ERNESTINA DE CHAMPOURCIN
«Hay letras encendidas
que duelen como llagas».
Fotografía de Ernestina de Champourcin.
Tengo en mi biblioteca un librillo que reúne una selección de poemas de Ernestina de Champourcin, también tengo otro que recoge toda su obra. Pero el ejemplar de formato humilde tiene un atractivo especial. Es el resultado del trabajo de dos autoras españolas que vivieron situaciones distintas nacidas de una misma centuria: el siglo XX.
Antología poética me permitirá celebrar a lo grande el Día Internacional de la Mujer, pues es un libro que representa el tesón de dos intelectuales empeñadas en ser lo que querían: Ernestina de Champourcin y Luzmaría Jiménez Faro. Las dos fueron poetas, pero Luzmaría, además, fue editora. La entrada de hoy recogerá poemas escritos por Ernestina que Luzmaría seleccionó para la antología que le dedicó.
¿Cuántas veces no he escuchado decir que las mujeres han brillado poco en el universo del arte y de la literatura? Las mujeres han tenido que bregar con sofisticados procedimientos de censura a través de la historia. No obstante, los anales de la intelectualidad pueden presumir de tener en sus listas nombres femeninos que han vencido las campañas de desprestigio llevadas a cabo por los grupos de poder. Pero, a pesar de haber sido registrados en diccionarios y en bibliografías, esos nombres siguen siendo ignorados en muchos casos.
No es que las mujeres en el arte y en la literatura no hayan brillado, porque esto significaría que no existieron o que su número es tan insignificante que no vale la pena reseñarlo, es, sencillamente, que son desconocidas para el gran público. Todas las épocas han parido autoras talentosas que han destacado por sus dones; todas, desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días.
A muchos sorprendería la cantidad de obras de arte firmadas por artistas mujeres de las que se tiene constancia, o bien porque se conservan las piezas o bien por alusiones a ellas en tratados, correspondencias, facturas de compraventa, inventarios, testamentos… Hay registrados, desde el siglo I a.C hasta el siglo XIX, unos mil quinientos nombres entre pintoras, iluminadoras, escultoras y grabadoras de reconocida maestría. Son los nombres que han sobrevivido a la erosión del tiempo. Entonces…, ¡imagina cuántas autoras, por causas variopintas, no han dejado rastro!
En la mayoría de los casos los nombres femeninos que permanecen no son populares. Este hecho demuestra una intención concreta: la voluntad de silenciarlos. Voces femeninas han brillando con luz propia, adornado los siglos que cuentan la historia. El silencio no es olvidadizo. Se debe a una estrategia de poder y al olvido altanero del hombre instruido. Pongo un ejemplo de la segunda opción, pues la primera es suficientemente obvia.
Buscando información, que complemente la que ya tengo sobre Ernestina de Champourcin, acudí a la Historia de la Literatura Española, estupendo ensayo, en cuatro volúmenes, de Ángel Valbuena Prat. Pues bien, el cuarto tomo abre con el capítulo dedicado a la Generación del 27, la generación de Ernestina. De las cincuenta y ocho páginas dedicadas a este movimiento, sólo una página y media está destinada a tres mujeres poetas. ¡Sólo una página y media para reflejar la obra de Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre y Concha Méndez de Altolaguirre!
¿Y qué información nos da Valbuena sobre Ernestina? Pues que era vasca, que era la mujer del poeta Juan José Domenchina (1898-1959), que su poesía es «arquitectural, lineal» y que posee «sensibilidad femenina» y «notas de cadencia». ¿Te lo puedes creer? No tuvo nada más que decir de la poesía de una mujer que volcó sus emociones más profundas en sus versos, que hizo de estos su terapia. Entre la primera edición de Historia de la Literatura Española y la última hubo ocho ampliaciones supervisadas por el filólogo. Y nada…, ni media cuartilla más.
Entre la edición de 1937 y la de 1968 —la que poseo— Ernestina publicó varios poemarios. Ya me cuesta creer que en 1937 fuera Ernestina desconocida para Valbuena, pues con su libro Cántico inútil, publicado un año antes del estudio del filólogo, consiguió romper las barreras del mundillo cultural y, como potente ola, bañar los rincones madrileños donde artistas y escritores debatían.
