EL SIMBOLISMO: POEMAS
«… el triunfo del terrible misterio de las cosas».
Rubén Darío
La desesperación de la Quimera, Alexandre Séon, óleo sobre lienzo, 1890.
Sabemos que la interpretación de lo que nos rodea no es inamovible. Sabemos que el significado de la representación de una idea carece de literalidad, pues el «efecto» que provoca el símbolo depende de la relación de este con lo que le antecede, con lo que le continúa y con lo que perdura en el recuerdo de quien lo admira. Son complejas asociaciones que impiden inmovilizarlo.
En el mundo de la ficción, en el universo de la imagen visual y de la imagen escrita, no hay simbología que no esté condicionada por las circunstancias que la originaron y por la interpretación del resultado final, donde juega, un rol trascendental, la experiencia vital del receptor.
Armonía en azul, Lucien Lévi-Dhurmer, pastel sobre papel, 1906.
A diferencia del Realismo y su corriente naturalista, el Simbolismo no pretende ser espejo de una realidad social. Esta condición, que le ofrece gran capacidad de abstracción —anula lo evidente—, permite al movimiento, surgido en la segunda mitad del siglo XIX y portavoz de la filosofía idealista, mantener la sugestión apasionada de los románticos, pero sin el desenfreno atormentado que los mismos mostraron. Los simbolistas tomaron de los parnasianos la osamenta de sus poemas, controlando los impulsos que imposibilitaban la ecuación baudelaireana inspiración + técnica expresiva.
La dolorosa y gloriosa corona, Jeanne Jacquemin, pastel sobre papel, 1892.
El Simbolismo es evocación, sensación, imaginación, sentimiento, espiritualidad, sugerencia, trascendencia… Y es expresión del vacío existencial que va instalándose en las vanguardias nacidas en la Belle-Époque (1870-1914).
Los románticos, predecesores que despreciaban cualquier conato academicista, los parnasianos, con sus sinestesias y su perfeccionismo formal, los modernistas, con su expresión intimista y su exaltación de la naturaleza, y los prerrafaelitas, con su belleza idealizada y su lenguaje evocador, compartieron con los simbolistas el interés por encontrar una manera de expresar lo que bullía en las mentes de una sociedad encandilada, a la vez que herida en sus tradiciones, por el auge de la industrialización y el darwinismo.
El Vampiro glorioso, Boleslas Biegas, óleo sobre cartón, h. 1916.
La segunda mitad del siglo XIX da paso a la promiscuidad estética: nacen movimientos y corrientes que se admiran y se odian, que se inspiran entre sí y se devoran, que compiten por hallar nuevas formas de expresión que incentiven el pensar, que robustezcan la supremacía del Espíritu sobre la Materia, que es lo que el nuevo sistema de poder pretende aniquilar.
Es la época que da comienzo a la carrera de los ismos, tan preocupados por la espiritualidad, por liberar al alma del capitalismo materialista e insaciable que conduciría a las guerras mundiales y que daría paso a la era del hombre-masa —¿Y los sueños del hombre? ¿A dónde han sido relegados? ¡Qué precio tan alto hemos pagado por objetos que se degradan velozmente!
Canto de amor, Julio Romero de Torres, mural para el Círculo de la Amistad de Córdoba, 1905.
Amigos, el Simbolismo es provocación. Cuando un texto o una imagen visual tiene la intención explícita de obviar la narración racional está exigiendo una concentración absoluta y una conexión del receptor con su mundo interior, razón por la que la obra no es inamovible y puede tener apariencia oscura.
Amigos, el subconsciente, que tiene rol fundamental en los ismos y que es cambiante por naturaleza —la conciencia está en un continuo libar—, influye, de manera determinante, en el estado de inmortal virginidad de la obra, que se reinicia cada vez que el ojo percibe lo que se oculta tras lo evidente.
El poema simbolista, como casi todos los nacidos en las vanguardias, requiere ser leído sin pausas, pues hasta que no se llega al último verso no comienza el paladar a degustarlo, aunque hay que decir que, muchas veces, el sabor es tan sabroso como impreciso, pues no hay forma de radiografiar una idea, de representarla microscópicamente.
Ángeles de la noche, William Degouve de Nuncques, óleo sobre lienzo, 1891.
Así que son los sentidos los que tienen la tarea de interpretar las abstracciones que encuentran su sitio en los ismos. Las teorías, en relación a estas corrientes estéticas, son guías aproximativas. Nada más. Lector, céntrate en las sensaciones que despiertan en ti las obras.
