EL REZO DEL SANTO ROSARIO

«¿Quién lo imprimió? ¿Cuándo y dónde lo hizo?»

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INTRODUCCIÓN

Los libros nos cuentan anécdotas que otros escriben, son receptáculos de palabras y de mensajes ajenos a sí mismos; pero los libros también tienen, como objetos, su propia historia, que casi siempre aporta su granito de arena a la gran Historia.

El Rosario que me entretiene hoy no es un Rosario cualquiera, es el primer libro editado en América, publicado en México mucho antes del libro que ocupa el primer puesto oficial en los registros —Breve y más Compendiosa Doctrina Christiana en Lengua Mexicana y Castellana, 1539, letrerías de Cronberger— y que, como no podía ser de otro modo, también cumplía una misión evangelizadora.

Allá por los años cincuenta del siglo pasado cayó en las manos de un reconocido librero español un pequeño librito con las tapas muy gastadas por el uso, era un Rosario.

Cuando el librero Francisco Vindel (1894-1960) tuvo entre sus manos El rezo del Santo Rosario se dio cuenta de que delante de él había un trocito de la historia del Nuevo Mundo que no se había contado; tentado por el descubrimiento decidió investigarlo para más tarde compartir con nosotros el resultado de sus estudios.

El librero Vindel editó el facsímil del Rosario acompañado por sus investigaciones en 1953. Fue una edición realizada en papel lito apergaminado de tan sólo 15 ejemplares que estaba destinada a una distribución privada, como especifica en el libro. Un año más tarde, incorporó un apéndice a la primera edición agregando nuevos datos que reforzaban la conclusión a la que había llegado: la impresión de El rezo del Santo Rosario se había llevado a cabo en México entre 1532 y 1534, ¡trece años después de la llegada de Hernán Cortés!

Quiso la suerte que en mi visita anual a la Feria del Libro Viejo y de Ocasión de Otoño topara con uno de estos quince ejemplares, en concreto con el que hace el número 4 de la edición de El primer libro impreso en América fue para el rezo del Santo Rosario (México, 1532-1534). Basándome en su lectura, y haciendo uso de algunos de sus grabados, les hago la historia de este libro que es mucho más que un folleto evangelizador, es testigo de primera mano de cómo se construyó lo que hoy llamamos Hispanoamérica, o continente latinoamericano.

«Una Ave María para quien lo mandó imprimir.»

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MIRA  CUÁNTAS COSAS NOS CUENTA LA IMPRESIÓN DE UN TEXTO

Antes que nada hay que decir que El rezo del Santo Rosario no lleva impreso ni fecha de publicación, ni lugar donde se editó, ni editor, ni cliente que lo encargó. Esta es la razón por la que nuestro librero Vindel lo cataloga como pionero de la época incierta, diferenciándolo del reconocido primer libro editado en México en 1539 que sí tiene todos esos datos y que pertenece a la época cierta de la impresión en América

Existen muchos libros antiguos que han encontrado su sitio y lugar en la historia a partir de documentos que hablan de su existencia, como pueden ser cartas, ordenanzas, heráldicas, archivos de bibliotecas, informes eclesiásticos, vida administrativa recogida en gobernaciones, documentos jurídicos… Pero son libros que sólo se les conoce de oídas, el investigador que los ha catalogado no los ha tocado.

Algunas veces el azar entra en la historia y sucede que, luego de dar por sentado que un libro existió en tal fecha, que por su tipografía fue publicado por tal editor y por su estilo corresponde a tal persona, el libro es rescatado de algún rincón polvoriento de una biblioteca de convento, o de un archivo relegado, o de un desván olvidado, o llega a las manos de un librero como Francisco Vindel.

Y junto con el descubrimiento florece una nueva sentencia. Los datos que se manejaban hasta entonces apenas se aproximan a la historia que hay tras el papel, la cubierta, la tinta, la estampación del ejemplar descubierto. Cuentan los historiadores que la mejor forma de acertar a la hora de acotar información es estudiando la tipografía de un libro y esto es lo que hizo nuestro librero español.

