EL GATO GARABATO
«Ronronea, que ronroneando mi alma aligeras…».
Serenata, la novia de Garabato, dibujo hecho por mí cuando tendría unos seis o siete años.
Tuve de niña un gato que llamamos Garabato. Era inquieto, antojadizo, ladronzuelo, buscapleitos y callejero. Un día marchó y no volvió. Aunque lo pinté muchas veces sólo conservo el dibujo donde aparece con una pulga agarrada a su lomo.
Garabato regresaba a casa hambriento, con las orejas mordidas, la cola despeluchada y sacudiéndose pulgas y garrapatas. Sigilosamente se acercaba a la cocina y, destapando ollas a cabezazos, robaba la comida.
Garabato, cuando estaba cansado, buscaba cobijo entre las torres de libros que, haciendo equilibrio, se mantenían firmes en el escritorio antiguo de mi padre.
Hay gatos de ritmo lento, como los minuteros, y gatos rápidos, como los segunderos. El nuestro galopaba… ¡persiguiendo lunas! Era un ser libre, que iba y venía sabiéndose querido.
Garabato, dibujo hecho por mí cuando tendría unos seis o siete años.
EL GATO GARABATO
Garabato tiene mucha hidalguía:
proviene de una civilización antigua
y de una familia amante de la poesía.
Garabato hace cosas de gatos:
cuando le apetece, y sólo entonces,
es cariñoso, obediente y manso.
Si le digo: «¡Ven, minino, ven…!»,
posa sus amarillos ojos en los míos
y responde: «¡Miau, miau, miau!».
Echándose como un ovillo,
Garabato no hace caso
y se pone en brazos
del duende Sueñecillo.
Si le digo: «¡Ven, bonito, ven…!»,
contesta con cortesía: «¡No puedo!
¡Amiga, las azoteas me esperan!»
Y, con el corazón como din-don de campanas
y los bigotes bien tiesos,
con corbata de rayitas y botas de alta caña,
marcha hasta el quiquiriquí del gallo.
Hoy canto una canción de cuna,
pues Garabato está enamorado
de una gatita que con su pelaje abriga.
Canto una canción de cuna
porque Serenata y Garabato
esperan, en dulce gozo,
¡mininos hermosos!
(Antes que Garabato y Serenata
marchen a retozar
debo servir leche fresca,
—glú-glú-glú-glú…—
porque, niños queridos,
hay que alimentarse
¡para poder jugar!)
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