FELIPE II Y LOS LIBROS
¿Conocías que la Inquisición intentó hacer una purga en la biblioteca escurialense, pero el Rey Felipe II impidió que los libros prohibidos fueran destruidos, conservando así sus inestimables fondos?
El 10 de agosto de 1557 Felipe II, Rey de España, ganaba la batalla de San Quintín y con ella el sobrenombre de Rey Prudente. Se encontraba eufórico, pues se encontraba frente a su primera gran victoria (años más tarde, en 1571, vencería en el golfo de Lepanto).
Al éxito militar en San Quintín debemos la construcción de El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Pero, ¿y el nombre del palacio-monasterio?
Los franceses fueron derrotados el día de San Lorenzo y el Rey cumplió con su promesa: homenajear al santo que se festejaba el día de la victoria.
Felipe II mandó construir un palacio que conmemorara el triunfo del reino español sobre la ciudad gala de San Quintín, y que mostrara al mundo todo el poderío de España; un sitio que también fuera su morada, el panteón de los reyes y un referente en el mundo del conocimiento y el saber.
En esta monumental obra participaron muchos hombres ilustres, pero el nombre del arquitecto Juan de Herrera tiene un sitio especial. A él se deben la forma geométrica, los volúmenes limpios y la sobriedad ornamental -estilo herreriano- que tienen los diferentes espacios que componen el conjunto arquitectónico. Y a él debemos también las famosas estanterías de libros realizadas con maderas indianas.
Una curiosidad: La madera de ácana utilizada en la fabricación de las librerías se trajo de Cuba.
La biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
En el lugar más privilegiado, en medio de la fachada principal y colindante con la iglesia, se encuentra la luminosa biblioteca decorada por los pintores Bartolomé Carducci (1560-1608) y Pellegrino Tibaldi (1527-1596). Ambos llegados a España por petición expresa del Rey.
Los escorzos de los cuerpos, llenos de color y fuerza, representan a la teología y a la filosofía, que se encuentran presidiendo la sala (la teología en la parte más cercana a la iglesia).
Y también simbolizan a las subordinadas ciencias de la gramática, la retórica, la dialéctica, la aritmética, la música, la geometría y la astrología.
Las estanterías de caoba, ébano, naranjo, cedro, nogal y ácana protegen los ricos y variados fondos de la biblioteca, que reúne en su sala la mayor parte de los libros publicados en vida del Rey y muchísimos códices antiguos de muy variadas materias.
Pero, ¿de quién fue la idea de hacer una biblioteca en El Escorial?
Fue del cronista oficial Juan Páez de Castro -jesuita, filósofo y humanista español-, que había visitado Roma acompañando a Diego Hurtado de Mendoza y conocía la Biblioteca Vaticana.
Felipe II encargó un Memorial al jesuita para estudiar la «la utilidad de juntar una buena biblioteca», pues la idea lo sedujo.
El Monasterio de El Escorial comenzó a construirse en 1563, el día de San Jorge, y se dio por finalizado -aunque la Basílica no estaba terminada- en 1584, día de San Crisóstomo.
Nueve años después finalizaban las obras en la biblioteca de amplios ventanales.
Y entonces llegó la hora de ponerla en marcha. Para ello el rey llamó al fraile José de Sigüenza, de la Orden de los Jerónimos. La entrega a los Jerónimos se realizó el 2 de mayo de 1576, cuando uno de los escribanos y notarios del Rey transfirió la colección privada de Felipe II a la nueva sala de estudios.
La compra, organización y catalogación de los archivos estuvo en las manos del erudito Benito Arias Montano.
Pero, ¿cómo llegaron los libros y documentos al Escorial?
Felipe II encargó a sus secretarios y embajadores la misión de buscar libros y documentos de interés por todas las partes del mundo que visitaran.
Él mismo donó su colección particular, enriquecida con los libros de su padre Carlos V y de sus abuelos los Reyes Católicos Isabel y Fernando. El Breviario y el Devocionario de Isabel la Católica se encuentran entre los libros más preciados por su rica ornamentación.
El siglo XVI fue el Siglo de Oro de España y entre sus muchas aportaciones se encuentran las imprentas ubicadas en Toledo, Alcalá, Salamanca, Zaragoza y Oviedo. Los códices que se editaban en las mismas se encontraban dispersos por todo el territorio, así que el Rey envió comisarios a las diferentes ciudades para que se hicieran con los ejemplares publicados. De esa forma, estarían todos en un mismo sitio y se facilitaría el acceso a los mismos.
Pero también los libros llegaron a través de donaciones y testamentos de los nobles de la época que querían agasajar o agradecer al Rey. Una de las primeras bibliotecas donadas fue la de Gonzalo Pérez, padre del secretario de Felipe II, el belicoso Antonio Pérez, conocido por los líos que tuvo con la Princesa de Éboli y por su traición al Rey.
