MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ. POEMAS

«No un aire preocupado, sino un aire pensativo es el tuyo, y se refleja en los versos».
Agustín Acosta


Manuel Díaz Martínez, fotografía realizada por Claudia Díaz Gronlier.

La vida y la muerte… Hermanas en pugna y unidas por el Misterio que aún no ha sido resuelto. ¿De dónde nos llega la vida? ¿A dónde nos lleva la muerte? ¿De qué material está hecho el cordel que las ata?

La vida y la muerte, unidas por el Misterio que aún no ha sido resuelto, se enfrentan entre sí en clara desventaja, porque sólo la muerte goza, como goza el tiempo, de inmortalidad.

¡Oh…!,  pero para sentir la vida es condición ineludible tener presente la realidad de la muerte. Esta dicotomía encuentra cobijo en la obra del poeta cubano Manuel Díaz Martínez (Santa Clara, Cuba, 1936), quien, usando una arquitectura depurada y un lenguaje coloquial, libre de naderías, entrelaza en sus poemas los vaivenes de la existencia con el hondo restallar del óbito.


Manuel Díaz Martínez y yo en mi librería, fotografía de Claudia Díaz Gronlier, 2013.

¿Qué es el soplo de la vida sino vaho de niebla? Los poemas de Manuel Díaz Martínez rumian dudas cuando a la emoción el poeta se rinde. Sin embargo, cuando la razón lo doma, ¡ah…!, entonces, se atreve a ofrecer hipótesis, que no sentencias.

Los versos de Díaz Martínez, que unas veces se presentan con colores vívidos y otras con tonos nostálgicos, nos muestran siempre una «realidad» no calcada. Son creaciones de una verdad pensada, interpretada desde una percepción humanista y que es expresada, en no pocas ocasiones, con ironía.

La entrada de hoy está centrada en la poesía de Manuel Díaz Martínez, así que le pedí a mi padre que me respondiera dos preguntas relacionadas con su obra lírica.

—¿Cómo defines tu poesía?

—He escrito la mayoría de mis poemas como confesiones en busca de diálogo. De diálogo con el lector o de este consigo mismo. Por lo demás, mi poesía es, como la de todos los poetas —en unos esto es más explícito que en otros—, un reflejo espiritual del «giusto tempo umano» (Quasimodo) en el que ha sido escrita.

—¿Cómo ha influido la Generación del 50 en los poetas cubanos posteriores al grupo?

—La Generación del 50, la mía —la primera de la revolución—, fijó un hito en la poesía cubana del siglo XX y, como suele suceder, ha sido víctima del parricidio practicado por poetas y casi poetas posteriores. Algunos críticos serios se han detenido eventualmente en ella y han dicho cosas interesantes, pero falta el gran estudio que perfile sus virtudes y sus defectos y exponga su real importancia, tanto en lo literario como en lo político, dentro del ámbito histórico cubano.

Manuel Díaz Martínez, miembro de la Real Academia Española, tiene publicado catorce poemarios. Ha ganado, entre otros galardones, el Premio Nacional de Poesía por Vivir es eso (Cuba,1967), el Premio Ciudad de las Palmas de Gran Canaria por Memorias para el Invierno (1994), el Gran Premio Internacional de Poesía «Curtea de Arges» (Rumanía,1998), la medalla «La Avellaneda» (Nueva York, 2006) y el Premio Nacional de Literatura Gastón Baquero (Miami, 2015).

En la presentación de «Objetos personales. Poesía completa (1961-2011)». Acompañando al poeta estamos (de izquierda a derecha): Claudia Díaz Gronlier, María Gabriela Díaz Gronlier, Andrés Montes del Castillo y Marina Montes del Castillo.
(La presentación tuvo lugar en la Fundación BBVA. El libro, con prólogo de Raúl Rivero, está editado por Sibilina y Fundación BBVA. Fotografía de Mar Melero Montes.)

Escribió José Lezama Lima que en la poesía de Manuel Díaz Martínez «el hueso quevediano se une con las brisas habaneras».

