EDGAR ALLAN POE. POEMAS
Un claro ejemplo de que lo feo y lo bello son brotes de una misma rama, de que no existe belleza que no tenga su lado sucio, de esta singularidad, de esta dualidad que se resuelve con el fallo del lector, lo encontramos en la prosa y en la poesía de Edgar Allan Poe (1809-1849).
Sobre la vida y la obra del escritor hay muchos ensayos escritos; pero, en mi opinión, hay dos textos que destacan por lo que cuentan y por cómo lo cuentan.
El primero es el prólogo de Rubén Darío (1867-1916), publicado en El mundo de los sueños (dificilillo de encontrar). El segundo, y más importante, es el ensayo de Charles Baudelaire (1821-1867), recogido en Poemas, el libro que propongo hoy —Baudelaire dedicó veinte años a traducir la obra del americano.
Ambos ensayos comparten las mismas reflexiones sobre el escritor más importante del Romanticismo que tuvo Estados Unidos. Para los dos poetas, ese hombre crédulo, incomprendido, elegante y deportista, fue un desventurado —«¡desafortunado!» lo llamó el autor de Las flores del mal.
La fatalidad se instaló pronto en la vida de Poe; niño huérfano y adoptado que descubrió temprano las cualidades anestésicas del alcohol y las desgracias que impone la pobreza.
Pero para Darío y Baudelaire no fueron la orfandad, el alcohol y la miseria las peores desdichas de Edgar Allan Poe; lo peor fue el haber nacido en un país demasiado moderno y vulgar para una mente brillante y aristocrática como fue la suya; mente que se revela y reluce a través de su tempestuosa obra, donde todos los personajes son, al decir de Baudelaire, «Poe mismo».
Charles Baudelaire así lo refleja:
«Los Estados Unidos fueron para Poe una vasta cárcel, que él recorría con la agitación febril de un ser creado para respirar en un mundo más elevado que el de una barbarie alumbrada con gas, y que su vida interior, espiritual, de poeta, o incluso de borracho, no era más que un esfuerzo perpetuo para huir de la influencia de una atmósfera antipática.»
Y así lo expresa Rubén Darío:
«Nacido en un país de vida práctica y material, la influencia del medio obra en él al contrario. De un país de cálculo brota imaginación tan estupenda. El don mitológico parece nacer en él por lejano atavismo, y se ve en su poesía un claro rayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepasados.
»El noble abolengo de Poe; ciertamente, no interesa sino a ‘aquellos que tienen gusto de averiguar los efectos producidos por el país y el linaje en las peculiaridades mentales y constitucionales de los hombres de genio’, según las palabras de la noble Sra. Whitman.
»Sábese que en el linaje del poeta hubo un bravo sir Rogerio, que batalló en compañía de Strongbow, un osado, sir Arnoldo, que defendió a una lady, acusada de bruja; una mujer heroica y viril, la célebre Condesa del tiempo de Cromwell; y pasado sobre enredos genealógicos antiguos, un General de los Estados Unidos, su abuelo.
»Después de todo, ese ser trágico, de historia tan extraña y romancesca, dio su primer vagido entre las coronas marchitas de una comedianta, la cual le dio vida bajo el imperio del más ardiente amor. La pobre artista había quedado huérfana desde muy tierna edad. Amaba el teatro, era inteligente y bella, y de esa dulce gracia nació el pálido y melancólico visionario que dio al arte un mundo nuevo.»
Las poesías que dejo a continuación están recogidas en Poemas, volumen publicado por la editorial Weston. La edición incluye el texto de Charles Baudelaire sobre la poesía de Edgar Allan Poe y las ilustraciones que William Heath Robinson hizo, en 1900, para la editorial inglesa George Bell & Sons y para la editorial norteamericana The Macmillan Co. Los poemas han sido traducidos por Alberto Lasplaces, Carlos Arturo Torres y Juan Antonio Pérez Bonalde.