Ahora bien, esta injusticia no desmerece la enorme labor de Ángel Valbuena Prat. Su Historia de la Literatura Española es un libro imprescindible para todo aquel que quiera acercarse a los asuntos que trata, aunque sólo sea para constatar una realidad injusta, como pasa con Ernestina y las demás mujeres olvidadas de la Generación del 27, aunque sólo sea para utilizarlo de ejemplo de esa omisión altanera a la que hice referencia antes.
Retomo a Ernestina de Champourcin y a Luzmaría Jiménez Faro.
Fotografía de Luzmaría Jiménez Faro.
Luzmaría Jiménez Faro (1937-2015) editó Antología Poética, libro del que selecciono, como he dicho antes, los poemas de Ernestina que leerás a continuación.
Luzmaría Jiménez Faro fundó Ediciones Torremozas en el año 1982. Torremozas tenía y tiene un mismo propósito desde sus comienzos: centrarse en la literatura y en la poesía femenina. Luzmaría recibió a lo largo de su carrera homenajes y premios por su labor como editora. Creó la Fundación Gloria Fuertes —la autora la designó su heredera universal— y nos legó un catálogo en exclusiva de títulos escritos por manos de mujer. A ella debemos, entre otros muchos libros, los cuatro volúmenes que recogen la poesía española femenina que abarca desde el siglo XVI hasta el siglo XX —Poetisas españolas. Antología general.
Ernestina de Champourcin (1905-1999) comenzó a publicar en revistas de la época a partir de 1923. En 1926, con veintiún años, editó En silencio, su primer poemario. En 1934, Gerardo Diego la incluyó en la antología Poesía Española Contemporánea —sólo aparecen dos mujeres en esta selección: Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre—. Es el inicio de un deseo cumplido que termina con Presencia del pasado (1996), libro publicado dos años antes de morir.
Al finalizar la Guerra Civil, con la victoria del bando nacionalista, Ernestina se vio obligada a marchar al exilio junto a su esposo Domenchina, secretario de Manuel Azaña. Ernestina pasó treinta y tres años fuera de España —la poetisa enviudó en México, país donde sobrevivió como traductora para la casa editorial Fondo de Cultura Económica.
Ernestina regresó a su tierra en el año 1972. Estos hechos de su vida, sumados a su educación católica, tuvieron mucho que ver en la evolución de su poesía, que pasa de tener runrunes rimbaudianos y juanramonianos a mostrar un carácter intimista y místico muy vinculado, con el pasar de los años, a su fe religiosa.
Ernestina de Champourcin sufrió, como otros intelectuales españoles a los que no se les puede clasificar en ninguno de los dos bandos de la Guerra Civil, el silencio con que su país la castigaba. Se había casado con un republicano y era católica. No encajaba en ninguno de los herméticos bloques que se repartieron el siglo XX —no es hasta el año 1989 que el olvido de su obra es recompensado con el Premio Euskadi de Literatura en Castellano en su modalidad de Poesía. Fue nominada al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992, pero el laurel se lo llevó al dramaturgo y escenógrafo Francisco Morales Nieva (1924-2016).
Con los años, la poesía de Ernestina de Champourcin va enroscándose en sí misma, adentrándose en un proceso introspectivo que la acerca a la fuente de la que mana su misticismo. Ernestina bebe en esa fuente y vuelca en su poesía, no «sensibilidad y delicadeza», como señala con tono condescendiente el estudio de Valbuena, sino impresiones personales que van desprendiéndose del simbolismo y del modernismo. Son emociones maduras, que indican un carácter espiritual, de naturaleza «sensible y delicada», pero de voluntad razonada.
