CARLOS V Y LA MÚSICA

«Yo también soy músico».

Carlos I de España (1500-1558), Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, llegó al mundo arropado por el din-don de las campanas de las iglesias de Gante y marchó de este mundo con el acompañamiento del canto lastimero de las campanas del Monasterio de Yuste.

Carlos V amó la música desde su más temprana infancia. Con tan sólo seis años, el heredero al trono tocaba la espineta de su tía, la archiduquesa Margarita de Austria, y escuchaba embelesado las canciones que le regalaba su hermana Leonor, considerada una de las mejores voces de la corte.

Instrumentos de viento, cuerda y teclado armonizaban la vida del reino. Flautas, laúdes, arpas, trompetas, trombones, violas, cítaras, oboes, arpas, gaitas, timbales, tambores y órganos anunciaban nacimientos y muertes, victorias y derrotas, bodas y bautizos, carnavales y Navidades. La época de Carlos V fue una época musical: todos los eventos, tanto militares como civiles, iban acompañados de ritmos dulces, pesarosos o estridentes —los tonos alegres o tristes dependían del tipo de celebración.

Tres fueron los instrumentos preferidos del emperador Carlos V: la vihuela, el arpa y el órgano —el órgano era el único permitido en las iglesias, salvo en Navidad que se aceptaban las flautas para amenizar las fiestas—. Pero la vihuela, el instrumento principal de la música española, fue para el monarca el gran descubrimiento: la convirtió en reina de los sonidos musicales.

La vihuela (antigua guitarra) le atraía tanto que hizo llamar al músico Luis de Narváez (1550-1560), vihuelista granadino, para que adaptara su tema preferido a este instrumento. Gracias a su petición encontramos dos versiones, una vocal y otra instrumental, de la pieza Mille RegretzMil lamentos—, del compositor Josquin Deprès (1450-1521), principal figura de la escuela musical flamenca del Alto Renacimiento y autor del tema favorito del monarca.

Mille Regretz es una canción trovadesca, polifónica —a cuatro voces— escrita en francés, triste y melancólica. Es una pieza bella, que refleja el gusto musical de la época y el temperamento nostálgico del emperador. La versión para vihuela de Luis de Narváez, compuesta en 1538, fue bautizada como La canción del Emperador y está considerada una de las piezas más antiguas de la vihuela de mano.

Trovador tocando la vihuela española.

Carlos V sabía tocar instrumentos y componía. Su educación musical, que comenzó siendo muy niño, estuvo a manos del profesor de música y organista Henri Bredemers (1472-1522), encargado de dirigir la obra de Josquin Deprès que tanto le gustaba.

Carlos V, a pesar de su tendencia a la tristeza, introdujo en España las alegres y pícaras canciones flamencas. Pero un buen día, el emperador tomó la decisión de alejarse del mundanal ruido y buscó cobijo en la comarca de La Vera, en Cáceres, en el Monasterio de Yuste, donde el silencio solamente es interrumpido por el susurro de los eucaliptos y los cantos de los pájaros.

A Yuste llevó un clavicordio, su querido órgano portátil, y el tono melodioso de su canción favorita, aquella que revela el sufrimiento que provoca la marcha de la persona amada. La llevó bien protegida en su mente, pues desde que pisó el monasterio jerónimo sólo tuvo oídos para la música conventual y el tic-tac de sus relojes. Seguro que sentado en su silla, en el mirador, mientras contemplaba el huerto y el tranquilo estanque, susurraba la única estrofa de aquella pieza de despedida:

Mil pesares por abandonaros
y por alejar vuestro rostro amoroso.
Siento tanto duelo y pena dolorosa
que en breve se me verá acabar mis días.

Carlos V se retiró de la vida pública, pero no abandonó la música. El monarca se ocupó de los coros, incorporando al convento monjes con voces de ángeles, y enriqueció el repertorio al aportar temas de su tierra natal. También acompañó con su voz a los maestros cantores y compuso partituras, aunque, desgraciadamente, no se conserva ninguna —se tiene conocimiento de ellas a través de fuentes bibliográficas de la época.

Poco a poco, Carlos V se fue adaptando a la vida rigurosa del convento, a fin de cuentas para eso había abdicado en su hijo. Pareciera que los ermitaños de la pobre vida, antiguos inquilinos del monasterio, se hubiesen apoderado del espíritu del monarca, que se fue apagando hasta entregar su alma a Dios el 21 de septiembre de 1558.

Músico tocando el laúd.

Carlos V fue el soberano más importante de su tiempo y fue también un gran mecenas de la música. A él deben su reputación las tres capillas más representativas de la Europa del siglo XVI, ubicadas en Madrid, Viena y Bruselas. Carlos V, incluso, hizo las constituciones de la ermita de Madrid y se ocupó, personalmente, de seleccionar a los músicos que ocuparían las plazas de la capilla de Viena.

Gobernó entre el estruendo de los tambores que marcaban el paso de la soldadesca. Gobernó entre los clarines agudos que llamaban a batalla. Gobernó entre la armonía del arpa, que evocaba tiernos pasajes amorosos, y la melodía del órgano que, sin contemplaciones, imponía sumisión a Dios. Entre el eco de los instrumentos musicales, Carlos V alzó la espada y reinó.

A continuación les dejo la canción Mille Regretz, de Josquin Deprès, y la adaptación para vihuela que hizo Luis de Narváez: La canción del Emperador.

firma gabriela3

MILLE REGRETZ (JOSQUIN DEPRÈS)

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LA CANCIÓN DEL EMPERADOR (LUIS DE NARVÁEZ). ADAPTACIÓN PARA VIHUELA ESPAÑOLA

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MILLE REGRETZ (JOSQUIN DEPRÈS) CANTADA A UNA SOLA VOZ

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MILLE REGRETZ (CRISTÓBAL DE MORALES). INSPIRADO EN LA CANCIÓN DE JOSQUIN DEPRÈS (ESTROFA DE LA MISA DE MORALES)

 

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