GIACOMO JOYCE
«Un breve latir de pestañas».
Sin título, Cervignon, óleo sobre lienzo, 2000.
Giacomo Joyce es un relato poético con forma y fondo simbolista. En él, Joyce se descubre en dos mitades: la representada por su personaje Giacomo y la que «habla» por él mismo, pues el autor tiene voz en su texto.
Bajo el paraguas de una pasión amorosa, Joyce muestra el discurrir del Yo profundo en los pensamientos, la importancia que tiene el flujo de la conciencia en las decisiones que se toman y la relevancia que tienen las alusiones sensoriales en el proceso de razonamiento.
Giacomo Joyce es un texto que se nos presenta fragmentado y que cuenta con una antagonista: una joven judía, que se dice fue alumna personal del escritor; una muchacha descrita sin mucha pasión y que, sin embargo, tiene poseída la mente del protagonista.
El «molusco de sangre oscura» —pertenece a otra religión, a otro pueblo—, introvertido, manipulado por sus padres, inteligente, rutinario, pálido, que es la enamorada, desata los deseos de un hombre maduro, casado y con una hija —Nora, la esposa del autor, y la niña de ambos son nombradas en la narración—. Pero este encaprichamiento es resultado de las elucubraciones de la mente y no tanto de una atracción física —la provocadora de fantasías amorosas es un ser idealizado.
En 1887, el novelista y ensayista Édouard Dujardin (1861-1949) escribió Han cortado los laureles. Fue la primera novela, por cierto de asunto amoroso también, escrita con la técnica del monólogo interior. James Joyce siempre reconoció que su Ulises estaba en deuda con la obra de Dujardin —Ulises está inspirado en Giacomo Joyce, la narración que leerás a continuación.
El relato poético que hoy les dejo es como una bombilla que, intermitentemente, se apaga y se enciende. Es un ritual parpadeante que rompe y compone el ritmo de las ideas, de las reflexiones, de las fantasías del protagonista. De modo que celos, deseos, curioseo y sentimientos de posesión comparten segundos con cavilaciones sobre otros asuntos que se interponen, como son el paisaje, el paso del tiempo por el hombre y los vínculos familiares.
Y puede parecer, puesto que autor y personaje son dos colores de un lápiz, que toda palabra vertida, que toda idea expuesta nace de una reflexión del escritor. Pero creo que no es así, pues Giacomo Joyce es un texto, en el fondo, impersonal. Para mí, es un canto de amor que va más allá de su trama.
Para conseguir dar a la mente humana un lenguaje particular, pues hay una especie de trámite, de paso previo, que conecta el pensar y el hablar, Joyce acude a la repetición de uno o varios sonidos dentro de una misma palabra o frase (aliteraciones). Es la figura retórica que luego aprovechará en Ulises.
Pienso que para Joyce lo más importante no eran los argumentos, sino las palabras. Joyce quiso demostrar el poder de las palabras, la capacidad que tienen de asumir distintos sentidos y, por consiguiente, de alcanzar significados opuestos. Joyce fue un escritor en busca de una técnica propia de expresión, de un estilo narrativo que reflejara las contradicciones de la mente humana, contradicciones que se hayan en toda introspección.
Giacomo Joyce fue escrito en Trieste en 1913, pero fue publicado en 1968, años después de su muerte.
Giacomo Joyce es una obra ambivalente, pues depende de las sensaciones que provoque en la mente del lector —el discurrir del pensamiento es personal e intransferible y obedece a las emociones de cada momento—. Eso sí, el escritor establece unas reglas para que no te pierdas en las reflexiones inconexas presentes en todo monólogo interior. Es lo que la crítica literaria ha llamado la «manera joyciana» de contar.
Y ahora te dejo con la traducción que Lidia Barbachano hizo de Giacomo Joyce.
GIACOMO JOYCE
James Joyce y Amalia Popper, 1911.
(Se cree que el autor se inspiró en Amalia Popper para «Giacomo Joyce» y para Molly Bloom, personaje de «Ulises». Amalia fue alumna personal del escritor, autora de su primera biografía y primera traductora al italiano de la obra de Joyce.)
¿Quién? Un pálido rostro rodeado de pesadas pieles olorosas. Sus movimientos son tímidos y nerviosos. Usa impertinentes. Sí: una breve sílaba. Una breve risa. Un breve batir de pestañas.
Caligrafía de telaraña, trazada larga y finamente con silencioso desdén y resignación: una joven de calidad.
