FELIPE II Y LA BIBLIOTECA DE EL ESCORIAL

«A Dios y al príncipe.»
Jacopo da Trezzo

Felipe II, Sofonisba Anguissola, óleo sobre lienzo, h. 1573.

Felipe II, monarca de España, el 10 de agosto de 1557 ganaba la batalla de San Quintín y con ella el sobrenombre de Rey Prudente. Era su primera gran victoria, pues años más tarde, en 1571, vencería a los franceses en el golfo de Lepanto. Los franceses fueron derrotados el día de San Lorenzo y el rey, cumpliendo con su promesa de homenajear al santo que se festejara cuando se alcanzara la victoria, puso en marcha un ambicioso proyecto que incluiría una biblioteca de corte humanista.

Felipe II mandó construir un monumento que conmemorara el triunfo de su reino sobre la ciudad gala de San Quintín y que mostrara al mundo todo el poderío de España. El proyecto debía incluir recintos que serían su morada —el palacio—, un panteón para los reyes, una iglesia, un convento, jardines embellecidos con plantas traídas de diversos lugares y un espacio donde las ciencias, la teología, las letras y las artes tuvieran lugar para brillar.

Asedio de San Quintín, Niccoló Granello, fresco que se encuentra en la Sala de Batallas del Monasterio.

En la monumental empresa, inspirada por las doctrinas de Trento, participaron muchos hombres ilustres, pero el nombre del arquitecto Juan de Herrera (1530-1597) tiene un sitio especial. A él se deben la forma geométrica, los volúmenes limpios y la sobriedad ornamental —estilo herreriano, le llaman— que tienen los diferentes espacios que componen el conjunto arquitectónico levantado al pie del Guadarrama. Y a él debemos también el diseño de las famosas estanterías de la biblioteca escurialense, hechas con maderas indianas.

Curiosidad: La madera de ácana utilizada en la fabricación de las librerías se trajo de Cuba —Felipe II afirmaba que «quien posee la isla de Cuba tiene la llave del Nuevo Mundo».

Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
(Los frescos de la bóveda de cañón fueron pintados por el manierista italiano Pellegrino Tibaldi entre 1586 y 1592. Tibaldi siguió las directrices del padre Sigüenza, que eran las de la Contrarreforma.)

En el lugar más privilegiado, en medio de la fachada principal y colindante con la Iglesia, se encuentra la biblioteca, cuya luz natural le llega a través de los ventanales que dan a la Lonja y al Patio de los Reyes. El  recinto, pensado como «centro de sabiduría», fue decorado por los artistas italianos Bartolomé Carducci  (1560-1608)  y Pellegrino Tibaldi (1527-1596), quienes llegaron a España a petición del soberano.

En la bóveda, escorzos, llenos de color y de fuerza, representan a la teología y a la filosofía. La teología está en la parte más cercana a la Iglesia y la filosofía muestra las siete artes liberales: ciencias de la gramática, retórica, dialéctica, aritmética, música,  geometría y astrología. Ambas presiden la sala del conocimiento.

El diseño de las estanterías es de Juan de Herrera y fueron realizadas por José Flecha, Juan Senén y Martín de Gamboa. El retrato de Felipe II es un óleo atribuido a Juan Pantoja de la Cruz y fechado en 1590.
Curiosidad: Por entonces, los libros no llevaban los títulos en los lomos. En época del rey fueron colocados con ellos hacia dentro. Dicen que para que el papel «respirara». Las librerías son de caoba, ébano, naranjo, cedro, nogal, granadillo y ácana, lo que les da tonalidades de ocres que las hacen refulgir.)

En la imagen la «Filosofía» aparece acompañada de Aristóteles, Platón, Séneca y Sófocles.

Pero…, ¿de quién fue la idea de hacer una biblioteca en El Escorial?

Fue de Juan Páez de Castro (¿-1570), cronista oficial de Carlos V, filósofo y humanista. El jesuita había visitado la Biblioteca Vaticana cuando acompañó a Roma al diplomático y poeta Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575). Páez de Castro, a petición de Felipe II, redactó un Memorial para estudiar la «la utilidad de juntar una buena biblioteca».

El Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, que comenzó a construirse el 23 de abril de 1563, día de San Jorge, se inauguró el 13 de septiembre de 1584, día de San Juan Crisóstomo, aunque ni la Basílica ni la biblioteca estaban terminadas: la hemeroteca comenzó a dar servicio nueve años después de habitado el palacio.

