EL DIBUJO DE MI JOSÉ

«La imaginación es más poderosa que cualquier amarra.»

Durante mucho tiempo vivimos en una finca a las afueras de la capital. Fuimos los primeros en llegar a aquel lugar y los últimos en marcharnos. Pero esta no es la historia que quiero contar.

Nuestra finca dio comienzo a un asentamiento gitano. Alrededor de nuestro terreno, rodeándonos, se acomodaron las chabolas. En una de estas pequeñas casas de madera prensada y suelo de tierra vivía José, el mayor de tres hermanos —a día de hoy son ocho—. Sus ojos son grandes y de largas pestañas, su piel morena. Era ágil, listo y conversador. Tenía seis años cuando sucedió esta anécdota.

Por las tardes, al regresar de la librería, solía subir a su casa —su chabola estaba en lo alto del cerro—. Llevaba caramelos para los niños y conversaba un rato con Beatriz, mamá de José y amiga mía.

Una de esas tardes encontré a mi José sentado en su taburete de madera, con la cabeza recostada en una de sus manos mientras la otra mano trazaba, ayudada por un pequeño lápiz, una franja azul.

—¿Qué pintas con tanta dedicación? —le pregunté, mientras me acercaba a la mesa.

—Un cielo. El papa encontró estos lápices en la basura —me dijo todo contento.

—Oye, ¿y si me pintas un caballo blanco? Un caballo como el mío, el que está en la finca.

—No se puede —me contestó.

—¿Por qué no se puede, José? —le pregunté intrigada por la contundencia de su respuesta.

—Pues porque es blanco. Y blanco con blanco: no se puede.

—¿Y si te traigo cartulina negra, lo harías?

—No, porque tampoco se puede. Tampoco se ve: es negra.

—Bueno, mañana hacemos magia —le dije al despedirme.

Al día siguiente fui a una papelería y compré la caja de colores más grande que encontré, acuarelas y muchos papeles. Y compré una cartulina negra. A la tarde, como de costumbre, fui a visitarlos. Llevaba golosinas y el encargo para el niño.

—José, aquí te traigo papeles y colores para tus pinturas. ¡Ah…, y las chuches!

Los hermanos se abalanzaron sobre las golosinas. José clavó su intensa mirada sobre los relucientes lápices, pero cuando abrió la caja de acuarelas su asombro aumentó.

—¡Mama, mama, mira! ¡Mira cuántos colores! ¿Y esto —preguntó, señalando a las tizas— cómo se usa?

—Tendrás que descubrirlo tú—contesté.

Dos días después me tocó a la puerta de casa. Cuando abrí, me dijo:

—Paya, aquí tienes tu encargo.

Y este es el dibujo que me hizo mi gitanillo José.

firma gabriela6

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