LOS ESPANTAOS

El velatorio de «La Deleitosa», William Eugene Smith, fotografía, h.1950.

De la alcoba salió ella, la menor de las hijas, la más fea. Estaba sofocada, llevaba toda la mañana poniendo orden en las cosas del padre, quien había decidido morir más tarde.

—¿Cómo está? —preguntó, harto de aguardar, el viejo cura del pueblo.

—Quedan los últimos retoques.

—Pero, ¿cuánto falta? Tengo que cantar misa a las seis.

—Toca esperar. Ya tiene puesto el traje. Mi hermano se empeñó en amortajarlo vivo porque dice que rígido queda peor vestido.

Las plañideras habían llegado y se habían instalado en la habitación del fondo para ir afinando sus lamentos ausentes de emoción. La gente, en el salón, iba emborrachándose a medida que pasaban las horas. Toda la demora era por culpa de los caricones, que no acababan de cocerse. Al padre le gustaban preparados a la vieja usanza: en olla de barro y al carbón. Eso lleva su tiempo.

Los espantaos, llamados así en toda la comarca, eran feos, pero feos de verdad.

—Niña ¡¿qué miras tanto?! ¡¿Qué miras?! —gritaban enfurecidos cuando, sin querer, las mozas, que bajaban al pueblo en busca de víveres, ponían los ojos en ellos.

Y ahora el patriarca está a punto de morir. Le han puesto el traje de la boda, abotonado hasta el cuello, y la corbata negra. Rodeando la cama, las velas aguardan su momento de lucir.

De pronto, la hija pequeña, la más fea, aparece con un humeante plato rebosante de alubias, chorizo y panceta. Quemándose las manos, nerviosa, atraviesa el salón en busca de la habitación del padre. Los vecinos y parientes le abren paso, callan.

La vieja sotana se mueve al compás de los pasos del cura que, con cuidado, abre la puerta y asoma la cabeza: incorporado en la cama, con la ayuda de una almohada, está el viejo, ataviado con su traje viejo y la corbata desencajada, intentando tragar las cucharadas del potaje que una de sus hijas le embute con la ayuda de una cucharita de plata. El vicario se marcha al salón con resignación.

La hija pequeña, la más fea, con el plato vacío en las manos, abre por última vez la puerta y, con lágrimas en los ojos, anuncia:

—Ha descendido la muerte sobre el alma gastada de mi padre.

Nota: El velatorio de la Deleitosa es una fotografía de los años 50 realizada por el reportero norteamericano William Eugene Smith. Forma parte de las 1575 fotos que componen el trabajo que Smith hizo en el pueblo extremeño La Deleitosa. Las fotografías tuvieron una tirada de 22 millones de ejemplares.

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