EL LEJANO OESTE
«Érase una vez en el Oeste…».
Wash-ka-mon-ya (Danzante Veloz), óleo sobre lienzo, 1844.
Si en una conversación salen a relucir indios y vaqueros, forajidos y tramperos, escopetas y arcos con flechas, tipis y pipas ceremoniales, hoteles de mala muerte y pequeñas tabernas, pueblos con calles polvorientas y muchísimos caballos, a la mente nos viene el Lejano Oeste.
Si hablamos de El llanero solitario, El último mohicano, Buffalo Bill, el tebeo Rin-Tin-Tin… a la mente nos viene el Lejano Oeste.
Si pensamos en cromos y figuras de plomo, en apaches y soldados, en penachos de pluma y pipas de la paz, ¿qué nos viene a la mente? El Lejano Oeste.
El Museo Thyssen-Bornemisza, a finales del año pasado, nos obsequió con una interesantísima muestra sobre el Oeste americano. En ella se expusieron obras provenientes de diferentes museos y de colecciones privadas. Entre los artistas expuestos estaban Albert Bierstadt, George Catlin, Karl Bodmer y los fotógrafos William Henry Jackson y Timothy O´Sullivan. La muestra también incluía mapas, carteles cinematográficos, objetos de nativos, revistas, tebeos y libros.
Los amantes del western no olvidaremos esta exposición por interesante y por entretenida. Allí estaban representados los artistas-cronistas (pisaron los sitios junto a la soldadesca y a los misioneros) que nos legaron las primeras imágenes de aquel mundo salvaje y virgen.
En la exposición pudimos apreciar la importancia de la cartografía para el estudio de la antropología y la arqueología del lugar: mapas elaborados mientras se trazaban in situ las rutas necesarias para adentrarse en las tierras vírgenes que rodeaban el inmenso Misisipi. El Valle de Yosemite, las cataratas de San Antonio, el cañón de Chelly y el Gran Cañón de Arizona fueron sitios que cautivaron a los artistas que hasta allí se desplazaron a principios del siglo XIX.
Gracias al trabajo de aquellos pintores y fotógrafos conocemos hoy los rituales y las ceremonias de las tribus nativas —muchas de ellas desaparecidas poco tiempo después de descubiertas—. Las danzas, los utensilios y las armas, los ídolos, el vestuario, los adornos y los materiales con que se confeccionaban, los monumentos mágicos: todo lo relacionado con los indios y con el paisaje está recogido en estas obras.
Y quedaron inmortalizadas la naturaleza virgen y la naturaleza transformada por la mano del hombre en el camino hacia la civilización, que siempre lleva consigo destrucción. Cráteres, ríos y lagunas, precipicios, cascadas y colinas también encontraron su sitio en los cuadros.
Paisajistas y fotógrafos atraídos por el Nuevo Mundo dieron testimonio de la colonización. Pero sus trabajos no son realistas porque dan a sus obras un toque idílico. Los artistas ocultaron, en la mayoría de los casos y por intereses publicitarios, el avance de las conquistas territoriales que iban comiéndose el encanto del paisaje virginal y de la cultura indígena.
El destacamento de exploradores, óleo sobre lienzo, 1851.
Además, las manifestaciones artísticas de la primera mitad del siglo XIX están influenciadas por el Romanticismo. Este movimiento tuvo una forma plástica de narrar, que puede apreciarse en los cuadros expuestos, muy particular. El Romanticismo dota a la naturaleza de toques mistéricos gracias a luz teatral y efectista, a la búsqueda de lugares lejanos y exóticos y a la marcada utilización del color.
La pintura, la litografía y la fotografía se convirtieron en ganchos turísticos. Las gentes querían conocer, directamente, al indio y a sus bisontes («vacas corcovadas» le llamaban los españoles), querían disfrutar de los amaneceres y los atardeceres hijos de el Rey del Fuego.
Y para facilitar el acceso del hombre blanco, ávido de aventuras y empresas que dieran pingües beneficios, llegó al Misisipi el ferrocarril. Iban los vagones cargados de malos augurios para los ingenuos pobladores del Lejano Oeste.
LOS MAPAS.
Los primeros en aportar información sobre el territorio de Estados Unidos fueron los españoles, que llegaron a aquellas tierras en 1513.
En España no existía por entonces la pintura paisajística. Pero esto no fue un inconveniente para que los conquistadores dieran testimonio de lo que iban descubriendo.
La cartografía suplió esa carencia. En ella se describen los asentamientos, las tribus indígenas, los rostros y las vestimentas a través de retratos insertados en los mapas. Por ejemplo, los indios guerreros aparecen situados allí donde estaban establecidos y están identificados con lanzas y flechas. También aparecen los poblados indios marcados con tipis.
Los mapas representan el primer testimonio gráfico de los pobladores y del paisaje estadounidense, son una fuente inestimable de información antropológica y arqueológica.
Dibujo de un bisonte, 1598.