El rey Felipe II puso al frente de la Biblioteca Laurentina al fraile jerónimo José de Sigüenza (1544-1606). La entrega a la Orden de los Jerónimos se realizó el 2 de mayo de 1576, cuando uno de los escribanos y notarios del soberano transfirió la colección privada del monarca a la nueva sala de estudios. La compra, organización y catalogación de los archivos estuvo en las manos del erudito Benito Arias Montano (1527-1598).

Benito Arias Montano, anónimo, óleo sobre lienzo, siglo XVII.
(El humanista es el responsable del primer catálogo de la Biblioteca Escurialense.)

Pero…, ¿cómo llegaron tantos tesoros a El Escorial?

Felipe II encargó a sus embajadores y a los secretarios, que viajaban por el mundo, la misión de buscar libros y documentos de interés, sin importar los costes. Él mismo donó su colección particular, enriquecida con los títulos que había heredado del emperador Carlos V (1500-1558), su padre, y de sus abuelos los Reyes Católicos. El Breviario y el Devocionario de Isabel la Católica (1451-1504), por su rica edición y por sus miniaturas, se encuentran entre los fondos más preciados y han sido reproducidos en bellos facsímiles de cantos dorados.

El siglo XVI fue el Siglo de Oro de España y entre sus muchas aportaciones se encuentran las imprentas ubicadas en Toledo, Alcalá, Salamanca, Zaragoza y Oviedo. Los códices que se editaban se encontraban dispersos por todo el territorio, así que Felipe II envió comisarios a las diferentes ciudades para que se hicieran con los ejemplares publicados. La idea era la de facilitar a los estudiosos el acceso a los textos.

Pero también los libros llegaron a través de las donaciones y de los testamentos de los nobles que querían halagar o devolver favores al rey. Una de las primeras bibliotecas donadas fue la de Gonzalo Pérez (1500-1566), padre del secretario de Felipe II, el belicoso Antonio Pérez (1540-1611) que ha pasado a la historia por los líos amorosos que tuvo con la princesa de Éboli —Ana Hurtado de Mendoza de la Cerda (1540-1592)— y por la traición a su Majestad Cristianísima.

Fray José de Sigüenza, Manuel Salvador Carmona, aguafuerte, 1791.
(Este retrato, de quien comenzó como bibliotecario y terminó ocupando el cargo de prior del Monasterio, el puesto más importante, está en la serie «Retratos de los españoles ilustres».)

El poeta y humanista Diego Hurtado de Mendoza, en agradecimiento por el perdón del rey, dejó en testamento sus libros a la Biblioteca Escurialense. Eran códices, documentos impresos y manuscritos muy peculiares, casi todos adquiridos en Italia. Los textos están encuadernados en rojo y negro, colores de los Mendoza, y llevan el escudo de la casa.

Los secretarios y embajadores del monarca se movían, fundamentalmente, por Francia, los Países Bajos, Inglaterra y Venecia, sitios donde las imprentas no conocían descanso. Esta situación favoreció, y mucho, el ambicioso proyecto humanista que es honor de España.

Juan de Herrera (medalla), Jacopo da Trezzo, latón, 1578.
(El escultor italiano, amigo del arquitecto renacentista, colocó en la pieza una leyenda que define muy bien la esencia del proyecto de El Escorial: «A Dios y al príncipe».)

Hay que destacar las bibliotecas privadas del políglota Benito Arias Montano y de Juan de Herrera. El primero aportó textos árabes, hebreos, orientales y las obras completas de Raimundo Lulio (1232-1315). El segundo tenía una biblioteca más enfocada a textos filosóficos y hermenéuticos.

Curiosidad: Felipe II ordenó hacer un inventario de los libros raros que se custodiaban en monasterios y catedrales. Cuando el libro no podía adquirirse mandaba a copiarlos para que estuviesen en la biblioteca. Esta práctica la utilizó también con los manuscritos y los textos impresos en el extranjero que no pudo conseguir.

Curiosidad: La batalla de Lepanto enriqueció los fondos de El Escorial con la biblioteca del sultán turco Solimán el Magnífico (1494-1566)  —adquirida como botín de guerra.

Curiosidad: La Corona ofrecía a los herederos dinero por las colecciones de sus difuntos.

