AGUSTÍN ACOSTA. POEMAS

«Mi verso es un aire incendiado que lleva en sí el germen de no se sabe qué futuros incendios».


En Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier escribe sobre el poeta matancero Agustín Acosta y Bello (1886-1979): «… el mayor acierto de Acosta es el haber sentido ese turbador aroma que impregna los campos durante la molienda, la polarización sensual del drama de la isla…».

Los negros esclavos, los mayorales, los campesinos, los ferroviarios, los maquinistas y los yanquis lidian contiendas, a ritmo de versos, en cañaverales y cafetales. Entre un abanico floral y una fauna, donde predominan aves y bueyes, el amor encuentra lugar en los cantos de Agustín Acosta. También la fe cristiana halla su sitio en la lírica de nuestro tercer Poeta Nacional —le precedieron el parnasiano José María Heredia (1803-1839) y el modernista Julián del Casal (1863-1893).

Los poemas de Agustín Acosta, autor encuadrado dentro de la estética posmodernista, se inspiran en su tierra. Es el sabor de lo cubano la característica común que encuentro en ellos. La isla de Acosta ofreció a su versos estilos diversos.

La obra de nuestro Poeta Nacional, según el ensayista Cintio Vitier, se divide en poemas de atmósfera (modernistas), poemas intimistas (sentimentales), poemas religiosos y poemas patrióticos y sociales. De cada uno de ellos hay representación en la entrada que les ofrezco hoy.

Agustín Acosta se reconoció deudor de la obra de Rubén Darío. Pero creo que a diferencia de Darío, que idealizó la belleza de tiempos lejanos y se dejó llevar por la polifonía de las palabras —«la música por delante de todo», decía por Paul Verlaine—, en la poesía de Acosta encontramos que la forma y el cultismo son subordinados del alma.

Ese ruiseñor, esa avecilla aventajada que vuela, recurrentemente, por sus versos… Esas flores con que adorna y perfuma alegorías, son símbolos del espíritu ávido y mirón de su creador —Acosta fue observador sensible de su entorno—. Para mí, y digo para mí porque cada lector halla en lo que lee señales diversas, Agustín Acosta otorgó a su poesía lo que Rubén Darío le escatimó a la suya: manteniendo la esencia refinada y culta —cualidad de los autores modernistas—, el poeta cubano se relajó, soltó la mano y, menos severo que su inspirador, dejó que sus versos conversaran con espontaneidad.

Agustín Acosta con su poemario Ala, Regino Boti (1878-1958) con su libro Arabescos mentales y José Manuel Poveda (1888-1926) con su volumen Versos precursores encendieron la antorcha de la poesía cubana de principios del siglo XX, según manifiesta Cintio Vitier. El ensayista afirma que el género poético se había vuelto enclenque desde que el Modernismo agonizó en la isla y que Acosta, Boti y Poveda son los que encabezan la primera generación de poetas de la República de Cuba.

La fuerza y la belleza del verso, no sometido a los dictados del parnasianismo, el verbo cubano y la esencia humanista de la poesía de Agustín Acosta y Bello, pariente mío por parte de padre, convirtieron su obra en punto de mira de los poetas que, por los años cincuenta del siglo pasado, transformaron la poesía cubana con su decir conversacional.

De Agustín Acosta se publicaron los siguientes títulos: Ala (1915), Hermanita (1923), La zafra (1926), Los camellos distantes (1936), Últimos instantes (1941), Las islas desoladas (1943), Poesías escogidas (1950), Poema del Centenario (1953), Agustín Acosta: sus mejores poesías (1955), Jesús (1957) y Caminos de hierro (1963). Pero es La zafra su betseller. La zafra es «el primer gran poema político de la última etapa de la revolución», dijo Julio Antonio Mella (1903-1929), periodista y revolucionario cubano que fue asesinado en México.

