FÁBULA SOBRE UNA RIVALIDAD

«El talento se desarrolla cuando tiene un espacio propio donde brillar».

Azabache, Manchita y yo en nuestro jardín.

Una tarde llegó y le dijo: —Amiga, voy a montar un negocio debajo de tu cama.

¡¿Un negocio?! ¿De qué? ¿Para qué? —preguntó, asombrada, la dueña de un perrillo de morro fino y mirada inquieta que respondía al nombre de Charol.

Será de ventas de todo aquello que tenga que ver con… ¡pulgas y garrapatas!

¡¿Con pulgas?! ¡¿Con garrapatas?! —exclamó, asustada, la humana.

¡Sí!, serán ungüentos eficientes para aliviar picores.

Pero, Charolito, no traerás a casa…

¡Sí!, algunas tendrán que estar, pues, amita, con ellas tendré que ensayar.

¡Anda!, pues mira por dónde: ¡yo también quiero participar! Me ofrezco como… ¡secretaria! —expresó La Lenta, la perrita que, cada vez que salía, no demostraba prisas por regresar a su hogar.

Charolito, en un principio, se negó a que La Lenta entrara en su negocio, porque intuía que de la asociación propuesta nada bueno brotaría. Pero su ama lo convenció argumentando que no hay oficina que se precie que no tenga un amanuense, y… ¿quién mejor para el cargo que alguien de total confianza?

Manchita, quien representa a Charolito, Lucas y yo.

Este fue el comienzo de una disputa continua.

Charolito montó la agencia, buscó los contactos e hizo publicidad por todo el vecindario. Y el «morro a morro» funcionó, como los engranajes del reloj que colgaba de la pared del salón.

¡Oh…!, pero mientras Charolito trabajaba en levantar su negocio, su compañera pasaba las horas durmiendo como un lirón.

La Lenta, que era presumida, tenía patas de una belleza sin par y cuidaba sus uñas con gran pasión. La perrita, que poseía una gran variedad de limas, tijeras y pinturitas de uñas, se emperifollaba o reposaba, mientras en la agencia los teléfonos sonaban, los pedidos se acumulaban, las reclamaciones aumentaban y las pulgas de las cestas se escapaban. El negocio no funcionaba, porque ella… ¡no lo cuidaba!

¡No aguanto más! ¡Vamos a quebrar! —se quejó Charolito y, dirigiéndose a su ama, dijo con resolución: —Aquí te entrego las llaves y que los malos agüeros… ¡se vayan a volar!

Azabache, quien representa a La Lenta.

La Lenta, que era muy lista y lo tenía todo planeado, comprendió que había llegado su oportunidad y, sin dilación, pidió las llaves para montar una gran peluquería.

Déjame el sitio a mí, amiga, y verás cómo el negocio se convierte, de la noche a la mañana, en gran éxito de la temporada. Cortaré, rizaré, alisaré, haré la pedicura…

¡Qué alegre se mostraba La Lenta y qué triste Charolito!

¡Ay…!, mis niños, lo que no iba a ser más que un juego se convirtió en rivalidad. Charolito y La Lenta siempre habían compartido cama, comida, paseos y diversión; pero el proyecto de uno despertó la ambición y los celos del otro.

¿Por qué el divertimento en drama se trocó? ¿Por qué el hueso, que hasta hacía poco tiempo compartían, en el plato se quedó? ¡Ah…!, porque, en vez de tener en cuenta aptitudes y genios para formar un equipo, sólo contó la hermandad. Esa mala decisión fue la que mudó la diversión en desdicha.

Reconduciendo el asunto, la dueña de las mascotas ofreció a cada uno un espacio diferente del jardín, de modo que los perrillos pudieran desarrollar sus talentos. A un lado y al otro del árbol de los anhelos había dos letreros. A la izquierda se leía: «Garrapulgas: pócima rápida contra el picor». Y a la derecha, el tablón decía: «Cortes de pelo calmosos para encontrar el amor».

Y esta fue la solución que devolvió la concordia entre La Lenta y Charol.

Dibujo de María Gabriela Díaz Gronlier.

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