EN EL MALECÓN

«El mundo es redondo para que la amistad pueda rodearlo.»
Pierre Teilhard de Chardin

Malecón, Víctor Manuel, óleo sobre lienzo, 1950-1959.

EN EL MALECÓN

«¿Por qué se esforzará tanto el cura si nadie lo escucha?». Fue este el único pensamiento que me acompañó durante todo el tiempo que duró el funeral.

Me senté en la última fila de la iglesia, al lado del pasillo, y me puse a observar como si todo aquello no fuera conmigo, como si la que estuviese allí, a punto de ser enterrada, no me importara. Creo que esta sensación de vacío se debió a la voz del sacerdote, al tilín-tilín de sus campanitas y a los llantos discontinuos. La ausencia de silencio me distrae.

«¡Dios, cómo retumban los tacones en la iglesia de San Lázaro! Esos tacones de aguja taladran el suelo, lo arañan con sus puntas afiladas. Pero…, ¿qué sería de las agresivas hormas sin la ayuda de unos pies sumisos?», pensé cuando terminó la ceremonia y las prisas se apoderaron de los dolientes.

En la iglesia, no sé por qué, me distancié. Ahora, sin embargo, aquí sentada en el malecón y a la espera de coger un autobús que me devuelva a la rutina, siento que puedo despedirme de ti.

¿Recuerdas aquella noche charolada que nos reveló que el mundo de los vivos es finito, que está sellado por la unión del cielo y del mar, por el punto donde las líneas se tocan y parecen volverse una? Entonces vivíamos con impaciencia, corriendo para hacer presencia en todos los sitios: «¡No esperes, mira que el mundo no se detiene!», exclamabas y ponías alas a tus pies para llegar al punto de la noticia del día.

Y el mundo, agradecido por nuestras fantasías, dibujaba trampantojos para que creyéramos que éramos  inauguradoras de espacios sinceros. Pero, en verdad, ¿cómo era nuestra isla, amiga? La experiencia confirma que en su vientre anidan sierpes.

Me encuentro del lado de acá de la raya que ha desposado al cielo con el mar y mi reloj no para de avisar que el tiempo avanza —la obsesión es una particularidad del tiempo—. Siento, aquí sentada y mientras el viento me da de frente, que no te echaré en falta. Has iniciado tu viaje de redención.

Afirma Dante en su Divina Comedia que lo que se encuentra en lo alto de aquella línea, de cambiantes azules, es el mutante infinito. Allí nos encontraremos. Por ahora, mientras las olas salpican el malecón, sigo pagando la vida con mi aliento.

firma gabriela2

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