LA PHILLIPS COLLECTION: IMPRESIONISTAS Y MODERNOS

«El arte forma parte de la finalidad social del mundo.»
Duncan Phillips

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El estudio del artista, óleo sobre lienzo, Raoul Dufy, 1935.

UNO

El primer museo de arte moderno norteamericano se inauguró en 1921, en Washington. Tenía entre sus objetivos convertirse en un espacio  que arropara las obras maestras de los grandes  pintores del siglo XIX y de gran parte del siglo XX, sin importar nacionalidades, condiciones políticas o históricas. El único requisito que se exigía para formar parte de la colección era el talento.

Duncan Phillips  (1886-1966), quien comenzó su andadura por la pintura siendo crítico de arte en Nueva York, fue el creador de la Phillips Collection. Este coleccionista de arte, con mentalidad abierta y didáctica, destinó sus esfuerzos a construir una pinacoteca excepcional que recibió como primera aportación los cuadros de la familia y el apellido paterno, pues dedicó el proyecto a la memoria del padre y del hermano.

Visitar la exposición de la Phillips Collection  significa recorrer la historia del arte desde el Clasicismo, el Romanticismo, el Realismo, el Impresionismo hasta las vanguardias abstractas, donde reinan los pintores estadounidenses. Un recorrido alucinante, lleno de luz y colorido. Todo un espectáculo donde la pintura es Reina que exhibe poderío y exige vasallaje a su público —yo me postro gustosa a los pies de esta Señora.

Volviendo al alma de la colección. Duncan Phillips no sólo se dedicó a adquirir obras de arte, sino que fue más allá. Se dedicó a divulgar el trabajo de los pintores. De hecho, fue el primer organizador de exposiciones individuales en Estados Unidos y creó la Sala Rothko, pocos años antes de morir, con la intención de aportar un espacio a la pintura de posguerra que, en esta muestra, está representada en la última sala.

Impresionistas y Modernos se titula la exposición que nos ofrece La Caixa Fórum de Madrid. En sus salas reúne sesenta pinturas de cuarenta y cuatro artistas, entre europeos y norteamericanos, provenientes, ¡cómo no!, de la Phillips Collection.

Caixa Forum nos ofrece la oportunidad de poder disfrutar de la antología pictórica que estructuró Duncan Phillips. La Caixa ha organizado la exposición por temáticas, «que se articulan cronológicamente». Seis salas  bien iluminadas y espaciosas, donde cada cuadro tiene su sitio para respirar, nos ofrecen el gozo de poder andar por los recovecos y las callejuelas que desembocaron en la pintura moderna. Es una exposición didáctica, que ayuda a comprender la evolución en la pintura y que nos permite reencontrarnos con Courbet, Degás, Daumier, Constable, Brake, Gris,Modigliani, Picasso, Morandi, O´Keefe, Dove, Soutine…

Esta exposición ¡es una fiesta para los sentidos! Allí hueles las flores y el vino de las jarras de los bodegones. Allí sientes el roce de la muselina de las bailarinas, el humo de los puros de los banqueros. Allí ves cómo, entre sombras, crece el filodendro de Braque y cómo Marthe, la de Bonnard, estruja la esponja que desliza sobre su cuerpo.

La  Phillips Collection tiene el encanto añadido de que toda ella es obra de un hombre. No sólo es rigurosa y extensa, no sólo abarca distintos tiempos y espacios, sino que muestra el gusto personal de su creador,  sus inclinaciones hacia unas formas determinadas de representar el universo y la vida. Se trata de una antología, de una selección personal y no de un catálogo histórico y exhaustivo sobre estilos y movimientos, de ahí el «ángel» que la arropa.

Duncan Phillips adquiría los cuadros con independencia de si el artista era conocido o no, compraba sin manuales, compraba con el corazón, pero sin perder de vista el carácter didáctico que quería darle a su museo y que incluía entre sus objetivos «experimentar con obras de arte fundamentales». Por eso, el abanico que se despliega ante nuestros ojos es tan amplio y elástico que alcanza las obras de la posguerra.

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Genzano, óleo sobre lienzo, Camille Corot, 1843.