No quiero terminar la reseña sin mencionar dos obras muy populares de Agustín Acosta. Me refiero a La cleptómana y a Abandonada. La primera fue musicalizada por Manuel Luna y la segunda por Pablo Milanés.

Ilustro los versos de nuestro Poeta Nacional prerrevolucionario —cuando triunfó la revolución el cetro pasó a manos de Nicolás Guillén (1902-1989), otro grande de nuestra poesía— con obras de artistas cubanos. Quiero mostrar a ustedes, una vez más, lo mucho que mi isla guarda adentro.

POEMAS

DE «LA ZAFRA»
1926


Quiero volver a verte, Miguel Florido, óleo sobre lienzo, 2014.

MEDIODÍA EN EL CAMPO
(Canto II)

Huele a caña de azúcar. Sobre el verde
oleaje de los cañaverales
hay un temblor de sol, un rizamiento,
una vibración impalpable
que tuesta el estuche pajizo
de los erectos frutos.

El almagre
de la tierra, reseco por la falta
de lluvia, muestra huellas imborrables
de ruedas de carretas, de pesuñas bovinas,
que son pozos de sangre…

El aire quema. Apenas se produce
sombra en la tierra de los árboles
que refrescan las rojas guardarrayas
y frutecen en oro: naranjales;
o en púrpura dulcísima: caimitos
de corazón violeta: episcopales
universos de fragmentaria pulpa.

Hay vago olor de caña de azúcar en el aire,
y los bueyes descansan en las sabanas rubias,
con esa placidez que los substrae
de toda tentación. Sobre los bueyes,
meditativos y poligonales,
saltan totíes —cuervos con espíritu—
tan negros como el NO que a la esperanza
suele darle la vida. Los maizales
pierden sus áureos granos bajo el pico
de los alegres pájaros. El aire
es un cristal azul que transparenta
toda la gama verde de los árboles;
y sobre toda la esmeralda inmensa,
atlántica de los cañaverales,
el sol es un cristal que se acrisola,
y el viento es un cristal que va de viaje…!

El fruto espera que los fríos
el dulce jugo cuajen.
Pero si el güin en cada caña eleva
su gris penacho al aire,
como una larga pluma de guinea
que resiste del viento los embates,
—¡año de ruina…! predirá el guajiro,
desde la sombra de sus verdes árboles…

………………………………………

Nada queda que hacer al campesino
sino esperar. Revisa los mecates
que han de servir a la carreta
para el tiro de caña. Los arados
duermen, hoscos de tierra, en los lugares
de siempre. Una impaciencia de gallinas
adivina la aurora en los corrales;
la piedra de afilar dice a la mocha
su metálica hambre;
el colgante farol cambia de aceite;
los yugos y frontiles se rehacen;
y mientras el ingenio que, cercano,
alza su dura torre dominante,
hace correr por las colonias
la estratégica orden de ataque,
el campesino sueña con una zafra pródiga,
y hay fuerte olor de caña de azúcar en el aire…


Cimarrón luchando con perros cazadores, Víctor Patricio Landaluze, acuarela sobre papel, h. 1880.

LOS NEGROS ESCLAVOS
(CANTO VIII)

Bajo el cubano sol —canícula perpetua—
inmunes a la fiebre de las insolaciones;
bajo el cubano sol que aduerme y emborracha
iban las negras dotaciones.

Llevaban en los ojos un lejano misterio:
el fetichismo ilógico de su país natal;
el sol inexorable de Congo y Mozambique
y las noches del Senegal…

Vieron allí leones, serpientes, elefantes:
toda la fauna del terror…!
Y aquí les esperaba una fiera increíble:
el mayoral omnímodo por gracia del señor…

Semidesnudos, tristes, en mansedumbre esclava,
bueyes en el vigor de su virilidad,
los pobres negros labran la tierra prometida,
con la visión salvaje de su país natal…

Freno la lengua, y freno el ademán inútil,
el pobre esclavo muerde su acérrimo rencor
bajo las finas lenguas del látigo humillante
y bajo el rudo azote del látigo del sol…!