Salgo en una fácil ola de tibio discurso: Swedenborg, el seudo Areopagita, Miguel de Molinos, Joaquín Abbas. La ola se extingue. Su condiscípula, retorciendo su torcido cuerpo, ronronea en deshuesado italiano —vienés: Che coltura! Las largas pestañas baten y se elevan: una aguja candente pincha, pica y tiembla en el iris aterciopelado.
Tacones altos hueco taconeo en las resonantes escaleras de piedra. Aire helado en el castillo, cotas de malla patibularias, candelabros de rudo hierro sobre las torceduras de la torcida escalera de la torrecilla. Tacones repiqueteantes, un alto y hueco ruido. Hay alguien abajo que desea hablar con su señoría.
Nunca se suena la nariz. Una manera de discurso: lo menor para lo más grande.
Redondeada y madurada: redondeada por el torno del matrimonio consanguíneo y madurada en el invernadero de la reclusión de su raza.
Un arrozal cerca de Vercelli bajo un halo cremoso de verano. Las alas caídas de su sombrero oscurecen su falsa sonrisa. Las sombras trazan líneas sobre su falsa cara sonriente, manchada por la caliente luz cremosa, grises sombras de suero bajo la mandíbula, líneas de yemas amarillas en las humedecidas cejas, rancio humor amarillo acechando entre la blanda pulpa de los ojos.
Una flor dada por ella a mi hija. Frágil regalo, frágil dador, frágil niña veteada de azul.
Padua más allá del mar. La silenciosa edad media, noche, la oscuridad de la historia duerme en la Piazza delle Erbe. La ciudad duerme. Bajo los arcos en las oscuras calles cerca del río, los ojos de las putas espían en busca de fornicadores. Cinque servizi per cinque franchi. Una ola negra de sentidos, otra vez, y otra, y otra. Mis ojos fallan en la oscuridad. Mis ojos fallan. Mis ojos fallan. Mis ojos fallan en la oscuridad, amada. Otra vez. No más. Amor oscuro, ansiedad oscura. No más. Oscuridad.
Atardecer. Cruzando la Piazza. Tarde gris descendiendo sobre anchas verdes salvias praderas, desprendiendo silenciosamente oscuridad y rocío. Sigue a su madre con torpe gracia, la yegua conduciendo a su potranca. El atardecer gris moldea suavemente las delgadas y bien formadas ancas el cuello apacible flexible tendoroso, el cráneo de hueso fino. Tarde, paz, la penumbra de lo maravilloso…. ¡Arre! ¡Arre!
Papá y las niñas resbalando colina abajo, a horcajadas en un tobogán: el gran Turco y su harén. Sombreros y chaquetas ajustados, botas abrochadas con diestros cruzados sobre la lengua de carne-cálida, la falda corta tiesa por los nudos redondos de las rodillas. Un blanco destello: un copo, un copo de nieve:
Y cuando ella vuelva a partir
¡Que esté yo allí para verlo!
Salgo apresuradamente de la tabaquería y la llamo. Se vuelve y se detiene a escuchar mis confusas palabras sobre lecciones, horas, lecciones, horas: y lentamente sus pálidas mejillas se ruborizan con una encendida luz de ópalo. ¡No, no, no tengas miedo!
Mi padre: ella ejecuta los actos más simples con distinción. Unde derivatur? Mia figlia ha una grandissima ammirazione per il suo maestro inglese. La cara del viejo, hermosa, sonrojada, de fuertes rasgos judíos y largos bigotes blancos, se voltea hacia mí mientras descendemos la colina juntos. ¡Oh! Perfectamente dicho: cortesía, benevolencia, curiosidad, confianza, sospecha, naturalidad, impotencia senil, confidencia, franqueza, urbanidad, sinceridad, aviso, pathos, compasión: una mezcla perfecta. ¡Ignacio de Loyola date prisa para ayudarme!
Este corazón está afligido y triste. ¿Un desengaño amoroso?
Largos labios lascivos que apuntan de soslayo: sangre oscura de moluscos.
Neblina en movimiento sobre la colina mientras miro hacia arriba desde la noche y el fango. Neblinas colgantes sobre los húmedos árboles. Una luz en la habitación alta. Ella se viste para ir al teatro. Hay fantasmas en el espejo… ¡Velas! ¡Velas!
Una criatura gentil. A medianoche, después de la música, todo el camino calle San Michele arriba, estas palabras se dijeron calladamente. ¡Cuidado, Jamesy! ¿Anduviste alguna vez por Dublín en la noche sollozando otro nombre?
Cuerpos de judíos yacen a mi alrededor pudriéndose en el molde de su tierra santa. Aquí está la tumba de su gente, piedra negra, silencio sin esperanza… Meissel el granujoso me trajo. Está más allá de esos árboles parado con la cabeza cubierta ante la tumba de su esposa suicida, preguntándose por qué la mujer que dormía en su misma cama ha terminado así… La tumba de su gente y la suya: piedra negra, silencio sin esperanza: y todo está listo. ¡No mueras!
