ENCONTRASTE UN ALMA 

«Hay árboles desnudos en torno a tu casa…».
Edith Södergran


Una vida aislada y una muerte prematura, debido a la tuberculosis que padeció desde niña, son los dos ases que el destino reservó a nombre de Edith Södergran (San Petersburgo, 1882- Raivola, 1923). Visto así, parece trágico. Pero, para amortiguar el sino torcido que le tocó en suerte, Dios compensó con un talento insuperable para la poesía a quien es calificada como una de las grandes voces de la lírica sueca. Edith Södergran dio inicio a la poesía modernista finlandesa con sus poemarios El altar de la rosa (1919) y La sombra del futuro (1920).

La introducción que da comienzo a La lira de septiembre (1918), segundo libro publicado por Södergran, sintetiza su obra, nos deja claro el papel que juega la poesía en la vida de la autora y nos descubre su persona. Edith Södergran fue una mujer de carácter decidido y de honda tristeza. Estos dos rasgos de su personalidad se muestran en sus versos con vestidos bellos, metáforas incapaces de ocultar su alma melancólica.

«Que mis poemas son poesía nadie lo puede negar, que están en verso no quiero yo afirmarlo. He intentado dotar de ritmo a algunos poemas obstinados y he observado así que sólo desde la libertad absoluta poseo el poder de la palabra y de la imagen, es decir, a expensas del ritmo. Mis poemas deben tomarse como descuidados bocetos a mano. En lo que respecta al contenido, dejo que mi instinto construya a partir de lo que mi intelecto presencia en actitud expectante. La seguridad que tengo en mí misma se debe a que he descubierto mis dimensiones. No me conviene hacerme menos de lo que soy», escribe en su prefacio a La lira de septiembre.

Son palabras que le salieron caras. Fueron malinterpretadas por sus compatriotas, intelectuales que nunca la comprendieron. Södergran se sentía satisfecha por su trabajo y era consciente del rechazo que el fruto de sus pensamientos provocaba en aquellos que la acusaban de altiva. Pero no desesperó. Södergran afirmaba que su obra no era para su tiempo, sino para lectores venideros.

La obra de Edith Södergran es el reflejo de ella misma. La autora se analiza para luego asignar a los poemas sus emociones, sus reflexiones y sus deseos más profundos. Södergran desnuda sus experiencias vitales y las presenta en versos libres. La naturaleza, la paleta viva de amarillos, rojos y azules, los gatos, la mano —como instrumento al dictado del alma—, son imágenes recurrentes en su poesía. «Cancioncillas» llamaba al resultado de su empeño.

Los versos de Södergran son profundos. Sus poemas son ramas del árbol de la vida. Toda su creación tiene el olor agridulce de la melancolía, pues su vida de mujer está recogida en su obra. Los comienzos del siglo XX estuvieron marcados por los movimientos sufragistas a los que Södergran miraba con simpatía. Fueron tiempos difíciles que necesitaron años para ser compensados con logros sustanciales y que la poeta vivió desde su marginalidad.

La poesía de Edith Södergran no es misteriosa, ni pretenciosa, ni descriptiva, ni grandilocuente, ni dedicada a naderías. Tampoco su poesía es látigo que atiza ideologías. No es nacionalista, ni se pierde en coqueterías. Su poesía es personal, íntima y, a la vez, voz representativa de los deseos, las dudas, las certezas, las tormentas y las aflicciones propias de la mujer de Adán, el que mordió la fruta con gusto para luego renegar, para luego gritar: «¡Oh, Dios, fue ella, yo no quería probar!»

Edith Södergran habla la lengua de las mujeres, una lengua universal.

Un corazón enérgico en permanente batalla con la tristeza. Pero… ¿qué emociones abrigan sus poemas?