En un castillo romántico, situado en lo alto de un risco, madreselvas ocultan ventanucos irregulares. Un extraño te ha invitado a una velada. La tarjeta que te convoca informa que debes pronunciar «¡Sí, quiero!» para que tenga efecto la magia. Lo haces y, en un pispás, te encuentras en la explanada de una fortaleza atormentada por los rugidos del mar. Frente al portón, corroído por el tiempo, comprendes que no estás a punto de entrar en un castillo de hadas —hay brumas—. Un cuervo negro, posado en una rama seca, acecha. Mueve sus nerviosos ojos de azabache y espera con impaciencia tu entrada —es el mayordomo de Poe—. Ya no hay marcha atrás, pues tiene el cuervo guardián, en lo suyo, tanto talento como su amo escribiendo.
La visita comienza por la habitación del péndulo, donde un cartel avisa que lo oculto paraliza la rutina.
«¿Hasta nuestro último empeño / es sólo un sueño dentro de un sueño?» Esta es la pregunta que debes responder a la salida… si quieres que te dejen marchar.
POEMAS
LA ESTRELLA DE LA TARDE (1827)
Era en el corazón del verano y en medio de
la noche. Las estrellas marchando en sus órbitas
brillaban con un pálido resplandor a través
de la luz más viva de la fría luna, mientras que
ésta, rodeada de los planetas, sus esclavos,
lanzaba desde lo alto de los cielos, sus rayos
sobre las olas.
Yo contemplaba su triste sonrisa, demasiado
fría, demasiado fría para mí. Una nube oscura
vino a pasar, semejante a un sudario, y fue
entonces que me volví hacia ti, Estrella del
Sur, orgullosa en tu gloria lejana. Y ahora
me será más querida tu luz, porque lo que me
traes de más magnificente a través del cielo
nocturno, es la alegría de mi corazón, y yo prefiero
tu discreto y lejano resplandor a esa llama
cercana pero más fría!
UN SUEÑO (1827)
¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
antes de partir, confieso
que acertaste si creías
que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
que la esperanza se acabe
de noche o a pleno sol,
con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño.
Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh, Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh, Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!
¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?
A LA SEÑORITA * (1829)
¿Qué me importa si mi suerte terrestre no
encierra en mí mismo más que una pequeña
cosa de esta tierra? ¿Qué me importa si años
de amor son olvidados en un momento de odio?
No lloro en forma alguna porque los desolados
sean más dichosos que yo, pequeña, sino
porque veo que os afligís por el destino de éste
que no es sino un transeúnte sobre la tierra…
A LA SEÑORITA** (1829)
Las umbrías bajo las cuales veo, en mis sueños,
los más traviesos pájaros cantores, son
labios; y toda la melodía de tu voz no es hecha
sino por palabras creadas por tus labios.
De tus ojos, engastados en el santuario celeste
de tu corazón, caen las miradas desoladas
ahora, ¡oh, Dios!, sobre mi espíritu fúnebre,
como la luz de una estrella sobre un sudario.
¡Tu corazón, tu corazón! Me despierto y
suspiro y vuelvo a dormirme para ensoñar
hasta el día de la verdad, que el oro —capaz de
tantas locuras— no podrá jamás comprar.
EL GUSANO VENCEDOR (1838)
¡Ved!; es noche de gala en estos últimos
años solitarios. Una multitud de ángeles alados,
adornados con velos y anegados en lágrimas,
se halla reunida en un teatro para contemplar
un drama de esperanzas y de temores mientras
la orquesta suspira por intervalos la música de
las esferas.
Actores creados a la imagen del Altísimo,
murmuran en voz baja y saltan de un lado al
otro; pobres fantoches que van y vienen a órdenes
de vastas creaturas informes que cambian
la decoración a su capricho, sacudiendo con sus
alas de cóndor a la invisible desgracia.
Este drama abigarrado—estad seguro que
no será olvidado,—con su fantasma perseguido
siempre por una muchedumbre que no puede
atraparlo, en un círculo que gira siempre sobre
sí mismo y vuelve sin cesar al mismo punto;
ese drama en el cual forman el alma de la intriga
mucha locura y todavía más pecado y horror!….
Pero ved, a través de la bulla de los actores
como una forma rampante hace su entrada!