Los poemas que leerás a continuación van precedidos por obras de pintores cubanos. ¿Qué sobrevive a la muerte? El arte, la literatura, la poesía, la música…

POEMAS


Joven en un interior, José Mijares, técnica mixta sobre papel, 1946.

ESOS ADIOSES BREVES
A Dulce María Loynaz

De las flores de ese vaso,
la más cautivadora
es esa rosa a punto ya de incorporarse
a la penumbra
como el humo
al viento.

Pétalos suyos
han ido cayendo en torno al vaso,
abandonando en ella
un vago ademán de despedida.

Y ahora que estamos solos,
enlazados por un mismo silencio,
le pregunto y me pregunto
sin son de ella, sólo
de ella,
esos adioses breves.

De «El carro de los mortales», 1989.


Posiciones cambiantes, Flora Fong, técnica mixta sobre lienzo, 2010.

SUITE FRANCESA

Entre la mar y yo, las soledades
y ese sol distrital y abandonado
cayéndose de frío y de horizontes,
cayendo en mí, cayéndose a pedazos.

Entre la mar y yo, la fiel memoria
como una fortaleza, o como un grito;
memoria que convoco y se aborrasca,
verbo despavoridamente vivo.

Entre la mar y yo, las temblorosas
e inútiles distancias se desnudad
a tientas, como estrellas en la noche.

Entre la mar y yo, la noche sorda,
más fría que el olvido y más profunda,
donde mi voz, como la mar, se rompe.

De «Memorias para el invierno»,  1995.


La novia, Eduardo Abela, óleo sobre madera, 1949.

ESCENA DE LA CONDESITA DE JARUCO
Para Severo Sardui

La condesita de Jaruco espera
que llegue con la nueva primavera
un barco de la Francia tumultuosa
y en él un caballero y una rosa.

El mediopunto con la tarde trama
una leyenda de color y llama
mientras la condesita se adormece
ante la mar que a su balcón se ofrece.

Ella sueña que el áureo caballero
llega al puerto y quitándose el sombrero
toma el camino de la Plaza Vieja

hacia la casa de su padre el conde
donde ella por amor se muere y donde
al caballero aguarda tras la reja.

De «Memorias para el invierno», 1995.


Saltimbanquis, Cundo Bermúdez, gouache sobre papel, 1951.

DISCURSO DEL TÍTERE

Esa noche dijo el títere bajo la carpa:
—Señoras y señores,
hermanos y hermanas,
soy un títere que quiere dejar de ser usado
por la voz de su titiritero,
esa voz a la que sólo añado el guiño
de mis párpados mecánicos,
el aspaviento
y el manoteo.
Este número será mío y sólo mío
(letra, música y pirueta).
Esta noche será mía y nada más que mía:
con mi propia voz diré palabras
que andando por la vida
recogí en las plazas.
Señoras y señores,
hoy mi espectáculo es unipersonal:
sin hilos que me tiren de las manos
ni resortes que me obliguen a bailar
ni varillas que me pongan a dar saltos.
Hoy soy un títere que hace a su manera
su propio espectáculo.
Señores y señoras,
hermanas,
hermanos,
suplico, desde luego, un poco de paciencia
para mis torpezas y tartamudeos.
Necesito como nunca su paciencia:
no es fácil salir de pronto,
sin hilos,
a la escena
habiendo sido tanto tiempo títere
con titiritero.

De «Memorias para el invierno», 1995.


Sirena, René Portocarrero, tinta sobre papel, 1975.

¿QUÉ ES UN HOMBRE FRENTE…?

¿Quién es un hombre sentado
frente al mar?

Pues un hombre
sentado ante ese abismo
no es más que un solitario
ante sí mismo.

Y su único remedio
es olvidar.

De «En la Isleta», 2017.


Muchacha con guitarra, Mario Carreño, técnica mixta sobre cartón, 1944.

