DISNEY. EL ARTE DE CONTAR HISTORIAS
«Si no sois como niños no entraréis en el Reino celestial».
Gogol
El sastrecillo valiente, esbozo, lápiz de color y mina de grafito sobre papel, 1938.
Relatos que han atravesado siglos, galopando de oído en oído, llevando a nuevos tiempos creencias populares… ¡gracias a los cuentacuentos!
Fábulas, moralejas y leyendas protagonizadas por dioses, reyes, duendes, troles, hechiceras sabedoras de ungüentos maléficos, mujeres con alas de mariposa, niños traviesos, animales parlanchines, sirenas tuneadas con lentejuelas, brujas acompañadas de cuervos, princesas desmayadas por largo tiempo, soldaditos de plomo con corazones tiernos…
Relatos, fábulas, leyendas, mitos que forman parte de los cuentos que se han ganado el honor de apellidarse clásicos. A estas historias, nacidas en tiempos antiguos, Walt Disney les puso imágenes y sonidos.
Merlín El Encantador, capa de acetato y mina de grafito y tinta sobre papel, 1963.
(Estudio para la dirección de arte).
Las narraciones orales medievales, que han sido recogidas en diferentes libros y que cuentan con variadas versiones, dieron inicio a un extenso catálogo de cartones animados (anima-alma).
La empresa responsable de otorgar imagen y sonido a los relatos salvados del olvido, cuyas historias suceden en bosques, cabañas, lagos y fondos de mares imaginados, fue registrada en 1923 bajo el nombre The Walt Disney Company. Han pasado más de ochenta años desde que Walt Disney (1901-1966) y Roy Oliver Disney (1893-1971) fundaran la compañía de medios de comunicación y de entretenimiento más grande del mundo.
La sirenita, esbozo, lápiz de color sobre papel, 1989.
CaixaForum Madrid ha estrenado la exposición Disney. El arte de contar historias. La muestra agrupa dibujos, cartones animados, fragmentos de las notas de producción, guiones, tall tales (narraciones del folklore norteamericano) y otras muchas sorpresas más.
CaixaForum nos ofrece un recorrido que abarca toda la producción de la compañía, desde sus inicios hasta la actualidad. La exposición es amena, divertida, instructiva y para el visitante, cuya infancia está en deuda con los cortos de Disney, resulta realmente conmovedora.
Hércules, aguada, tinta y lápiz graso sobre papel, 1997.
(Estudio para la dirección de arte).
¿Cómo creó magia Walt Disney? Primero que nada rodeándose de estupendos dibujantes y técnicos. Luego, elaborando una estrategia para llevar a la pantalla los guiones basados en mitos y fábulas.
Los parlamentos cortos, el lenguaje sencillo, la línea marcada de la silueta, el otorgamiento de palabra y reflexión a animales y a objetos inanimados —humanización—, la sincronización exacta de imagen y sonido, el humor, la sinestesia —efectos que nos hacen sentir que oímos colores, vemos sonidos, sentimos sabores— y la dulcificación de las escenas más crudas de las narraciones clásicas —el lobo de los Tres cerditos, por ejemplo, no se quema del todo, como sucede en la versión original. El lobo sólo se chamusca el trasero— son características de los cartones de Walt Disney. Los cortometrajes que nos hicieron, nos hacen y nos harán fantasear.
Lo mejor de Donald, fotostato y tinta sobre papel, 1938.
(Hoja de personaje).
Soy admiradora de las pelis antiguas de Disney. Tuve la suerte de que el gobierno cubano demorara un tiempo en incluirlas en el apartado de diversionismo ideológico, sitio a donde manda todo aquello que muestra un mundo distinto a la sociedad triste que ha construido.
Tuve suerte de poder acudir cada fin de semana al Cinecito y al Pionero, las dos salas que exhibían películas para niños. Estos cines los cerraron cuando yo tendría unos siete años. Pero, para entonces, los personajes de Disney danzaban solos en mi cabeza. Así que no los eché de menos cuando los censuraron. Lo que sí eché en falta fueron las bolsitas de celofán rellenas de Besitos de novia, unos chocolates diminutos que desaparecieron junto con los cartones. Pero volvamos al mundo disneyano.
Robin Hood, reproducción del original, rotulador y tinta sobre papel, 1973.
(Estudio para la dirección de arte).
Regresemos al universo donde la fantasía goza de absoluta libertad y donde no existen obstáculos para engancharnos a lo que nos sugieren los cortometrajes, pues hay un código que conecta la ficción con la realidad: los códigos gestuales. Las figuras dibujadas asumen en la pantalla infinidad de formas exageradas —se alargan, se encogen, se retuercen…—. Sin embargo, entendemos lo que nos transmiten, pues la gestualidad de animales, plantas y objetos es… ¡humana! La distorsión es un recurso para provocar comicidad.
