DOMINIQUE INGRES

«Hay que dibujar siempre: dibujar con los ojos cuando no se puede dibujar con el lápiz.»

Autorretrato, óleo sobre lienzo, 1858.

«¡Tengo muncha confianza en mi vejez: ¡ella me vengará!», escribió el pintor en 1821. Y acertó. El autorretrato que está presidiendo estas líneas se lo debemos a la insistencia de los Uffizi, que deseaban tener la efigie del pintor en la Galería de famosos de su palacio florentino.

Es sabido que los Medici fueron grandes mecenas de las artes y que pusieron mucho empeño en aumentar el patrimonio artístico de la familia. No he podido confirmarlo, pero por las fechas es muy probable que fuese Anna María Ludovica —último miembro de la familia Medici— quien presionó a Ingres para conseguir el autorretrato del que hablamos. La princesa, hija del gran duque de Toscana, siguiendo los pasos de sus antepasados, decidió en 1737 que todo el patrimonio artístico de la familia quedara resguardado en la famosa Galería, convirtiendo a Florencia en escala imprescindible para los que amamos el arte.

Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867) tenía setenta y ocho años cuando se pintó a sí mismo en 1858. Otra curiosidad relacionada con el autorretrato es la postura, pues existe una fotografía que Degas le realizó, mediante el procedimiento del colodión húmedo, donde aparece de manera similar.

El Museo Nacional del Prado nos ha regalado una espléndida exposición que hace un recorrido por todos los temas que el artista desarrolló. Encontramos, además de sus retratos, los desnudos femeninos y su acercamiento al arte religioso y a la pintura histórica.

La condesa de Haussonville, óleo sobre lienzo, 1845.

Ingres es un pintor difícil de clasificar, es neoclasicista en las formas y es un romántico muy particular por culpa de su encorsetamiento, que no le dejó liberar las pasiones. Las mujeres de sus cuadros, a pesar del erotismo, son algo frías, viven una sensualidad tensa.

Con Ingres no hay segundas intenciones, no hay ideas ocultas tras lo visible, sus cuadros son pura forma, son el resultado de la belleza de las formas, de las formas rectas y curvas. Y te preguntarás: ¿y el fondo, y las ideas de su tiempo? Bueno, Ingres pensaba que no era necesario buscar más allá de la naturaleza, de los clásicos griegos y latinos y de Rafael, su modelo pictórico. Escribe:

«Nada hay de esencial por descubrir en el arte, después de Fidias y Rafael, pero siempre hay que esforzarse, incluso después de ellos, por mantener el culto de lo verdadero y por perpetuar la tradición de lo bello… ¿Qué quieren decir esos pretendidos artistas que predican el descubrimiento de lo nuevo? ¿Hay algo nuevo? Todo está hecho, todo está hallado. No es nuestra tarea inventar, sino continuar…».

Rafael y la Fornarina, pluma y tinta marrón, con lavado gris-marrón, 1818.

Ingres enseñaba a sus alumnos de pintura que el artista se hacía copiando, copiando a los modelos clásicos y a la naturaleza. Decía: «Tembláis ante la naturaleza: ¡temblad; pero no dudéis!».

El artista creó su universo pictórico refugiado en la Antigüedad; no encontró nada de atractivo en el mundo que lo rodeaba y eso le pasó factura porque lo convirtió en un pintor de dogma: o todo o nada; o el clasicismo y Rafael, o la Nada. Y cortó las alas de su hada, esa que aparece siempre —y a pesar de todo— detrás de sus retratos y de sus desnudos femeninos.

Pongo un ejemplo para entendernos. Al pintor, que le interesaba el estudio de los huesos humanos, pero no de los músculos porque decía que tanta ciencia podía «mermar la sinceridad del dibujo», un día un alumno le presentó en clases un boceto. Ingres lo observó y le dijo: «Señala usted ahí algo que no veo, ¿por qué dar a entender lo que no se ve? ¿Por qué usted sabe que está ahí?» Ingres le espetó: «Limítese a copiar la naturaleza, tontamente, y ya seréis algo».

Aquí les dejo varios de los cuadros expuestos en el Museo del Prado. He escogido aquellos que tienen alguna anécdota especial.