Los poemas de Ernestina de Champourcin pronto pierden el interés por las modas para mostrarse vestidos con un hábito que deja al descubierto sus más íntimos pensamientos. Son poesías donde la fe va ganando protagonismo —se ampara en ella— y donde Ernestina muestra su asombro ante las miradas ciegas, ante una sociedad que no reconoce suya. «En este triste país todo son prisas, frialdad y aburrimiento. Casi nadie piensa más que en correr, ganar dinero y gastarlo y los demás, que son pocos, no evitan del todo el contagio», escribió a la periodista Rosario Camargo en 1985.
Ernestina fue generosa con su poesía. Regaló a sus versos sentimientos vinculados a experiencias concretas y no a conceptos genéricos. Este hacer tan personal, donde el amor saboreado es el nexo entre lo físico y lo espiritual, descubre una obra humana que no deja indiferente al lector.
He escogido para el día de hoy uno o dos poemas de cada libro recogido en la Antología poética que editó Luzmaría Jiménez Faro en 1988 —los títulos posteriores a esta fecha no están representados en la entrada.
He decidido, porque este espacio está dedicado al Día Internacional de la Mujer, ilustrar los poemas con cuadros de pintoras de diferentes períodos de la historia. He pasado de las artistas del siglo XX, pues esta centuria se ha portado mejor con las mujeres. He optado por los autorretratos, aunque hay alguna excepción —no quería dejar fuera a pintoras que vivieron fuera de Europa, como la japonesa Kiyohara Yukinobu (1643-1682) y la filipina Granada Cabezudo (1860-1900).
Y, bueno, Muchacha con lirio acompañará el primer poema, aunque no es un self-portrait. Me gusta mucho el arte de Elizabeth Jane Gardner, así que me he dicho: «Gabriela, ¡hágase tu voluntad!»
De EN SILENCIO…
(1926)
Muchacha con lirios, Elizabeth Jane Gardner, óleo sobre lienzo, ¿1884?
(Primera mujer norteamericana que expuso sus obras en el Salón de París).
LILAS BLANCAS
Quiero ser un manojo
de lilas blancas
que la tarde deshace
con su nostalgia;
una rama cubierta de
flores lánguidas,
como pequeños búcaros
de esencia rara,
una lluvia de pétalos
hecha fragancia,
en la paz del nocturno
rosado y plata…
Quisiera ser un ramo
de lilas blancas
y acariciar la sombra
de tu mirada.
Cuando en el blanco ocaso
todo desmaya,
tendré un perfume triste,
como tus lágrimas;
al repicar el Angelus,
con la campana
hacia ti volarían
mis flores lacias
y en el débil incienso
de su plegaria
palpitaría un ruego
para tu alma…
Quiero ser un manojo
de lilas blancas
y sembrar tus caminos
de flores castas.
Autorretrato («Alegoría de la atención»), Rosario Weiss, lápiz negro sobre papel avitelado, 1842.
(Rosario fue la hija del ama de llaves de Goya, quien la enseñó a dibujar).
EL ÚLTIMO ENSUEÑO
Prende a mi vestido capullos de almendro,
perfuma de nardo mis negros cabellos
y entierra entre flores los tristes recuerdos.
Apaga las luces… pero haz que a lo lejos
Beethoven suspire, nostálgico y lento.
Cerraré los ojos y sobre mis dedos
se irá deshojando, silencioso y yerto,
el llanto divino del último ensueño.
Entorna las puertas. Deshaz este velo
que tejí con plata. ¡Ya sólo deseo
descansar tranquila! Cuando esté deshecho,
recoge sus hilos, bésalos y… luego
deja que mis manos vayan componiendo
con las hebras rotas el postrer ensueño.
Mi vida se acaba. ¡Ya sé que me muero!
Y quiero extinguirme, muda, sonriendo,
con el alma alegre y el corazón lleno
de bellas quimeras, guardando en mi pecho
toda la agonía del postrer momento.
¡Déjame que muera viviendo mi ensueño!
De AHORA
(1928)
Retrato de Miss Laura Theresa Epps, Laura Alma-Tadema, óleo sobre lienzo, 1871.
(Mujer del pintor Lawrence Alma-Tadema —de soltera se apellidaba Epps).
UMBRAL
…Je sens que des oiseaux sont ivres d’être parmi l’écume inconnue et les cieux.