Risa, otro elemento a tener en cuenta. Nos reímos porque los dibujos conectan con nuestro subconsciente. Nos reímos, en definitiva, de nosotros mismos. Los dibujos despiertan emoción y empatía. En la pantalla no sólo vemos reflejadas situaciones cotidianas, también aparecen nuestras conductas—la hormiga laboriosa, el grillo engreído, la rana algo tonta, el zorro valiente, el lobo taimado, el pato travieso…
¡Ah…!, pero falta algo más para que el encantamiento pueda darse. ¡Falta la música!
Los tres cerditos, fotostato sobre papel, 1933.
(Hoja de personaje).
Y Walt Disney lo sabía. La Bella Durmiente (1959) danza con su príncipe y sentimos, gracias a la música, cómo su traje va cambiando de color. Y notamos la ligereza de los movimientos de los enamorados que bailan Eres tú el príncipe azul —siempre que escucho la música que Tchaikowsky escribió para el ballet de La Bella Durmiente recuerdo la escena de la película realizada por Disney. Por cierto, fue el último largometraje que se hizo, enteramente, a mano.
El sonido y la imagen ayudan a crear movimiento. De ahí la preocupación porque imagen y sonido tuvieran una correspondencia exacta. Pura artesanía la que apreciamos en los cartones de los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Más tarde, la tecnología fue sustituyendo el trabajo manual y enfriando la pasión de las primeros cortos —las películas de la factoría van adaptándose al gusto de cada generación—. Sin embargo, aunque la era digital haya bajado la intensidad del éxtasis que provocaban las cintas de antaño, el matrimonio de sonido e imagen se mantiene indisoluble. ¿Por qué? Pues porque ese enlace es imprescindible para el «efecto Disney»: el animismo.
El saltamontes y las hormigas, lápiz de color sobre papel, 1934.
(Estudio para la dirección de arte).
Dice el diccionario sobre el animismo: «Creencia que atribuye a todos los seres, objetos y fenómenos de la naturaleza un alma o principio vital». En la cultura primitiva, la que da inicio a la literatura oral, se pensaba que todo lo que se encontraba en la tierra compartía cualidades con los seres humanos. Mientras más viajamos a los orígenes de la vida humana, más vínculos encontramos entre el hombre y el animal, más ejemplos de cómo el hombre creía que compartía energía con todo lo que lo rodeaba.
Los cuentos clásicos que Walt Disney llevó a la gran pantalla están recogidos en las antologías de los hermanos Grimm, quienes recrearon en papel las narraciones orales del medievo. También Disney se inspiró en los cuentos de Andersen. Todos ellos comparten una misma condición: el animismo.
¡He vuelto a la infancia! Me he reencontrado con protagonistas que no he olvidado. He vuelto a ver al pez rallado del Circo Acuático, al rey Midas, a los tres cerditos, a Blancanieves, la bruja y los siete enanitos. He vuelto a contactar con el sastrecillo valiente, con la liebre y la tortuga, con el flautista de Hamelín, con Hércules, con Mickey Mouse… Y he descubierto que siguen vivos, que siguen emocionándome, como cuando hace muchos años mi madre y mi abuelo Manolo me los presentaron en el Pionero y en el Cinecito.
A continuación, y antes de poner fin a esta reseña, que escribo con tanta ilusión, voy a dejarles tres cartones animados. Mi elección incluye: Casa embrujada (1929), Flores y árboles (1932) y Canción del sur (1946).
En Casa embrujada —¡qué miedo pasaba viendo la cinta!— podrás apreciar cómo, desde el inicio, Walt Disney tuvo clara la estrategia de sincronizar imagen y sonido. Flores y árboles es la primera animación a color, gracias al sistema a tres bandas (Technicolor). Flores y árboles obtuvo el Oscar al mejor cortometraje de animación.
Y Canción del Sur es el primer largometraje donde conviven secuencias animadas con imágenes reales. De Canción del sur elijo, porque la película es larga, la escena en la que se interpreta ¿Cómo estás tú?, tema que ha sido retirado del mercado por la compañía Disney, pues ha recibido críticas por «racista». Ideologías al margen, el largometraje tiene, por su innovación técnica, valor documental. Y tiene valor sentimental, pues ¿quién no recuerda al Hermano Conejo cantando Cómo estás tú?
Amigos, apaguen los móviles, que empieza la función.
CASA EMBRUJADA (1929).
FLORES Y ÁRBOLES (1932).
CANCIÓN DEL SUR (1946).
ESCENA DONDE SE INTERPRETA ¿CÓMO ESTÁS TÚ?
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