(Olor de mieles negras en el aire…
Persecución de fieros cimarrones huidos
hacia los bosques seculares…
Y una idea que campa por los cielos azules;
una idea que late
en los otros esclavos de los amos más fieros…

……………………….

(¡En el aire dormido hay un olor de sangre…!)


Otro extraño viaje, Vicente Hernández, óleo sobre lienzo, 2018.

TOQUE DE CLARÍN
(CANTO IX)

Embriaguez de fortuna: yo te haría una oda.
Embriaguez de nobleza: pides el epigrama…
La prestancia española se exhibía a caballo…
El blasón heredado paseaba en volanta…

Factoría de antaño… Grandes cruces… escudos…
Concubina del Morro…: ¡oh liberta…! Oh Habana…!
En tus parques anclaban tiranuelos orondos…
Por tus calles corrían insolencias doradas…

Todo el mundo sabía de una mítica tierra:
la niñez extranjera presentía su Atlántida…
Y nosotros fletábamos las galeras de oro
para hacer más de hierro la cadena en la patria…

(Pero había insurrectos entre el fausto dormido…
Los clarines ocultos insinuaban sus dianas…
El incendio aleteaba en las mentes opresas
y en los ojos criollos refulgían las llamas.)

Y fue entonces la guerra… Y los negros sumisos,
y los amos rebeldes… —¡oh intuición de las almas!—
se lanzaban al campo a romper las cadenas,
hermanados al beso de la misma proclama.

Y un infierno dantesco retorcía sus lenguas
en las selvas inmensas, en los campos de caña;
derruía los largos barracones infectos;
de los chatos ingenios oxidaba las máquinas…

Era todo de púrpura en las foscas maniguas…
Y en las noches azules de las altas montañas
una aurora de fuego su anticipo exprimía
a la luna que el júbilo de su aplauso goteaba…

Ya no fue tan de seda la ciudad… Los placeres
insinuaban sospechas de elegantes celadas…
De las marchas reales una nota corría
hacia el Himno de Cuba que en los campos vibraba…

Ya no era tan fértil nuestra tierra rendida;
ya no era tan pingüe, tan de oro la zafra…
Las campañas tañían indecibles angustias…
Los bateyes desiertos espaciaban sus casas…

El ingenio era un negro laberinto que erguía
a los cielos de ópalo sus escombros, sus tapias
carcomidas al fuego de la tea invasora.
Sus despóticas torres la miseria humeaban…

Sólo algún campanario, como un héroe, clavado
junto al desvencijado barracón, recordaba
los avisos extáticos de los avemarías
y los toques opíparos del almuerzo en la casa…

¡Oh campana de ingenio…! Si tu música hubiese
perpetuado sus órdenes en incógnitas láminas,
se oirían de entonces los contrarios designios
que despóticamente transmitía tu alma…

¡Oh campana de ingenio… que tocabas a fuego,
y al instante a la negra dotación levantabas…!
Que tocabas a muerte de un esclavo, y entonces
a libertad tañías sin saberlo… ¡oh campana!

DE «ALA»
(1917)


Pequeño teatro, Roberto Fabelo, óleo sobre lienzo, 1994.

ALA

¡Ala! Maravilla de nobles intentos,
de ensueño y de gloria, de paz y de altura…
El ala no teme la cruz de los vientos,
el ala nos abre la senda futura.

El cielo, que admira la gloria del ala,
la adorna de estrellas, la nimba de nubes,
de azul luminoso le ofrece una escala
que tejen, gozosos, los blancos querubes.

El ala es un magno, divino atributo
que de la miseria del mundo sustrae
a los que del árbol arrancan el fruto
y no a los que esperan el fruto que cae…

¡Árbol de la vida! ¡Fruto de esperanza!
Hay que cosecharte verde todavía…
Tú darás la eterna bienaventuranza
cuando te madures a la luz del día.

