EL CEMENTERIO MARINO

«No estoy vuelto hacia el mundo. Tengo la cara contra el muro. No hay nada de la superficie del muro que me sea desconocido».
(«Monsieur Teste», 1926).

Dos años después de finalizada la Primera Guerra Mundial el hombre se felicita por estar vivo. Apenas ha tenido tiempo de pensar que el conflicto que lo llevó al desastre es una llama que aún sigue activa. El hombre sólo quiere recuperar lo que ha perdido: quiere vivir intensamente. Y ejecuta su voluntad, inconsciente de que ese empecinamiento por mantenerse en los primeros puestos del concurso de la vida loca lo incendiará todo nuevamente, y con más brío. El hombre de entreguerras fue el primer lector de El Cementerio Marino, fue el primero en interpretar este poema críptico.

Tres paradas tiene, al menos para mí, el largo poema escrito en 1920 por Paul Valéry y que está recogido en el poemario (En)Canto (Charmes). Un inicio contemplativo, un centro dramático y un final esperanzado. El hombre en el espacio abierto (el universo, lo eterno), el hombre en su realidad (humanidad hundida en la crisis de valores morales e intelectuales) y el hombre en el transcurrir del tiempo (utopía) es lo que observo. El poema es un monólogo, pero ese individuo que narra, el poeta que construye su texto, también representa el espíritu de un hombre que se debe a su época. Es un yo y es un todos. El hombre (el yo) de El Cementerio Marino de Paul Valéry está tocado de muerte, su conciencia lo intuye, pero intenta sobreponerse: desea vivir.

Todo poema está hecho de imágenes simbólicas que construyen una historia. Cada lector, en el juego de palabras que le propone el poeta, descubre algo que es único para él en su papel de receptor (es la visión desde fuera del texto). Por eso, lo que he escrito aquí debes verlo como el significado que tiene para mí el poema del maestro de Sète. Paul Valéry concibió esta composición versada como un ejercicio del intelecto, como un «acontecimiento fortuito». Afirmaba: «Los demás hacen libros, yo hago mi mente».

Y aquí entra otra lectura, la que hurga El Cementerio Marino por dentro, la que nos estimula a buscar cuál es, realmente, la causa que origina el poema, la intención del vate. ¿A qué se refiere cuando menciona el «gran diamante»? Creo que al poema en sí mismo, a su edificación. Creo que explica la fórmula que, según él, conduce al resultado final: suceso puro + Vacío + suceso puro asimilado, que no es otra cosa que el pensamiento libre de banalidades.

Bellos versos que depositan sus esperanzas en el mar y donde tú puedes hallar intenciones que yo no encuentro, porque es El Cementerio Marino una propuesta de lectura personal que obliga a apurar, en cuanto a interpretación, «el campo de lo posible». Otra cosa distinta es la composición: la forma reflexionada, precisa y tan obsesivamente buscada por el poeta francés. «La idea reivindica su voz», afirmaba, rastreando la imagen, el aspecto, el ritmo de esa «voz».

En mi biblioteca guardo un ejemplar de la edición que la Agrupación de Amigos del Libro de Arte hizo para homenajear a Paul Valéry (Madrid, 1930). Es una publicación lujosa, que cuenta con la traducción del poeta de la  Generación del 27 Jorge Guillén (1893-1984) y con las ilustraciones del pintor futurista Gino Severini (1883-1966) —el fotógrafo Pierre Dubreuil (1872-1944) fue el encargado de grabar al boj los dibujos—. Amigos, espero que El cementerio marino les regalarle una provechosa lectura.

POEMA

EL CEMENTERIO MARINO

«Alma mía, no aspires a la vida inmortal,
pero agota el campo de lo posible».
Píndaro. Píticas III

Ese techo, tranquilo de palomas,
Palpita entre los pinos y las tumbas.
El Mediodía justo en fuego traza
El mar, el mar, sin cesar empezando…
¡Recompensa después de un pensamiento:
Mirar por fin la calma de los dioses!

¡Qué labor de relámpagos consume
Tantos diamantes de invisible espuma,
y qué paz, ah, parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
Trabajos puros de una eterna causa,
Refulge el tiempo y soñar es saber.

Tesoro estable y a Minerva templo,
Masa de calma y visible reserva,
Agua parpadeante, Ojo que aguardas
Bajo un velo de llama tanto sueño,
¡Oh, mi silencio!… ¡En el alma edificio,
Mas cima de oro con mil tejas, Techo!

¡Templo del Tiempo, que un suspiro cifra!
A un punto puro subo y me acostumbro,
De mi marina mirada ceñido.
Como mi ofrenda suprema a los dioses,
El centelleo tan sereno siembra
En la altitud soberano desdén.

Como en fruición la fruta se deshace
Y su ausencia en delicia se convierte
Mientras muere su forma en una boca,
Aspiro aquí mi futura humareda,
Y el cielo canta al alma consumida
El cambio de la orilla a en sus rumores.