En fin… Llevo tiempo con la intención de invitar a mi blog al Simbolismo, en su faceta poética y en su vertiente pictórica. Hoy cumplo con la poesía, por seguir el orden en el que se presentaron al mundo: la escritura simbolista se adelanta a las largas líneas, a las borrosidades y a los pinceles machados de azules que dieron visibilidad al símbolo. Pero acompaño a los poetas con pintores que formaron parte de un movimiento que me apasiona por su lirismo.
Buscando una edición que me permitiera cumplir con mi deseo encontré Poemas esenciales del Simbolismo, una joyita que forma parte del catálogo de la Editorial Octaedro.
Poemas esenciales del Simbolismo tiene tres grandes motivos para convertirse en un imprescindible de nuestra biblioteca: posee una introducción a cargo de Pedro Provencio que «vale su misa en oro», una muy buena selección de autores, que incluye desde los precursores del Simbolismo hasta los parnasianos y modernistas más representativos, y una traducción que nos permite leer con gusto.
Hoy selecciono nueve poemas de la antología nombrada. Espero que sean golosinas que te lleven a adquirir el libro, pues en él te esperan, con paciencia, más de cincuenta y cinco vates, de nombres inmortales y lugares distintos.
POEMAS
«… evocar lentamente un objeto para mostrar un estado de alma, o, inversamente, elegir un objeto y extraer de él un estado de alma a través de sucesivos desciframientos».
Mallarmé
La princesa de las orquídeas, Lucien-Victor Guirand de Scevola, pastel sobre papel, 1900.
CUANDO HAYA MUERTO…
Cristina Georgina Rosetti
(Del capítulo «Precursores fuera de Francia»).
Cuando haya muerto, amado mío,
no cantes para mí canciones tristes,
no plantes rosas sobre mi cabeza,
ni cipreses de sombra:
que crezca, verde, en torno mío el césped,
húmedo de la lluvia y el rocío,
y si quieres, recuerda,
y si quieres, olvida.
No veré ya las sombras,
ni sentiré la lluvia;
jamás escucharé del ruiseñor
el canto dolorido;
y soñando en la luz de aquel crepúsculo
que no crece ni mengua,
podrá ser que recuerde,
y podrá ser que olvide.
*
Cristo en el huerto de los olivos, Gustave Moreau, óleo sobre lienzo, h. 1875-1880.
VERSOS DORADOS
Gerard de Nerval
(Del capítulo «Precursores franceses»).
¡Pues sí, todo es sensible!
Pitágoras
Hombre que piensas libre ser el solo sapiente
en este mundo donde la vida prolifera:
tu libertad dispone de tu energía entera,
pero está de tu juicio el Universo ausente.
Respeta en cada bruto un espíritu activo…
A Natura le brota un alma en cada flor;
en el metal reposa un misterio de amor:
todo, sensible y lejos de tu alcance, está vivo.
Teme en el muro ciego un rostro que te espía:
la palabra está anclada en la materia pura…
No la esclavices nunca a una tarea impía.
El ser más gris a veces oculta una deidad;
y, como un ojo nuevo latiendo en su clausura,
dentro de cada piedra crece un alma inmortal.
*
El Valle del Tíber en Asís, Charles-Marie Dulac, óleo sobre lienzo, 1898.
YA NO IREMOS AL BOSQUE
THÉODORE DE BANVILLE
(Del capítulo
«Parnasianos y contemporáneos del Simbolismo»).
Ya no iremos al bosque, han cortado el laurel.
El Amor del estanque, las Náyades reunidas
ven brillar bajo el sol en cristales rayados
las olas silenciosas que sus copas vertían.
Han cortado el laurel, y el ciervo acorralado
tiembla al oír el cuerno; ya no iremos al bosque,
donde adorables niños reían en tropel
vigilados por lirios húmedos de rocío,
ya se siega la hierba y se corta el laurel.
Ya no iremos al bosque, han cortado el laurel.
*
El barco, Odilon Redon, pastel sobre papel, 1894.
SOBRE EL TEJADO, EL CIELO…
PAUL VERLAINE
(Del capítulo «Pioneros y maestros del Simbolismo».
Poeta considerado por el antologista como «Maestro»).
¡Sobre el tejado, el cielo está
tan azul, tan sereno!
Sobre el tejado, un árbol
se está meciendo.
En el trozo de cielo, la campana
tañe sencilla.
Un pájaro, en el trozo de árbol,
entona su elegía.
Dios mío, la vida está ahí cerca
tranquila y simple.
De la ciudad me llega
un rumor apacible.
—¿Qué has hecho, tú que ahí, llorando,
miras el llanto? Eh, tú,
mírate y di: ¿qué has hecho
de tu juventud?
Nota del traductor Pedro Provencio: «Verlaine traslada a este poema algún detalle del paisaje que veía a través de la ventana de la cárcel donde lo escribió».
