ÉDOUARD DUJARDIN
Todo lector conoce, o porque la ha leído o porque ha escuchado hablar sobre ella, la fatigosa novela que regaló la fama al escritor James Joyce (1882-1941). La mayoría de los lectores creen que Ulises (1922) aportó a la escritura la técnica del monólogo interior. Pero no fue así. James Joyce reconoció siempre su deuda con una novela francesa que fue escrita y publicada antes que la suya, una novela que él mismo recomendó a su agente literario con el propósito de que este la tradujera al inglés.
El libro que influyó en la narrativa de Joyce, y cuya lectura le propició una «una experiencia religiosa», fue escrito por Édouard Dujardin (1861-1949) y lleva por nombre Han cortado los laureles.
Han cortado los laureles es la novela que recomiendo hoy, pero no hay que temer. Dujardin, a diferencia de Joyce, puntuó su texto, construyó un argumento sencillo y utilizó recursos narrativos que garantizan una lectura entretenida y de fácil digestión. No necesitamos notas explicativas para orientarnos en ella.
En Han cortado los laureles se utiliza el monólogo interior por primera vez en la literatura. Dujardin experimenta con la forma y es, como consecuencia de esa búsqueda, que surge una nueva técnica de escritura que permite describir los secretos más profundos de la mente de un personaje. La novela fue escrita en 1887, tres años antes de que el psicólogo y filósofo norteamericano William James (1842-1910) recogiera por primera vez el término «monólogo interior» en el libro de su autoría Principios de psicología (1890).
El monólogo, como ya sabemos, es el discurso de una persona dicho en voz alta. El soliloquio es un recurso que encontramos con frecuencia en el teatro. Es la forma de contar al público lo que el personaje piensa. Pero en la literatura, el monólogo tiene lugar dentro del cerebro de quien medita. En la literatura, el monólogo interior es una técnica narrativa que nos permite conocer el flujo de la conciencia del protagonista sin que este hable con otros o con nosotros. En Han cortado los laureles, Daniel Prince reflexiona consigo mismo. Su diálogo tiene como oyente a su otro Yo y en él se entremezclan el subconsciente y la conciencia.
Han cortado los laureles describe lo que pasa por la cabeza de Daniel Prince un día primaveral de 1887 en París. Este hecho añade a la novela un atractivo más, pues Prince nos pasea por la capital francesa de finales del XIX. Allí donde se detiene su mirada hay un pensamiento, aunque sea un ramalazo, que nos acerca al ambiente que se respiraba por entonces en París. A través de las reflexiones de Prince paseamos la ciudad. La novela describe el ambiente ruidoso y populoso de la capital francesa, nos cuenta cómo era la moda, cómo los bulevares y las calles, cómo la decoración de los interiores de las viviendas… Todo lo que alimenta a la vida se manifiesta en la narración a través de la mente del personaje.
En Han cortado los laureles el argumento es lo de menos. Daniel Prince es un joven estudiante de derecho enamorado de una actriz de medio pelo que lo esquilma. Lea, que sólo aparece en el pensamiento del protagonista, es sabedora de los sentimientos de su pretendiente y se aprovecha de ellos. La novela recoge las cavilaciones del personaje principal acerca de su relación sentimental.
Édouard Dujardin fue el inventor de un método de escritura que permite reflejar la corriente imparable de reflexiones y razonamientos que nacen en la mente y que no se detienen hasta que el hombre muere. El monólogo interior es un embrión en continuo crecimiento; un embrión vivo, pero imposibilitado de expresarse en voz alta. Es una técnica que, al permitir las alusiones sensoriales, fue aplaudida por los simbolistas, movimiento del que Dujardin fue integrante.
Pero ¿en que consiste el monólogo interior?
—Describe las reflexiones del personaje en relación a lo que acontece en el mundo exterior y nos cuenta el resultado de ese análisis.
—El autor no participa en el texto, no se manifiesta.
—Todo acontece en la mente del personaje.
—El protagonista no es consciente de que el lector lo escucha.
—La narración se escribe en primera persona.
—Se dramatiza el pensamiento, que nace, crece y muere dentro del sujeto. Es su Yo quien narra lo que siente y lo que quiere.
—La conciencia es la verdadera protagonista de la historia.
—El texto acoge el discurso de un solo hablante —no hay interlocutor.
—El tiempo cronológico se subordina al tiempo psicológico del personaje.
—El vocabulario refleja el discurrir de la conciencia. De ahí las repeticiones, vulgaridades, abreviaturas, ausencias de verbos de acción, frases prensadas. El discurso mental se escribe con las palabras habituales que usa cada individuo en su intimidad.
—La narración es salpimentada con olores, colores, sabores, formas, símbolos, adjetivos, diminutivos…
—Hay abundancia de frases incoherentes, incompletas, vagas, contradictorias, pues la mente piensa en algo concreto, desconecta y se centra en otra cosa que se le cruza para volver, nuevamente, a su punto inicial. La mente zigzaguea y ese proceso asociativo-disociativo es lo que se lleva a la escritura.
Diván japonés, Toulouse-Lautrec, litografía sobre papel, 1893.
(La figura que aparece recortada y con bastón es Édouard Dujardin).
Copio un pequeño párrafo de Han cortado los laureles para ejemplificar en qué consiste la atractiva herramienta narrativa del monólogo interior. Piensa Daniel Prince:
«…duerme; yo siento que me estoy durmiendo; se me cierran los ojos… aquí está su cuerpo, su pecho que sube y sube; y el tan suave perfume mezclado… la hermosa noche de abril… dentro de un rato pasearemos… el aire fresco… nos iremos… dentro de un rato… las dos velas… ahí… por los bulevares… ‘te amo más que a mis corderos’… te amo más… esa chica, ojos descarados, frágil, labios rojos… la habitación… la chimenea alta… la sala… mi padre… los tres sentados, mi padre, mi madre… yo… ¿por qué mi madre está pálida? Me mira… vamos a cenar, sí, en el bosquecillo… la criada… traiga la mesa… Lea… pone la mesa… mi padre… el portero… una carta… ¿una carta de ella?… gracias… una ondulación, un rumor, un amanecer… y ella, por siempre la única, la primera amada, Antonia… todo brilla… ¿se está riendo?… los faroles de gas se alinean hasta el infinito… ¡oh!… la noche… fría y helada, la noche… ¡Ah, menudo susto! ¿qué pasa?… me empujan, me sacuden, me matan… Nada… no pasa nada… la habitación… Lea… ¿córcholis?… ¿me he dormido?…
—Le felicito, querido —es Lea—. Bueno, ¿qué tal ha dormido? —es Lea, de pie, y que ríe—. ¿Se siente mejor?»
Han cortado los laureles tiene las guardas ilustradas, una tipografía clara y está traducida por Marta Cerezales Laforet. La novela forma parte del catálogo de El Desvelo Ediciones.
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