CHESTERTON

«Los cuentos de hadas son ciertos, no porque existan dragones, sino porque nos dicen que podemos vencerlos.»
(«Ortodoxia», Chesterton.)

Si escuchamos hablar de Narnia y de la Tercera Ciudad del Sol de la Tierra Media, nos vienen a la mente, por ser sus creadores, C.S. Lewis y J.R.R Tolkien, dos grandes arquitectos de fantasías, dos escritores que deben a la obra de Chesterton el haberse sumergido en el mundo de los cuentos tradicionales nórdicos, defendido y visitado con frecuencia por el autor de Ortodoxia, que veía en la estructura de estas narraciones populares una herramienta útil para transmitir ideas de contenido ético, religioso y filosófico.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) escribió cuentos, novelas, relatos, ensayos, artículos, biografías y poesías. Fue un escritor irónico, con un amplio dominio de la palabra y una visión optimista de la vida. Escribió sobre temas como la familia, la propiedad privada, la política, la democracia, las guerras, la igualdad entre los hombres, las religiones y el Cristianismo.

Todos sus libros alertan sobre el Mal y dan testimonio del poder que tiene el hombre para vencerlo, poder que se encuentra en nuestro raciocinio, en la opción de escoger el camino que queremos seguir. El escritor inglés recuerda en sus textos que, aunque nos equivoquemos, siempre tendremos la posibilidad de rectificar. Por eso su mensaje es esperanzador.

Chesterton es un sacudidor de conciencias que utiliza la polémica para conectar con el público. Es provocador y se apoya en las minucias de la vida para dar rienda suelta a sus ideas. En Herejes escribió que las cosas pequeñas «satisfacen los grandes entendimientos».

La palabra, para que sea joya y no bisutería, tiene que estar al servicio del pensamiento, ya que es su misión despertar los sentidos, conducirnos hacia una honda reflexión de lo planteado. Chesterton utilizó su prosa y su poesía como instrumentos para catequizarnos, pues ninguna obra suya carece de pedagogía. A pesar de su don de palabra, de su riquísimo vocabulario, fue un escritor de mensajes claros.

Los poemas que leerás a continuación están traducidos por Miguel Salas Díaz y corresponden a El gran mínimo. Antología poética, libro publicado, en edición bilingüe, por Salto de Página.

El recorrido que nos propone la editorial para la lectura va de atrás hacia delante en el tiempo; es decir, comenzamos a leer sus últimas poesías, tal como aparecen en Collected Poems, primera edición publicada en vida de Chesterton. No me ajusto a ese criterio, he ordenado los poemas según mis preferencias.

Con la intención de hacer un guiño al carácter burlón de Chesterton, y a su gusto por los cuentos de hadas, elfos y fantasmas, acompaño sus poesías con las ilustraciones de un contemporáneo y conocido suyo, el inglés Arthur Rackham (1867-1939).

En Herejes, Chesterton escribió: Hasta que no comprendamos que las cosas pueden no ser, no podremos comprender que las cosas son.

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EL ÚLTIMO BAILE DE DISFRACES

Vestida de una pálida y verde juventud
me conmueve mirarte mientras ondula, suave,
tu melena castaña, y surge en mi interior
la más extraña de las oraciones
que jamás albergara un corazón amante.

Que yo, que vi tu espléndida juventud florecer,
arco iris cambiante de múltiples facetas,
pueda sobre esta tierra contemplarte ciñendo
la corona de plata de la edad.

Tu cabello empolvado de curiosa manera,
tu rostro retocado con pálidos colores,
y escondida detrás del velo y de la máscara
la alegría de siempre en tus ojos inmortales.

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LA ESPADA DE LA SORPRESA

Arráncame los huesos, oh espada del Señor
hasta que luzcan sobrios y extraños como árboles,
y así mi corazón —que con el bosque
altísimo se eleva—
podrá maravillarse contemplándolos.

Arráncame la sangre, que en la noche
pueda oír el rumor del rojo, ancestral río,
subterráneas corrientes bifurcándose
hasta encontrar el mar, sin ver jamás el sol.

Dame ojos milagrosos para verme los ojos,
esféricos espejos que en mí se hicieron vivos,
de terrible cristal, aún más extraordinario
que todo lo que ven.

Arráncame de mi alma, que pueda contemplar
como heridas sangrantes mis pecados,
el valiente latido de la vida,
y me salve a mí mismo, igual que salvaría
a un extraño encontrado por la calle.