Ella levanta los brazos en un esfuerzo por abrochar en la nuca de su cuello una túnica negra transparente. No puede: no, no puede. Retrocede hacia mí, muda. Levanto mis brazos para ayudarla: sus brazos caen. Sostengo las orillas de su túnica, suaves-como-telarañas y separándolas para abrocharlas veo a través de la apertura del velo negro su cuerpo ágil envuelto en una camisa naranja. Esta desprende sus lazos de las amarras en los hombros y cae lentamente: un ágil suave cuerpo desnudo temblando con escamas plateadas. Resbala lentamente por sus nalgas delgadas de suave plata pulida y por su surco, una sombra de plata mancillada… Dedos, fríos y calmos y moviéndose… Un toque, un toque.
Pequeño insensato desvalido y delgado aliento. Pero inclínate y escucha: una voz. Un gorrión bajo las ruedas de Juggernaut, tembloroso temblador de la tierra. ¡Por favor, señor Dios, gran señor Dios! ¡Adiós, gran mundo!… Aber das ist eine Schweinerei!
Grandes reverencias en sus delgados zapatos de bronce: espuelas de un ave consentida.
La dama va a prisa, aprisa, aprisa… Aire puro en la carretera de terreno elevado. Trieste camina en carne viva: luz cruda sobre sus confusos techos de tejamarrón, testudoformes; una multitud de insectos postrados esperan una liberación nacional. Belluomo se levanta de la cama de la esposa del amante de su esposa: la ocupada ama de casa está activa, ojo endrino, un platillo de ácido acético en las manos… Aire puro y silencio en la carretera de terreno elevado: y cascos. Una niña a caballo. ¡Hedda! ¡Hedda Gabler!
Los vendedores ofrecen en sus altares las primeras frutas: limones veteados de verde, cerezas enjoyadas, vergonzosos duraznos de hojas partidas. El carruaje pasa por las callejuelas entre los puestos de lona, sus ruedas de rayos girando en la resolana. ¡Paso! Su padre y su hijo van en el carruaje. Tienen ojos de búho y sabiduría de búho. Sabiduría de búho brota desde sus ojos meditando la ciencia de su Summa contra gentiles.
Ella piensa que los caballeros italianos tuvieron razón de expulsar a Ettore Albini, el crítico del Secolo, de las butacas por no haberse puesto de pie cuando la orquesta tocó la Marcha Real. Lo escuchó mientras cenaba. Ay. Aman a su país cuando ellos están bien seguros de qué país se trata.
Ella escucha: virgen prudentísima.
Una falda recogida por la rodilla que súbitamente se mueve; un blanco encaje en la orilla de un fondo alzado sin discreción; una red de media estirada por la pierna. Si Pol?
Toco ligeramente, suavemente cantando, una canción lánguida de John Dowland. Loth to depart: yo también odio la partida. Esa edad está aquí y ahora. Aquí, abriéndose desde la oscuridad del deseo, hay ojos que opacan el rompiente Este, su centelleo el centelleo de la espuma que cubre el pozo negro de la corte del baboso James. Aquí hay vinos ambarinos, lánguidas muertes de aires dulces, la pavana altiva, damas gentiles coqueteando desde sus balcones con bocas mamadoras, putas cubiertas de fétidas pústulas y jóvenes esposas que, alegremente complacientes ante sus violadores, abrazan y vuelven a abrazar.
En la cruda velada mañana de primavera flotan tenues olores de la mañana parisina: anís, aserrín húmedo, masa caliente de pan: y mientras cruzo el Pont Saint Michel el azul acero de las aguas andariegas hielan mi corazón. Trepan y lamen la isla que los hombres han habitado desde la Edad de Piedra… Leonada lobreguez en la vasta iglesia de gárgolas. Hace frío como en aquella mañana: quia frigus erat. Sobre las gradas del altar más alto, desnudos como el cuerpo del Señor, los clérigos yacen postrados en rezos débiles. La voz de un lector invisible se levanta, entonando la lección de Hosea. Haec dicit Diminus: in tribulatione sua mane consurgent ad me. Venite et revertamur ad Dominum… Ella está junto a mí, pálida y helada, vestidas con las sombras de la nave oscura de pecado, su codo delgado sobre mi brazo. Su carne recuerda con emoción aquella cruda velada mañana de niebla, antorchas rápidas, ojos crueles. Su alma está apenada, tiembla y puede llorar. No llores por mí, ¡oh, hija de Jerusalén!