DOS

Los impresionistas y modernos son difíciles de encasillar. Cuando paseamos por las salas de la exposición los vemos en varias partes a la vez y es comprensible teniendo en cuenta que estos movimientos se sucedieron en un corto período de tiempo. ¿Qué significan ciento setenta y cinco años en la historia del arte?; sobre todo, cuando esos años han sido ¡tan fructíferos! Las raíces del Impresionismo mamaron del Clasicismo, del Romanticismo y del Realismo, y los modernos saciaron su sed en todas las fuentes. Degás y Rouault, por citar dos ejemplos, están aquí y están allí, saltan de una corriente a la otra, siempre en paso ascendente, como la historia.

Como ejemplo, podemos citar el cuadro de Chavannes titulado La prensa de vino que inaugura la muestra. A simple vista —por la temática y los contornos definidos, por la estética pulcra— responde al Clasicismo, mas la atmósfera melancólica que envuelve la escena descrita de la Antigüedad… ¿no podría responder al Romanticismo?

Sin embargo, parafraseando a Stanislavski, hay un «hilo transversal» atravesando estilos y movimientos. Hay un punto de contacto entre todos y hay un objetivo a conseguir, y, como consecuencia, un resultado que los empareja. El hilo conductor es el estudio del color y de la luz y el objetivo a conseguir es la liberación de las formas. El resultado obtenido: la sensualidad.

Con la modernidad, las ciudades se renovaron y se convirtieron en el centro de las actividades mercantiles y sociales. Esta nueva situación desencadenó en un sistema de vida basado en la aglomeración y modificó el ocio: las casas redujeron sus espacios habitables, las calles se volvieron bulliciosas y los bulevares, con sus galerías comerciales y cafés, se convirtieron en sitios ideales para las relaciones sociales.

El hombre moderno ya no puede defender  su intimidad, no puede darse ese lujo, respira en comunidad. Toda manifestación artística es reflejo subjetivo de su época. La pintura que nos ocupa responde a nuevos tiempos, integra el nuevo ritmo de la vida y para ello incorpora las nuevas medidas de espacio y de tiempo surgidas. Estas variaciones incorporan un nuevo elemento al arte moderno: la fugacidad.

También con la modernidad llegó el psicoanálisis y, con esta práctica terapéutica, la necesidad de reflejar la psicología de los modelos que se representan. Los cuadros comienzan a reflejar estados de ánimo; en ellos no sólo los personajes aparecen abatidos, frágiles, alegres, impetuosos, relajados, también el paisaje deja de presentarse como un elemento gráfico, testimonio del buen hacer del pintor-retratista, para ocupar un puesto más importante y subjetivo.

Observamos cómo la pintura, encantada con la llegada de la fotografía, va apoderándose de la vida íntima y abre sin pudor las puertas de las casas y las habitaciones de los hoteles para que podamos cotillear a sus inquilinos mientras leen, comen, duermen, se bañan… El arte se convierte en una especie de «Gran Hermano».

Pero el arte es hijo de su tiempo, es su razón de ser dar fe de lo que acontece en su mundo. Por eso, tiene que decir adiós a los impresionistas, a su sensualidad y delicadeza, a la belleza de su trazo, a sus formas clásicas de manifestarse —pintura y escultura—, a su tradicional papel de regocijar el alma del espectador, al desenfoque producido por sus pinceladas.

El arte actual debe centrarse en plasmar el vacío y la nada que nos devora y que hemos construido entre todos —unos con alevosía, otros con desidia—. El artista pone rostro a la globalización, al nihilismo que nos invade, a la era de las nuevas tecnologías y su influencia en las masas, al racismo, a la igualdad de sexos, al terrorismo, a la corrupción política, a las enfermedades modernas y a la incultura generalizada.

Y lo hace utilizando la informática, las instalaciones con materiales diversos, reciclando, sustituyendo la pintura y la escultura por intervenciones y creando composiciones con diferentes estilos que se traducen en obras que adolecen de un estilo definido. Digamos que todo vale para reflejar una ¿idea? o, quizás, ¿una parida bien grande?  En mi opinión, el arte contemporáneo debería ir siempre acompañado de un prospecto descriptivo y, en no pocas ocasiones, de un laxante para digerirlo.

