HENRI ROUSSEAU. PINTURA NAÍF

«Al pintar hay dos cosas: el ojo y el cerebro. Ambas tienen que apoyarse mutuamente.»
Cézanne

Yo mismo (autorretrato), óleo sobre lienzo, 1890.
(En la paleta que sostiene el pintor están escritos los nombres de sus dos esposas. Un puente de madera corta el plano y, al fondo y detrás de los banderines del barco atracado en el Sena, se ve la «Torre Eiffel» —la modernidad—. En el cielo, compartiendo espacio con las nubes rosas, un globo de juguete —la ficción—. Este lienzo es un buen ejemplo de cómo el artista rechazó la perspectiva renacentista.)

¿Dónde podrás hallar mejor ejemplo de cómo pueden armonizar lo fantástico y lo verosímil, de cómo se funden para ser partes de una unidad, si no es en los lienzos de Henri Rousseau?

El hombre que enterró a seis de sus hijos y a sus esposas Clémence y Josephine, el pintor que durante muchos años fue sometido a las burlas, por ser su arte extraño a la mirada academicista y al púbico influenciable, consiguió un estilo peculiar utilizando colores vívidos, creando yuxtaposiciones, generando sensación de estatismo y con unas formas identificables y que, sin embargo, recreó hasta conseguir un ambiente irreal. 

El pasado y el presente, óleo sobre lienzo, 1899.
(Aparecen el artista y su esposa en el día de su boda. Las cabecitas que se ven en las nubes rinden respeto a los padres de los cónyuges. Este tipo de cuadros, donde el pintor rodea las figuras de muchas flores y plantas, Rousseau los llamó «paisajes-retrato».)

Henri Rousseau hizo una gran aportación a las artes plásticas. El arte naíf («ingenuo») impresionó a las generaciones dispuestas a romper los cánones clásicos. Apollinaire —mecenas del pintor—, Picasso, Braque, Signac, Derain, Toulouse-Lautrec, Seurat, Max Jacob, Redon, Léger, Dalí, Magritte y Delaunay, entre otros, supieron ver que el arte del Aduanero era conceptual, aunque presentado con una forma identificable. Supieron que no era pintura infantil, que sus artificios pictóricos mostraban un mensaje sugerido. 

Rousseau encontró en los intelectuales y en los artistas de vanguardia —fauvistas, nabis, cubistas, dadaistas y surrealistas— la amistad y la admiración que su persona y su arte merecían. Los bohemios de Montmartre, los participantes de los Salones Independientes de París, los incomprendidos, entendieron que el lenguaje visual del Aduanero era de atmósfera, simbólico y singular.  

¡Sorprendido!, óleo sobre lienzo, 1891.
(¿Qué le pasa al tigre, qué lo asusta? Es la primera de su serie de junglas. Fue exhibido en el «Salón de los Independientes» el mismo año del cuadro, pero este hermoso óleo, que recuerda las veladuras de los maestros italianos, no gustó al público.)

Además de escribir poesías, y de tocar el violín y la flauta, el Aduanero fue autor dramático. Tristan Tzara editó, a la muerte del pintor, dos de las obras de su amigo, las conservadas por Robert Delaunay. Las acompañó de un extenso y elogioso prólogo, donde, entre otras cosas destacó el estrecho vínculo que había entre los óleos y el teatro del artista que era repudiado por raro.

Tristan Tzara reconoce que la «sintetización del movimiento», «la modificación de las leyes de la verosimilitud» y la «solución inusual al problema del tiempo y del espacio», características de los textos dramáticos de Rousseau, hicieron que el Aduanero se convirtiera en referente del teatro dadaísta y del surrealista.

