«AHÍ ESTÁ MI CASA»
«Sí, la lengua ha sido mi patria.»
En las memorias no sólo se cuentan los hechos acontecidos y se señalan las fechas en las que estos se produjeron. Las memorias tienen un intruso del que no pueden desprenderse y que juega un papel fundamental en el relato de lo ocurrido. El intruso no es otro que el tiempo.
El tiempo agrega a los hechos reales pensamientos e interpretaciones sobre lo vivido. Es un proceso de sumas y de restas que enriquece lo olvidado. La verdad objetiva se metamorfosea. El tiempo aporta juicios de valor y cuenta con un buen aliado: la personalidad del narrador.
Hablo de la memoria literaria, que es el baúl donde se acurruca lo que se recuerda.
La reconstrucción de los hechos tiene una base estable (real) y otra variable (subjetiva). Ahí está mi casa recoge, tamizado por los años, los sucesos históricos, políticos, económicos y sociales que condicionaron la vida de un judío alemán que sobrevivió a todos los embates del antisemitismo. Me refiero a Hans Keilson (1909-2011), el autor de este libro.
Ahí está mi casa es la historia de un hombre que consiguió sobreponerse al talento creativo de la maldad humana. Keilson huyó a Holanda en 1936 y allí se asentó, redactando sus textos en alemán —«La lengua ha sido mi patria», respondió a la pregunta de por qué siguió escribiendo en su idioma de cuna.
Hans Keilson, quien es reconocido por el The New York Times como «uno de los mejores escritores del mundo», escribió Ahí está mi casa a los 100 años de edad —falleció un año después—. Cien páginas recogen las historias de una mente que murió lúcida y que se definió triste. Sin embargo, el escritor nos ofrece un relato optimista, quizá su profesión como médico psicoanalista, la capacidad de análisis y de distanciamiento que esa profesión requiere, lo ayudó a equilibrar la balanza de manera positiva.
Ahí está mi casa describe las persecuciones, las ocupaciones, las deportaciones, el genocidio, el pánico, el dolor, la pérdida… y la vuelta a la vida con un lenguaje sobrio, cercano, que rezuma emoción y conecta, respetuosamente, con el lector. El escritor evita la crudeza de Primo Levi, el rencor de Jane Améry, la utopía de la felicidad de Viktor Frankl y la actitud pasiva de Etty Hillesum —aceptó su trágico destino.
Por mucho que las fechas sean inamovibles, por más que los sucesos ocurran en lugares concretos, por más que…, la verdad reluce con mantones nuevos. Tu certeza no es, necesariamente, la mía, aunque hablemos de los mismos hechos. No lo es porque es moldeable, porque depende de la memoria, del carácter, de la ética de cada uno. Por eso, leer sobre los mismos temas no cansa —nunca son los mismos temas.
La verdad es camaleónica, no absoluta. Bueno, eso pienso.
Por su fe en el hombre, a pesar de tantas pérdidas importantes en su vida, por su sentido de la justicia, por la belleza y dignidad con que expresa su dolor, por la forma en la que se dirige a nosotros, los hombres que recibimos sus palabras, porque no nos niega ningún hecho por crudo que sea, porque consigue un texto emocionante y carente de rencor, por su mensaje de esperanza en el ser humano, por mostrarnos el camino que lo salvó de la desesperación —dedicó su vida a ayudar a niños sobrevivientes de los campos de exterminio y a niños con problemas psicológicos importantes—, por la bibliografía que nos legó y porque se sobrepuso a la culpa de seguir vivo les recomiendo Ahí está mi casa.
«La vida que conmueve a la muerte se encuentra en un círculo distinto al de la muerte que los hombres se infligen unos a otros en un círculo vicioso», afirma en sus memorias.
Ahí está mi casa incluye la entrevista que Hans Keilson dio a su editor con motivo de la publicación de estas memorias. El libro está traducido por Carles Andreu y se encuentra en el catálogo de Minúscula.
«Cuando Abraham abandonó por orden divina su casa en Ur Kásdim y emprendió su peregrinaje, plantó un árbol en el desierto, un terebinto. Según el Talmud, las tres consonantes primordiales de esta palabra, trb, corresponden a las iniciales de las palabras hebreas para denominar la bebida, la comida y la casa. Abraham estaba en casa en el desierto».
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