Stéphane Mallarmé
El regusto de la noche ruboriza la mañana.
Hay un ácido perfume de claveles y manzanas.
Mi tristeza, la de siempre, ha colgado en las acacias
el inútil abanico de sus lágrimas.
Una risa sin nombre, joyante iniciación al ritmo de la vida,
me curva dulcemente.
El goce de lo absurdo esparce su medida
en el punzante embrollo que el corazón desteje.
Surge el día con alas de mariposa nueva
desplegando la cinta de su fresco alborozo
y enroscan a mi espíritu su anhelante culebra
los caminos del mundo.
¡Senderillo cubierto de lodo y hierbazales,
carreteras vibrantes bajo raíles de acero,
polvaredas que arrastran pensamientos de humo
a la estación del pecho!…
¡Abiertas perspectivas cuajadas en el foco
ya terso y despejado que mi atención caldea,
con manos de oro tibio encaminad mis ojos
al charco donde el sol imberbe chapotea!
Autorretrato, Lluïsa Vida, óleo sobre lienzo, 1899.
(Única mujer española de su época que se dedicó profesionalmente a la pintura).
FIRMEZA
Se hundió inútilmente
la red de tus palabras,
en el cauce sereno y limpio
de mi alma.
Ha salido vacía…
Nada tembló en la zona ardiente
que incrédulo acechabas.
Ni el cristal se ha quebrado
al sentir tu mirada
como hubieras querido.
La dulce luz de plata
que brilla silenciosa
en la copa cerrada
tan frágil y tan pura
que es el cáliz del alma,
no vaciló siquiera.
Eternamente blanca
esperó que el minuto
de tu anhelo pasara.
Ha salido vacía
la red de tus palabras,
sin lograr conmover
el cáliz de mi alma.
De LA VOZ EN EL VIENTO
(1931)
Autorretrato, María Ellenrieder, óleo sobre lienzo, 1810.
(La primera mujer admitida en una Academia de Arte en Alemania. Fue pintora de la corte de la Gran Duquesa Sofía de Baden).
INICIACIÓN
«Apártalos, Amado, que voy de vuelo».
San Juan de la Cruz
¡Ni cielos trastornados ni mares imprevistos!
Lo abrasaría todo el signo de mi frente.
Hay sólo una belleza que trasciende los sueños
y madura en nosotros su grávida expansión.
Ya perdió su prestigio la rosa uniformada.
En cada sien desnuda late el germen brioso
del fruto original.
¡Abridme paso pronto!
Desenfocados huyen los vértices del cielo.
El que ha de venir con fuego en las entrañas
y agua pura de amor escondida en las venas
necesita mis labios.
¡Yo acercaré a su sangre la antorcha creadora!
¡Yo os lo traeré encendido como un radiante sol!
¡Abridme paso todos!
Cerrad el horizonte, los caminos abiertos.
Voy tejiendo mi ruta de ausencias enlazadas.
¡Con la brisa de un vuelo yo haré que nazca el dios!
De CÁNTICO INÚTIL
(1936)
Posible autorretrato , Marietta Robusti «Tintoretta», óleo sobre lienzo, s. XVI.
(Hija del pintor Tintoretto, quien fue su maestro. Reconocida retratista en Venecia).
EL RETRATO
Mírame en ti. Mi efigie verdadera
se esconde en tus pupilas y en la albura
de esa imagen sin cuerpo que perdura
cuando el trazo más nítido se altera.
Sólo existo en tu amor. La primavera
que en mis labios descubre tu ternura
florece para ti y es mi hermosura
el signo luminoso de tu espera.
No busques en el agua mi reflejo.
Eres tú sólo el invisible espejo
donde oculto mi auténtico retrato.
Al quererme creaste mi belleza
y ahora tu afán sin brújula tropieza
con la mentira cuya ley no acato.
Autorretrato, Angelica Kauffmann, óleo sobre lienzo, 1784.
(Hija del retratista Joseph Johann Kauffmann. Anna, además de retratos y de naturalezas muertas, hizo escenas históricas, género pictórico hasta entonces ajeno a las mujeres).