LA GISELLE DE ALICIA ALONSO

¿Qué limpio vuelo es éste que parece
liberado del aire y de la prisa,
que en su íntimo temblor se nos ofrece,
que en su estremecimiento se eterniza?

Es ala que al volar desaparece
para darnos su imagen más precisa:
ansia del viento que del viento crece
y que del viento, al fin, se independiza.

Este soplo de luz que resplandece
cuando la vida en torno se oscurece
y hacia la sombra el alma se desliza,

¿no es lo que en las mañanas amanece,
lo que en cada ramaje se estremece,
lo que, siendo mortal, nunca es ceniza?

De «El carro de los mortales», 1989.


A mi amor, Víctor Manuel, grafito sobre papel grueso, 1965.

VERSOS A UNA MUJER DIFUNTA

¿Quién no te olvidará? ¿Pero quién sí?
Al fin estas preguntas: ya no hay otras.
Tú fuiste tibia, breve, tersa, suave,
destinada al amor como las rosas.
Para el que pasa y mira en tu sepulcro
tu nombre solitario, ¿qué eres ahora?

Cuando lleguen las nuevas primaveras
tú no estarás despierta ni dormida,
ni encenderá tus rosas el amor,
ni serás tersa, suave, breve, tibia.
Otra vida tendrás, si te recuerdan.
Otra muerte, más honda, si te olvidan.

De «Mientras traza su curva el pez de fuego», 1984.


Abanico crepuscular, Flora Fong, técnica mixta, 2011.

MEDITANDO CON MI AUSENTE MADRE

Madre, si estuvieras a mi lado
podría comentarte
que desde el último día que nos vimos
se ha ido extendiendo ante mis ojos
esa sombra que nos crece a las espaldas
como una giba, como el Olvido.

—Vuélvete, hijo —me parece oírte—,
vira la cara.

Lo he intentado, madre, pero esto
no permite trampas:
estoy entre dos fuegos,
es decir, atrapado entre dos aguas,
o sea, batido por un viento
que sopla de todas partes
en esta tierra de todos,
exactamente de nadie.

De «Paso a nivel», 2005.


Campesino, Mirta Cerra, óleo sobre tabla, 1946.

¿QUIÉN?

¿Quién habita la casa que habité,
quién toca las maderas que toqué,
quién ve los resplandores que yo vi,
quién vive las penumbras que viví,

quién sueña en la ventana en que soñé,
quién llora en la escalera en que lloré,
quién abre los batientes que yo abrí,
quién ríe en el pasillo en que reí,

quién cabalga en los hombros de mi sombra,
quién habla, grita, llama y no me nombra,
quién mis brazos desplaza con sus brazos,

quién llena mi silueta sin saberlo,
quién anda hacia su muerte y, sin quererlo,
ocupa con sus pies mis viejos pasos?

De «Mientras traza su curva el pez de fuego», 1984.


El árbol y la cruz, Amelia Peláez, óleo sobre lienzo, 1925.

EL OLOR DE LA LAVANDA

Al pie de un pino, al borde de un barranco,
ante un cerco de cumbres pensativas,
como súbita nieve en el verano
quedaron sobre el campo tus cenizas.

Allí estarán mientras la lluvia llega
y con sus frías manos presurosas
las mezcle con la tierra y las convierta
en ramajes y flores y bellotas.

No serás, padre, el príncipe aquitano
cuya torre por siempre fue abolida,
sino, en la soledad de la montaña,

señor de los pinares y los cardos.
Y tu poder será el de las semillas.
Y tu torre, el olor de la lavanda.

De «Paso a nivel», 2005.


Novios, Víctor Manuel, técnica mixta sobre papel puesto en lienzo, 1948.

ETERNIDAD

Llegaste muy temprano una mañana,
una mañana de no sé qué día,
una mañana que resplandecía.
Quizás eras tú misma la mañana.

Llegaste no recuerdo si mañana,
porque aquella mañana de aquel día
era tanto lo que resplandecía
que confundo el ayer con el mañana.