Pero volvamos a nuestro Rosario y veamos las características  de su edición:

—Formato pequeño (68 x 95 mm).
—Letras góticas a tres tamaños.
—Tres letras capitales.
—Diferentes números de líneas por plana.
—Grabados sencillos en madera, uno en cada hoja que alude a cada uno de los misterios del Rosario.
—Letras caóticas; por ejemplo, encontramos en un mismo texto diferentes tipos de «o»; unas góticas y otras romanas.
—Abreviaturas desiguales.
—Ausencia de márgenes.
—Ausencia de simetría de la caja en todas las páginas.
—Encuadernación en becerrillo de época con cinta para su cierre.
—Portada: grabado de la Virgen y el Niño acompañado del título completo del Rosario.

Estos son los datos con los que Francisco Vindel trabajó y que le llevaron a la conclusión de que El rezo del Santo Rosario había sido editado en México, entre 1532 y 1534, por encargo de un fraile dominico, que además fue quien lo escribió para igualar la forma en que el Rosario debía llegar a los nuevos evangelizados. Este dato es importante, pues hasta ese momento cada fraile tenía su propio método de enseñanza y esta situación generaba confusión entre los indios, que un día escuchaban rezar de una forma y, al siguiente, de otra.

«Fue el primer libro que se imprimió en el mundo para unificación y rezo del Rosario.»

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¿QUIÉN LO REDACTÓ Y QUIÉN LO MANDÓ IMPRIMIR? 

México fue el país del Nuevo Mundo donde comenzó la evangelización, que tuvo lugar en el primer tercio del siglo XVI. La orden de los dominicos se hace presente en ese territorio en 1526. Son doce los que pisan esas tierras y son recibidos por los franciscanos, pues aún no tenían casa. De los doce, sólo tres permanecieron en México (unos murieron y otros regresaron a España). Entre esos tres se encontraba el Padre Domingo de Betanzos, que fue pionero en catequizar a los nativos haciendo uso del Rosario —los frailes seguidores de Santo Domingo de Guzmán tienen como la más importante de sus misiones la divulgación y devoción del rezo.

Los dominicos aprendieron las lenguas autóctonas, escribieron gramáticas y catecismos y enseñaron a los indios a leer y a escribir en castellano entre el Ave María y el Padre Nuestro. Tal es así que de la investigación de este librito se concluye que ya en el primer tercio del siglo XVI los indios conocían el idioma de sus conquistadores, pues rezaban el Rosario en castellano.

Los frailes dominicos, para diferenciarse de los franciscanos, optaron por colgarse un escapulario del cuello.

El grabado correspondiente al Tercer Misterio de El rezo del Santo Rosario  es un ejemplo de catequesis visual, pues se observa cómo un diablo sale disparado de una chabola —los indios sentían verdadero pánico por el demonio y los misioneros les aseguraban que si abrazaban el cristianismo el diablo saldría de sus vidas.

En el mismo grabado encontramos  que la Virgen y el Niño, en vez de estar acompañados por José, están con un fraile dominico¿Cómo lo sabemos?, pues porque lleva el Rosario colgando del cuello.

Francisco Vindel llega a la conclusión de que fue el Padre Domingo de Betanzos quien escribió el libro y lo entregó al impresor naipero para su edición. Betanzos, además de ser el fundador de la Provincia Dominica de Santiago en México, fue un defensor de la racionalidad de los indígenas y basó la catequesis en las bondades del rezo para alcanzar la paz de las almas.

El librero echa por tierra la posibilidad de que el autor de este pequeño libro fuera el fraile franciscano Juan de Zumárraga, quien fuera más tarde Obispo y encargara varias obras a la imprenta mexicana de Juan Pablos —a las órdenes de Cromberger—,  por no encontrarse en México en las fechas en que se editó el texto.

«Poco se puede adelantar en lo de la imprenta.»

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¿QUIÉN LO IMPRIMIÓ Y CUÁNDO LO HIZO?

