EL OBRADOR DEL SOÑADOR
«Yo no soy lo que me sucedió. Yo soy lo que elegí ser».
Carl Jung
Imagen de Google.
EL OBRADOR DEL SOÑADOR
El Soñador se sentó en la piedra como cada tarde, aunque esa no era una tarde cualquiera. El Soñador, frente al océano, que ese día se presentaba ante él despejado y de un azul turquesa, tomó la decisión que cambiaría el curso de la historia de sus vecinos: abriría, en uno de los callejones zigzagueantes de su ciudad, una pastelería. Pero no una cualquiera, sino una que ofrecería dulces artesanos, hechos con sus propias manos: dulces que demostrarían que la paciencia es antídoto contra los potenciadores de sabores, los conservantes y los químicos que alargan la vida de un placer que tiene, como todo gozo, condición efímera.
El fuego justo, sin prisas, y los ingredientes que la naturaleza nos regala serían suficientes, pensó el Soñador, para, a través del azúcar, del cacao y de la miel, demostrar a los hombres lo que ofrece al mundo un proyecto individual. Bocaditos rellenos de arroz con leche, caramelos de pulpa de frutas naturales, esponjosos bizcochos con su tiempo de fermentación, cremosos helados de yemas cuajadas, claritas de huevo a punto de nieve, croissants de mantequilla batida…
El obrador del Soñador despertaría el paladar dormido con ramas de canela, gotitas de vainilla y ralladuras de limones y de naranjas. La idea del Soñador era recuperar las recetas populares, pues estaba convencido de que los manjares eran revelaciones de la historia de la humanidad. A través de las recetas tradicionales, y de texturas y de sabores perdidos, despertaría en los comensales el gusto anestesiado por los bollos envasados y los panes precocidos.
«Haremos unos dulces tan irresistibles que nos conocerán por ellos», decía a sus empleados. Aquel libro de recetas, que un día halló en una polvorienta librería «de viejos», le descubrió que él no era un número globalizado. Las fórmulas magistrales, del antiguo pastelero vitoriano, le revelaron al Soñador que era hijo de una cultura propia, si bien esta era resultado de la asimilación de otras muchas.
Las confituras y los postres del repostero hablaban a los comensales de autorrealización, de creatividad, de gustos y de deseos, de inspiración, de trabajo, de constancia, de fantasía, de expresión emocional. En la sociedad del monopolio de la industria, sus dulces eran testimonio… ¡del significado de uno mismo!
Los clientes del Soñador degustaron milhojas, galletas recubiertas de almendras machacadas, torrijas, empanaditas de guayaba, milhojas de crema y nata y demás delicias azucaradas, descubriendo que puede haber caminos más allá de los señalados por un Estado consciente de que el mundo de las prisas aumenta su rebaño. Los clientes del obrador descubrieron que las actuaciones individuales son las que garantizan la autonomía personal.
«Yo soy lo que elegí ser», es la frase del psicólogo suizo Carl Jung que despertó, junto al recetario encontrado, al durmiente Soñador.
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