SOBRE MI CUERPO EN NIEBLA…
Sobre mi cuerpo en niebla,
la antorcha de tus manos.
¡Qué lenta quemadura
surcaba mi letargo,
abriendo huellas rojas
en el silencio intacto!
Amanecer a oscuras.
El cielo de tus labios
cuajó de estrellas vivas
los míos extasiados,
y al borde de mis sienes
un galope de galgos
alzó vertiginoso
mi pulso desbocado.
Tus pupilas en sombra
buscaban mi regazo.
¡Qué huida hacia ti mismo!
El sendero obstinado
giraba en torno tuyo
fingiendo rumbos falsos,
para dejarme, exhausta,
a orillas de tu abrazo.
¡Acerca nuevamente
la antorcha de tus manos
a la pira fragante
de mi cuerpo sellado!
De EL NOMBRE QUE ME DISTE
(1960)
Autorretrato, Sofonisba Anguissola, óleo sobre lienzo, 1556.
(Considerada la primera pintora de éxito del Renacimiento).
ENTRE LO MÁS PEQUEÑO…
Entre lo más pequeño
hiciste grandes cosas…
en lo que no era nada,
en esa yerba sola
que orilla los caminos…
¡Cómo cantan ahora
los seres que encendiste
y qué estela de gloria
disipa en cada uno
los miedos y las sombras!
Hasta en lo más indigno
hiciste grandes cosas.
¡Cómo canta mi barro
tu gracia redentora!
Una mestiza, Granada Cabezudo, óleo sobre lienzo, 1887.
(Pintora de la escuela filipina. El cuadro participó en la Exposición General de Filipinas de 1887).
CERCADA ESTOY, SEÑOR…
«Como un escudo me cercará Tu verdad».
Salmo 90
Cercada estoy, Señor,
por Ti solo cercada.
Ciérrame la salida,
acorrálame el alma,
anula mis defensas.
Cercada estoy, cercada
por esa verdad tuya
—escudo que me ampara,
saeta que me hiere,
crecida que me arrastra.
Cercada sin remedio,
cautiva sin murallas.
De CÁRCEL DE LOS SENTIDOS
(1964)
Autorretrato, Vanessa Bell, óleo sobre lienzo, 1915.
(Hermana de Virginia Woolf).
LA ORACIÓN
Ese muro implacable, tan ciego, tan callado…
y yo a los pies del muro con mi sed y mis ansias,
yo sola, rodeada de todo lo que esquivo…
¡Qué lucha de lo inútil contra la pura esencia!
Un reflejo en el muro… una luz resbala
sobre esa cal inmóvil de un blanco impenetrable…
¡Es Tu sombra, Señor! Qué minuto de gloria.
Y después… qué silencio en qué sombras de noche.
Aquí estoy todavía… Yo sé que existe el pozo
donde dormita el agua que ofreciste a mis labios.
Yo sé que sólo falta una grieta en el muro;
la que yo podré abrir mientras espero y amo.
Dame fuerzas, Señor. Aunque transcurran siglos
me encontrarás aquí, rendida y obstinada,
soñándote y amándote mientras pasan las horas,
mientras mi sed de Ti va adelgazando el muro…
Santa Catalina de Siena, Bárbara Longhi, óleo sobre lienzo, 1579.
(Posible autorretrato de la autora, hija del miniaturista Luca di Francesco Longhi).
¿QUÉ DECIRTE, SEÑOR? SOLO UN LARGO SILENCIO…
¿Qué decirte, Señor? Solo un largo silencio
abarcaría hoy mi soledad sin nombre.
Mírame largamente, absorbiéndome toda
y entonces es posible que logres consolarme.
Palabras no. Tú sabes… Te dije lo esencial
una vez para siempre. Lo murmuré en un soplo.
De sobra se me alcanza que viste y comprendiste.
¿El resto, a quién importa?
Y esta tarde sin júbilo en que la noche llega
trayéndome una sorda fulguración de ocaso,
en que mi fe parece desmenuzarse en polvo,
te arranco al infinito para enraizarte en mí.