Las características del librito arriba descritas nos dicen que el impresor era inexperto. Nos dicen también que el Rosario no se editó en España pues, entre otras cosas, en el primer tercio del siglo XVI existían reglas tipográficas aceptadas por todos los impresores europeos y, desde luego, dentro de esas reglas se definía la simetría en la paginación.

El pequeño libro está realizado con materiales pobres y está destinado a gentes sencillas a las que había que explicarles el contenido del texto de forma visual; de ahí los grabados didácticos. Del formato también se deduce que la prensa era pequeña.

Pero hay más, hay dos documentos que sitúan a un impresor y a una imprenta entre los años 1532 y 1534, mucho antes de la Doctrina Christiana, fechada en 1539 por Juan Pablos, de la Casa Cromberger. Los documentos son:

1. Carta fechada el 6 de mayo de 1538, escrita por el ya Obispo Zumárraga al Emperador Carlos V donde se reconoce la existencia de una pequeña imprenta que no cubre, ni de lejos, las necesidades de publicación:
«Poco se puede adelantar en la imprenta por la carestía de papel, que éste dificulta las muchas obras que acá están aparejadas, pues se carece de las más necesarias».

2. Libro del Cabildo de México con fecha 5 de septiembre de 1539. En este documento aparece registrado el señor Esteban Martín «imprimidor». Este es un dato importantísimo, pues para poder asentarse en el registro como vecino con oficio era necesario haber vivido varios años en el mismo sitio. Era imposible conseguir el privilegio de vecindad sin este requisito. De ahí que Vindel ubique a este «imprimidor» ejerciendo su oficio varios años atrás de cuando se le reconoce el derecho a registrarse.

«Y para ello constituyó una sociedad mercantil, enviando allí a uno de sus hijos.»

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YA TENEMOS UN IMPRESOR DE NOMBRE ESTEBAN MARTÍN. ¿Y LA IMPRENTA? 

Al ser tan pequeña, y teniendo en cuenta que en aquella época eran las cartas el juego predilecto de los españoles, nuestro librero entiende que la imprenta era de naipes. La mayoría de los naiperos eran impresores de libros. En Sevilla, por aquellos tiempos había muchos talleres que imprimían naipes y los grabados del Rosario recuerdan las ilustraciones de cartas.

El juego de naipes llegó a ser tan popular que se había convertido, según el bibliógrafo chileno José Toribio Medina Zavala, en «una verdadera plaga en las primitivas ciudades hispano-americanas». Tal fue así que el 12 de febrero de 1538 apareció una Real Cédula que prohibía la entrada de naipes a las Indias.

En Sevilla vivía Juan Varela de Salamanca (1501-1555) uno de los impresores más importantes de entonces. Un hombre rico que, además de imprimir —tarea de la que se desvinculó en 1539, el mismo año en que aparece La Doctrina en México, año en que se casa una hija suya con el hijo del impresor Comberger—, era comerciante y tenía acciones en la nao Santa María del Anguila, que llevaba mercancías al Nuevo Mundo. Varela tuvo varios hijos, pero vamos a centrarnos en uno, el que llevó por nombre Pedro.

Pedro fue un buscavidas, un aventurero que viajó a México en 1531, a cargo de la nave de su padre. Llevaba la misión de establecer un punto de venta en aquella ciudad y la misión de montar una imprenta. Pero Pedro pronto descubrió que dedicarse a los libros era perder dinero.

En América sólo podían circular libros religiosos, porque esa era la orden dada por Carlos V, y secundada sin rechistar por las altas esferas eclesiásticas. Los indios estaban aprendiendo a leer y a escribir en castellano y no era cosa de saturarlos con herejías; ya tenía bastante el Emperador con Lutero y Calvino revolviendo Europa.

Pedro pensó y pensó y llegó a la conclusión de que sus clientes poco dinero tenían, así que borró de su memoria la petición de su progenitor de abrir una gran imprenta. Bueno, Pedro lo olvidó todo, se dedicó a malgastar los dineros del padre.