Pero este es otro asunto que, si lo deseas, puedes constatar en otra exposición que nos ofrece el mismo museo.

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Otoño II, óleo y aguada de óleo sobre lienzo, Wassily Kandinsky, 1912.

TRES

Retomando el tema que nos ocupa, me ha parecido curiosa la observación que hace Alex Mitrani, en su texto La pintura era eso, sobre la utilización del color rosa en la época impresionista. Mitrani nos indica:

«Hay algo que puede sorprender cuando observamos con atención la antología de la Phillips Collection: la recurrencia del rosa. Este color, un rojo atenuado, hoy precisamente denostado por el hastío comercial que provoca y por la arbitraria connotación de género que se le atribuye, es más frecuente de lo que podríamos pensar (…) El rosa es un color erótico, alegre e intenso y genera un contraste luminoso entre tonos puros y secundarios. Su insistente presencia no es una concesión, es un manifiesto vitalista.»

Los impresionistas y modernos dialogan abiertamente con el espectador que es capaz de percibir las emociones que libera la pintura cuando se ha despojado de los cánones del clasicismo y de la tiranía de los salones oficiales. Conversan con  el espectador que sabe interpretar las vibraciones que emanan de las combinaciones de colores, con aquel que va en busca de que el ritmo y la luz lo atrapen.

He seleccionado para este paseo  tres obras por cada sala, las mismas van acompañadas de un resumen que he realizado teniendo en cuenta el catálogo y mis impresiones. Me ha costado mucho escoger entre tantos magníficos cuadros. Adrede he dejado a Daumier fuera, el artista admirado por Baudelaire, un pintor que me gusta especialmente, satírico como el que más, pero al que pienso dedicarle, si el tiempo me lo permite, un texto aparte.

Señoras y señores, pasen y vean.
firma gabriela4

CLASICISMO, ROMANTICISMO Y REALISMO

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La pequeña bañista, óleo sobre lienzo, Jean-Auguste-Dominique Ingres, 1826.

Las líneas definidas que resaltan las formas, las figuras colocadas en el centro de la composición, la belleza distante y fría de los cuerpos, son características del Clasicismo. Ingres era el pintor de lo obvio. Duncan adquirió este cuadro para contraponerlo a otro que tenía de Delacroix, pues consideraba este lienzo un buen ejemplo de todo lo opuesto al Romanticismo. Ingres recreó en esta pintura una parte de otra que había realizado años atrás titulada «La bañista de Valpicon» y que pude apreciar en la exposición del Museo del Prado.

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Caballos saliendo del mar, óleo sobre lienzo, Eugène Delacroix, 1860.

Puedes valorar la diferencia entre la fría belleza de Ingres y el dramatismo apasionado de la paleta de Delacroix; puedes ver el equilibrio escénico de uno y el desequilibrio intencionado del otro, que prioriza la emoción del momento narrado: la lucha de un hombre por controlar dos caballos indomables. Este cuadro es una obra tardía y está inspirado en los viajes que en 1832 realizó a Marruecos. Los caballos árabes son puro nervio, tienen vida.
Duncan apreciaba esta pintura porque había logrado «la excepcional combinación de lo clásico y lo romántico».

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El ballet español, óleo sobre lienzo, Édouard Manet, 1862.

Pintor de temas contemporáneos. Fue una figura clave en el período de transición del Realismo al Impresionismo. Buscó en el color una forma de imitar la luz fotográfica. El cuadro muestra la atracción que sintieron los pintores franceses por la cultura española. La artista que está sentada es Lola de Valencia, una famosa bailarina de entonces. El grupo de baile posó en un estudio para el pintor como si estuvieran representando el ballet «La flor de Sevilla». En el proscenio aparece un ramo blanco, envuelto en papel, al que nadie hace caso. Los objetos prescindibles comienzan a tener su espacio.

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IMPRESIONISMO Y POSTIMPRESIONISMO 

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La nieve en Louveciennes, óleo sobre lienzo, Alfred Sisley, 1874.

