LA ÚLTIMA POSADA

«El hecho es que ‘el hombre’ ha sido metafísicamente abandonado; tal es ahora su estado de ánimo, y es un estado peligroso.»

Mujeres en la ventana, 1980, Evelyn Williams.

Nazismo y estalinismo; Auschwitz, Buchenwald y Siberia: cóctel de pesadillas, cicuta que tragó a la fuerza  Imre Kertész, superviviente de los campos de exterminio y víctima del comunismo húngaro.

Kertész, hombre-Job, superviviente, también, de esa máquina de moler intelectos, y de hacer dinero, que es el Premio Nobel de Literatura. A este hombre, que vivió bajo la presión que desata la impotencia, los vacíos de alma —los cínicos— le pidieron que bajara el tono, que pusiera algo menos de ardor, algo menos de catastrofismo en sus escritos. A Imre Kertész los burócratas de la cultura le pidieron que pusiera algo menos de dolor en sus relatos.

La narrativa de Kertész es positiva, señores sindicados al «buenismo». Lo es porque es descarnada, cruda, agria, triste, audaz; porque es ética; porque analiza, desde la experiencia de quien ha padecido la crueldad humana, la sociedad que construimos —la liquidación de la individualidad.

La obra de Imre Kertész indaga en lo que surgió de los predios de la destrucción humana y en cómo nosotros hemos gestionado la «época de los postcampos»  —el Holocausto no es sólo una cuestión judía, sino de toda la civilización. El odio es un aglutinante que liquida al hombre, devorando la humanidad que hay en él.

La obra de Kertész, mediocres de la cultura, es positiva porque advierte: ¡Europa está enferma y no suenan las alarmas!

Ediciones Acantilado.

La última posada es el último ajuste de cuentas con todo y con todos. Es un grito biografiado. Es su despedida. Es «la culminación de mi obra», afirma en sus reflexiones.

La última posada no es apta para pusilánimes. Es desgarradora, te deja sin aliento, sin respiro, te quita el sueño, te hace pensar. Es áspera, rencorosa, dolorosa. Es una llaga abierta que supura pus. Es la queja de un hombre que no puede olvidar porque… ¡se niega a olvidar!

En La última posada aparecen Hungría, la huida al ¿bondadoso? exilio, la envidia, la incomprensión y la vejez, con su lista de achaques y abandonos.

El escritor cava en las profundidades de su alma y hace que brote la lava que arrastra todo a su paso y que, sin embargo, cubriendo la tierra con su pasta negra, abona.

Árido fue el camino, pero allí estaba el fruto —tuvo el don de la escritura—. Imre Kertész nos dice en su diario sin fechas: «siempre he tenido una vida secreta, y siempre ha sido la verdadera».

La última posada comparte la misma intención que el resto de su narrativa. El libro advierte que el tupido manto que los estados occidentales dejaron caer, por conveniencia y por cobardía, sobre Auschwitz y Siberia ha mutilado a Occidente, abduciendo las conciencias a base de conformismo, tergiversaciones y complicidades.

Afirma que no hay impunidad para la traición, que la aceptación de la idea de que la injuria cometida no merece castigo nos ha llevado al infierno, a la Nada, a la cobardía, a la presuntuosidad, a la mezquindad. El multitudinario acto de abandono a los muertos nos ha convertido en lo que somos, porque abandonado a las víctimas aniquilamos los valores de la civilización, entre los que se encuentra la justicia.

La última posada está traducido por Adan Kovacsics y está publicado por la editorial Acantilado.

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