El arte y los perfumes se parecen, ambos tienen algo que los hace únicos para quienes los gozan. Ingres tiene seguidores y detractores. A mí me gusta su pintura, mi oído se deja llevar por la música que sale de su flauta mágica de sonidos grecolatinos, pompeyanos y rafaelistas. Pero mi corazón, ¡ah, mi corazón!, ese, ese se da a la fuga.

PASEMOS A LA GALERÍA DE CUADROS

En primer lugar, destaco el retrato que el pintor hizo a su amigo y abogado Jean Pierre-Francois Gilibert en 1804. Lo hago acompañar del retrato que pintó Tiziano y que no está expuesto en la muestra. Incluyo a Tiziano porque, según los críticos, Ingres se inspiró en la obra del pintor renacentista; así podemos contemplar las semejanzas y las diferencias que existen entre ambos.

Jean Pierre-Francois Gilibert, Ingres, óleo sobre lienzo, 1804.

El hombre del guante, Tiziano, óleo sobre lienzo, 1520-1523.

Otro cuadro que señalo es el del barón de Montbreton de Norvins, jefe de la policía de Napoleón en los estados romanos gobernados por Carolina, hermana del Emperador y reina de Nápoles.

La primera versión de esta obra llevaba pintada un busto del Rey de Roma. Al caer el Imperio, Ingres borró la escultura que hacía alusión a Napoleón y que se encontraba delante de la cortina del cuadro —Jacques Marquet dejó varios escritos sobre la época napoleónica.

Jacques Marquet, barón de Montbreton, óleo sobre tabla, 1811.

Y ahora paso a señalar los dos lienzos de enorme formato dedicados a Napoleón. En uno aparece el Napoleón cónsul y en el otro el Napoleón emperador, cubierto por un manto de armiño donde reposan las abejas (las abejas y el águila simbolizaban el Imperio). El primer lienzo hizo famoso a Napoleón; ¡ah!, pero el segundo, el segundo le acarreó unos cuantos disgustos, pues al público no le gustó tanta pomposidad.

Napoleón III premió a Ingres haciéndolo senador en 1862. La obra plástica de Ingres, según el crítico de arte Théophile Thoré (1807-1869) , «va en busca del estilo, de la corrección, del aspecto, de la belleza (…) y tal como parece entenderla se reduce a una combinación estrecha de la forma…».

Forma sin contenido, ¡qué más podía pedir el Segundo Imperio!

Napoleón Bonaparte, primer Cónsul, óleo sobre lienzo, 1804.


2. Napoleón I en su trono imperial, óleo sobre lienzo, 1806.

Dominique Ingres escribió en 1845: «Los retratos me abruman, me matan». Y sin embargo, su Don se manifiesta en este género de la pintura: los detalles de los rostros, de los ropajes, las luces que desprenden las joyas, los sedosos cabellos, adornados con sus puntillas de encajes y sus lazos brillantes, los sofisticados peinados, los enroscados turbantes, las carnes blancas, las líneas de los cuerpos, los detalles realistas… Todos los elementos que conforman su obra hablan de Ingres como retratista.

Paso a otros dos cuadros: Uno es el de la Señora Rivière y está considerado una de sus mejores obras. El otro es el retrato que le hizo a la Señora Marcotte de Sainte-Marie y tiene la peculiaridad de que las manos que aparecen en el lienzo no son las del personaje, sino las de la mujer del pintor. La señora Marcotte fue una modelo difícil, pues era neurótica y muy nerviosa, aspecto que puede apreciarse en sus ojos.

En los cuadros de estas dos señoras también puedes observar cómo va cambiando la moda: del estilo imperio del primero —vestido vaporoso, talle alto y tonos claros— pasamos al romántico —mangas abultadas, peinados más laboriosos, talle más bajo.

Si ordenas por fechas los retratos femeninos de Ingres podrás hacer un paseo por la moda de su siglo, pues prestó mucho interés a las texturas y diseños de las telas, a los cortes, a los complementos y a los peinados —si con los hombres muestra austeridad y se centra más en las expresiones de los rostros, en captar psicologías, con las mujeres se libera… hasta donde podía Ingres. Dicen que discutía con sus modelos-clientas todos los detalles que serían incluidos en los retratos.

Izquierda: La Señora Rivière, óleo sobre lienzo, 1805.
Derecha: La Señora Marcotte de Sainte-Marie, óleo sobre lienzo, 1826.