Francisco Vindel concluye, luego de una minuciosa reflexión que para no alargarme mucho no voy a detallar, que la prensa de naipes y el impresor Esteban Martín viajaron en la nave que Juan Varela de Salamanca envió a América bajo la tutela de su hijo. A la muerte de Pedro, el padre reclama la herencia y una serie de mercancías —«cargazones»— que había enviado a su hijo; al parecer, la pequeña imprenta iba en la nao.

«Como los indios tenían ya ideas de la parte mecánica de las pinturas y conocían excelentes colores vegetales…»
(Izcabalceta)

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Y LOS GRABADOS, QUIÉN HIZO LAS PLANCHAS Y DE DÓNDE SALIERON?

Por aquel entonces los libros llevaban en la portada un grabado que identificaba a quien los encargaba. Los particulares ponían su escudo o su anagrama; las órdenes religiosas incluían la efigie de su Santo Fundador.

En El Rosario que nos ocupa aparece la Virgen sosteniendo con el brazo izquierdo al Niño mientras le ofrece un panecillo o bizcocho. Se trata de un grabado deficiente, realizado por manos inexpertas. Pero se trata de «la primera Virgen del Rosario venerada en México por la orden de Santo Domingo».

Esta estampa, que había nacido en una imprenta mexicana, vuelve a aparecer en libros editados más adelante en 1567, 1575 y 1593, pero en estos últimos no aparece cortada, como en el libro que nos ocupa, porque fueron realizados por imprentas de libros de molde con todas las licencias y privilegios otorgados, imprentas específicas para editar textos. En los grabados que no fueron mutilados se puede apreciar cómo un rosario rodea a la Virgen.

Francisco Vindel concluye que los grabados de madera fueron hechos por indios aprendices, pues los misioneros con el mismo tesón que catequizaban enseñaban oficios a los nativos. El franciscano Pedro de Gante, uno de los primeros frailes llegados a América, en 1530 ya tenía escuelas abiertas por todas partes y había incluido en ellas un departamento destinado a las de Bellas Artes.

El historiador mexicano Joaquín García Izcabalceta (1825-1894), refiriéndose a los talleres creados por el franciscano, afirma:

«La escuela de Fr. Pedro de Gante proveía a todas las iglesias, si no de obras maestras, que nunca abundan ni podían salir de allí, al menos de imágenes decentes, que de otro modo no habrían podido obtenerse. Por iguales términos se ejecutaban allí los demás objetos para las iglesias, y se establecieron también talleres de artes mecánicas, donde trabajaban canteros, carpinteros, talladores, sastres, zapateros y otros.»

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PARA TERMINAR

Podría extenderme más, pero no quiero abusar. El primer libro impreso en América es excepcional por todo lo que nos cuenta. Es un claro ejemplo de que un buen libro no siempre tiene una edición lucida. Hay ediciones sencillas que guardan grandes historias.

Los libros actuales no tienen broches de plata, ni terciopelos rojos en las portadas, ni cantos dorados, ni letras grabadas. Pero, ojo, los hay con sobrecubiertas, tapas duras y buena tipografía que son una porquería.

Un buen libro no es, necesariamente, un libro caro. Hay grandes tesoros en baúles pequeños.

Cuando voy a las ferias hurgo en los tableros. Así fue cómo encontré El primer libro impreso en América fue para el Rezo del Santo Rosario. Fue una tarde bien aprovechada.

ENLACES RELACIONADOS

Destino del castellano en América (Antonio Tovar). Texto íntegro.

Carlos V y la música.

Felipe II, el rey bibliófilo.

El Bosco, el rey Felipe II y el Museo del Prado.

Los indocubanos (Modesto García y Onelio Jorge Cardoso).

Fray Antonio Montesinos.

El primer maniquí de la cátedra de medicina de la Universidad de Salamanca.

Navarrete el Mudo, “el Tiziano español”.

Hygino, el primer bibliotecario español.

El oro de Cajamarca (Jakob Wassermann).

Lur Sotuela. “Maldita literatura”.


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