DECOLONIZAR LA MIRADA:
LA MANIPULACIÓN EN EL ARTE
«Cuando pensamos que estamos dirigiendo… nos están dirigiendo a nosotros».
Lord Byron
Busto femenino, Wifredo Lam, óleo sobre lienzo, h. 1939.
(Bello ejemplo de la hermandad de las culturas en el arte).
Espejito, espejito, dime, por favor, ¿quién es en este reino el manipulador? Y el espejo mágico —la capa de plata son las obras de arte— contestó: El responsable del discurso conceptual de la exposición.
La historia de las naciones es un largo relato de conquistas y de colonizaciones. Es historia de violencia, de dolor y de pérdida de las formas de vida de los pueblos vencidos. Sin embargo, la historia de las naciones es la historia de la suma de culturas y de sentires muy distintos. Es la historia del nacimiento de nuevos estados y, ¡cómo no!, de nuevos mestizajes étnico-raciales. Es historia de la humanidad.
Smoko, el volcán humano, Reginald Marsch, acuarela sobre masonita, 1933.
La existencia es un crisol donde se funden lo bueno y lo malo, de manera que cuando desaparece uno de los elementos de la craza… el todo queda mutilado. Pero si, además, se trata de un acto intencionado, entonces hablamos de manipulación.
Por esa razón considero que la exposición Decolonizar la mirada es una muestra fallida. En su afán de «llevar agua a su molino», los responsables de la exhibición han evitado reflejar lo que los países colonizadores aportaron a los territorios que conquistaron, de modo que la parte negativa y brutal de la colonización monopoliza las salas.
Calle en Nassau, Albert Bierstadt, óleo sobre lienzo, h. 1877-1880.
(«La pintura de paisaje es uno de los géneros que mejor ejemplifica el afán europeo por ocultar la realidad de la violencia colonial», afirma el folleto; o sea, que al paisajismo, género que vive su mayor esplendor en el siglo XIX y que muestra la particularidad de centrarse más en la naturaleza que en la figura humana, se le achaca indulgencia con el esclavista. Hay obras del grabador Joseph Swain o del pintor inglés John R. Smith, por ejemplo, que presentan la brutalidad de la trata de manera abierta; sin embargo, en la exhibición sólo hay referentes de paisajes amables, de inspiración europea).
Barco negrero, Joseph Swain, grabado, 1835.
(Aquí les dejo este grabado como ejemplo de cómo las obras de arte revelan las intenciones de sus autores. No está en la exposición).
Es Decolonizar la mirada una muestra de carácter partidista: las obras, de creadores que se han ganado su sitio en la Historia del Arte, han sido elegidas con el fin de inducirnos a escoger un camino diferente al propuesto por el autor. En esta muestra, que pretende replantearse la apropiación de territorios mediante la fuerza, las intenciones que se pretenden son otras.
Es imperdonable que el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que tantas y tantas exposiciones extraordinarias ha organizado y que tanto cuidado ha puesto en preservar su magnífica pinacoteca, se preste, digo, a este lavado de cerebro, por demás forzado y precipitado. Decolonizar la mirada es una exposición que no conmueve, que no emociona, a pesar de tan sensible asunto.
Pesca en el estrecho de Long Island a la altura de New Rochelle, óleo sobre lienzo, 1847.
(En este cuadro costumbrista, no carente de humor y que muestra una escena de pesca con tres personajes relajados y dispuestos a disfrutar del paisaje y del ocio, los organizadores ven racismo. Dice la nota que el joven negro está echado y, por tanto, «conecta con el imaginario del afrodescendiente vago…». Pero… ¡si los tres están disfrutando del recreo!).
En Decolonizar la mirada el arte no enlaza con los textos explicativos. La exhibición es precipitada y ambiciosa, pues no sólo abarca casi cuatro siglos de historia, sino que coloca al mismo nivel las ocupaciones territoriales que tuvieron lugar en Norteamérica, Asia, Latinoamérica y África.
Los responsables de la exposición no tienen en cuenta las singularidades de los pueblos conquistados —aztecas, mayas, incas, tribus indias americanas y filipinas—. No tienen en cuenta las diferencias y las rivalidades que existían entre las tribus africanas que fueron esclavizadas. No tienen en cuenta que hubo colonizadores protestantes y colonizadores católicos. Aquí todo se cuece en la misma olla del victimismo, dejando en el paladar un regusto a Leyenda Negra.
El jardín del Edén, Jan Brueghel, el Viejo, óleo sobre tabla, h. 1610-1612.
