FÁBULAS LITERARIAS

Las fábulas de Iriarte educan al pequeño y al adulto ilustran.

Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo (1750-1791) aseguraba a todo aquel que se le acercaba que él había conseguido ser el primer escritor español en editar una «colección de fábulas enteramente originales». Pero el hecho cierto es que esta era una verdad dudosa. Félix María Samaniego (1745-1801), amigo de Iriarte hasta el momento en que éste se adjudicó el título de re-fundador del género, había publicado su libro de fábulas en 1781, casi un año antes que el tinerfeño.

Sea quien fuese el primero de los dos en seguir la moda literaria de la Ilustración —es en el siglo XVIII cuando florecen las enseñanzas morales tan propicias para la educación—, el hecho cierto es que las fábulas de ambos son entretenidas, instructivas y chispeantes. Pero las Fábulas literarias de Iriarte son propicias para el lector infantil. No sucede lo mismo con las de Samaniego que tienen un sabor picante no apto para menores.

He seleccionado para esta entrada diez fábulas de las setenta y seis que escribió Iriarte. Verás que todas tienen como objetivo destacar la importancia del estudio. Todas las moralejas, de las que son protagonistas serpientes, conejos, monos, cuervos, aves, ardillas, sapos…, giran alrededor del libro y de la lectura, de la función didáctica del arte, del conocimiento y de la buena escritura.

Escritas en verso y protagonizadas por animales parlantes, las máximas de Iriarte se prestan a la lectura dramatizada, a ser representadas, convirtiéndose en un método divertido de aprendizaje. Un teatrillo sencillo y unos muchachos caracterizados con unas máscaras o maquillaje y el escenario se transforma en el espacio propicio para las enseñanzas de Iriarte. Eso sí, quizás tengas que adaptar al vocabulario actual alguna palabra que hoy se encuentra en desuso, aunque dejarla y explicarla es mucho mejor. Por lo demás, todo será aprender con alegría.

Demás está decir que las Fábulas literarias educan al pequeño y al adulto ilustran.

Presentan las moralejas mis garabatos.

*

FÁBULAS

LA COMPRA DEL ASNO

«A los que compran libros sólo por la encuadernación».

Ayer por mi calle
pasaba un Borrico,
el más adornado
que en mi vida he visto.

Albarda y cabestro
eran nuevecitos,
con flecos de seda
rojos y amarillos.

Borlas y penacho
llevaba el pollino,
lazos, cascabeles
y otros atavíos.

Y hechos a tijera
con arte prolijo,
en pescuezo y anca
dibujos muy lindos.

Parece que el dueño,
que es, según me han dicho,
un chalán gitano
de los más ladinos,
vendió aquella alhaja
a un hombre sencillo;
y añaden que al pobre
le costó un sentido.

Volviendo a su casa,
mostró a sus vecinos
la famosa compra,
y uno de ellos dijo:

«Veamos, compadre,
si este animalito
tiene tan buen cuerpo
como buen vestido».

Empezó a quitarle
todos los aliños,
y bajo la albarda,
al primer registro,
le hallaron el lomo
así mal-ferido,
con seis mataduras
y tres lobanillos,
amén de dos grietas
y un tumor antiguo
que bajo la cincha
estaba escondido.

«Burro —dijo el hombre—,
más que el Burro mismo,
soy yo, que me pago
de adornos postizos».

A fe que este lance
no echaré en olvido,
pues viene de molde
a un amigo mío,
el cual, a buen precio,
ha comprado un libro
bien encuadernado,
que no vale un pito.

LOS DOS TORDOS

«No se han de apreciar los libros por su bulto ni su tamaño».

Persuadía un tordo abuelo,
lleno de años y prudencia,
a un tordo, su nietezuelo,
mozo de poca experiencia,
a que, acelerando el vuelo,
viniese con preferencia
hacia una poblada viña
e hiciese allí su rapiña.

«¿Esa viña dónde está?
—le pregunta el mozalbete—,
¿y qué fruto es el que da?»
«Hoy te espera un gran banquete
—dice el viejo—. Ven acá;
aprende a vivir, pobrete».
Y no bien lo dijo, cuando
las uvas le fue enseñando.

Al verlas saltó el rapaz:
«¿Y ésta es la fruta alabada
de un pájaro tan sagaz?
¡Qué chica!, ¡qué desmedrada!
¡Ea, vaya! Es incapaz
que eso pueda valer nada.
Yo tengo fruta mayor
en una huerta, y mejor».

«Veamos —dijo el anciano—,
aunque sé qué más valdrá
de mis uvas sólo un grano».

A la huerta llegan ya,
y el joven exclama ufano:

«¡Qué fruta! ¡Qué gorda está!
¿No tiene excelente traza?»
¿Y qué era? ¡Una calabaza!

Que un tordo en este engaño
caiga, no lo dificulto,
pero es mucho más extraño
que hombre tenido por culto
aprecie por el tamaño
los libros, y por el bulto.
Grande es, si es buena, una obra;
si es mala, toda ella sobra.

LA ARDILLA Y EL CABALLO

«Algunos emplean en obras frívolas tanto afán como otros en las importantes».

Mirando estaba una Ardilla
a un generoso Alazán,
que, dócil a espuela y rienda,
se adiestraba en galopar.