Ala de los ángeles: —¡oh nítidas plumas!
Para regalarte nevados airones
el mar dio un tesoro de blancas espumas
y el cielo un reflejo de constelaciones.

Ala milagrosa que a las golondrinas
dióles las virtudes del vuelo sereno
cuando coronado de rudas espinas
moría el divino Jesús Nazareno;

Ala de los cóndores, ala de las aves
de la poesía: de los ruiseñores;
ala de los búhos nocturnos y graves
que huyen en el alba de los resplandores;

Ala de murciélagos y de mariposas
que aman el silencio de los escondrijos
y revolotean entre las piadosas
luces religiosas de los crucifijos;

Y que temerosos de vuelos icarios
rozan, alejadas de las chimeneas,
las solemnidades de los campanarios
y los desamparos de las azoteas;

Ala de los torvos vampiros andaluces
que en las soledades de noches obscuras,
como una bandada de cuervos voraces,
violan el misterio de las sepulturas;

Ala de las águilas, del cielo señoras,
que de las entrañas de Febo fecundo
valerosamente roban las auroras
que alegran las hoscas tinieblas del mundo;

Alas de las brujas que un falso nepente
llevan al secreto de cándida alcoba
y van cabalgando, fantásticamente,
en el irrisorio volar de una escoba;

Ala de Pegaso que escala las cumbres;
ala con que triunfa del mal, Clavileño;
ala que del seno de las podredumbres
huye a los remotos parques del ensueño…

Todas sois un símbolo que el alma comprende,
todas sois un vértigo de extraña locura
en la que, alumbrando la senda, se enciende
la maravillosa lámpara futura…

Todas sois la norma, la pauta, los sones,
el dulce Mesías, el ansia secreta;
vais dando una savia de resoluciones
a la temeraria ala del poeta…

¡Ala del poeta! Oh barca que lleva
por empavesadas, guirnaldas de flores
y busca una lírica América nueva
en las borrascosas mares interiores…

Ala que el impulso del vuelo conduce
a un desconocido país de fantasía
donde al visitante poeta seduce
sentada en su trono, la Melancolía…

Ala que conoce todos los senderos
en sus convergencias hacia lo infinito;
ala que olvidando rumbos verdaderos
llega a los dorados pórticos del Mito…

Ala submarina que sueña y descubre
en los mares muertos la perla divina,
que de rosas frescas se adorna en octubre
y hace del pantano agua cristalina…

Ala que al Ensueño tenaz aprisiona,
ala que a las furias del ábrego reta,
cuando va tejiendo la eterna corona
para la abatida frente del poeta…

Ala que es el germen de próvido huerto
y que en una loca fantasmagoría
ama el espejismo falaz del desierto
y las inconstancias de la lejanía…

Ala que no abate su vuelo en la altura,
ala que en la altura sus vuelos exalta;
que no le intimida la peña más dura
ni le obstaculiza la cima más alta…

Ala que en el fondo de todas las cosas
fugitivamente traza su silueta
y en la huella deja regueros de rosas…
¡Ala del poeta…! ¡Ala del poeta…!


Los vientos de la Historia, Ismael Gómez Peralta, técnica mixta sobre óleo, 2007.

A LOS TIRANOS DE LA TIERRA
(CANTO V)

Cesó la tregua de Pascuas… Las almas tornáronse foscas…
A la visión luminosa de Cristo el humo eclipsó,
y la dulzura sagrada de aquellas palabras proféticas
perdióse al estruendo que alzaba la voz del cañón…

¿A favor de qué nobles ideas luchaban los hombres?
¿Ya no queda en las almas humanas un rayo de amor?
Pues pensad, ¡oh tiranos, oh reyes! que estáis en el límite
donde truécase en ira y en cólera ¡la eterna bondad del Señor…!


Elegía, Miguel Florido, técnica mixta sobre lienzo, 2017.