Sisley forma parte del grupo de pintores fundadores del Impresionismo. Ellos compartían el rechazo hacia los temas religiosos, mitológicos e históricos tradicionales y dieron preferencia a las escenas de la vida cotidiana y a los paisajes urbanos y de la naturaleza. Salían a pintar a los campos, al aire libre, gustaban de describir con sus pinceles los diferentes cambios de luz del día y de las estaciones. No planificaban el dibujo y utilizaban colores luminosos y blancos. El negro era empleado para detallar algunos perfiles y para sombrear. Como impresionista que era, Sisley gustaba de las formas suavizadas.
Utilizó la nieve para dar movimiento y vida al lienzo, que parece que rezuma. El pintor inmortalizó esta escena que contemplaba desde su balcón.

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Casa en Auvers, óleo sobre lienzo, Vincent Van Gogh, 1890.

¡Dios mío, cuánta fuerza, cuánto color y cuánto dolor desprende esta pintura! A simple vista reina la alegría con tanto verde y amarillo, pero… ¿y si te dijera que Van Gogh pintó ese trigal verde seis semanas antes de suicidarse? Entonces fijarías la atención en la pincelada oscilante y el movimiento que esta provoca te produciría vértigo.
 Van Gogh es un ejemplo de cómo el blanco y el negro ocupan la función de transmisores de sensaciones inquietantes. Los paisajes pintados ya no son el resultado de la realidad, sino de los estados de ánimo del artista que observa. El color y la línea se convierten en instrumentos para transmitir sentimientos. Tengo la impresión, cuando observo el cuadro, de que nunca podría llegar a la casa porque esta se aleja y se aleja y el trigal, al final, me traga.

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Misterio, óleo sobre lienzo, Odilon Redon, 1910.

Pintor simbolista que rechazó los espacios abiertos para centrarse en el subconsciente. Los pintores nabis (profetas en hebreo, se llamaban así por considerarse adelantados a su época) y fovistas admiraban las obras místicas de Odilon Redon, quien dedicó gran parte de su vida artística a los seres fantásticos —dibujados a carboncillo—. En la época de esta pintura, realizada seis años antes de su muerte, ya usa óleos, colores brillantes y grandes formatos. Odilon Redon está considerado el precursor del Surrealismo.
Sobre el significado de su cuadro, Odilon escribió que dependería del «estado de ánimo del espectador». 

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PARÍS Y EL CUBISMO

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La habitación azul, óleo sobre lienzo, Pablo Picasso, 1901.

Picasso pintó el cuadro en su segundo viaje a Francia, cuando aún no llevaba un año viviendo en la capital, y en él describe su primer estudio en la ciudad. Se trata de una de sus primeras obras de la «época azul». La utilización de los colores y la composición nos transmiten cierta melancolía, que es justificada por la soledad que sintió en sus comienzos de andadura parisina. Se trata de una escena íntima, de una mujer que refleja, a través de su postura, tristeza y desánimo mientras se asea.
El catálogo de la exposición describe así la escena: «En este cuadro, la mujer delgada y de hombros encorvados aparece inclinada sobre la tina. El abatimiento y el hastío de su gesto retoman el lenguaje del color del Romanticismo, según el cual el azul significaba anhelo espiritual. En la pared, sobre la cama, el cartel de la mujer que baila (…) establece un fuerte contraste con el estado de ánimo de la figura que está en la habitación (…)». Picasso reprodujo, para homenajear al pintor, el cartel que Toulouse-Lautrec diseñó en 1895 con motivo de la gira de la bailarina May Milton por Estados Unidos. 

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Notre Dame, óleo sobre lienzo, Henri Rousseau, 1909.

Rousseau fue un pintor colorista, aunque en el cuadro que escojo, pintado un año antes de su muerte, utilizó una paleta de colores claros para dar contrastes más suaves. No he podido encontrar una reproducción que respete los colores reales: en el original el río es más verde, el blanco es más blanco y la bandera, que es como una antorcha encendida, es más luminosa. Tampoco puede apreciarse el resultado final, una obra pulida, brillante y uniforme. Rousseau fue un pintor autodidacta, que no prestó atención ni a perspectivas ni a profundidades. Sus cuadros son planos, alegres y, quizás, algo infantiles, ingenuos. Es un representante del Arte Naif. 
Pero fue un artista apreciado por los integrantes de las primeras vanguardias del siglo XX. Este cuadro es un ejemplo de mezcolanza de estilos pictóricos. Es una obra academicista, que bien podría haber sido expuesta en el Salón de París; pero también es una obra que transmite sensaciones. «Notre Dame» es un cuadro de ambiente poético que exhala tranquilidad. Ese atardecer parisino que acoge a un hombre solitario —posiblemente el pintor— contemplando el Sena, nos brinda una paz nostálgica. 

