EL PIRATA HONRADO
«Érase una vez un pirata honrado.»
Primera edición, diciembre, 1984.
José Agustín Goytisolo (1928-1999), poeta español de la Generación del 50, escribió un poema que se convirtió en canción cuando Paco Ibáñez lo musicalizó. El poema se titula Érase una vez, y dice así:
Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.
Érase una vez tiene cuatro personajes: un lobo, un príncipe, una bruja y un pirata. Los personajes del poema, que tienen sus roles invertidos —nadie espera, por ejemplo, una bruja linda o un lobo sociable y bondadoso—, se convirtieron con el pasar del tiempo en protagonistas de cuatro narraciones para niños.
Los editores recomiendan El Pirata Honrado para lectores de entre cuatro y siete años. La trama tiene un solo protagonista, un lenguaje sencillo y está ubicada en un tiempo y en un espacio indeterminado —como los cuentos populares, que es de donde nace la literatura infantil.
En el cuento de Goytisolo, el filibustero es igual a todos los piratas, salvo en una cosa: no mata. Pero asalta, roba, destruye los barcos que atraca y secuestra a los niños y a los jóvenes que en ellos encuentra. El pirata devuelve a tierra firme a los adultos y se queda con los chiquitines y los mozalbetes, a los que seduce con la propuesta de una vida rebosante de aventuras.
El pirata posee una isla y quiere convertirla en un mundo feliz. Para ello cuenta con el dinero que roba y con un espacio ideal. Pero la isla está despoblada y él quiere habitarla con… ¡niños robados!
Todo marcha bien hasta que los peques crecen. Entonces se convierten en seres indeseados. Se vuelven malvados, vagos, egoístas, sumisos… Cuando esto ocurre, el corsario los devuelve.
¿Qué pasa en esa isla para que las cosas no sucedan como su dueño quiere?
Para empezar, todo el que allí llega lo hace en contra de su voluntad —aunque los chavales en un comienzo se sienten estimulados por la aventura—. Luego está el hecho de que el pirata los deja vivir en absoluta libertad —no hay ni estudios, ni normas de convivencia—. En territorio corsario cada quien hace lo quiere, sin rendir cuentas a nadie.
La Isla Ignorada, que así se llama la isla del cuento, es el paraíso de la anarquía.
Se puede pensar que Goytisolo está mandando un mensaje a los padres y no a los niños. Se puede pensar que es un cuento para adultos, aunque utilice un lenguaje infantil —la construcción narrativa y el vocabulario son los adecuados para primeros lectores—. Pero el desenlace despeja las dudas en relación al destinatario final: el cuento va dirigido a los niños.
El Pirata no ahoga, no degüella, no ahorca. Pero roba y secuestra —el rapto se esconde bajo la apariencia de la invitación—. El protagonista no salva niños abandonados a su suerte, sino que hurta chicos que viajan con sus familias en barcos que él atraca y hunde.
¿Es el pirata un hombre honesto? ¿Puede ser un buen mentor? ¿Acaso el autor propone un juego en el que el niño tiene que descubrir que el honrado no lo es tanto? Y si es así, ¿tiene el receptor capacidad intelectual para advertir la verdadera naturaleza de la narración? ¿Quiere Goytisolo que los peques descubran que las buenas intenciones no bastan para cambiar el mundo?
¿Separar a los niños de sus familiares, con el pretexto de construir un lugar mejor, es una tesis defendible? ¿Puede un menor comprender las consecuencias que encierra aceptar que el fin justifica los medios? ¿Puede un adulto —en este caso el pirata— disponer de un menor a su antojo sin el consentimiento de sus tutores? Yo me pierdo al buscar la intención de este cuento, la verdad.
El pirata honrado tiene garfio. La forma en la que está contada la historia y las desenfadas ilustraciones atrapan al lector. José Agustín Goytisolo aborrecía la literatura infantil bobalicona —yo también.
Pero la literatura infantil, además de amena, tiene que ser clara e instructiva. Además de cuidar el lenguaje, el texto debe despertar la atención y debe tener en cuenta la franja de edad a la que va destinado.
No es lo mismo escribir para ser leído por adultos que escribir para el universo menudo. No es igual escribir para una mente menor de cinco años que para una de diez. Creo que aquí radica el problema que tengo con El Pirata Honrado. No sé a qué lector va dirigido.
Muchos piensan que escribir literatura infantil es fácil. Se equivocan, pues la comunicación depende del uso de un vocabulario acorde a la edad del menor. Un vocabulario que no lo haga sentir subvalorado y que asegure la comprensión de una lectura casi siempre metafórica.
Los cuentos cumplen una función pedagógica, socializadora, moralizadora, placentera… Entonces, ¿de qué sirve huir de ñoñerías si las ideas planteadas son confusas?
José Agustín Goytisolo afirmó que en sus narraciones infantiles reflejaba sus preocupaciones más trascendentales y que con ellas intentaba dar respuestas a las preguntas que su hija le hacía.
A continuación podrás leer El Pirata Honrado, una historia que nació de un poema que se convirtió en canción. A mí me sorprende que las editoriales cataloguen el libro en sus secciones de literatura infantil. Pero cada lector es un mundo y lo que puede parecerme a mí no tiene por qué parecértelo a ti. Aquí les dejo el cuento, saquen ustedes sus propias conclusiones.
EL PIRATA HONRADO
Érase una vez un Pirata Honrado.
Ese Pirata actuaba como todos los piratas del mundo. Se pasaba los días en la proa de su velero, mirando hacia el horizonte con un catalejo, por si veía algún barco al que pudiese atacar.