La guerra, óleo sobre lienzo, h. 1894.
(La alegoría de la guerra, de colores tristes, gestualidad violenta y donde una excitada niña, que cabalga sobre un caballo indetenible, esgrime una antorcha y una espada, fue motivo de mofas cuando se exhibió en el «Salón de los Independientes» de 1894. Dice el reverso del lienzo: «Pasa infundiendo pavor y deja por doquiera desesperación, llanto, destrucción». La niña monta a lomos de la muerte y su pelo es igual a la cola del caballo. Una imagen como esta, creada con contrastes de colores oscuros y cálidos, nos hace pensar. Es un lienzo cargado de simbolismo, como todos los suyos. Habría que preguntarse qué responsabilidad tienen los adultos, que caen a su paso, en la actitud salvaje de la figura vestida de blanco y desgreñada. ¿Por qué actúa así?) 

La perseverancia del pintor, quien afirmaba ver en las chanzas que recibía una muestra importante de interés por lo que hacía, dio sus frutos. Cuando inició la «serie de la jungla», los marchantes, los mismos que habían rechazado sus cuadros o que se los devolvían sin haber vendido ninguno, tocaron la puerta de quien se había convertido en referente de las tendencias estéticas: el humilde Aduanero.

Rousseau el Aduanero. ¿Por qué ese apodo? El pintor se instaló en la capital francesa en 1869, el mismo año en el que contrajo matrimonio con Clémence Boitard. Allí comenzó a trabajar como aduanero, gracias a un pariente que lo ayudó a encontrar un puesto en la Puerta de Vanves —exactamente, su cargo era de «consumero» y su función era la de vigilar la evasión de impuestos—. El otro mote por el que se le conocía, el de «nuevo imaginero», se lo puso el dramaturgo y poeta Alfred Jarry.

El león hambriento se arroja sobre el antílope, óleo sobre lienzo, 1905.
(En el dorso de la tela se lee: «El león hambriento, arrojándose sobre el antílope, lo devora. La pantera espera el momento en que él también pueda reclamar su parte. ¡Las aves rapaces han arrancado trozos de carne del pobre animal que derrama una lágrima!». Expuesto en el «Salón de Autónomos» de 1905.)

El precursor del arte moderno fue autodidacta, afirmaba que había aprendido de la Naturaleza. Rousseau el Aduanero, cumplidos los cuarenta y nueve años, dejó su puesto de funcionario y se dedicó a conseguir su sueño, que no era otro que  dedicar todo su tiempo a la pintura.

Henri Rousseau visitaba el Museo del Louvre para hacer copias de las obras de los primitivos italianos —Utello, Taddeo di Gaddi, Carpaccio, Giotto…—, maestros que lo apasionaban. De ahí le viene la paleta de colores puros y brillantes, una de las características que hacen su estilo inconfundible. Y de ahí le viene, probablemente, su método de trabajo, basado en bocetos y dibujos preparatorios.

Paisaje y cuatro chicas jóvenes, óleo sobre lienzo, 1895.
(Un espacio abierto, que transmite placidez y donde unas monjas conversan —al fondo, al lado de la sombrilla—, unas figuras pasean y dos cabras pastan, se hace eco de la modernidad con la chimenea humeante de una fábrica.) 

Y me pregunto, ¿cómo caza su técnica pictórica, que muestra un trabajo que tiene en cuenta hasta los más mínimos detalles, con la definición con la que los academicistas etiquetaron la obra de este innovador que pasaba del punto de fuga renacentista? Porque lo de «arte ingenuo» llevaba una alta carga peyorativa —cuenta Apollinaire que en las galerías el público se apiñaba alrededor de los lienzos para burlarse de ellos.

Pero… ¡si Henri Rousseau fue un diamantista de la pintura! Los lugares comunes que recreó, los floreros, las escenas selváticas, cualquiera de sus telas desmontan la leyenda de que no tenía oficio.

La «serie de jungla», con sus fondos tan ornamentados, es un claro ejemplo de lo que Ernst Gombrich, historiador de arte austríaco, llamó «la regresión deliberada» —la época del «nuevo imaginero» mostró un gran interés por lo exótico. Y lo exótico abarcaba naturaleza, artesanía y folclor.