El dibujo hecho con grafito y papel fue realizado por el sargento mayor Vicente de Zaldívar, hombre obsesionado con la cría y comercialización del bisonte. Se encuentra dentro de la Relación de las jornadas de las vacas de Cíbola. Zaldívar está vinculado a la expedición que, en 1598, llevó a cabo su tío Juan de Oñate por orden del Rey Felipe II.
Este bisonte es posiblemente el primer dibujo que llegó al reino de España describiendo al animal. Se encuentra en el Archivo General de Indias, en Sevilla.
El río Misisipi y los territorios aledaños a él sufrieron, además de la colonización española, los embates de barcos corsarios y piratas. Los litigios entre españoles y franceses, por hacerse con el control del lugar, duraron bastante tiempo.
Luego de muchas idas y venidas, en 1821, Nuevo México se unió a Estados Unidos.
Mapa de la Sierra Gorda y Costa del Seno Mexicano de la ciudad de Querétaro, 1747.
Este mapa es obra de José de Escandón, hombre que pacificó la zona e introdujo la exportación ganadera en la misma. En el mapa señala los sitios donde había tribus guerreras (están identificados con tiendas cónicas y hombres con arcos y flechas).
THOMAS COLE (1801-1848)
Pintor estadounidense de origen británico.
«Sentó las bases de un tipo de paisaje que llegaría a ser una auténtica marca de identidad para los estadounidenses», afirma el catálogo de la exposición.
Aunque Cole nunca viajó al Oeste, conocía muy bien el Noreste del país y toda la información que del Misisipi y su entorno llegaba. Su pintura es más social en el sentido de que alerta sobre la amenaza de la invasión blanca y sus consecuencias: la desaparición de un modo de vida y de la naturaleza autóctona. Pintó al indio en grupo, al indio cazando, al indio en su entorno.
Cole escribió un pequeño ensayo titulado Todavía estamos en el edén donde comenta que del paraíso sólo nos separan «la ignorancia y la locura».
Una curiosidad: La novela de James Fenimore Cooper, El último mohicano, le sirvió de inspiración para pintar los paisajes.
En la pintura de Cole apreciamos una marcada influencia del Romanticismo.
Expulsión. Luna y luz de fuego, óleo sobre lienzo, h. 1828.
KARL BODMER (1809-1893)
Pintor suizo.
Las casas, las vestimentas, las armas, las creencias, la forma de vida del indio cambió con la llegada de los españoles a sus tierras, pues éstos introdujeron el caballo en Estados Unidos.
El caballo hizo del indio un nómada, un hombre dispuesto a desplazarse para ir tras las manadas de búfalos, su mayor sustento. Las enfermedades, la migración, la planificación de los terrenos para su explotación, la caza indiscriminada de las «vacas corcovadas», es la realidad que se encuentran los artistas que llegan al Lejano Oeste.
Interior de la cabaña de un jefe mandan, óleo sobre lienzo, 1833-1834.
Bodmer tenía fama de buen grabador. Por eso, en 1832 un noble alemán lo contrató para que documentara gráficamente unos trabajos científicos que el príncipe tenía en marcha. Este trabajo le permitió al pintor pasar el invierno de 1833-1834 con la tribu de los mandan.
Estuvo cinco meses dibujando sin parar, boceteaba la vida y las costumbres de estos indios que tiene un lugar en la historia gracias al pintor, pues en 1837, pocos años después, los mandan murieron por la viruela, quedando vivos sólo tres.
Mató-Tope ataviado con sus atributos bélicos, grabado.
Karl Bodmer se trasladó a París para dirigir el trabajo de impresión de sus ochenta y una láminas, que fueron impresas en aguatinta con plancha de cobre. Sus dibujos y acuarelas representaban al indio de medio cuerpo y de cuerpo entero, solo o en grupo, pero siempre realizando alguna actividad, ya fuera rutinaria o ceremonial.
Según Bodmer, los indios, a pesar de las largas horas de posado, deseaban ser pintados. El pintor los entretenía con juguetes y una caja de música.
Sobre la pintura de Mató-Tope (Cuatro Osos) , nos dice el catálogo de la exposición: «(…) el palo rojo de la cabeza representa el cuchillo con el que mató a un jefe cheyenne; los seis palitos en vertical también sobre la cabeza, las heridas de mosquete que había recibido; las plumas teñidas de amarillo indicaban su permanencia a la banda de los Perros en la tribu mandan; la pluma de pavo partida en dos, una herida de flecha; en el cuerpo, las líneas demuestran su fiereza en la batalla; y la mano amarilla en el pecho, que había hecho prisioneros».
¡Cuánta información puede darnos un cuadro!
ALBERT BIERSTADT (1830-1902)
Pintor estadounidense, de origen alemán.
Llegó al Oeste acompañando a una expedición militar y allí se topó con las Montañas Rocosas y las Grandes Llanuras. En sus obras exalta el paisaje y las figuras del trampero y el colono. El indio forma parte del entorno, es un complemento para él. Sin embargo, nos dejó un óleo donde aparecen cinco indios completamente identificados (a los pies de cada uno puso sus nombres).
