EL VILLANO DE LAS VACAS FLACAS

El banquero Henri Fourcade, óleo sobre lienzo, Toulouse-Lautrec.

Era el personaje estrella del tebeo, el rey de las historietas, y estaba decidido a experimentar en carne propia las mieles del éxito cosechado en el papel.

Así que, incorporándose, el Villano salió de las páginas y, marcando en el plano de la ciudad la Avenida de las Desilusiones, se lanzó a la aventura por la capital.

Contento, enfundado en su traje nuevo, llegó a la concurrida calle. Pero, ¡ay…!, vaya decepción, nadie se giraba a su paso. Las personas iban y venían, entraban en los comercios y las cafeterías y, ¡nada!, nadie lo identificaba.

—Mal comenzamos. Esta indiferencia me mata —dijo el dibujo mutante en voz alta, mientras se subía al tranvía. Era hora punta y pensó que ahí sí tendría suerte, alguien lo reconocería; pero para la riada de gente él era un hombre sin rostro, uno más de la cadena humana.

Comenzó a afear a todos con los que se tropezaba. Empujaba, insultaba, gritaba dando enormes manotazos. Nadie contestaba, nadie se inmutaba. La vida iba y venía atrapada en caras cariacontecidas y cuerpos desencantados.

El Villano, desmoralizado y abatido, decidió regresar cuanto antes al impreso de donde había salido. Pero de su corta experiencia como transeúnte había adquirido un pequeño tic que lo obligaba a abrir y a cerrar el ojo insistentemente. Fue de ese contratiempo de donde sacó una nueva idea que le otorgó pingües beneficios, pues del tic del ojo surgieron las postales tridimensionales.

La primera estampita que salió al mercado —y fue obsequiada con la compra de un nuevo suplemento del tebeo— fue la imagen de Santa Lucía, que hacía saltar de la cara al plato y del plato a la cara unos ojos brillantes y pequeños.

(El Villano regresa al cómics.)

—Mi éxito está en que todos creen que soy un personaje de tinta y papel, no me ponen rostro y así debe continuar para garantizar este imperio. Tienen que ponerse en marcha, ¡es necesario proteger mi falsa imagen! —gritó a la corte de chupatintas, mientras se colocaba en el centro de la página desde donde controlaría a toda la ciudad.

El siguiente número —el que incluiría como regalo la estampa de Santa Lucía— trataría, con humor y soltura, el derribo de doscientas viviendas que dejaría sin casas a sus propietarios. Había que poner en marcha la construcción del nuevo centro comercial.

A los pies de la página se podría leer la firma de El Villano de las vacas flacas. Y el tebeo sería un éxito.

firma gabriela6

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