subió con él delicadamente sobre el árbol y lo puso dentro del nido.

Un día el pájaro padre dijo:

—¡Venid, venid, venid, hijitos míos, pajarillos de mi corazón! Ahora ya podéis volar. ¡Volad, volad conmigo!

El pájaro madre también dijo:

—¡Volad, niñitos míos y del aire! ¡Volad, volad conmigo!

Y los cuatro pajarillos echaron a volar. Y el pájaro padre iba delante. Y el pájaro madre iba detrás.

Nita y Toñito les despidieron gritando:

Hasta la vuelta, pequeñuelos,
y que no os vayáis a perder
en las estrellas de los cielos.
Venid siempre al atardecer.

LA GATITA MANCHA Y EL OVILLO ROJO

Había un ovillo en el costurero. Era un ovillo muy grande y muy rojo. Era un ovillo muy bonito. La gatita Mancha dijo al verlo:

¡Miaumero! ¡Miaumero!
Una pelota roja.
Yo la quiero. Yo la quiero,
aunque me quede coja.
Yo llegaré hasta el costurero.
El costurero está muy alto.
Pero todo será cuestión
de dar valientemente un salto
aunque me lleve un coscorrón.

Saltó la gatita Mancha. Cayó dentro del costurero. El costurero, el ovillo rojo y la gatita Mancha cayeron de la mesa y rodaron por el suelo.

Dijo la gatita:

¡Miaumiar! ¡Miaumiar!
¡Yo no puedo correr!
¡Yo no puedo saltar!
¡Yo no puedo ni un pelo mover!
¿Quién me quiere ayudar?

Al oírla, vino Ruizperillo. Y vino su madre. Y la hermanita de Ruizperillo también vino. Y toda la familia de Ruizperillo vino a ver a la gatita Mancha enredada en el ovillo. Todos reían viéndola cada vez más enredada en el algodón del ovillo rojo.

La madre de Ruizperillo dijo:

Mancha, Manchita,
usted está de broma.
Ahora necesita
mi ayuda, gatita, paloma.

Este ovillo
no es para una gata pequeña,
sino para una que enseña
viejo el solomillo,
vieja la nariz y aguileña.

No sabe usted
bordar ni coser,
gatita de dientes
y uñas de alfiler.

Toda la familia de Ruizperillo rio hasta que la gatita Mancha salió de su cárcel de algodón. Entonces, Ruizperillo dejó en el suelo su pelota de goma para que Mancha jugara con ella. Y la gatita asustada echó a correr asustada diciendo:

¡Fus! ¡Fus! ¡Parrafús!
Porque el gato más valiente,
si sale escaldado un día,
huye del agua caliente,
pero, además, de la fría.

 

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