EL HERMANO MANUEL
«Quien vive temeroso, nunca será libre».
Horacio
Miradas desencontradas, Fernando Miguez, carboncillo.
EL HERMANO MANUEL
La mirada del hermano se posaba en todas las cosas y, por esa razón, ella creía que observaba. Pero no, aquellos ojos, tan claros y rasgados, estaban entrenados para el disimulo.
La hermana intentó encontrar señales que la orientaran descosiéndole minutos al tiempo, buscando un dolor, una pena que lo asediara, un lago de lágrimas donde alguna vez se sumergiera. «¿Será capaz de distinguir lo real de lo imaginario?», se preguntaba, indagando en las pupilas frías del hermano.
Una tarde, de repente, mientras daban un paseo bordeando la avenida de los olmos, pisando las hojas caídas, escuchándolas crujir, ella descubrió lo que, hasta entonces, le había pasado desapercibido: el dolor que no se expone era el que se había apoderado del alma de Manuel. Fue a recoger una baya y él, apretándole la mano, susurró: «¡No la toques! ¡Es… la Muerte!»
¡Era eso, era el veneno del miedo lo que lo había alejado de las gentes! Fue el miedo quien le arrancó de un mordisco la luz de los sueños. ¡Que tarde tan triste la de aquel día…!
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