Una cosa roja, color sanguinolento viene retorciéndose
de la parte solitaria de la escena.
¡Cómo se retuerce! Con mortales angustias
los actores constituyen su presa, y los ángeles
sollozan viendo esas mandíbulas de gusano
teñirse en sangre humana.
Todas las luces se apagan, todas, todas.
Sobre cada forma todavía tiritante, el telón,
como un paño mortuorio, desciende con un ruido
de tempestad. Y los ángeles, todos pálidos
y macilentos se levantan y cubriéndose afirman
que ese drama es una tragedia que se
llama «El Hombre» de la cual el héroe es el
Gusano Vencedor….!
EL DORADO (1849)
Brillantemente ataviado, un galante caballero,
viajó largo tiempo al sol y a la sombra,
cantando su canción, a la busca del El Dorado.
Pero llegó a viejo, el animoso caballero, y
sobre su corazón cayó la noche porque en ninguna
parte encontró la tierra del El Dorado.
Y al fin, cuando le faltaron las fuerzas, pudo
hallar una sombra peregrina: —Sombra —le
preguntó—, ¿dónde podría estar esa tierra del
El Dorado?
—Más allá de las montañas de la Luna, en
el fondo del valle de las sombras; cabalgad,
cabalgad sin descanso —respondió la sombra— si
buscáis El Dorado…
ISRAFEL (1849)
En el Cielo mora un espíritu,
cuyas cuerdas del corazón son un laúd;
ninguno canta mejor, ni con tal frenesí
como el ángel Israfel,
y las estrellas vertiginosas,
así lo afirma la leyenda,
deteniendo sus himnos,
escuchan el encantamiento de su voz,
todas en silencio.
Dudando en lo alto de su meridiano,
la luna apasionada se sonroja de amor,
mientras, para oírle, el mismo rayo
(y con él las veloces Pléyades)
se detienen en el cielo.
Y dicen que el fervor de Israfel
se debe al sortilegio de su lira,
al trémulo alambre vivo de sus cuerdas;
donde los pensamientos profundos son un deber,
donde el Amor es un Dios ya anciano,
donde los ojos de las huríes
brillan con la adorada belleza de los astros.
Tienes razón, Israfel,
en despreciar todo canto que no sea apasionado.
¡A ti los laureles, bardo el mejor
y el más sabio!
¡Larga y gozosa vida para ti!
Los altos éxtasis caen con las ardientes notas,
con tu dolor, tu alegría, tu odio, tu amor,
el fervor de tu laúd.
¿Qué hay de extraño en que las estrellas
eternas permanezcan mudas?
Sí, tuyo es el Cielo,
pero este es un mundo de dulce amargura,
nuestras flores son sólo flores,
y la sombra de tu inmensa beatitud
es la luz de nuestro sol.
Si yo pudiese habitar en el reino de Israfel,
y él en donde yo habito,
no podría el ángel cantar una melodía terrenal,
mientras yo, en cambio, podría lanzar al firmamento
un nota más plena que esta triste canción
que brota de mi lira.
ENTRADAS RELACIONADAS
Las flores del mal (Charles Baudelaire).
John Donne. Poemas metafísicos.
Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Primera Parte.
Arthur Rimbaud, Anselm Kiefer y un solo poema: El durmiente del valle (Le Dormeur du val).
Cuentos del Lejano Oeste (Bret Harte).
Pintores hechizados por el Lejano Oeste: Thomas Cole, Albert Bierstadt, Karl Bodmer, George Catlin.
El vampiro en la historia del arte y de la literatura.
La máscara robada (Wilkie Collins).
«En la niebla» (Richard Harding Davis).
>No veía yo a Allan Poe haciendo poemas, pero mira cada día aprendes una cosa más, es muy bueno.
Como siempre, me ha gustado mucho tu acertado artículo sobre Poe. Yo soy uno de los que evita leer las introducciones y no conocía las de Baudelaire y Rubén Darío sobre este magnífico autor. Gracias por haberme hecho recapacitar sobre nuevas (para mí) fuentes de riqueza literaria. Mis felicitaciones.