Un encuentro desagradable, óleo sobre lienzo, 1901.
(¿Por qué está desnuda la joven? ¿Por qué nos muestra sus manos sucias? En esta tela lo imprevisto —ella es sorprendida por la fiera— y el azar —¿qué hubiese pasado si el cazador, que impide el ataque del oso, no hubiese llegado a tiempo o hubiese cogido por otro camino?— encuentran una simbología visual. Los cuadros de Rousseau tienen su relato. Por cierto, comentan que esta obra impresionó a Renoir.)

El Aduanero tenía su propio sistema de trabajo. Solía comenzar por los fondos, dejando para el final los primeros planos. Esta técnica no pasó desapercibida para los cubistas. Tampoco pasó desapercibida su manía de pintar en el soporte figuras, plantas y objetos aislados, elementos que luego ensamblaba hasta componer un conjunto maravilloso y plano, sin perspectiva. ¡Rousseau creaba collages con óleos! —los cubistas dieron un paso más allá, pues pegaron a los lienzos diferentes materiales, como plásticos, papeles, telas, pieles, etiquetas de paquetes...

El Aduanero reflejó la modernidad de la capital parisina —chimeneas de fábricas, puentes de hierro, cables telefónicos, aviones, carreteras pavimentadas, urbanizaciones con chalecitos…—; sin embargo, a pesar de todo aquello que muestra el orgullo del pintor por los logros de su sociedad, lo representado está sublimado, por lo que pierde la sensación de realidad. Esto tampoco pasó inadvertido a los ojos ávidos de nuevas formas de expresión plástica.

El sueño, óleo sobre lienzo, 1910.
(Así describe el pintor su cuadro: «La mujer dormida en el sofá está soñando que ha sido transportada al bosque, escuchando los sonidos del instrumento del encantador». El sofá es el que tenía en su estudio, la figura está inspirada en su amante y la selva es la expresión de su fantasía. Es su última obra.)

Los cuadros de su etapa final, los dedicados a la jungla, los grandes, donde monos, jaguares, leones, flamencos, serpientes y figuras humanas luchan por encontrar un lugarcito en la tupida flora selvática, muestran las horas de trabajo empleadas para conseguir una pintura de factura delicada y minuciosa. Una pintura donde la idea late en una atmósfera que, a simple vista, parece detenida.

En sus lienzos, desde el comienzo, desde que pintaba paisajes y suburbios urbanos en formatos pequeños, hasta el final de su carrera, donde da vida a la selva que imagina —a diferencia del otro gran primitivista, Gauguin, que pintó lo que conoció—; en sus lienzos, digo, encontramos los efectos de color y de luz provenientes del movimiento impresionista. Pero son efectos que se suman a una paleta condicionada por los maestros italianos que copió en el Louvre —a la pintura del primer Renacimiento (1250-1400), Giorgi Vasari la llamó primi lumi; es decir, primeras luces—. También en sus obras se visualiza la necesidad de liberarse de la estética naturalista, intención que comparte con los postimpresionistas. 

Entonces, ¿es ingenua=inmadura su pintura, como afirmaban los que no supieron ver que la falta de escuela del Aduanero no anulaba la influencia que este tenía sobre los jóvenes talentos, los que iniciaban el camino de la renovación artística? Mi respuesta es «¡No!»


Las orillas de Bièvre, cerca de Bicêtre, óleo sobre lienzo, 1908-1909.

(Las líneas sinuosas, las curvas, recuerdan las del Art Nouveau, también usadas por los simbolistas. A la izquierda pasean figuras que, por sus trajes, parecen campesinos. Al fondo, a la derecha, aparece un trocito del «Acueduc d’Arcueil», construido en el siglo XVII.) 

Creo que la ingenuidad de Henri Rousseau es premeditada. Su ingenuidad no tiene que ver con el trazo inocente y espontáneo de un niño. Él fue un innovador y su premeditación no anuló la frescura de su complejo arte.  

Imaginación, lirismo, color, fantasía y también, como en los sueños, porque mucho hay de ellos en la pintura del Aduanero, irrealidad, misterio y terror —en las interpretaciones que los sueños hacen de los hechos vividos, en la manera en la que los símbolos oníricos muestran la información proveniente del subconsciente, hay algo violento. Y esa violencia se manifiesta, por ejemplo, en algunos de los cuadros de la jungla.