Y sé que estás y vives en esta pena insomne
que no sabe llorar ni deshojarse al viento;
en la desesperanza sombría de mis pasos
ante este acecho frío de rutas bloqueadas.
Y no sé dónde estás. Mas sé que estoy contigo
a pesar de la huraña conspiración del mundo,
a pesar de mi carne que protesta cautiva,
a pesar de mi frente, esclava de sus sueños.
Tú eres la luz y quiero recibirte en ni noche
sin gozar del calor que Tu presencia irradia.
Tú eres la Verdad y seguiré tus huellas
a pesar de ese muro que te roba a mis ojos.
De CARTAS CERRADAS
(1968)
Autorretrato, Aurelia de Sousa, óleo sobre lienzo, 1900.
(Aurelia también fue ilustradora. Rechazó la presidencia de la Sociedad de Bella Artes de Oporto. Expuso en varias muestras).
NO SÉ HABLAR DE ESAS COSAS QUE SE HAN PUESTO DE MODA…
No sé hablar de esas cosas que se han puesto de moda:
basura en las esquinas y vómitos de perro,
hedores adheridos al quicio de las puertas;
esa puerta en bostezo de hotelucho o cantina…
La poesía «social» no se me da tampoco…
—¿Poesía sin misterio es acaso poesía?—
y prefiero callarme y acercarme al problema
llevándoles Tu amor que lo resuelve todo.
Por eso te dedico estas cartas cerradas
que Tú has leído ya infinidad de veces.
Si Tú quieres que otros alcancen a leerlas
haz que el sobre cerrado se transparente un día…
Poesía de «protesta»; poesía con «mensaje»:
que cada uno tome en ella lo que quiera.
La vida del poeta es dialogar contigo.
Y que después Tú solo lo expliques al que lee…
Autorretrato, Therese Concordia Mengs-Maron, pastel sobre papel, 1745.
(Hija del pintor Ismael Mengs. El rey polaco Augusto III la hizo pintora de cámara. Trabajó el género de la miniatura. En 1795, entró en la Accademia di San Luca).
Y TE QUISE TRAER UN CIPRÉS DE CASTILLA…
A J.J. que ahora contempla, sin dolor, ese paisaje que amó tanto.
Y te quise traer un ciprés de Castilla
que hundiera sus raíces hasta tocar tus huesos:
Castilla que cantaste y amaste con locura
cuando faltó a tus pies su barbecho fecundo.
Raíces en lo hondo; copa esbelta en el cielo.
No ese ciprés de Silos que Gerardo cantara,
sino un ciprés aún tierno que creciese a tu vera
señalando al que pase la ruta que seguiste.
Así todos verían al levantar los ojos,
que ya no estás ahí donde tu nombre queda,
porque el ciprés, cual índice de verdor y esperanza,
guiaría su vista a tu verdad inmutable.
¡Qué guardia de cipreses en la tarde de oro!
y me acordé de ti y de aquellos poemas;
y de los que, después, colmaste de ese Amor
que te acunó la muerte.
Yo te quise traer un ciprés de Castilla.
¿Para qué? me pregunto. ¡Si ya la tienes toda!
De POEMAS DEL SER Y DEL ESTAR
(1972)
Autorretrato, Catharina van Hemessen, óleo sobre tabla, 1548.
(Hija del pintor flamenco Jan Sanders van Hemessen).
Y PARA SER, ESTAR…
Y para ser estar.
Lo que huye no existe.
Lo que pasa fugaz
no será propio nunca,
ni nunca se dará
a lo terno absoluto.
Para ser de verdad,
estate ahí, en tu sitio,
en tu raíz. Jamás
te disperses en rumbos
que no te acogerán.
—Marta salió del camino;
María aguardó en paz.
Hay días de silencio
gozosos de esperar
y días en que el cielo
entero se nos da.
Para ser, entregarse.
Para entregarse, estar
en la cena de Pascua,
de pie, sin buscar más.
De PRIMER EXILIO
(1978)
Dibujo de Kiyohara Yukinobu, tinta china y dorado, s. XVII.