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Naturaleza muerta con uvas y clarinete, óleo sobre lienzo, Georges Braque, 1927.

Braque, el pintor de la paleta sobria, el pintor del tacto. Interesado, como Picasso, en estudiar la forma y el espacio en la pintura. Como Picasso, cubista. Pintor de naturalezas muertas. Esta obra es la primera que Duncan adquirió para su colección, que completó con diez más. Y es la primera de este pintor que entró en un museo estadounidense. En este cuadro se aprecia el equilibrio entre forma, color, textura y composición, y también la ausencia de profundidad.
Los objetos que pintaba Braque no tenían ningún significado para él, los utilizaba para poder expresar su teoría del «espacio táctil». Los elementos, como las uvas y los naipes del cuadro, le permitían crear afinidades mediante formas y volúmenes. ¡Este pintor me encanta!

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INTIMISMO Y ARTE MODERNO

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El periódico, óleo sobre cartón, Édouard Vuillard, 1896-1898.

Vuillard, que formó parte del grupo de los Nabis al comienzo de su carrera, fue un pintor postimpresionista. Vuillard pintaba interiores habitados, pintaba personajes en su rutina diaria. Sus obras son silenciosas y transmiten recogimiento gracias a la armonía que otorgaba a las escenas íntimas. Sus composiciones detallistas evidencian la influencia de las estampas  «Ukioyo-e» —xilografías japonesas—.  Duncan Phillips describió a Vuillard como «un poeta de la intimidad de todos los aspectos de la vida».
Esta obra, de marcado carácter decorativo, pertenece a su primera etapa. El ventanal es el pilar sobre el que construye el cuadro. Si te asomas desde la acera ves la habitación, si te asomas desde la habitación ves los árboles del exterior. Y tendrás la misma sensación de tranquilidad.
«En lugar de trabajar con la verticalidad de la ventana, la corta para crear una composición marcadamente horizontal. Los respaldos de las sillas enmarcan otros elementos del primer plano, que de este modo se acercan al espectador y hacen que se sienta partícipe de la escena. Madame Vuillard es apenas visible (…) y casi se funde por completo con el entorno», describe el catálogo. ¡Cuánta placidez hay en esta habitación burguesa!

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Desnudo en un interior, óleo sobre lienzo, Pierre Bonnard, 1935.

Bonnard fue, junto con Vuillard, el principal exponente del movimiento Nabis; pero estamos frente a una obra tardía. Bonnard utilizó los colores y las veladuras para reflejar el carácter íntimo de sus pinturas. A diferencia de los impresionistas, trabajaba de memoria, sin modelo, y esto le permitió  crear una atmósfera onírica; también descartó, con el paso del tiempo, los espacios exteriores para centrarse en la vida cotidiana, en los entornos privados. Los Nabis utilizaban las decoraciones interiores de los hogares  para crear ambientes plácidos. Bonnard, durante toda su carrera, pintó las rutinas de aseo de su mujer, que fue su modelo. Le gustaba la fotografía y fue pionero en utilizarla como herramienta para su trabajo —encuadres, proporciones, yuxtaposiciones—. El pincel de Bonnard, con su trazo expuesto, vibra. Su peculiar pincelada es su firma.
Pero, ojo, que toda intimidad desvelada, resulta embarazosa. 

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Bodegón, óleo sobre lienzo, Giorgio Morandi.