Cinco retratos de indios norteamericanos, óleo sobre papel verjurado, 1859.
Bierstadt fue un pintor con una amplia visión comercial. Los grandes lienzos son obras de su trabajo en el taller de Nueva York, capital donde exponía y cobraba. Las exhibiciones se hacían a bombo y platillo: «(…) se ponía en juego todo un dispositivo teatral, con corrimiento de cortinas y uso de pequeños prismáticos de ópera para observar los detalles».
En la puesta de sol de Bierstadt también podemos observar una marcada influencia del Romanticismo.
Puesta de sol en Yosemite, óleo sobre lienzo, 1863.
GEORGE CATLIN (1796-1872)
Pintor estadounidense.
Pintor que inmortalizó al búfalo. Lo pintó vivo, agonizante y muerto. Corriendo por los prados y también acorralado. Catlin entendió lo importante que era ese animal para la supervivencia de los nativos. Pintó y dejó testimonio de la vida de los indios del Misisipi. Él sentía gran admiración por aquellas gentes, tanto que decidió «convertirse en su historiador». Historia a través de la pintura.
Creó un museo de vida india con sus cuadros de paisajes y retratos de cuerpo entero, avalados por certificados que solicitaba a comerciantes de pieles, oficiales del ejército y jefes de tribus nativas, con el fin de autentificar que sus retratos se ajustaban a la realidad, como es el caso del que hizo en 1844 al jefe de los grand pawnee Wash-ka-mon-ya (Jefe Caballo) y que se encuentra al inicio de esta reseña. Al museo donó los múltiples objetos que obtuvo durante sus viajes.
Pa-ris-ka-roó-pa (Dos Cuervos), óleo sobre lienzo, 1832.
Catlin tuvo contacto con cuarenta y ocho asentamientos indígenas, nos dejó trescientos diez retratos al óleo y una gran cantidad de dibujos sobre las costumbres de los indios. Entre los retratos se encuentra el del jefe crow Pa-ris-ka-roó-pa. Alto, elegante, imponente, de larga cabellera untada en grasa de oso y vestido con las ropas y los complementos que él mismo eligió para su retrato (la cara tintada de bermellón, las garras de oso, las plumas, los trozos de piel de armiño, el penacho con las plumas, la camisa de las grandes ocasiones : de piel y dibujada con escenas ceremoniales. No falta detalle).
Uno de los cuadros que más me impresionó de la exposición es el dedicado al hombre medicina, que pertenecía a la tribu de los pies negros y a quien el pintor compró su atuendo para incorporarlo a su «Galería India», como llamaba a su museo.
El hombre medicina iba vestido con un traje confeccionado con piel de oso amarillo, que era un animal raro en aquella zona y, por tanto, «gran medicina». El traje estaba enriquecido con trozos de ranas, murciélagos, serpientes y aves variopintas.
Catlin explica en sus notas que para los indios el concepto medicina abarcaba todo lo raro, todo lo que encerraba misterios para ellos. Por eso, el pintor también era un hombre medicina.
Hombre medicina realizando sus rituales sobre un moribundo, óleo sobre lienzo, 1832.
(Fíjense en la decoración de las zapatillas: parecen adornadas con púas de puercoespín).
Catlin narra así el encuentro con este brujo (extraigo el texto del catálogo de la exposición):
«Un indio knisteneaux que abandonaba el fuerte disparó de muerte a un pies negros y el hombre medicina fue convocado para intentar salvarle la vida. Se formó un corro y se abrió un pasillo por el que avanzó el curandero, encorvado hacia el herido. Iba cubierto con la piel de un oso amarillo, cuya cabeza le servía de máscara y las garras formaban pulseras en las muñecas y los tobillos; con una mano agitaba un aterrador sonajero y con la otra sujetaba su bastón de medicina. Producía gruñidos como un oso y bailaba y daba saltos alrededor del moribundo hasta que murió y se retiró».
Dejaré para otra ocasión el magnífico apartado dedicado a la fotografía y que tanto disfruté, no porque no tenga ganas de continuar escribiendo, sino por no cansarlos a ustedes.
Me sentía en deuda con el Thyssen-Bornemisza así que desde esta humilde página, y aunque un poco tarde, les doy las gracias por llenar el museo de indios y vaqueros.
La ilusión del Lejano Oeste hizo magia para mí.
ENLACES RELACIONADOS
Bret Harte. “Cuentos del Lejano Oeste”.
Arte americano en la colección Thyssen.
La imagen humana: arte, identidades y simbolismo.
Cuentos de Navidad. Un regalo de Navidad en el chaparral (O. Henry). Texto íntegro.
Acerca de «Decolonizar la mirada»: la manipulación en el arte.
Cassandra en la boda (Dorothy Baker).
La noche a través del espejo (Fredric Brown).
El chico de la trompeta (Dorothy Baker).
El billete de un millón de libras (Mark Twain).
El paisaje norteamericano en Walt Whitman y Asher Brown Durand.
Georgia O’Keeffe y Elizabeth Bishop.