Caballo atacado por un jaguar, óleo sobre lienzo, 1910.
(El caballo blanco, de ojos espantados que nos miran, descubre, en medio de una selva donde no se mueve ni una hoja, que nada puede hacer para cambiar su destino.  En este cuadro puede apreciarse cómo el desequilibrio de las proporciones aumenta el efecto de tragedia —el atacante es el que menos se ve.)

La obra pictórica de Henri Rousseau requiere contemplación o, lo que es igual, requiere que se le dedique tiempo. Debe ser interpretada o se percibirá, únicamente, como decorativa.

El Aduanero dio alas a las vanguardias al demostrar que lo subjetivo —en definitiva, lo escondido— tiene representación en la realidad exterior. Henri Rousseau colaboró, quizás sin tener conciencia plena de ello, en el proceso que condujo a las emociones a tomar las riendas del arte, descomponiendo la forma, la línea y el color.

La gitana dormida, óleo sobre lienzo, 1897.
(Fíjate en el ojo obsesivo del león que contempla a la mujer que tiene por boca una cremallera. ¿Qué sucederá cuando la durmiente despierte en ese paisaje despoblado, de planos de colores puros, y, en vez de un príncipe, encuentre a la fiera? En 1924 se encontró en una fábrica de cartón esta alegoría del desierto.)

La temática del hijo del hojalatero es amplia. Hizo retratos, autorretratos, paisajes naturales y urbanos, pintura de flores, alegorías y escenas costumbristas.

El hijo del hojalatero pintó a París, con sus suburbios y zonas de descanso, y pintó, en la última etapa de su vida, lo que sería el boom de su carrera: la llamada «serie de la jungla», que reúne más de veinte cuadros que recrean la flora y la fauna que no conoció.

Henri Rousseau se inspiró en postales, libros y revistas. Pero fue el Jardín Botánico de París, con sus plantas y animales disecados, quien le abrió la puerta a la «selva». Así que el exotismo de sus lienzos es el resultado de su ferviente imaginación.

Noche de carnaval, óleo sobre lienzo, 1886.
(En un fondo frío, de árboles sin hojas y donde una cabaña rompe la uniformidad de la escena, dos personajes atraviesan sin dificultad el desolado paisaje; dos enamorados, cuyos pies no rozan la tierra, comparten tonos rosas con las nubes —las nubes: el agua… ¡la vida!

Henri Rousseau murió en París, en un hospital para pobres. Falleció a consecuencia de la gangrena. Leí que afirmaba que las fieras de su jungla pintada a veces se escapaban del lienzo y lo atacaban. Puede que la infección lo hiciera delirar.

Decía Cézanne: «Al pintar hay dos cosas: el ojo y el cerebro. Ambas tienen que apoyarse mutuamente». Son dos órganos que deben hermanarse no sólo para entender el arte, sino para hacer frente al pulso que nos echa la vida, porque, como sucede con la obra de Henri Rousseau, no todo es lo que parece.

GALERÍA

Conejo con zanahoria y hoja de col, óleo sobre lienzo, 1908.
(Rousseau regalaba sus cuadros o los utilizaba para pagar deudas. Esta tela se la obsequió a la esposa de su frutero, mujer que le hacía la comida y lo apreciaba mucho.)

Ramo de flores, óleo sobre lienzo, h. 1909-1910.
(La simetría es una característica de su pintura.)


Retrato de Madame M, óleo sobre lienzo, 1896.
(«Ya tengo oído que no soy pintor de nuestro siglo. En cuanto a mí, imposible me sería hoy deshacerme de una manera de pintar que tanto esfuerzo me ha costado».)

Mujer caminando por un bosque exótico, óleo sobre tela, 1905.
(Mira el juego de proporciones. ¡Qué diminuta es la figura por culpa de unas plantas, unas naranjas y unas flores enormes. Ella parece salir a un claro; pero, ¿por dónde continuará? ¡No hay camino!)