Llegaste como la inicial mañana
llegara sobre el mundo el primer día:
de tu esplendor haciendo la mañana;
de tu esplendor, lo que resplandecía.

Y para siempre fuiste la mañana,
la eternidad naciendo con el día.

De «Mientras traza su curva el pez de fuego», 1984.


Peces, Amelia Peláez, óleo sobre lienzo, 1955.

MIENTRAS MIRO…

Mientras miro,
acodado a la ventana,
el paso de bañistas y palomas,
siento que tú también,
madre,
te asomas
al marino esplendor
de esta mañana.

Es natural
que sienta tu presencia
porque,
a lo largo de mi largo viaje,
siempre estuviste,
madre,
en mi paisaje,
y en él fuiste la luz,
la transparencia.

Observo,
mientras a mi lado estás,
cómo la ola,
metódica, indolente,
difumina las huellas
que la gente,
sobre la playa
va dejando atrás.

Ahora que estamos
frente al mar a solas,
quisiera preguntarte,
madre,
¿adónde
—al mar le he preguntado
y no responde—
arrastraron tus huellas
esas olas?

De «En la Isleta», 2017.


La procesión, Fidelio Ponce, óleo sobre lienzo, 1944.

MI DISCRETO CADÁVER

Tengo la sana costumbre
por Feria y por Navidades,
de hacerle largas visitas
a mi discreto cadáver.

Siempre que voy me lo encuentro
más sabio y más saludable
y disfrutando de la muerte
como no disfruta nadie.

Mi cadáver atesora
una colección de tardes,
de mañanas y de noches
olvidadas u olvidables,

un coche de medio punto,
un camino de ir por partes,
dos mediodías enteros
y un sinfín de eternidades.

Cuando voy a visitarlo
—jamás con acompañante—
lo obsequio con un silencio
dividido en tres mitades.

Él me regala un reloj
de minutos desechables.
Al despedirme le digo:
Never More! Y él dice: ¡Vale!

De «Paso a nivel», 2005.


Pata llaga tirando pa’ fuera, José Bedia, técnica mixta, óleo, 1999.

DÍGASE EL HOMBRE
A Nicolás Guillén

Dígase el hombre y ábranse las puertas.
¡Ábranse sin más señales!
Que el citarista no quede solo con la noche
y el herrero, adentro, solo con el yunque
hasta ser el soñador tan sólo sueño
y el herrero tan sólo golpe.
Que el hombre pueda entrar y salir,
reconocerse.
Que el citarista pueda cantar sentado sobre el yunque,
que el herrero pueda pasear su martillo por la noche;
que entre los dos puedan hacer,
y hagan,
una espada y una cítara.

De «Vivir es eso», 1968.


La habanera, José Mijares, óleo sobre lienzo, 1993.

EL PAÍS DE OFELIA

Eres la estación de las frutas
la voluntad del surco que busca el horizonte
la luz y los senos fluviales
de este claro país que habitas

Tu nombre inicia los caminos
y en la paz de tus colinas
por donde bajan los campos sembrados de vidas nuevas
descubro el mundo sin el cual no vivo
y sin el cual
no será posible que canten los pájaros
para mí

Se pliega en tus esteros mi amor
que de ti viene como un río
de vigorosos juncos azules
Y reposa en tus playas de larga blancura
la noche de las alegrías

En tu intangible verano
y en la música de tus bosquecillos
sólo puedo ser eterno
No me sentiré perdido en tu extensión
de espigas y jazmineros
mientras vea mis auroras teñir
la suave inmensidad con que me acoges.

De «En el país de Ofelia», 1965.


Rostro, Roberto Diago, óleo sobre tabla, 1945.

ÚKASE

POR CUANTO
El poeta es auriga y no caballo.
POR TANTO
El poeta manso debe ser distinguido
con un delantal y un cepillo;
al poeta capón se lo azotará en una sex-shop
con un plumero;
el poeta lameculo, de derecha o de izquierda,
deberá jinetear como Lady Godiva,
repartiendo buñuelos.

De «Paso a nivel», 2005.

 

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