EL GATO HAMBRIENTO

«Aquel que tú lloras por muerto no ha hecho más que precederte.»
Séneca

El color de los ojos le cambia según el iris recibe la luz. Ahora, al mirar hacia la izquierda, se han vuelto de un verde oliva. Pero ha girado la cabeza hacia la derecha, el sol le ha dado de lleno en la cara y sus ojos son azul lila.

(El gato ha llegado y se ha posado en el vano de la ventana. Está inquieto. Tiene en el rostro la expresión del que busca lo que ha perdido. Mira hacia adentro de la cantina, mueve el cuello, las orejas delatan su tensión.)

El gato espera. No percibe la presencia que busca. Alguien, que se encuentra en el bar, sale. Deja al lado del animal carne de jamón del diablo y luego regresa a su aguardiente de caña. El gato agacha la cabeza y se pone a comer. Un cartel pegado en el cristal de la ventana, donde el gato se relame, informa: el carretillero Don Corojo del Tallo Fino ha muerto. Al lado del nombre del difunto, patrón del micho, un lazo negro. 

—¡Tranque! —grita uno en la taberna.

Un perdedor carraspea incómodo y ordena: —¡Reparte!

El gato se lanza desde el bordillo a la acera. Marcha satisfecho.

—Evaristo, sirve otra ronda, pero que no sea Galeón —pide el repartidor de fichas. Todos ríen. Comienza una nueva partida de dominó. Don Corojo del Tallo Fino descansa en paz.

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