A LA BANDERA CUBANA

Gallarda, hermosa, triunfal,
tras de múltiples afrentas,
de la patria representas
¡el romántico ideal…!
Cuando agitas tu cendal
—sueño eterno de Martí—,
tal emoción siento en mí,
que indago al celeste velo
si en ti se prolonga el cielo
¡o el cielo surge de ti…!

*Pertenece a «Poema de amor y de fe», en Ala.


Sueño, Sandro de la Rosa, óleo sobre lienzo, 2009.

DOLOR… AMOR…

A Eduardo Meireles

¡Luchar hasta morir…! Tal es la suerte.
Y luchar hasta ser lo que soñamos…
La firme voluntad vence a la muerte,
¡y en el viejo laurel hay nuevos ramos…!

Bueno es ser soñador cuando en el sueño
se abre a nuestra visión el horizonte
de un porvenir glorioso. Clavileño
no ha de ocupar la barca de Caronte…

Cansa de amor la lúgubre añoranza
por lo que fue dolor de la existencia.
Dolor es el amor a la esperanza;
la duda de ese amor es la experiencia.

Supone un triunfo el ruiseñor que vierte
oro y perlas de amor sobre el tumulto.
La firme voluntad vence a la muerte,
y el altivo desdén vence al insulto.

Bajo la luz del sol tener luz propia
es adornarse con divinas galas.
Helios vuelca su ígnea cornucopia
¡y el Ícaro infeliz quema sus alas…!

La majestad de lo grandioso aspira
a eternizarse en el recuerdo humano
como el dolor se eternizó en la Lira
¡y en el Amor se eternizó lo arcano…!

Luz de una estrella que alumbró palpita
en cada vibración del universo.
Luz de un recuerdo que murió se agita
y lucha… y lucha… y se transforma en verso.

Música y flor y luz de extraños climas
tornan a idealizar todo el emblema
de misterio y pasión… Surgen las rimas
y hace el Arte la malla del poema…

Después… seguir luchando; hacerse fuerte,
batallando por ser lo que soñamos;
y cuando estemos cerca de la muerte,
preguntarle al Señor: —¿A dónde vamos…?

*Pertenece a «Poema de amor y de fe», en Ala.


Muchacha con flores, Leopoldo Romañach, óleo sobre tela, 1915.

DE «HERMANITA»
(1923)

II

Abandonada a su dolor, un día
en que la sombra la envolvió en su velo,
me dijo el corazón que ella vendría
en el milagro espiritual de un vuelo.

Abrí los pabellones solitarios;
iluminé los vastos corredores;
quemé la mirra de los incensarios
y el frío mármol alfombré de flores…

Llegó cansada de volar… Yo dije:
—Alma, mujer inspiradora: rige
mi vida entera para siempre. Arde

como la mirra el corazón que inmolo…
Amor no llega demasiado tarde
¡a quien se siente demasiado solo…!

Ella puso un dolor en su mirada,
y yo sentí que mi tristeza era
una blanca bandera desplegada
diciendo adiós a la ilusión postrera.

Abandonada a su dolor, sabía,
cuando la noche la envolvió en su velo,
que en mi antigua tristeza encontraría
un remanso de paz y de consuelo.

Un poema de amor dejé en su oído:
tal vez el ave no encontró su nido
y se perdió en el viento su querella…

El alma estaba ansiosa, reclinada
al borde de sus ojos… pero ella…
¡ella puso un dolor en su mirada…!

XXX

Soles te nimben, plácida Hermanita;
tejan mis lirios a tus pies su alfombra,
que tú eres la blanca y la exquisita
hada en viaje de luz por la alta sombra.

Rosas te ofrenden todos, Hermanita,
y que tus ojos donde el bien asombra,
rieguen la luz de tu alma infinita
en toda alma que muera en la sombra.