La nostalgia —«…algún día fui suave como un verde brote…»
La decepción: —«El hombre no ha venido, jamás ha sido, jamás será…»
La pasión —«Oh, abrázame tan fuerte que ya no necesite nada.»
La tristeza —«Aquí crecen rosas rojas alrededor de pozos sin fondo, / aquí reflejan los días bellos sus rasgos sonrientes / y las grandes flores pierden sus pétalos más bellos…»
La esperanza —«Todavía hay un susurro entre los abetos…»
La angustia —«Cuándo habré de alzarme ligera como una pluma / para alcanzar esa rosa, la única que no muere nunca.»
El desaliento —«Mi corona es demasiado pesada para mis fuerzas.»
El compromiso —«Soy un brindis en honor a todas las mujeres…»
El deseo —Ansío la tierra que no es…»
El desamor —«Una vez amé a un hombre que no creía en nada…»
La reivindicación —Mi corazón de hierro quiere cantar su canción.»
La libertad, aunque la libertad en ella está asociada a la muerte —«Me mostrarás una tierra maravillosa / donde las palmeras se yerguen altas / y donde entre las columnatas / las olas del deseo se marchan.»

La editorial Nórdica nos ha hecho un espléndido regalo a todos los que amamos la poesía. Ese regalo se llama Encontraste un alma. Encontraste un alma está traducido por Neila García —excelente trabajo— y recoge la obra completa de Edith Södergran en edición bilingüe. El volumen recopila los libros editados por la autora y los poemas póstumos.

He de contarte, lector, que cada poema será una saeta que te convertirá en diana. Una nostalgia existencial te será contagiada hasta provocarte dolor. Es lo que tienen las obras grandes.

Decía al principio que Dios le regaló a Södergran la Gracia de ser poeta como compensación a tantos padecimientos, pues a la tuberculosis hay que agregarle el paso de una vida llena de comodidades a una vida infectada por la pobreza más desesperada —en 1917, con el triunfo de la revolución bolchevique, la familia perdió sus abundantes bienes y conoció lo que son inviernos sin calor.

A continuación dejo algunas poesías de su primer libro para abrirte el apetito —el volumen recoge más de doscientos poemas—. Ilustro la selección con pinturas de artistas de su época y que, puesto que admiraba los movimientos de vanguardia, probablemente conoció.

«Cuando cansada me tumbo a la cama / lo sé: en esta mano agotada se encuentra el destino del mundo», nos confesó.

POEMAS (1916)


Tres mujeres jóvenes, Natalia Goncharova, óleo sobre lienzo, 1920.

PENAS

Bella hermana, no subas a las montañas: a mí me engañaron,
no tenía nada que dar a mi anhelo.
Como recuerdo rompí una ramita de abeto,
daba sombra en el camino frondosa como un penacho,
y busqué el camino de vuelta al mar siguiendo mis viejas huellas.
Miles de juguetes el mar ha roto y devuelto a la arena —
en vano busco una joya que dé lustre a mi belleza.
Ven, siéntate aquí conmigo, te hablaré de mis penas,
nos contaremos secretos.
Tú me enseñarás tu belleza y tu forma de mirar
y yo te ofreceré mi silencio y mi costumbre de escuchar.

Vista en el Midi, Jean Marchand, óleo sobre lienzo, 1913.

LA VIEJA CASA

Así ve una mirada nueva los viejos tiempos
como extraños sin corazón…
Ansío mis viejas tumbas lejanas,
mi triste grandeza llora lágrimas amargas que nadie ve.
Sobrevivo en la dulzura de los viejos tiempos
entre extraños que levantan ciudades nuevas
en colinas azules que se alzan hasta el borde del cielo,
hablo en voz baja con los árboles cautivos
y a veces los consuelo.
Qué despacio desgasta el tiempo la esencia de las cosas,
y qué callados pisan los firmes talones del destino.
¡He de esperar la muerte apacible
que traerá libertad a mi alma!

Lino, Natalia Goncharova, óleo sobre lienzo, 1913.

