LA VENGANZA DE LAS NÁYADES

Pan, litografía, 1948, Pablo Picasso.

 

LA VENGANZA DE LAS NÁYADES

Marcha al bosque a llorar y lo hace como si fuera un niño al que le han arrancado de entre las manos los caramelos que tanto tiempo lleva contemplando tras los cristales de una bombonería.

Cuando comienza a despuntar el día, regresa a su cueva con el cuerpo embarrado y el pelo lleno de chinitas.

Fue allí, en el río hondo de piedras resbaladizas, donde la descubrió, bañándose desnuda, ofreciendo sus risas al desafinado coro de los pájaros.

Pan, hijo de hombre y cabra, espera en vano; quiere volver al punto donde una vez su amada, viéndose acosada por él, tuvo que pedir refugio a sus hermanas.

Pero las náyades celosas, tras un intenso debate, en el que estuvo muy presente que se trataba de una rival fuerte —eran todas para uno—, decidieron un destino inesperado para la joven Siringa.

—¡Hermosa ninfa, hubiese sacado de tu cuerpo tantas armonías…! —suspira enamorado, mientras contempla celoso, desde esta orilla del río, cómo el suave vaivén del viento agita los esbeltos juncos que acogen el alma de Siringa.

Pan es un fauno de ideas fijas y puede ser considerado el primer sujeto machista de la historia.

Nota: Las náyades de este relato entretienen al fauno para que no cruce el río; de manera que Pan sigue sin flauta.

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