BAJO EL LIMONERO

«El recuerdo es la presencia invisible».
Victor Hugo

Cepillo de pelo, Bless, madera de haya, cabello humano, 1999.

 

BAJO EL LIMONERO

Bajo el limonero seco, que conserva un dorado fruto en la punta de una de sus ramas bajas, sucede algo mágico: Juana nota, cuando se sienta en la hierba y reposa su espalda en el tronco anciano, cómo fluyen a su mente vivencias que el trajín del día a día desvanecen. Sentada junto al limonero, con las florecillas de azafrán llameando el césped, el presente pierde sus rasgos para que ella desoville el pasado.

Juana, en el limonero, desteje el tiempo con el ritual que este le exige. Al principio, y como siempre, su corazón es un alazán desbocado, pero, poco a poco, no importa si es a la luz del día o en la oscuridad de una noche carente de estrellas, las aves cantarinas llegan para, como banda sonora de una película, trinar las melodías que acompañarán el ceremonial diario.

Cuando Juana reposa en el árbol sucede algo extraordinario: revive el pasado. Los recuerdos se acercan y el tiempo, en su afán de acortar el mañana y de regalar más extensión al ayer, presta a la memoria segundos para revelarse. En ese momento… Juana llora. Son lágrimas de emoción. Son las únicas que mantienen vivo al fruto del seco limonero.

Juana, ¡oh, Señor!, resucita a sus muertos.

La mujer que visita a sus fantasmas tiene una existencia rutinaria: sufre estrés, cobra poco sueldo por muchas horas de trabajo, sabe del abarrotamiento sudoroso de los metros y lleva impregnado el paladar con el sabor de los almuerzos apelmazados en táperes. Sin embargo, cuando su espalda reposa en el tronco del limonero seco recupera vivencias perdidas y reverdece con la savia que el árbol le entregó un amanecer de invierno. Parece tan real… que no quiere despertarse.

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