(Es que ni Brueghel, el Viejo se salva. Resulta que esta obra, que es una más de las muchas del pintor barroco sobre pasajes bíblicos, es ejemplo de «una naturaleza opulenta que se ofrece al visitante para ser explotada». El paisaje es usado como ejemplo de lo que los comisarios llaman «extractivismo». Como decimos en Cuba: «De madre…»).
Nadie niega que los pueblos atrasados sufrieron abusos por parte de los invasores, porque todos sabemos que quien domina impone sus condiciones a la fuerza. Sin embargo, sabemos que las comunidades derrotadas recibieron, como en el caso del continente descubierto por Cristóbal Colón, una lengua que los hermanó. Una lengua que hablamos millones de personas en el mundo, con todo lo que eso implica.
¡Ah…!, pero este inmenso proyecto cultural, consecuencia de la evangelización, no tiene representación en Decolonizar la mirada, salvo para denunciar la extinción de múltiples lenguas tribales.
El rastro perdido, Charles Ferdinand Wimar, óleo sobre lienzo, h. 1856.
(La intención de Charles Wimar es recrear una parte de la vida cotidiana de los indios del Bajo Misuri. El lienzo trata sobre la caza ¿del búfalo? —hay un rastreador buscando huellas— y está inspirado no en las experiencias personales del autor, sino en postales y relatos de temática del Oeste; por demás, algo muy común en este género, de carácter romántico o costumbrista y rico en estampas de paisajes vírgenes, exploradores, nativos, pioneros, tramperos, vaqueros, cazarrecompensas… Entonces, ¿por qué sugerir que los personajes «parecen figuras errantes que han perdido su lugar en la historia y se encaminan hacia su extinción final»? ¿Sucedió lo denunciado? Sí, pero el cuadro cuenta otra cosa, que, por demás, revela la fascinación del hombre del este por aquel mundo casi inexplorado).
Tradicionalmente, las leyendas que acompañan a los cuadros dan información de los autores, de los contextos en los que se creó lo expuesto y de las técnicas pictóricas utilizadas. Es una información respetuosa con la identidad de la obra y que ofrece al espectador la posibilidad de ir más allá de su primera impresión. Son datos que no alteran ni la cualidad intencional original, ni el pensamiento crítico.
En Decolonizar la mirada a los artistas europeos se les presenta, en el mejor de los casos, como unos románticos abducidos por el exotismo. Se les muestra como blanqueadores del lado oscuro de la historia, lo que desvirtúa el sentido original de las obras anteriores al siglo XX, que son mayoría en la exposición. Tratar un tema tan complejo haciendo uso, exclusivamente, de los fondos del Thyssen-Bornemisza es arriesgado, pues es evidente que la pinacoteca no posee piezas que se ajusten a lo que se desea evidenciar.
Estudio para la cabeza de «Desnudos con paños», Pablo Picasso, acuarela y gouache sobre papel, 1907.
(Afirma la ficha que esta acuarela es «ejemplo del apropiamiento cultural», porque Picasso pintó «un rostro con rasgos geométricos abstractos al estilo de las máscaras africanas». Y me pregunto: ¿se apropió o se inspiró? Es que no es lo mismo: el detalle es importante. Decir que Picasso se apropió induce a pensar en plagio, en usurpación… Picasso, como el resto de los pintores cubistas y como el resto de las vanguardias que se alternaban a principios del siglo XX, fue seducido por la simplificación de las formas y por la paleta de las culturas lejanas. Pero Picasso ha caído en desgracia: algunos han decidido estigmatizarlo por machista).
El género de las marinas es presentado como ejemplo de armas invasivas, imprescindibles para la ocupación de tierras remotas y para la trata trasatlántica. Y es cierto que sin las flotas no hubiese sido posible el avance colonizador, como cierto es que el tráfico de seres humanos, de África a América, hubiese sido imposible sin los llamados «barcos negreros». También es cierto que la trata de esclavos es uno de los hechos más aberrantes de la historia.
Vista de un puerto tropical, Ambroise-Louis Garneray, óleo sobre tabla, 1817.
(El género de las marinas tuvo su momento de esplendor entre los siglos XVIII y XIX —el Romanticismo le dio protagonismo a los temas del mar—. ¿Aquí qué observo? Una estampa que no sólo muestra tipos de navíos de la época, sino que provoca sensaciones en el espectador: es una naturaleza humanizada, donde el mar aparenta calma, aunque es advertencia el movimiento de olas).