Felipe II también editó. A él debemos la primera edición crítica de las obras de San Isidoro de Sevilla (¿-636 d. C), Doctor Universal de la Iglesia. Y a él debemos, entre otros tesoros del saber, los ocho tomos de La Biblia Políglota de Amberes o Biblia Regia —al rey, que patrocinó la publicación, y a Benito Arias Montano, teólogo y capellán del monarca, que supervisó la edición hecha por la imprenta del impresor flamenco Christoffel Plantin (1520-1589).

Biblia Políglota de Amberes: el mayor proyecto tipográfico del siglo XVI.

Pero…, ¿quiénes accedían a tan magnífica biblioteca?

La biblioteca de El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue creada para el estudio. No fue un proyecto inspirado por la vanidad sino por la curiosidad del saber. Desde sus comienzos y hasta el día de hoy ha sido una biblioteca viva. Sus códices y documentos pueden ser consultados, únicamente, por los investigadores. Sin embargo, la sala puede ser visitada por el público, que podrá apreciar el recinto y las encuadernaciones expuestas en las sobrias y elegantes vitrinas, así como también contemplar retratos y distintos instrumentos matemáticos y astrológicos que fueron adquiridos durante los Austrias. La Biblioteca Escurialense atesora unos cuarenta mil volúmenes. Hay incunables, manuscritos, mapas, grabados… Y hay obras… ¡escritas en romance! Señalo estas últimas porque no eran bien vistas por la Inquisición.

Curiosidad: El Rey Felipe II impidió que los libros prohibidos de la biblioteca fueran destruidos por el Tribunal del Santo Oficio.

Otra curiosidad es la discusión que mantuvieron jesuitas y jerónimos por la gestión de la Biblioteca Laurentina. Es una controversia que demuestra la importancia de sus fondos. Los jesuitas, alegando que ellos se dedicaban a la enseñanza, querían el control y que esta se ubicara en un sitio más accesible. Sin embargo los jerónimos, monjes contemplativos, opinaban que se encontraba muy bien donde estaba y que el que quisiera hacer uso de ella tenía que agenciárselas para subir a El Escorial. ¡Menos mal que esta batallita la ganaron los jerónimos!


Esfera armilar, Antonio Santucci , h. 1582.
(La esfera, realizada según las teorías de Ptolomeo sobre el sistema solar, fue construida para el cardenal Fernando de Medici, quien se la regaló al monarca español el mismo año en que la recibió.)

La biblioteca, en tiempos del Rey Cristianísimo, fue consultada, principalmente, por los eruditos vinculados a la corte. Al encontrarse dentro del palacio era fácil controlar el acceso a la información. No olvidemos que el Monarca, quien comenzó su proyecto con dieciocho años, fue custodio celoso de los intereses de la cristiandad. Pero, a pesar de que el soberano siempre tuvo especial interés por los temas religiosos, las estanterías atesoraban todas las ramas del conocimiento. Allí estaban las obras de Aristóteles, Galeno, Plinio, Dioscórides, Apiano, Arquímides y muchos otros pensadores de la historia de la humanidad.

Catorce mil libros reunió Felipe II durante su vida, haciendo que su hemeroteca fuera la más grande de todas las bibliotecas privadas del mundo occidental, según palabras del historiador británico Geoffrey Parker (1943). Entre sus fondos hallamos nada menos que ¡quinientos códices árabes! La mayoría aportados por Diego Hurtado de Mendoza o adquiridos como botines de guerra.


Sofía y Andrés en el patio delantero del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, fotografía, Gabriela Díaz Gronlier.

No hay como acercarse al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial para comprobar que dentro de la ascética fortaleza de piedra se encuentra una de las bibliotecas más bellas y selectas del mundo.

Guillermo Antolín, agustino y bibliotecario del Monasterio, escribió en 1913: «Felipe II hizo para sí, a pesar de ser entonces el rey más poderoso de la tierra, un palacio humilde y modesto (…); hizo para guardar los restos de su padre, el gran César Carlos V, un panteón sencillo (…); y para los libros ya veis cuánta riqueza, cuánta esplendidez. Después de la iglesia, todos los amores de Felipe II en El Escorial fueron para la Biblioteca, que aun sigue siendo una de las mejores piezas de este colosal edificio».

firma gabriela2

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Navarrete el Mudo, “el Tiziano español”.

La Biblia Políglota Complutense.

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