Coge estrellas con tu mano de estrella,
y riega el mundo de tu luz. Asume
la divina actitud, la noble y bella

actitud de tu alma conmovida,
e inúndame de luz y de perfume,
¡astro y flor en mi vida!

XXXII

Ebrio de soledad, a la ventura
lancé mi soñadora carabela
en busca de tu angélica ternura,
aliada de mi última novela.

Puerto donde abrigarse hubo el errante,
misericordia el cancionero amigo,
eché todos mis sueños por delante
y se pusieron a jugar contigo.

Callar es el secreto de quien sabe
decirlo todo; de quien triste y grave
aspira al manantial y ama la cumbre.

Perdón por todo cuanto fue nublado:
sé tú el lucero místico que alumbre
mi viejo corazón arrodillado.

*Agustín Acosta llamaba a su primera esposa «Hermanita».

DE «LOS CAMELLOS DISTANTES»
(1936)


Esperando el café, Antonio Gattorno, óleo sobre lienzo, 1938.

MI CAMISA

Esta camisa blanca que mi madre ha zurcido,
tan llena del aroma íntimo de mi casa,
tiene una santidad cuyo oculto sentido
¡ni envejece ni pasa…!

Yo podré ser mañana un hombre potentado,
sin soberbias ridículas y sin turbios sonrojos.
A estos días de ahora llamaré mi pasado,
y una lágrima triste caerá de mis ojos.

¡Mi pasado! ¡Oh qué dulce me será todo esto!
En el viejo horizonte ya mi sol se habrá puesto,
y yo despreciaré honores y fortuna…

Acaso esté de sedas riquísimas vestido;
mas como esta camisa que mi madre ha zurcido,
¡no me pondré ninguna…!


Árbol, Esteban Chartrand, grafito sobre papel, h.1870.

SIEMBRA

Aquí estoy. Este árbol que sembré me conoce;
se deshoja en saludos y sus frutos me ofrece.
Mi mano lo acaricia como a un niño. Y él sabe
que yo no soy la mano del hacha que lo hiere.

Él me mira, me mira con su millón de hojas;
y como si quisiera expresar su alegría,
mueve sus largas ramas y me dice un secreto:
y yo siento un temblor de siembra y de caricia…

Todo cuanto se siembra es parte de uno mismo:
un hijo, un árbol… Todo. Y yo, que no he podido
ver florecer en hombre la siembra de mi sangre,
¡amo al árbol que siembro cual si fuera mi hijo…!


Espíritu, Jorge Camacho, óleo sobre lienzo, 1958.

TURRIS EBURNEA

—Vamos…! Arriba…! —dicen mil voces,
despertadoras de mi pereza:
La vida tiene dichas y goces.
—Dejad! Yo gozo con mi tristeza.

—Vamos…! Arriba…! —dicen los buenos,
los que quisieran verme en la cumbre…
Este no es siglo de Nazarenos…
—Dejad que goce mi pesadumbre.

—Vamos…! Sé jefe de la partida:
No más ensueños. No más tardanza…
Tomo lo tuyo… Vive tu vida…
—Dejad que viva con mi esperanza…

—¿Y aquel arrojo tuyo en la brega?
¿Y aquella noble videncia extraña?
—Yo soy un hilo de agua que juega
entre las rocas de la montaña…

—Danos tu faro… —No tiene luces…
—¿Y aquel estadio de tu alegría?
—Es como un campo lleno de cruces,
por donde cruza la pena mía.

—No te creemos… Ya es tarde… Corre…
Todo te espera… ¡La vida es tuya…!
—Sí, pero ha poco que alcé mi torre,
¡y ya no hay nada que la destruya…!

DE «LOS ÚLTIMOS INSTANTES»
(1941)


Amaranta, Roberto Fabelo, acrílico sobre seda, 2016.

LOS ÚLTIMOS INSTANTES DE LA MARQUESA EULALIA

I

Cerró los ojos, de mirar cansados
la sombra de la muerte por su alcoba,
espía que acechaba en los bordados
damascos de su lecho de alcoba.