El género de las marinas merece una interpretación más amplia. Las embarcaciones ofrecieron grandes oportunidades comerciales, de las que también se beneficiaron las tierras conquistadas. Y fueron protagonistas de un nuevo patrimonio cultural, que añadió riqueza y favoreció las cotidianidades de ambas orillas. En una de esas naves, por ejemplo, llegó la primera imprenta a México, imprescindible para la alfabetización masiva.
Decolonizar la mirada se olvida de que el arte es ficción y que, por tanto, es la imaginación quien reinterpreta el mundo. El arte no tiene compromiso con la realidad objetiva: ese es papel de la historia. Al querer orillar esta verdad, exigiendo a las obras que muestren lo que no cuentan, desparece el concepto unificador de la muestra. Es decepcionante, porque los cuadros pierden su luz.
Las cataratas de San Antonio, Albert Bierstadt, óleo sobre lienzo, h. 1880-1887.
(¿Qué veo? Un europeo contemplando el imponente paisaje: el hombre retado por el universo. ¿Qué ven los organizadores de la muestra? Un ejemplo de «apropiación y evangelización de los lugares colonizados», porque en esa época las cataratas daban servicio a la industria y el sitio cambió de nombre: pasó de llamarse Owámniyomni a Cataratas de San Antonio. Estas son razones transportables a cualquier parte del tiempo y del mundo).
Me pregunto: ¿por qué tiene connotación peyorativa el que Curving Bay pintara en La cala a la mujer como saliendo de la naturaleza? ¡Es que somos parte de la naturaleza! Dice la tarjeta explicativa que el autor «sitúa todas las formas de vida en un mismo estrato». Pues…, ¡qué belleza la explosión de colores que alegra a las angulosas bañistas! Me apunto a esta escena de liberación espiritual.
La cala, Ernst Ludwig Kirchner, óleo sobre lienzo, h. 1914.
(¿Qué observo yo? La sintonía de las figuras con su entorno natural. ¿Qué dice la leyenda que acompaña al cuadro? Pues se inicia así: «Dando continuidad al imaginario colonial y patriarcal, el expresionismo alemán de comienzos del siglo XX hizo suya la asociación del desnudo femenino con la naturaleza y lo ‘primitivo’ (por contraposición a lo masculino como símbolo de cultura y de civilización)». Me quedo ojiplática, la verdad).
Paul Gauguin pinta Idas y venidas y resulta que para los organizadores las figuras femeninas están ahí para decorar la escena. Hay un grupo que está sentado en el césped, pero las puestas para decorar el hermoso lienzo son, precisamente, las mujeres que cargan cestas, que van con la carga a cuestas. Hay que currárselo un poquito más: la mayoría de las personas que acudimos a los museos ya tenemos callo.
Idas y venidas, Martinica, Paul Gauguin, óleo sobre lienzo, 1887.
Hay una serie de cuadros modernos que hablan de asuntos de actualidad y que dan voz a colectivos hasta hace poco silenciados. Hay en Decolonizar la mirada una interesante obra que denuncia la extracción abusiva de materia prima en Colombia.
Y yo me pregunto, ¿qué tiene que ver el expolio actual de materias primas con la conquista y la colonización de América? ¿Colombia no tiene un Estado propio? Si sufre una explotación indiscriminada de sus recursos naturales, ¿no será responsabilidad del gobierno y de sus votantes?
Ah, pero de China y de su insaciable voracidad por las materias primas del tercer mundo, tan necesarias para su agresivo plan de colonización mundial a través de mercancías baratas, ni mu.
Cóndores sin vida, Nohemí Pérez, carboncillo y bordado sobre lienzo, 2022.
Y ni mu de las hambrunas que padecen no pocas poblaciones en África, continente rico en diamantes y en recursos necesarios a la industria del primer mundo —la República Democrática del Congo, por ejemplo, es el país con la mayor reserva de coltán, el oro de los móviles—. El pueblo cubano vive en la más absoluta pobreza e indefensión, mientras su corrupto gobierno se enriquece expoliando los frutos de la tierra; pero de esto… ni mu.
El mestizaje es explicado por los organizadores de Decolonizar la mirada como el resultado de violaciones sexuales. Nadie niega que las aborígenes sufrieran violencia sexual —también las europeas eran abusadas, por cierto—. Nadie niega que esta realidad debe ser visualizada y condenada. Pero no fueron los embarazos forzosos los únicos responsables de, por ejemplo, los nuevos descendientes de América: los criollos.
