ANÓNIMOS
Los anónimos se persignan cuando el autobús, soltando monóxido de carbono y traqueteando, pasa por los sucios callejones donde cada día una madre deja caer una flor.
Gentes pobres son las que viajan en ese autobús, anónimos que, con rápido y silencioso gesto, encerrando al miedo entre los dientes, hacen la señal de la cruz, ante los altares improvisados que se acumulan en las aceras, y recuerdan nombres propios de desaparecidos —los asesinos no retiran los retablos, creen que los «recordatorios» son útiles para sembrar el terror.
La lava incinera la tierra. Y Dios, allá arriba, sentado en las nubes, observando cómo la humanidad escoge, de entre todos los surcos que labró en el mundo, el camino que la arrastra a su destrucción.
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