EL ZUMBAR DEL ABEJORRO
«Esperanza plañe entre algodones».
César Vallejo
Los insectos singulares, James Ensor, aguafuerte, 1888.
EL ABEJORRO
El abejorro ha llegado. Me rodea.
Me acosa. Me inquieta.
Vibra por mi habitación,
bañada de una luz rosa y dorada.
Zumba el abejorro que, en las calles,
la desastrosa guerra
ha quemado el frescor de los verdes.
Zumba que la guerra ha matado a los pájaros,
ha decapitado al gato
y ha devastado las torres de las iglesias modestas.
Zumba que ha cercenado los chopos,
ha cegado las fuentes,
ha desnudado las casas
y ha hecho con trigo… carbón de Reyes.
El abejorro zumba el mensaje
que los ancianos le han dado:
«Los hombres no se reconocen.
Los creyentes de domingo…
se han vuelto extraños».
El abejorro, como avión en picado,
cae sobre la candela
que ofrece a mi habitación
una luz dorada y rosa.
Estoy en mi confortable sillón,
cubierta con la manta de Zara
blanco albayalde
—tomo un afrutado Blue Mountain de Jamaica.
Y huelo el olor desagradable
que desprende el abdomen del calcinado:
es la queja muda de la vida que se apaga.
Desde mi mundo, de inventada esperanza,
soy testigo del fragor divino
que surge del terror del insecto.
(Bebo, huelo y escucho.)
Soy miembro de la ávida sociedad virtual,
donde la mentira —como afirma Jean François Rével—
ha ocupado el lugar que
la historia había otorgado a la ignorancia.
Así que me pregunto:
—doy fe del ir y venir del insecto: estaba extenuado—,
¿cuántos prestaron atención
al zumbido del abejorro?
¡Oh…, qué pena de todos!
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