Viéndole hacer movimientos
tan veloces y a compás,
de aquesta suerte le dijo,
con muy poca cortedad:
«Señor mío,
de ese brío,
ligereza
y destreza
no me espanto,
que otro tanto
suelo hacer, y acaso más.
Yo soy viva,
soy activa,
me meneo,
me paseo,
yo trabajo,
subo y bajo,
no me estoy quieta jamás».

El paso detiene entonces
el buen Potro y, muy formal,
en los términos siguientes
respuesta a la ardilla da:
«Tantas idas
y venidas,
tantas vueltas
y revueltas
(quiero amiga,
que me diga),
¿son de alguna utilidad?
Yo me afano,
más no en vano.
Sé mi oficio,
y en servicio
de mi dueño
tengo empeño
de lucir mi habilidad».

Conque algunos escritores
ardillas también serán,
si en obras frívolas gastan
todo el calor natural.

LA URRACA Y LA MONA

«El verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias».

A una Mona
muy taimada
dijo un día
cierta Urraca:

«Si vinieras
a mi estancia,
¡cuántas cosas
te enseñara!
Tú bien sabes
con qué maña
robo y guardo
mil alhajas.
Ven, si quieres,
y veráslas
escondidas
tras de un arca».

La otra dijo:
«Vaya en gracia»;
y al paraje
la acompaña.

Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada,
medio peine
y una vaina
de tijeras,
una gasa,
un mal cabo
de navaja,
tres clavijas
de guitarra,
y otras muchas
zarandajas.

«¿Qué tal? —dijo—.
Vaya, hermana,
¿no me envidia?
¿No se pasma?
A fe que otra
de mi casta
en riqueza
no me iguala».

Nuestra Mona
la miraba
con un gesto
de bellaca;
y al fin dijo:

«¡Patarata!
Has juntado
lindas maulas.
Aquí tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda.

Si no, mira
mis quijadas.

Bajo de ellas,
camarada,
hay dos buches
o papadas,
que se encogen
y se ensanchan.

Como aquello
que me basta,
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta.

Tú amontonas,
mentecata,
trapos viejos
y morralla;

mas yo, nueces,
avellanas,
dulces, carne
y otras cuantas
provisiones
necesarias».

¿Y esta Mona
redomada
habló sólo
con la Urraca?
Me parece
que más habla
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas
y fárrago
sin sustancia.

LOS DOS CONEJOS

«No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal».

Por entre unas matas,
seguido de perros
—no diré corría—
volaba un Conejo.

De su madriguera,
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo; ¿qué es esto?»

—¿Qué ha de ser? —responde—;
sin aliento llego…
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.

—Sí —replica el otro—,
por allí los veo…
Pero no son galgos.

—¿Pues qué son? —Podencos.

-¿Qué? ¿Podencos dices?
—Sí, como mi abuelo.
—Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.

—Son podencos: vaya,
que no entiendes de eso.
—Son galgos, te digo.
—Digo que podencos.

En esta disputa,
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos Conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

EL SAPO Y EL MOCHUELO

«Hay pocos que den sus obras a luz con aquella desconfianza y temor que debe tener todo escritor sensato».

Escondido en el tronco de un árbol
estaba un Mochuelo;
y pasando no lejos un Sapo,
le vio medio cuerpo.

«¡Ah de arriba, señor solitario!
—dijo el tal escuerzo—.
Saque usted la cabeza y veamos
si es bonito o feo».

«No presumo de mozo gallardo
—respondió el de adentro—;
y aun por eso a salir a lo claro
apenas me atrevo;
pero usted, que de día su garbo
nos viene luciendo,
¿no estuviera mejor agachado
en otro agujero?»

¡Oh, qué pocos autores tomamos
este buen consejo!

Siempre damos a luz, aunque malo,
cuanto componemos;
y tal vez fuera bien sepultarlo;
pero ¡ay, compañero!,
más queremos ser públicos Sapos
que ocultos Mochuelos.

EL BURRO FLAUTISTA

«Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad».

Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un Borrico
por casualidad.

Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

«¡Oh! —dijo el Borrico—:
¡Qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»

Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

EL OSO, LA MONA Y EL CERDO

«Nunca una obra se acredita tanto de mala como cuando la aplauden los necios».

Un Oso con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona,
dijo a una Mona: «¿Qué tal?»
Era perita la Mona,
y respondióle: «Muy mal».

«Yo creo —replicó el oso—
que me haces poco favor.
¡Pues qué!, ¿Mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?»

Estaba el Cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo, bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá».

Echó el Oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto,
hubo de exclamar así:

«Cuando me desaprobaba
la Mona, llegué a dudar;
mas ya que el Cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».

Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
Si el sabio no aprueba, ¡malo!
Si el necio aplaude, ¡peor!

LA RANA Y LA GALLINA

«Al que trabaja algo, puede disimulársele que lo pregone; el que nada hace, debe callar».

Desde un charco, una parlera Rana
oyó cacarear a una Gallina.

«¡Vaya! —le dijo—, no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla, ¿qué hay de nuevo?»

«Nada, sino anunciar que pongo un huevo».

«¿Un huevo sólo? ¡Y alborotas tanto!»

«Un huevo sólo, sí, señora mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que de nada sirves, calla el pico».

EL PATO Y LA SERPIENTE

«Más vale saber una cosa bien que muchas mal».

A orillas de un estanque,
diciendo estaba un Pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?

Soy de agua, tierra y aire:
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».

Una Serpiente astuta,
que le estaba escuchando,
le llamó con un silbo
y le dijo «¡Seó guapo!

no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,
ni nada como el barbo;
y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».

 

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