LA BAILARINA

«Y, entonces, de repente…»


Bailarina, Edgar Degas, pastel, 1883.

 

LA BAILARINA

La caja de música había estallado. La bailarina ya no giraba y la melodía ya no sonaba.

Siendo muy pequeña, la abuela le había regalado la cajita de música realizada en madera, porcelana, trocitos de nácar y notas de color: «Aquí tienes, te ayudará a sobrellevar la tristeza cuando esta llegue a tu vida».

—¿Qué es la tristeza? —contestó la niña y, sin esperar respuesta, marchó con su nuevo tesoro a la buhardilla, donde sus juguetes y ella compartían momentos de intimidad.

Y el tiempo pasó y pasó y la linda bailarina giró y giró en su estuche de terciopelo rojo.

Durante las noches, la dueña de la cajita daba cuerda a la bella bailarina que danzaba con una melodía diferente cada vez, pues los sonidos surgían de los suspiros de la dueña, tristezas que caían, poco a poco, entre las púas del instrumento para ser arrojadas, en forma de música, al viento —¡ah.., qué manera tan mágica de ahuyentar los tristes recuerdos!

Pero un día el cilindro se partió. Entonces, la pena se apoderó de la vida y la señora descubrió que la pieza rota era su corazón.

Y, perdida, en su llanto se ahogó.

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