AMOR

Mi alma era un traje azul claro como el cielo;
lo dejé en una roca junto al mar
y desnuda fui hasta ti y parecía una mujer.
Y como mujer me senté a tu mesa
y bebí un cuenco de vino y aspiré el aroma de unas rosas.
Me encontraste bella y parecida a algo que habías visto en sueños,
olvidé todo, olvidé mi infancia y mi patria,
sólo sabía que tus caricias me tenían cautiva.
Y sonriente tomaste un espejo y me pediste que me mirara.
Vi que mis hombros estaban hechos de polvo y se desmoronaban,
vi que mi belleza estaba enferma y no tenía otra voluntad que desaparecer.
Oh, abrázame tan fuerte que ya no necesite nada.

Cosacos, Wassily Kandinsky, óleo sobre lienzo, 1910.

SUEÑOS INQUIETANTES

Lejos de la felicidad duermo acostada en una isla marina.
La bruma se alza y vuela y los vientos cambian,
tengo sueños inquietantes sobre guerras y grandes festines,
sueños en que mi amado va de pie en un barco y ve
el vuelo de las golondrinas ¡sin sentir deseo alguno!
En su interior habita algo pesado e inmóvil,
ve el barco deslizarse hacia el futuro reticente,
la afilada quilla perforar el insumiso destino,
unas alas se lo llevan a la tierra donde todo cuanto hace es en vano,
a la tierra de los días vacíos y huecos bien lejos del destino…

Jardinería, Natalia Goncharova, óleo sobre lienzo, 1908.

TÚ, QUE JAMÁS HAS SALIDO DE TU JARDÍN

Tú, que jamás has salido de tu jardín,
¿alguna vez te has quedado anhelante ante la verja
mirando cómo por senderos soñadores
la tarde se desteñía azulada?

¿No era el sabor incipiente de lágrimas contenidas
el que te abrasaba la lengua como si fuera fuego,
cuando por caminos que jamás habías andado
se ponía un sol rojo como la sangre?

Abanico, Marie Laurencin, óleo sobre lienzo, h.1919.

PALABRAS

Palabras cálidas, palabras bonitas, palabras profundas…
Son como el aroma de una flor en la noche
que uno no ve.
Detrás de ellas acecha el vacío…
¿O son quizás los anillos de humo
de la cálida hoguera del amor?

Suprematismo dinámico, Kazimir Malevich, óleo sobre lienzo, h. 1915.

EL DOLOR

La felicidad no tiene canciones, no tiene pensamientos, no tiene nada.
Rompe tu felicidad en pedazos, porque la felicidad es malvada.
La felicidad llega despacio con el silbido de la mañana en los matorrales durmientes,
la felicidad se desvanece en ligeras formaciones nubosas sobre las profundidades de un azul oscuro,
la felicidad es el campo que duerme en el resplandor del mediodía
o la infinitud del mar bañada por rayos verticales,
la felicidad es impotente, duerme y respira y no sabe de nada…
¿Conoces el dolor? Es fuerte y grande y en secreto aprieta los puños.
¿Conoces el dolor? Sonríe esperanzado con los ojos llorosos.
El dolor nos da todo lo que necesitamos —
nos da las llaves del reino de los muertos,
nos empuja por la puerta cuando aún dudamos.
El dolor bautiza al niño y se mantiene en vela con la madre
y forja toda alianza matrimonial de oro.
El dolor impera sobre todos, suaviza la frente del pensador,
ciñe el collar que adorna el cuello de la mujer deseada,
espera a la puerta cuando el hombre sale de visitar a su amante…
¿Qué otra cosa da el dolor a sus seres amados?
No sé qué otra cosa.
Da perlas y flores, da canciones y sueños,
nos da mil besos y todos vacíos
y nos da el único que es verdadero.
Nos da nuestras almas extrañas y nuestros gustos curiosos,
nos da todos los mayores favores de la vida:
el amor, la soledad y el rostro de la muerte.

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August Strindberg. Poemas, pinturas y una puesta en escena: El padre.

Solo (August Strindberg).

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Pánico en Palacio. Cinco poemas de Vlada Urósevich.

Ibsen. “Un enemigo del pueblo”. Incluye la película.

Alfonsina y el libre albedrío.

«Invitadas». La mujer, el arte y el siglo XIX.

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Jenny Marx. «Breves escenas de una vida agitada».

El despertar (Kate Chopin).

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