*
Las antorchas negras, Odilon Redon, carboncillo sobre papel, h. 1888-1889.
PEQUEÑA ORACIÓN SIN PRETENSIONES
JULES LAFORGUE
(Del capítulo «Pioneros y maestros del Simbolismo».
Poeta considerado por el antologista como «Pionero»).
Padre Nuestro que estabas en los cielos.
Paul Bourget
Padre nuestro que estás en los cielos (¡oh, allá arriba,
infinito como eres, pero tan inconcebible!)
Danos el pan nuestro de cada día… (¡oh, mejor,
déjanos sentarnos un momento a Tu Mesa!…)
Di, ¿nos crees Tú unos pobres niños
a quienes se les debe ocultar las Cosas Serias?
Y Tu voluntad, ¿no admite más que esclavos
Así en la tierra como en el cielo? —¡Es agobiador!
Al menos, No nos dejes caer, con tus sonrisas,
En la tentación de besar tu corazón
y déjanos en paz, muertos en el mejor de los mundos,
pacer, en nuestro rincón, y fornicar, y reír…
¡Pacer, en nuestro rincón, y fornicar, y reír!
*
Ofelia, Lucien Lévy-Dhurmer, pastel sobre papel, 1900.
LA URNA
Henri de Régnier
(Del capítulo «El grupo simbolista»).
Sepulcro de silencio, túmulo de belleza,
la Tristeza conserva en su urna cenizas
de racimos de otoño y de frutos de estío,
carga que la oscurece pero que le es tan íntima.
Pues dentro su memoria recupera su aliento
y las horas borradas por la estación sombría
y todo lo que antaño, florida y extasiada,
la embriagó con su olor intenso y vitalista:
por eso tú, en tu amarga juventud, vas llevando
en urna de oro tus estivales cenizas,
por eso te saludo, ¡oh Tristeza que pasas,
silencio sepultado, belleza que agoniza!
*
Incesto de almas, Alphonse Osbert, pastel sobre cartón, 1896.
NIRVANA CREPUSCULAR
JULIO HERRERA Y REISSIG
(Del capítulo «Simbolistas del mundo hispánico. Hispanoamérica»).
Con su veste en color de serpentina,
reía la voluble Primavera…
Un billón de luciérnagas de fina
esmeralda rayaba la pradera.
Bajo un aire fugaz de muselina,
todo se idealizaba, cual si fuera
el vago panorama, la divina
materialización de una quimera…
En consustanciación con aquel bello
nirvana gris de la Naturaleza,
te inanimaste… Una irreal pereza
mimó tu rostro de incitante vello,
¡y al son de mis suspiros, tu cabeza
durmióse como un pájaro en mi cuello!…
*
Paseo Místico, Santiago Rusiñol, óleo sobre lienzo, 1896.
ROSA DE MELANCOLÍA
RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN
(Del capítulo «Simbolistas del mundo hispánico. España»).
Era yo otro tiempo un pastor de estrellas,
y la vida, como luminoso canto.
Un símbolo eran las cosas más bellas
para mí: la rosa, la niña, el acanto.
Y era la armoniosa voz del mundo, una
onda azul que rompe en la playa de oro,
cantando el oculto poder de la luna
sobre los destinos del humano coro.
Me daba Epicuro sus ánforas llenas,
un fauno me daba su agreste alegría,
un pastor de Arcadia, miel de sus colmenas.
Pero hacia el ensueño navegando un día,
escuché lejano canto de sirenas
y enfermó mi alma de Melancolía.
*
La Poesía Mística, Edmond Jean Amand, proyecto de decorado, h. 1894.
EL ARTISTA
ÓSCAR WILDE
(Del capítulo «Simbolistas en otras lenguas»).
Una tarde surgió en su alma el deseo de esculpir la imagen de El placer que dura un instante. Y se marchó por el mundo a buscar bronce. Porque él sólo podía trabajar en bronce.
Pero todo el bronce del mundo había desparecido y en ninguna parte se podía encontrar, excepto el bronce de la imagen de El dolor que dura eternamente.
Y él mismo, con sus propias manos, había esculpido esa estatua y la había puesto sobre la tumba de la única criatura que había amado en su vida. En la tumba de quien más había amado colocó esta estatua, que era obra suya, para que fuese la señal del amor del hombre, que no muere nunca, y el símbolo del dolor del hombre, que dura eternamente. Y en todo el mundo no había bronce, salvo el de la estatua.
Y él cogió la estatua que había esculpido y la introdujo en un gran horno, entregándola al fuego. Y con el bronce de la estatura de El dolor que dura eternamente esculpió la estatua de El placer que dura un instante.
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