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EL ASNO

Cuando los peces volaban y caminaban los bosques
y daba dulces higos el espino,
en el preciso momento en que fue sangre la luna
justo entonces nací.

Con cabeza de monstruo y llanto repulsivo
y orejas como alas vagabundas,
soy la parodia andante que hizo el diablo
de todos los cuadrúpedos,

el proscrito andrajoso de la tierra,
de voluntad antigua y sinuosa;
azotadme, y heridme, y humilladme:
soy mudo y guardo a salvo mi secreto.

¡Estúpidos! También yo he tenido mi hora.
Una lejana hora, intensa y dulce:
un gran clamor llegaba a mis oídos
y había ante mis pies palmas tendidas.

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UN HIMNO

Oye, oh Dios de la tierra y el altar,
acércate y escucha nuestro llanto:
yerran nuestros mundanos gobernantes
y muere nuestra gente a la deriva;
las murallas de oro nos sepultan,
la espada del desprecio nos divide.
De tu trueno, Señor, nunca nos prives
más llévate si puedes nuestro orgullo.

De todo aquello que el terror enseña,
y de las falsedades de la lengua y la pluma,
y de todos los cómodos discursos
que al hombre cruel confortan,
de la profanación y de la venta
del honor y la espada,
del adormecimiento y la condenación,
buen Dios, libéranos.

Ata en un nudo vivo
al príncipe, y al cura y al esclavo,
une y enlaza todas nuestras vidas,
castíganos y sálvanos a todos;
En la ira y en el júbilo
ardiendo en honda fe, y en libertad,
levanta y dale vida a una nación
que te sirva de espada.

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UN NIÑO NEONATO

Si altos fueran los árboles, y la hierba muy corta
como en un cuento absurdo,
y existieran también grandes mares azules
tras aquella naciente palidez,

si un fuego fijo ardiera colgado de los aires
para darme calor a lo largo del día,
si a las grandes colinas creciera pelo verde,
yo bien sabría cómo comportarme.

Aunque yazgo en lo oscuro, sueño que más allá
me esperan grandes ojos, sean fríos o amables,
callejuelas torcidas y puertas silenciosas
y hombres vivos tras ellas.

Que llegue la tormenta, pues prefiero una hora
de llantos y de lucha
que todas las edades que llevo gobernando
los sombríos imperios de la noche.

Creo que si me permiten que me marche,
que me ponga de pie, que entre en el mundo,
me portaré muy bien
todo el tiempo que pase en esa tierra mágica.

Y no oirán de mí ni una palabra
egoísta o desdeñosa
si tan sólo pudiera dar, al fin, con la entrada,
si tan sólo naciera.

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LA MODERNA TIERRA DE LOS ELFOS

En el bosque del viejo cementerio
me hice un bastón, y me envolví en harapos,
y adorné mi sombrero con la pluma
caída de la alas de algún ángel.

Llené de piedras blancas la cartera,
tomé tres dedaleras en mi mano,
me colgué los zapatos a la espalda
y partí hacia la tierra de los elfos.

¡Sorpresa! Hasta en el seno de lugar tan antiguo
su corona de hierro alzó la Ciencia:
allí también se elevan las nubes de vapor
que señalan los feudos que su poder conquista.

Pero aún cubierto de humo y estrellado de lámparas
el extraño país conserva su luz propia.
Las voces que colinas y bosques habitaron
también se hacen oír en el hierro y la piedra.

No pudo ser la mano de la naturaleza
quien curvó la columna vertebral del camino.
Miraban de soslayo las extrañas señales
como súbitos ojos de dragones dormidos.

Chimeneas a cientos, retorcidas o tiesas,
señalaban al cielo como otros tantos dedos;
un perro que allí estaba parecía, a su lado,
un auténtico monstruo con sus cuatro patitas.

«Es inútil», grité, «que hayáis tocado
la mano putrefacta de los tiempos modernos:
pues detrás de los ruidos de la ciudad aún puedo
oír el corazón del país de las hadas».

Leí entonces un nombre, sobre una de las puertas,
y a través de mi espíritu resonó esta verdad:
«es ésta la ciudad donde se halla tu hogar
y al fin en él se posa tu mirada».

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POR LA NOCHE

Cuántos millones de estrellas habrá
que sólo Dios ha contado;
pero ésta fue elegida nada más para mí
antes de que su luz emprendiera el viaje.
¿Cómo no ha de sentirse especial
este hombre mortal, pero vivo?

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