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ingres firma

El pintor que se declaró «conservador de las buenas doctrinas y no un innovador», que dio más importancia a la línea que al volumen, nos ofrece un plato contundente, preparado con una mezcla de colores fríos y calientes y donde el color blanco tiene, más que nunca, la función que él le asignó.

EL COLOR

«Mucho se equivocan los pintores cuando emplean desconsideradamente en sus cuadros demasiado blanco, que luego es preciso rebajar y apagar. El blanco debe reservarse para esas ocasiones de luz, para esos destellos que determinan el efecto del cuadro».
«Nada es blanco en los cuerpos animados; nada positivamente blanco, todo es relativo. ¡Poned una hoja de papel al lado de las mujeres resplandecientes de blancura!»
«En un cuadro, la luz debe dar y encontrarse sobre una parte con más fuerza que sobre las otras, de manera que desde el principio la mirada sea atraída y se detenga en ella. Lo mismo en una figura: de ahí las degradaciones».

DEGUSTEMOS DE UN BUEN MENÚ: LOS DESNUDOS FEMENINOS

La bañista de Valpinçon, óleo sobre lienzo, 1808.

El primer cuadro que destaco es el de Ruggiero libera a Angélica. Podemos apreciar la figura nívea de la princesa sobre un fondo oscuro. Es curiosa la postura que tiene, está esperando ser liberada, su héroe se enfrenta al dragón y ella está con la cabeza echada hacia atrás, la larga melena colgando, los ojos medio abiertos y una posición del cuerpo muy sensual. ¿Está seduciendo al espectador en plena tragedia?

El artista se inspiró en un pasaje del poema épico Orlando el Furioso, escrito por Ludovico Ariosto en 1532. La dama, el héroe y el dragón demuestran el gusto del pintor por la literatura clásica y medieval. El catálogo de la exposición resalta el erotismo gótico del lienzo. El cuadro estuvo colgado en el salón del trono del palacio de Versalles por orden del rey Luis XVIII, hermano del decapitado Luis XVI.

El segundo cuadro es El baño turco, pintura realizada en formato de tondo (circular) con la intención de acentuar las curvas femeninas. También está inspirado en las letras; esta vez en Las cartas de Estambul, de  la londinense Mary Wortley Montagu. La aristócrata visitó Turquía en 1716 acompañando a su esposo y en su amplia correspondencia describe los harenes otomanos que conoció (la editorial Casiopea tiene en su catálogo Las cartas de Estambul).

En El baño turco podemos apreciar, en la utilización del formato de tondo, un guiño a la época clásica y al Renacimiento, que rescató este tipo de composición. También podemos apreciar el uso del blanco, así como las espaldas y las curvas de los cuerpos desnudos de Ingres.

 Ruggiero libera a Angélica, óleo sobre lienzo, 1819.


El baño turco, óleo sobre lienzo, 1862.

EL DIBUJO

La pintura religiosa y la histórica también se encuentran presentes en la exposición del Prado; pero deseo cerrar la entrada mencionando su faceta de dibujante. La luz, el color, la fuerza, la expresión, el carácter, la forma… todo lo supeditaba al dibujo:

«El dibujo es la probidad del arte.»
«El dibujo lo comprende todo, menos el tinte.»
«Todo es armonía en la naturaleza: lo poco que sobre o falte altera la gama y produce una nota falsa. Hay que llegar a cantar sólo con el lápiz o el pincel.»
«Que no pase un solo día sin trazar una línea, decía Apeles. Con esto quería decir, y yo os lo repito: la línea es el dibujo, lo es todo.»

Charlotte Madeleine Taurel, grafito sobre papel, 1825.

Autorretrato de medio cuerpo, grafito sobre papel, 1835.

Termino con La Gran Odalisca, considerada el primer gran desnudo de la pintura moderna. Escribió Baudelaire sobre la obra de Jean-Auguste Dominique Ingres:

«Las bellas mujeres, las naturalezas suculentas, la salud reposada y floreciente, ¡he ahí su triunfo y su alegría!»


La gran Odalisca, óleo sobre lienzo, 1814.

ENLACES RELACIONADOS

Delacroix. Pinturas y pasajes de su “Diario” (1822-1863).

Rosario Weiss, la alumna aventajada de Francisco de Goya. Dibujos.

Los autorretratos de Goya.

Lo cómico y la caricatura (Charles Baudelaire). Síntesis de los capítulos dedicados a Honoré Daumier y Francisco de Goya.

 


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