¡Mírame a mí, que cambio, bello cielo!
Después de tanto orgullo y tan extraña
Ociosidad, mas llena de potencia,
A este brillante espacio me abandono:
Sobre casas de muertos va mi sombra,
Que me somete a su blando vaivén.

A teas de solsticio el alma expuesta,
Yo te sostengo, admirable justicia
De la luz: luz en armas sin piedad.
A tu lugar, y pura, te devuelvo,
Mírate. Pero… ¡Devolver las luces
Una adusta mitad supone en sombra!

Para mí solo, en mí solo, en mí mismo
Y junto a un corazón, del verso fuente,
Entre el vacío y el suceso puro,
De mi grandeza interna espero el eco:
¡Es la amarga cisterna que en el alma
Hace sonar, futuro siempre, un hueco!

¿Sabes, falso cautivo de las frondas,
Golfo glotón de flojos enrejados,
Sobre mis ojos, fúlgidos secretos,
Qué cuerpo al fin me arrastra a su pereza,
Qué frente aquí le inclina a tierra ósea?
Una centella piensa en mis ausentes.

Cerrado, sacro —un fuego sin materia—
Trozo terrestre a la luz ofrecido,
Me place este lugar: ¡ah, bajo antorchas,
Oros y piedras, árboles umbríos,
Trémulo mármol sobre tantas sombras!
El mar fiel duerme aquí, sobre mis tumbas.

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando, sonrisa de pastor, yo solo
Apaciento, carneros misteriosos,
Blanco rebaño de tranquilas tumbas,
Aléjame las prudentes palomas,
Los sueños vanos, los curiosos ángeles.

El porvenir, aquí, sólo es pereza.
Nítido insecto rasca sequedades.
Quemado asciende por los aires todo:
¿En qué severa esencia recibido?
Ebria de ausencia al fin, la vida es vasta,
Y la amargura es dulce, y claro el ánimo.

¡Muertos ocultos! Están bien: la tierra
Los recalienta y seca su misterio.
Sin movimiento, arriba, el Mediodía
En sí se piensa y conviene consigo…
Testa completa y perfecta diadema,
Yo soy en ti la secreta mudanza.

¡Yo, sólo yo contengo tus temores!
¡Mi contrición, mis dudas, mis aprietos
Son el defecto de tu gran diamante!
Pero en su noche, grávida de mármol,
Un vago pueblo, entre raíces de árboles,
Por ti se ha decidido lentamente.

Ya se han disuelto en una espesa ausencia,
Roja arcilla ha bebido blanca especie,
El don de vida ha pasado a las flores.
¿Dónde estarán las frases familiares,
El arte personal, las almas únicas?
En las fuentes del llanto larvas hilan.

Gritos entre cosquillas de muchachas,
Ojos y dientes, párpados mojados,
Seno amable que juega con el fuego,
Sangre que brilla en labios que se rinden,
Últimos dones, dedos defensores:
¡Bajo tierra va todo y entra en juego!

¿Y aun esperas un sueño tú, gran alma,
Que ya no tenga este color de embuste
Que a nuestros ojos muestran ondas y oro?
¿Cantarás cuando seas vaporosa?
¡Todo huye, bah! ¡Porosa es mi presencia,
Y también la impaciencia santa muere!

Flaca inmortalidad dorada y negra,
Consoladora de laurel horrible,
Que en seno maternal cambias la muerte:
¡Bello el embuste y el ardid piadoso!
¡Quién no sabe y no huye de ese cráneo
Vacío, de esa risa sempiterna!

Hondos padres, deshabitadas testas,
Que sois la tierra y confundís los pasos
Bajo el peso de tantas paletadas:
No es para los durmientes bajo losas
El roedor gusano irrefutable,
Que no me deja a mí. ¡De vida vive!

¿Acaso amor, o el odio de mí mismo?
¡Tan cerca siento su secreto diente
Que puede convenirle todo nombre!
No importa. Siempre sueña, quiere, toca,
Ve: le gusta mi carne. ¡Yo, yo vivo,
Ay, de pertenecer a este viviente!

¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
¿Me has traspasado con la flecha alada
Que, cuando vibra volando, no vuela?
¡Me crea el son y la flecha me mata!
¡Oh sol, oh sol!… ¡Qué sombra de tortuga
Para el alma: si en marcha Aquiles, quieto!

¡No, no! ¡De pie! ¡La era sucesiva!
¡Rompa el cuerpo esta forma pensativa!
¡Beba mi seno este nacer del viento!
Una frescura, del mar exhalada,
Me trae mi alma… ¡Salada potencia!
¡A revivir en la onda corramos!

¡Sí, mar, gran mar de delirios dotado,
Piel de pantera y clámide calada
Por tantos, tantos ídolos del sol,
Ebria de carne azul, hidra absoluta,
Que te muerdes la cola refulgente
En un tumulto análogo al silencio.

¡El viento vuelve, intentemos vivir!
¡Abre y cierra mi libro el aire inmenso,
Con las rocas se atreve la ola en polvo!
¡Volad, volad, páginas deslumbradas!
¡Olas, romped gozosas el tranquilo
Techo —donde los foques picotean!

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