EL CUMPLEAÑOS DE CARAMELO

«Una buena amistad requiere del conocimiento del otro».

Mi gatita Caramelo.

 

La historia que voy a contarte, pequeño lector, sucedió en la época en que los árboles despiertan y las avecillas cantan de alegría porque los días se hacen cada vez más largos.

El último sábado del inicio de la primavera, la gatita Caramelo se fue a la cama sin esperar a la luna, pues el domingo tenía muchas cosas que hacer antes de que llegara la hora de comer.

Caramelo vivía con su abuela Cuca, que era conocida en toda la región por sus sardinas en salazón y sus recetas de cocina.

—Caramelo, acaba de amanecer y estás aseada, vestida y desayunada y… ¡no he tenido que sugerirte nada! —dijo, sorprendida, la abuela a su nieta.

—Es que hoy cumplo años, nana, y he invitado a mis amigos Andrés y Rogelio a que vengan a comer conmigo.

—¡¿Los ratoncitos que viven en el desván?! ¿El marrón oscuro y el blanquito? —quiso saber la anciana.

—Sí, sí, ellos mismos, aunque ahora uno viste de verde y otro de amarillo —respondió Caramelo, y sus pupilas se pusieron como semillitas de lino—. ¡Voy a preparar un festín, abuela! Tengo que ser la primera en llegar a la pescadería de Don Ortiz y por eso me he levantado sin que tú me hayas llamado.

—¿A la pescadería? Mi niña, si a los ratones no les gusta…

Pero antes de que la abuela Cuca terminara la frase, la gatita había desaparecido por la ventana.

—Buenos días, Don Ortiz.

—Buenos días, muchachita. Muy temprano te envía tu abuela hoy, Caramelo.

—Oh, no, Don Ortiz, hoy soy yo la que cocina. Mis amigos ratoncitos vienen a casa a celebrar mi cumpleaños y…

—¡Vaya, vaya, qué interesante! —dijo, pensativo, el pescadero, un gato cuyos bigotes apuntaban al cielo—. ¿Así que ratones, no?

—Andrés y Rogelio son muuuy, pero que muuuy amigos míos —aclaró Caramelo, quien había advertido un cambio en el tono de las palabras de Don Ortiz.

—No, no, no, gatita, no me interpretes mal. Desde que compré este negocio mi familia y yo nos alimentamos del mar.

—Ah, perdone usted, es que me pareció interesado en ellos y pensé que, quizás, quería servirlos en un plato.

—Jajaja, no, ya no preparamos ese tipo de manjar —contestó el pescadero—. Caramelo, en serio, ¿has pensado bien el menú que ofrecerás? ¿No crees que es al comercio del señor Manchego donde debes ir a comprar?

—Oh, Don Ortiz, el menú está pensado ¡y, de antemano, saboreado! ¿Qué se le ha perdido a un gato en una tienda de quesos? Tampoco yo cazo ratones… Despácheme, por favor, que debo regresar ligera.

Y llegó la hora de la comida. La mesa estaba servida. Sobre un mantel blanco, bordado con pajaritos, reposaban estos platos: pudin de cabracho, guiso de aletas de tiburón, croquetas de bacalao, tiritas finas de salmón ahumado, mejillones al vapor, sardinillas en salazón y un pastel de rodaballo.

Caramelo esperaba impaciente la llegada de sus amigos. Pero, cuando Andrés y Rogelio bajaron las escaleras y se encontraron con el menú no supieron qué decir. La gatita, cuyos ojillos brillaban de emoción, esperaba una gran exclamación. No comprendía qué sucedía, por qué sus amigos enmudecían ante platos tan apetitosos.

«¡Tanto trabajo en vano, tanto rato en la cocina!», meditaba afligida. Y es que Caramelo no había pensado en los gustos culinarios de sus invitados. Se había dejado llevar por los caprichos de su paladar.

—¿Se puede? —preguntó el pescadero, que había pasado por la quesería del señor Manchego y se presentaba al banquete con un gran trozo de queso cremoso.

—Pase, pase —respondió cortésmente la abuela Cuca, que salía de la cocina con una fuente de verduritas crudas.

Los ratoncitos, al sentir el olor del queso y ver las tiritas de apios y zanahorias, rieron y se pusieron, veloces, las servilletas a modo de babero.

La comida transcurrió entre conversaciones, risas y cantos, pues cada uno tenía lo que quería.

Y Caramelo comprendió que es necesario prestar atención a los intereses de aquellos a quienes estimamos, pues sólo la intención no basta para atesorar una buena amistad.

Así termina este cuento, como me lo contó el gato bizco te lo cuento.

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