Quiso bajar hasta el jardín. Decía
cosas tan vagas, que ya nadie sabe
si en su palabra sin matiz había
algo que fuera humano. Limpia y suave

el agua de la fuente discurría
entre hojas secas. Ella, sonriente,
fue más de luz bajo la luz del día.

Y con voz dulce de convaleciente,
mientras su boca blanca sonreía,
pidió que la llevaran a la fuente.

II

Pidió que la llevaran a la fuente,
junto al blanco jazmín de hojas marchitas,
y la envolvieron perfumadamente
las azucenas y las margaritas.

Estaba bella como un taciturno
crepúsculo de sol ágata y lila,
con mucho de sonata y de nocturno
en el piano sin voz de su pupila.

Pálida, como un pétalo guardado
en las hojas de un libro de pecado,
a sus últimos pajes sonreía…

Mientras sobre la linfa de la fuente
la anemia sofocada del poniente
reflejaba su lánguida agonía…

III

Reflejaba su lánguida agonía
la peregrina del amor, en tanto
la fuente insinuadora discurría
como un dolor que se resuelve en llanto.

Dijo después con lentitud: —Deploro
no recordar, para consuelo mío,
el canto aquel en que Rubén Darío
comenta mi cruel risa de oro.

Todos la contemplamos. De repente,
un paje que mirábase en la fuente
volvió su rostro… Y como canto de avemarías

en el jardín callado y vespertino,
vibró en la tarde dolorosa el trino
maravilloso de «Era un aire suave».

IV

En su blando sillón de terciopelo
ella escuchaba la canción querida.
Alguien dijo: —¡Rubén está en el cielo!
Y ella afirmó: —¡Rubén está en la vida…!

Se espaciaron las sombras en la altura,
bajaron al jardín, y sobre ella,
para esconderse en su pupila obscura,
vino la luz de la primera estrella.

No se sabe qué dijo a su pupila
aquella luz que cada vez titila
con más fulgor en nuestro absorto duelo…

Ella quedó como transfigurada,
pálida y sonriente, arrellanada
en su blando sillón de terciopelo.

V

Oh triste tarde, entre tu gasa fría
viste con qué solícitos cuidados
cargó el sillón de Eulalia la sombría
tropa de los alegres convidados…

Cuando dejamos en el blanco lecho
el cuerpo de la dulce soñadora,
vimos que le brillaba sobre el pecho
una medalla de Nuestra Señora…!

La estancia se llenó de los rumores
de la muerte. Piadosas nuestras manos
sobre el lecho de espuma echaron flores…

Y la Marquesa Eulalia parecía
una flor de jardines ultrahumanos
que entre flores del mundo se escondía.

VI

Así murió, junto a la fuente inquieta
en que como un dolor temblaba el agua,
la lírica y romántica coqueta
del inmenso cantor de Nicaragua.

Y pues quiso que al menos una lira
sus últimos instantes relatara,
mi lira es la devota que delira
por dejar esta flor sobre su ara.

Y si queréis saber donde reposa
la que tan alto galardón tenía,
tomad una vereda misteriosa

hacia el jardín aquel, y sabiamente,
arrancadle el secreto a la armonía
melancólica y cauta de la fuente.

DE «LAS ISLAS DESOLADAS»
(1943)


Juego de sombras, Daniel Méndez, óleo sobre lienzo, 2017.

REGRESO

Todo tiene su hora, su minuto y su sino,
y es inútil torcer el amargo proceso.
Frente al miedo de todos los caminos obscuros,
yo ya estoy de regreso.

Ya conozco las ansias, el afán de Quijote;
la verdad de Solón a la euforia de Creso;
el encanto postizo de las noches de luna…
¡Ya yo estoy de regreso!

Ya conozco lo estéril del rencor y del odio,
la tristeza egoísta, el dolor sin receso,
el angosto snobismo de la gloria temprana…
¡Ya yo estoy de regreso!