Morandi fue pintor de pocos temas, recreaba una y otra vez los objetos que tenía en su taller. A mí me gusta por su alta carga psicológica. La luz reposada, la simpleza de sus composiciones en formatos pequeños y de escasos relieves, los colores pasteles y ocres de las vasijas que reposan sobre mesas y repisas, ¿acaso no transmiten  silencio y quietud? Morandi se alejó del carácter reivindicativo de las vanguardias para crear su propio mundo pictórico con sus objetos queridos. Unificaba los elementos de sus composiciones con la luz. En sus cuadros todo, absolutamente todo, está al servicio de la luz. De ahí que le importara poco «dibujar» los materiales de sus jarras; así que desconocemos si son de vidrio, latón o barro. A Morandi le importaban la geometría y las relaciones entre las formas y los colores, y le importaba la luz, el tema era sólo la herramienta. Pintor de bodegones que tienen el poder de hurgar en el subconsciente del que los contempla, haciéndoles sentir lo que a primera vista no se ve.
«Pero, ¿y estos trastos?», escuché decir de forma despectiva a
una pareja de jóvenes que, luego de avanzar un poco por la sala, se dieron la vuelta para detenerse, nuevamente, frente al pequeño cuadro. Allí se quedaron silenciosos, contemplándolo.

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NATURALEZA Y EXPRESIONISMO

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Courmayeur y las cumbres de los Gigantes, óleo sobre lienzo, Oskar Kokoschka, 1927.

¡Cómo utiliza el color Kokoschka para describir lo que sintió frente a estas cumbres! ¿Qué más da si los azules, verdes y blancos responden a la realidad? Sólo importa que reflejan la emoción del artista en ese instante. Es esa la razón de ser del Expresionismo: expresar los sentimientos, las experiencias personales, lo subjetivo, con colores, líneas y formas. Y que mejor motivo de inspiración que la naturaleza en toda su extensión. En el expresionismo el artista busca plasmar su reacción ante lo que lo rodea, estableciendo un duelo entre sus emociones y la realidad.
Este cuadro pertenece a la serie titulada «Mundo pintado» que realizó durante sus viajes por Europa y el norte de África (1924-1930).

Una anécdota: Entre los carteles que Kokoschka realizó para fines humanitarios hay uno destinado a pedir ayuda para los niños vascos, víctimas del bombardeo de la ciudad de Guernica (1937). Kokoschka formó parte de la triste y célebre lista de autores degenerados que hicieron los nazis. Y tiene un lugar preferente en la lista de pintores imprescindibles para mí.

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El faisán, óleo sobre lienzo, Chaïm Soutine, 1926-1927.

Este pájaro muerto sobre una tabla blanca hay que verlo en directo, pero no muy cerca del cuadro, sino a cierta distancia, dejando que corra el aire entre el cadáver y el espectador. Las reproducciones no le hacen justicia. Soutine era considerado, por su temática, por su particular forma de representar naturalezas muertas —casi siempre animales destripados—, un pintor escandaloso que pervertía «el delicado, fino y preciso estilo francés». El frenetismo de su pincelada, que se exhibe impúdica, y los contrastes de color tan bruscos dan a su obra una fuerza descomunal. Mira la pata engarrotada del pobre pájaro, ¿no tienes  la sensación de percibir su último espasmo? ¡Mira ese cuello rígido y ese cuerpo que se ofrece sabiéndose perdido! Ese pájaro existió, pues Soutine nunca pintó sin tener su modelo delante.
Una anécdota: Se cuenta que iba de carnicería en carnicería buscando piezas que le inspiraran.

Duncan Phillips organizó la primera exposición de Soutine en un museo estadounidense.

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Barcaza roja, óleo sobre lienzo, Arthur G. Dove, 1931.

Dove forma parte del grupo de pintores estadounidenses que, terminada la Primera Guerra Mundial, decide renovar el arte de su país «a través de la intensidad emocional y de una conexión con la naturaleza que diese expresión al alma del artista», nos dice el catálogo.
Dove  plasmaba sus experiencias sensoriales desvinculando el color, la forma y la línea del motivo de la representación —el modelo de inspiración—, que era reducido, comprimido, gracias a los efectos de luz conseguidos por el uso del color. Su musa, en esta época pictórica, fue la naturaleza con sus mareas oceánicas y sus estaciones. Aunque su pintura no es del todo abstracta se le conoce como el primer pintor de esa escuela en su país. Una curiosidad: En la época en que pintó este cuadro vivía con su compañera en un velero, a las afueras de Long Island. Dove experimentó con otras técnicas, como el collage o combinaciones de pigmentos y cera, coqueteó con el Cubismo y se identificó con la teoría de Bergson sobre «la fuerza vital».
Dove buceaba entre los colores para crear efectos de luz. Su pintura me parece profundamente misteriosa, me gusta.