Mercado de ropa, Agostino Brunias, óleo sobre lienzo, h. 1775.
(Al artista se le reprocha intencionalidad en el tratamiento idealizado de la escena. Pero… si es un cuadro que nos regala un trocito de aquel mundo; pero si la leyenda que acompaña al cuadro reconoce que el pintor creó una familia con una caribeña. Este óleo es una linda estampa antillana, que desprende luz, color y movimiento. Es un muestrario de razas —caribeños, africanos y europeos—, de clases sociales, de viviendas, de trajes… Es información visual de una época).
En Decolonizar la mirada no hay mención alguna a la Ley de matrimonios mixtos, que fue aprobada el 14 de enero de 1514 por el regente del Reino de España, Fernando el Católico. La Ley de matrimonios mixtos autorizó los esponsales entre indios y españolas y entre indias y españoles —los matrimonios eran registrados por la Iglesia Católica—. Y me pregunto: ¿por qué no dedicar un trocito de pared a un acontecimiento que otorgó a los nativos derechos sobre su hacienda, por ejemplo?
¿Por qué no mostrar el brío de las mujeres europeas que acompañaron a sus maridos en la conquista de América? Mujeres que sufrieron largos viajes en embarcaciones donde sólo abundaban enfermedades y promiscuidades. Mujeres que poblaron territorios vírgenes y que fueron ejecutoras de una nueva sociedad colonial, donde no faltaron colegios, auspicios para pobres, hospitales…, progresos sociales que hubiesen sido imposibles de gestionar sin ellas.
De español y mestiza, castiza, Miguel Cabrera, óleo sobre lienzo, 1763.
(Este óleo pertenece al Museo de América y no está presente en la exposición. Lo añado porque podían haber pedido prestado algún cuadro de pintura de castas. En la pintura de castas se aprecia el sincretismo cultural y la riqueza del mestizaje étnico).
¿Por qué en Decolonizar la mirada no hay un espacio dedicado a la rica fusión de culturas que se produjo?
¿Y por qué se presenta al afroamericano actual como desgajado de sus raíces? El afroamericano actual es, como todos los norteamericanos, fruto de la relación de culturas distintas: de la africana —originaria y heterogénea—, de la india —nativa—, de la europea —blanca— y de las que llegaron después —judíos, árabes, latinoamericanos, chinos…—. El afroamericano actual tiene sentido de pertenencia: es norteamericano, con rasgos propios. ¿Qué es compleja su identidad? Sí, como la de todos los seres humanos, que nos debemos los unos a los otros lo que hoy somos. Así se ha construido la historia de las civilizaciones.
En nuestro ADN llevamos lo que el conquistador europeo conservó de aquellos que los colonizaron —vikingos, suevos, alanos, visigodos, celtas, romanos, griegos…—. Repito: somos lo que pasó.
The New Negro Escapist Social and Athletic Club (Beso), Rashid Johnson, gelatina de plata, 2011.
(«La doble exposición fotográfica remite a la experiencia común de los afroestadounidenses de transitar entre dos identidades, dice el catálogo).
Para mí los museos son espacios donde reinan mentes que tuvieron dones extraordinarios que les permitieron narrar, mediante imágenes visuales, las penas, las glorias y las aspiraciones de sus sociedades. Por eso, cuando me venden una exposición con un tema tan atractivo y salgo con la sensación de que he sufrido «el timo de la estampita», porque lo único relevante de la muestra es su interés partidista, porque una mirada moderna no justifica alterar el sentido que el autor da a su obra, me veo en la obligación de contarlo.
América sin fronteras, Sandra Vásquez de la Horra, grafito y acuarelas sobre hojas de papel bañadas en cera de abejas, 2016.
(Pienso que esta pieza es la que mejor representa la historia de la civilización, que es la historia de las conquistas y de las colonizaciones).
A las obras no contemporáneas se les imputa, como he señalado antes, una «visión idealizada» de la realidad. Dice el catálogo que la intención de la exposición es la de invitarnos a pensar desde una «perspectiva crítica». Sin embargo, tengo que preguntarme, al no haberse establecido un diálogo entre las venturas y las desdichas del tema sobre el que gravita la muestra, si, realmente, es posible una justa interpretación.
Amigos, si en algo es interesante Decolonizar la mirada es por ser ejemplo de manipulación ideológica; manipulación que en el universo cultural actual sustituye los ismos —estéticas— por conceptos plurales y revisionistas que desdeñan la magia creativa y el asombro; incluso la belleza parece estar encerrada en el castillo de Drácula.
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