Y mañana… ¡quién sabe! Por caminos ocultos
vagaré, luz y sombra, malherido o ileso,
y no habiendo llegado a destino seguro
¡estaré de regreso…!

DE «CAMINOS DE HIERRO»
(1963)


Número 5,  Jorge Luis Santos, técnica mixta sobre lienzo, 2015.

EL TREN DE GANADO

Este es el tren cruel, el que conduce
a obligados viajeros
a purgar en un juicio sin instancias
un delito que nunca cometieron.
Tren que camina hacia una muerte injusta,
felizmente ignorada por los reos;
que si ellos advirtieran el destino
que les deparan sus felices dueños,
acaso un día se iniciara una
revolución bovina en los potreros.

Aglutinados como las sardinas
en sus toscos tabales, los viajeros,
inmóviles y tiesos en sus jaulas,
en vano ensayan leves movimientos:
lo impiden, defensivas y punzantes,
las astas de un sufrido compañero.
Desfallecidos, humillados, sucios,
se vengan del señor perdiendo peso:
y cuando ya marchita la esperanza,
embadurnados de su propio estiércol,
pasan, indiferentes y vencidos,
por las calles de un pueblo,
para que su presencia no se olvide,
le dejan acre olor como recuerdo.

Rudo castigo inexorable ha sido
la vulgar existencia para ellos.
Así han crecido bajo el yugo infame,
y cuando ya los años en su cuerpo
hacen que inclinen el testuz rendido,
humildes asilados del potrero,
el viaje hacia la muerte inevitable
es para su vejez único premio.
Su vida era el aprisco, allá en la estancia
su fúnebre capilla, el matadero.


Desde el horizonte II, Juan Roberto Diago, técnica mixta sobre lienzo, 2012.

ELOGIO DEL FERROCARRIL

Antes que en el campo se viera extendida
la férrea esperanza de las paralelas,
éramos un potro con freno y con brida,
atemorizado por rudas espuelas.

Y ya entre nosotros, con aire de dueño
a quien no le placen sumisos vasallos,
tomaste la rienda, y el potro zahareño
fue envidia de viejos caballos.

Nexo de entusiasmo, vínculo de afectos,
abriste a los hombres tu código agrario,
y fuiste sembrando proyectos
en el surco abierto de tu itinerario.

Fue entonces el rápido surgir de la aldea,
el agrupamiento de seres y cosas,
el dominio erecto de la chimenea
y el triunfo expansivo de las sacarosas.

Por ti, por el raudo rodar de los trenes,
por tu salvadora constancia,
saturó el recinto de los almacenes
de mieles y azúcares la dulce fragancia.

Fuiste audaz bandera que al aire tremola,
feliz mensajero, benéfico heraldo,
confusa marea que trajo en su ola
un inmarcesible aguinaldo.

¿Cómo no loarte, si estuve en tu seno,
soldado de Morse, en ya viejos días?
Tu hechizo me ofrece su amable veneno,
y es la más remota de mis alegrías.

¿Cómo no causarme fugaz extrañeza,
si silba a mi lado la locomotora,
sin que pueda mi inútil tristeza
darle al tren que pasa su curso y su hora?

Normas que al progreso rindieron tributo,
dieron a tu gloria febril sobresalto,
cuando en negras cintas, presagio de luto,
invadió tus predios, hirviente, el asfalto.

El peligro, hermano carnal del progreso,
y en las carretas fantasma ambulante,
besa como Judas, y oculta en su beso
un rojo y terrible poder lacerante.

Y así, en el confuso trajín de las vías,
la herida, el desastre, la muerte, los daños,
en las carreteras se cuentan por días,
y en tus paralelas se cuentan por años.

A los que intentaren mostrarte en despojos,
como si ya fueras blasón hecho trizas,
ciéguenles los ojos,
Fénix resurrecto, tus propias cenizas.

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