La musa que inspira al poeta, óleo sobre lienzo, 1909.
(Apollinaire y su amante, la pintora Marie Laurencin. Cuenta Apollinaire que Rousseau comenzó el «paisaje-retrato» por el fondo, dibujando con esmero flores y plantas. Cuenta que les tomó las medidas de la nariz, la frente y las orejas y que las llevó al lienzo, dejando espacios para los rostros, que fue lo último que pintó. Las caras parecen hechas de pasta de papel y las figuras posan en un decorado escenográfico. Tienen unas posturas que me recuerdan los títeres movidos por hilos.)

Bosque tropical con monos, óleo sobre lienzo, 1910.
(«Me parece que estoy en un sueño cuando entro en los invernaderos y veo las plantas de tierras exóticas.»)

Niño en las rocas, óleo sobre lienzo, h. 1895-1897.
(Sus retratos infantiles tienen rostros adultos y posiciones estáticas. Suelen aparecer sobre fondos planos. En este caso, el niño descansa sobre las cumbres de unas montañas. ¿Por qué? Quizás… porque aún está en la edad de creer que puede alcanzar las estrellas. Pero en ese semblante de hombre se anuncia la decepción.)

La niña con la muñeca, óleo sobre lienzo, 1904.
(¡Mira qué margarita tan bien pintada tiene en la mano la niña con carita de mujer y piernas enterradas en la tierra! ¡Y qué decir del tiempo dedicado a los lunares de su vestido! Es un dibujo detallado, carente de perspectiva y con fondo plano.)

Vista del parque Montsouris, óleo sobre lienzo, 1895.
(Henri Rousseau se inició en la pintura haciendo paisajes.)

Centenario de la Independencia, óleo sobre lienzo, 1892.
(También pintó escenas patrióticas.)

Jardines de Luxemburgo, óleo sobre lienzo, 1909.

Los jugadores de pelota, óleo sobre lienzo, 1908.
(Las figuras parecen suspendidas en el espacio, que está delimitado por los árboles de abundantes hojas otoñales. El «rugby» se puso de moda en Europa en la época en la que se pintó el cuadro. Por la efusividad que muestra la tela puede entenderse que es un deporte que llamó la atención de Rousseau.)

Encuentro en el bosque, óleo sobre lienzo, 1889.

Vista del puente de Sèvres y colinas del Clamart, Saint Cloud y Bellevue, óleo sobre lienzo, 1908.
(Verdes, rojos, blancos, rosas, amarillos… ¡Qué paleta tan bonita! ¡Qué minuciosidad en el dibujo de los árboles! Y luego están la embarcación, el globo aerostático, la avioneta y el zepelín, medios de transporte que rompen la inmovilidad del paisaje. Es, para mí, una escena que muestra que el tiempo no se detiene.) 

Los alegres bufones, óleo sobre lienzo, 1906.
(Unos monos y un pájaro parecen mirarnos con cierto espanto. Delante de los simios una botella derrama un líquido. ¿Quién se las ha tirado?)


La encantadora de serpientes, óleo sobre lienzo, 1907.
(Fue la madre del pintor Robert Delaunay quien encargó la obra al pintor. El ambiente es hipnotizador, parece que la música tocada por una Eva negra lo congela todo. No me extraña que los surrealistas quedaran prendados de este cuadro de composición vertical, asimétrico y de paleta compacta.)

Los flamencos, óleo sobre lienzo, 1907.
(A destacar las distintas posiciones de las aves y la sensación de paz que transmite esta escena de jungla… ¡imaginada!)

Seguiría, Rousseau; pero debo poner un punto y final a esta entrada que intenta compensar, modestamente, lo que disfruto con tu pintura.

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Sonia Delaunay. Arte. Diseño. Moda.

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El cartel publicitario y el cartel Art Nouveau.

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Delacroix. Fragmentos de su «Diario».

Zuloaga en el París de la Belle Époque, 1889-1914.

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