APENAS DOS MINUTOS

A mis padres, Manuel y Ofelia.

I

¿Qué se necesita para evocar el pasado? ¿Un sueño? ¿El perfume hipnotizador de jazmines florecidos? ¿Un atardecer que presenta a una noche fresca? ¿El zumbar de las avispas, la manifestación de dicha porque es primavera y al fin pueden aguijonear los pétalos vírgenes de las rosaledas?

Había jazmines y rosas esperando el anochecer, las adelfas trajeaban la tapia del fondo y la brisa jugaba con su falda de muselina.

Se había sentado en el banco de piedra, el antiguo coliseo donde ansiosos ciempiés habían competido contra testarudas  babosas. Sobre su cabeza, protegiéndola de un chaparrón de primavera, planeaba el balcón de antaño, el del antiguo patrón del jardín, el poeta autorizado, que les había regalado, a sus amigos y a ella —en tapas duras, fresado y con un papel satinado— Por el mar de las Antillas anda un barco de papel.

II

(Ha comenzado a soñar, a evocar tiempos lejanos.)

—¡Oh!, tú, que me empujas al pasado! ¿Cómo me comporto? ¿Qué hago? Ya he olvidado jugar, apenas recuerdo los cantos que me acunaron… ¡¿Qué hago?!

—No hables, no dejes que el timbre ronco de tu voz ahuyente las notas de otros tiempos. Yo me encargaré de que el zunzuncito y el ruiseñor no trinen. Es necesario el Silencio —respondió el Tiempo, y añadió con voz de trueno—: Cumple este requisito si deseas poner movimiento a las imágenes refugiadas en tu álbum.

Ella cumple el mandato porque quiere volver a ver a sus padres cogiéndole de la mano, escuchar las voces de sus tan antagónicos abuelos, y aspira a jugar, nuevamente, con su hermana de sonrisa de dientes separados. Quiere verse correr, pelearse con Pucha por un mango, quiere verse disfrazada de hada zapatera en el país donde las madres dan lo que no tienen por un calzado.

Una corriente de aire la vuelve trompo. Después la eleva. Más tarde la hace navegar en un mar de placenta azul. Luego danza y le pide que su cabeza se corone con una tiara de cartón y pirulíes de fresa.

Y va hundiendo sus raíces en el Sueño.

—Ese es el archivo que guarda tu ayer. Tienes apenas dos minutos escasos para encontrarte con él —informa el Tiempo a su Yo dormido.

Entonces cae sobre su piel —le dicen que para proteger de sus dedos las fechas desvanecidas— un fino polvo de alas de mariposa que va envolviendo su figura en una delicada gasa.

Y aparecen los cuervos de astutos picos abriendo los candados oxidados del archivo que lleva su nombre y sus apellidos. Uno de ellos, el ave más fuerte, se inclina hacia ella, le hace una reverencia, grazna y le entrega su pasado.

—Sólo dos minutos —recuerda el Tiempo dándose la vuelta, ocultándose tras una cortina negra.

La perra Tomasa ladra a su lado. El balcón del poeta levita sobre su cabeza.

Ella está sentada en el banco de piedra y las piernas le cuelgan.

Nota: Relato publicado en «Linden Lane Magazine», verano, 2020.

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