El poeta y humanista Diego Hurtado de Mendoza, en agradecimiento por el perdón del Rey, dejó en testamento sus libros a la biblioteca del Monasterio. Era una biblioteca hecha, fundamentalmente, en Italia y contaba con códices y documentos impresos y manuscritos muy peculiares. Los libros están encuadernados con sus colores rojo y negro y tienen estampados un medallón dorado en relieve (escudo de los Mendoza).
Los secretarios y embajadores se movían fundamentalmente por Francia, los Países Bajos, Inglaterra y Venecia, sitios donde las imprentas no conocían descanso.
Hay que destacar las bibliotecas privadas del políglota Benito Arias Montano y del arquitecto Juan de Herrera. El primero aportó textos árabes, hebreos, orientales y las obras completas de Ramón Llull. El segundo, textos filosóficos y hermenéuticos.
Una curiosidad: Felipe II ordenó hacer un inventario de los libros raros que se custodiaban en monasterios y catedrales. Cuando el libro no podía adquirirse mandaba a copiarlos para, al menos, tener una fotocopia en la biblioteca. Esta práctica la utilizó también con los manuscritos y textos impresos en el extranjero.
A la batalla de Lepanto le debemos los libros de la biblioteca del Emperador turco Solimán, obtenida como botín de guerra.
Felipe II además de comprar, mandó publicar. A él debemos la primera edición crítica de las obras de San Isidoro de Sevilla, Doctor Universal de la Iglesia; y a él debemos también los ocho tomos de La Biblia Políglota de Amberes o Biblia Regia (al rey y a Benito Arias Montano, que supervisó la edición hecha por la imprenta de Plantino).
Pero, quién tenía acceso a la biblioteca?
La biblioteca de El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial se creo para el estudio. No fue un proyecto inspirado por la vanidad sino por la curiosidad del saber. Desde sus comienzos hasta el día de hoy ha sido y es una biblioteca viva. Sus códices y documentos pueden ser consultados por los investigadores. La biblioteca puede ser visitada por el público que podrá apreciar no sólo el recinto sino también la belleza de las encuadernaciones de los libros expuestos en las sobrias y elegantes vitrinas.
No es una biblioteca que haya ido engordando y engordando con el tiempo. En ella se encuentran los textos recogidos entonces y algunas donaciones hechas posteriormente, pero pocas. Atesora trece mil volúmenes; entre los que se encuentran 600 incunables, más de 6000 manuscritos y también obras escritas en romance, señalo estas últimas porque no eran muy bien vistas por la Inquisición.
Es curiosa la discusión que surgió -entre los jesuitas y los frailes jerónimos- por la gestión de la biblioteca. Es una controversia que demuestra cuán importante eran sus fondos.
Los jesuitas alegaban que ellos se dedicaban a la enseñanza y querían hacerse con la gestión de la biblioteca y que ésta se ubicara en un sitio más accesible; los jerónimos, monjes contemplativos, respondían que la biblioteca estaba a disposición de todo aquel que quisiera visitarla, que no se movería de donde estaba y que el que quisiera hacer uso de ella tenía que agenciárselas para subir al Escorial.
La biblioteca, en tiempos del Rey, fue consultada, fundamentalmente, por los eruditos vinculados a la corte. Al encontrarse dentro del palacio, se controlaba el acceso a los libros y a la información. El Rey defendió su biblioteca, pero no olvidemos que fue un Rey custodio de los intereses de la cristiandad.
El Rey Felipe II comenzó a hacer su biblioteca con dieciocho años, sus fondos abarcaban todas las ramas del conocimiento, a pesar de que él siempre tuvo especial interés por los temas religiosos. Pero Aristóteles, Galeno, Plinio, Dioscórides, Apiano, Arquímides y muchos otros pensadores encontraron espacio en sus estanterías.
Catorce mil libros reunió Felipe II durante su vida, haciendo que su biblioteca fuera la más grande de todas las bibliotecas privadas del mundo occidental, según palabras del historiador inglés Geoffrey Parker. Entre sus libros caben destacar nada menos que ¡quinientos códices árabes! (La mayoría aportados por Diego Hurtado de Mendoza o adquiridos como botines de guerra).
No hay como acercarse al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial para comprobar que dentro de la ascética fortaleza de piedra se encuentra una de las bibliotecas más bellas y selectas del mundo.
Guillermo Antolín, agustino y bibliotecario del Monasterio, escribió en 1913: «Felipe II hizo para sí, a pesar de ser entonces el Rey más poderoso de la tierra, un palacio humilde y modesto (…); hizo para guardar los restos de su padre, el gran César Carlos V, un panteón sencillo (…); y para los libros ya veis cuánta riqueza, cuánta esplendidez. Después de la iglesia, todos los amores de Felipe II en El Escorial fueron para la Biblioteca, que aun sigue siendo una de las mejores piezas de este colosal edificio».
ENLACES RELACIONADOS
Navarrete el Mudo, “el Tiziano español”.
Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Dos pintoras del Renacimiento.
El Bosco, el rey Felipe II y la exposición del Museo del Prado.