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EXPRESIONISMO ABSTRACTO
(Arte de postguerra)

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Composición, óleo sobre lienzo, Jackson Pollock, 1938-1941.

Otra vez galopan los pinceles sobre el lienzo generando fuego y movimiento. Este cuadro pertenece a su primera época y refleja el interés de Pollock por los rituales indígenas americanos. Dice el catálogo: «Pollock era un buen conocedor de la cultura chamánica india, así como de las ideas que circulaban en las vanguardias sobre el arte primitivo y el inconsciente». Más adelante, señala: «Su firme convencimiento de que existe una conexión entre lo emocional y la abstracción lo llevó a desarrollar un nuevo lenguaje pictórico, profundamente personal y exclusivamente americano». Pollock también fue un gran admirador de los muralistas mexicanos. En la parte derecha del cuadro puede apreciarse una máscara india.
A partir de 1947, Pollock comienza a utilizar la técnica del «dripping», que consiste en colocar el lienzo en el suelo para luego tirarle chorros de pintura y arena, cristales y otros materiales que estructuran el lienzo. 

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 Fuga, óleo sobre lienzo, Nicolas de Staël, 1951-1952.

Dice el catálogo: «(…) empleaba la espátula para aplicar la pintura sobre el lienzo, construyendo de este modo sus superficies con toques amplios y enérgicos (…) La sensación que produce este compacto mosaicos de cuadrados de color perfectamente modulados y equilibrados es que está inspirado en una vista de la naturaleza (…)». Y continúa más adelante: «De Staël nunca catalogó como abstracciones sus cuadros no figurativos, sino que insistió siempre en la conexión entre su obra y la realidad visible».
Me gustaría conocer qué paisaje le produjo este impacto musical al pintor, por utilizar la expresión de Staël cuando aseguraba que «nunca pinta lo que ve o lo que cree ver, sino que más bien plasma en mil vibraciones el impacto recibido». Agradezco que el cuadro esté acompañado de cierta información porque no habría llegado por mí misma al motivo de inspiración. En todo caso, esa muestra de «galletas al óleo» me atrajo como un imán. Me gustó, tengo que reconocerlo.

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Sin título, acrílico sobre papel montado en táblex, Mark Rothko, 1968.

 Al enfrentarme a este cuadro sin nombre y de grandes dimensiones puedo ver que el amarillo, en sus múltiples combinaciones, otorga mucha luz y puedo apreciar la simpleza de las formas. Pero soy incapaz de ir más allá, así que nuevamente acudo al catálogo en busca de pistas para conocer qué idea me quiere transmitir Rothko, uno de los máximos exponentes de la abstracción americana. Y esto leo:
«La obra de Mark Rothko (…) explora la fuerza de las relaciones cromáticas líricas y trascendentes y al mismo tiempo profundiza en las sutilezas de la medida y la proporción (…) Creía que su pintura estaba imbuida de una esencia mística, incluso metafísica, que destilaba la experiencia humana en su forma más pura.»
¿Esencias trascendentales? 
Pues eso…

ENLACES RELACIONADOS

El París artístico de fin de siglo, los grabados de Félix Vallotton y el Museo Guggenheim Bilbao.

Ignacio Zuloaga en el París de la Belle Époque, 1889-1914.

Los impresionistas y la fotografía.

Picasso y Julio González: escultura y amistad.

Picasso y Toulouse-Lautrec. Afinidades.

Gustave Caillebotte. Pintura.

Claude Monet. Obras del Musée Marmottan.

Morandi. Pintura y grabado.

Giorgio De Chirico y sus escenografías pintadas.

El Mediterráneo y las artes plásticas.

Los fauves visitan Madrid.

Los grabados de Matisse.

Balthazar Klossowski de Rola. Balthus, el tiempo y la fugacidad.

Delacroix. Pinturas y pasajes de su “Diario” (1822-1863).

Han cortado los laureles (Édouard Dujardin).

Emilio Grau Sala. Acuarelas y óleos.


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