(Hija de Kusumi Morikage, maestro de pintura japonesa estilo «Kano»).
BARCELONA, BARRIO CHINO
El olor a gardenias
se esfuma poco a poco
y ahora es otro mundo
pululante de ansias.
Bosque tupido y ávido
de palmas extendidas
o puños que se cierran
sobre un pobre tesoro.
-El frasquito de aceite,
el huevo solitario-.
La gitana madura
me enseña unos pedazos
de azúcar que relucen.
Y vamos caminando
de una miseria a otra
con la nuestra aupada
sobre frágiles hombros.
Autorretrato, Elisabetta Sirani, óleo sobre lienzo, 1660.
(Fundó una Escuela de Arte para jóvenes mayores de catorce años).
TIEMPO DE MAR
EL mar me pertenece
lo hago pasar entero
entre mis manos ávidas.
Lo acaricio le doy
la única mirada
sencilla que me queda
la que aún no han manchado
ni el miedo ni la muerte.
Mar limpio entre mis dedos
goteando esperanzas
porque sostiene aún
un velamen con brisa.
Mar de todos los mares
hoy contemplo en su espuma
otros mares antiguos:
aquel de mi primer
contacto con las playas
y el de aquellas lecturas
codiciosas e incómodas
bajo algún tamarindo.
Y aquel otro del trópico
sin huellas de turistas
con esa pulpa tierna
que ofrece el cocotero.
Quiero olvidar aquí
lo que sucedió anoche.
el mar no tiene culpa.
Es dócil, mío, puro,
es un lebrel que lame
mis plantas mansamente.
Autorretrato, Gwen John, óleo sobre lienzo, 1902.
(En 1900 expuso en Londres en el New Art Club y en el Salón de Otoño de Paris en 1919. Tuvo una relación amorosa con Rodin).
INSOMNIO
Es un ratón bohemio.
Cansado de roer
tantas flores de trapo
se ha perdido en la selva
de los cables eléctricos.
La noche no se acaba.
¿Quién se escurre en la sombra?
La plazuela no entiende
los balcones abiertos
las inquietas preguntas,
los ojos aterrados
por un ratón que salta.
En las cajas redondas
roen otros ratones.
Amanece; el obús
no hizo blanco en el puerto.
De LA PARED TRANSPARENTE
(1984)
Autorretrato, Anna Bilinska-Bohdanowicz, óleo sobre lienzo, 1887.
(Participó en el Salón de París, ganando la medalla de oro con este óleo. Recibió medalla de plata en la Feria Mundial de París de 1889).
CIUDAD DESIERTA
Aquí no hay nada, nadie.
Entre tanto gentío
nadie va, nadie viene.
Sólo se toca el aire,
silencio en el bullicio,
vacío en la palabra
oquedad en el movimiento,
presencia sin personas.
Qué enredo de países,
de adverbios, de niveles,
qué maraña de puertas,
de nombres, de caminos.
¿Aquí, allí, adónde?
Hay letras encendidas
que duelen como llagas.
Es forzoso salir:
buscar alguna parte,
¿buscar qué?, un orificio
entre la masa amorfa,
un huequecillo tenue
con temblor de caricia,
una esquina con flores.
La mujer y los niños
miran hacia delante
y sonríen por algo
que no se les alcanza.
Decirles «aquí estoy».
Decir «venid conmigo».
Pero ¿adónde llevarlos
si no nos lleva nadie?
Autorretrato, Berthe Morisot, óleo sobre lienzo, 1885.
(Cuñada de Édouard Manet. Expuso en el Salón de París entre los años 1864 y 1868).
SUSURRO
No son esas palabras
metálicas y duras
las que abren caminos
y derriban los montes.
Las aguas pasarán
a través de otros cauces
más secretos, más hondos,
por otros arcaduces
que tú y yo sabemos.
No quieras violentar
la delicada urdimbre
de un tejido sutil
que un soplo rasgaría.
Esas palabras no.
Las que ya nadie oye,
la vibración secreta
de algún cuerpo entregado.
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