Al descubrir una posible presa, el Pirata Honrado mandaba izar, en el mástil más alto del velero, el negro banderín de la calavera sobre dos huesos cruzados, y voceaba a sus marineros para que realizaran las maniobras necesarias, a fin de alcanzar al buque fugitivo.
—¡Todo el mundo a sus puestos!
—¡Timonel, un cuarto a estribor!
—¡Así, a toda vela, que ya es nuestro!
Y continuaba dando voces de mando para animar a sus hombres, hasta que conseguía apoderarse, al abordaje, del barco enemigo.
Era a partir de este momento cuando la conducta del Pirata Honrado no se parecía en nada a la de otros piratas.
Jamás ahorcaba a sus prisioneros, ni los arrojaba a los tiburones. Se limitaba a desembarcarlos en la costa más cercana, después de quitarles el oro, las joyas y todas las riquezas que poseían. Más tarde, hundía a cañonazos el barco vacío, y volvía a recorrer los mares a bordo de su velero.
De tanto capturar y liberar prisioneros, el Pirata aprendió a distinguir muy bien el carácter de todas aquellas gentes. Le gustaban los niños, pues los hombres y mujeres solían ser cobardes, avaros y rencorosos.
Los jóvenes, por el contrario, no parecían tener miedo alguno, y se mostraban alegres y emocionados por la aventura que estaban viviendo. Al viejo Pirata le parecía que, incluso, le miraban con simpatía y respeto.
Un día, al Pirata se le ocurrió un fantástico proyecto: dejar en tierra a la gruñona y miedosa gente mayor, e invitar a los niños y niñas a que le siguieran hasta su refugio misterioso, hasta el lejano lugar en donde guardaba y gastaba todas las riquezas que obtenía.
Ese lugar se llamaba Isla Ignorada, porque nadie conocía su existencia. Únicamente el Pirata Honrado y sus fieles marineros sabían donde estaba la isla y cómo llegar hasta ella.
La Isla era un lugar frondoso y bello. Tenía muchas fuentes y lagos de agua purísima, bosques de cocoteros, palmeras datileras y también campos llenos de melones, cacahuetes, regaliz y pipas de girasol.
Además, había loros y papagayos de extraño plumaje, liebres enormes, garzas y grullas, algún jabalí inofensivo, vacas con la piel a rayas de colores, monos muy cariñosos y toda clase de animales de fábula. En el mar y en los ríos, la pesca era abundantísima.
En esa isla, pensó el Pirata Honrado, los niños sabrían aprender muchas cosas divertidas e interesantes. Y con el dinero que él tenía, podrían, entre todos, acabar de construir la capital del país.
La capital era una preciosa ciudad, con grandes plazas, parques y frondosas avenidas. Todas las casas tenían jardín, y en cada barrio había campos y lugares donde poder jugar. No existía ni un sólo alto y feo edificio, y tampoco había escuelas, pues toda la isla era una auténtica y emocionante escuela viva.
Y así, después de cada una de sus correrías, el Pirata Honrado invitaba a que fueran con él a la Isla Ignorada todos los muchachos y muchachas que se encontraban entre los pasajeros de los barcos que iba capturando. Cuando los desembarcaba en la isla, les dejaba que se organizasen, que trabajasen, que se divirtieran y que estudiaran lo que les diera la gana.
Al principio, las cosas fueron a las mil maravillas. Pero transcurrido algún tiempo, los chicos y las chicas empezaron a portarse mal.
Algunos querían mandar siempre, otros se negaban a trabajar, muchas niñas decían embustes, se peleaban y armaban líos, y los niños más débiles sufrían las bromas y los malos tratos de sus compañeros.
Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, el Pirata Honrado se dijo:
—Estos muchachos estaban ya malcriados cuando los traje aquí. Voy a devolverlos a tierra firme, con sus horribles padres, y de ahora en adelante sólo invitaré a esta isla a niños mucho más pequeños, que no hayan tenido tiempo de aprender las feas costumbres de sus familiares.
Y así lo hizo. Desembarcó a las chicas y chicos más vagos y descarados y, cada vez que apresaba un barco, se llevaba a la isla únicamente a las niñas y niños más chiquitines.
Con el tiempo, esto tampoco dio buenos resultados. Cuando los pequeños crecían, se volvían, casi todos, tan malos y holgazanes como los anteriores. El Pirata Honrado, furioso, los devolvía también a tierra, para que dejaran a la isla en paz.
Y al fin de que la Isla Ignorada no se fuera quedando vacía y con su hermosa capital aún sin terminar, el viejo Pirata invitó, no sólo a otros niños, sino también a todas las personas que parecían buena gente, ya fueran chicos, hombres mayores, o viejitos simpáticos.
Pero, por desgracia, la historia se volvía y volvía a repetir, y el Pirata se pasaba el tiempo sacando de la isla a los alborotadores y buscando a otra gente para sustituirlos.
El buen Pirata no conocía el desánimo. Durante años, primero, y siglos, después, continuó, y aún continúa, navegando sin descanso, apresando buques y visitando las costas de todo el mundo, intentando hallar buenas personas a las que poder invitar a su isla.
Niñas que leéis esta verdadera historia o muchachos que pensáis en el viejo Pirata:
Si alguna vez os encontráis en una playa o en un acantilado, y veis que desde el horizonte se acerca un velero en cuyo mástil ondea el banderín negro con la calavera sobre dos huesos cruzados, no os asustéis ni escapéis corriendo.
Lo más seguro es que se trata del Pirata Honrado y, a lo mejor, sois vosotros esa clase de gente que él quisiera tener a su lado, para vivir siempre felices en la maravillosa Isla Ignorada.
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