Le explicó Shakespeare al dócil Trieste: Hamlet, cito, quien es muy cortés con los simples y los gentiles, es rudo sólo con Polonio. Quizás, un idealista amargado, puede ver en los padres de su amada grotescos intentos de la naturaleza por reproducir en ellos la imagen de la hija… ¿Notaron eso?
Camina delante de mí por el pasillo y mientras anda un rizo negro de su cabello se desprende lentamente y cae. Suavemente abriéndose, cayendo. Ella no lo sabe y camina delante de mí, simple y orgullosa. Así pasó ante Dante, con simple orgullo y así, inmaculada de sangre y violación, la hija de Cenci, Beatriz, hacia su muerte:
…Átame
este cinto y recoge este cabello
en un nudo sencillo.
La sirvienta me dice que tuvieron que llevársela inmediatamente al hospital, poveretta, sufrió mucho, mucho, poveretta, es muy grave… Me alejo de su casa vacía. Siento que estoy a punto de llorar. ¡Ah, no! No será así, en un momento, sin una palabra, sin una mirada. ¡No, no! ¡La suerte del infierno no puede abandonarme!
Operada. El bisturí del cirujano ha violado sus entrañas y se ha retirado, dejando la cruda rasgadura, incisión de su paso por el vientre. Veo sus negros ojos plenos y sufrientes, hermosos como los ojos de un antílope. ¡Oh herida cruel! ¡Dios libidinoso!
De nuevo en su silla cerca de la ventana, alegres palabras en su lengua, risa feliz. Un pájaro gorjeante después de la tormenta, feliz porque su pequeña y tonta vida ha escamoteado el alcance de las garras de un epiléptico dador de vida, gorjeando feliz, gorjeando y piando felizmente.
Ella dice que si The portrait of the artist fuese franco sólo por franqueza y el hecho de serlo, ella me habría preguntado por qué se lo había dado a leer. ¿Oh, tú podrías, podrías? Una dama letrada.
Ella está de pie, vestida de negro junto al teléfono. Risitas tímidas, grititos, tímidas tiradas de palabras rotas súbitamente… Parlero colla mamma…
¡Ven! ¡Pío, pío! ¡Ven! La polla negra está asustada: carreritas interrumpidas de pronto, grititos tímidos: clama por su mamma, la gallina majestuosa.
Loggione. Las empapadas paredes rezuman una humedad vaporosa. Una sinfonía de olores amalgama la masa de confusas figuras humanas: vaho rancio de axilas, narices anaranjadas, ungüentos de pecho que se derriten, agua de alfóncigo, el aliento de cenas de ajo sulfúrico, hediondos pedos fosforescentes, opopónaco, el franco sudor del mujerío casado y casable, el olor jabonoso de los hombres… Toda la noche la he observado, la veré toda la noche: trenzado cabello en pináculo y un rostro oval aceitunado y calmos ojos suaves. Un verde prendedor sobre el pelo y ciñendo su cuerpo una túnica bordada en verde: el matiz de la ilusión del vidrio vegetal de la naturaleza y de la yerba lozana, el cabello de las tumbas.
Mis palabras en su mente: frías pulidas piedras naufragando en un cenegal.
Esos helados dedos quietos han tocado las páginas, impuras e inmaculadas, en donde mi vergüenza resplandecerá para siempre. Quietos y fríos y dedos puros. ¿Se habrán equivocado alguna vez?
Su cuerpo no huele: una flor sin aroma.
En las escaleras. Una fría mano frágil: timidez, silencio: oscuros lánguidos ojos inundados: desgaste.
Arremolinadas guirnaldas de vapor gris sobre el brezal. Su rostro ¡qué grave y gris! Cabello húmedo enredado. Sus labios aprietan suavemente, su suspirante aliento me llega. Besada.
Mi voz, agonizando en los ecos de sus palabras, muere como la cansada voz sabia del Eterno llamado a Abraham a través de colinas retumbantes. Se recarga en la pared acolchada: odalisca cincelada en la oscuridad lujuriosa. Sus ojos han bebido mis pensamientos: y en la mojada caliente bienvenida de su femineidad entregada, mi alma, disolviéndose, ha derramado y vertido e inundado una líquida y abundante simiente… ¡Que la posea ahora quien quiera!
Cuando salgo de la casa de Ralli me la encuentro súbitamente, mientras ambos le damos limosna a un pordiosero ciego. Ella contesta mi saludo repentino volviéndose y desviando sus ojos negros de basilisco. E col suo vedere attosca l’uomo quando lo vede. Gracias por la cita, messer Brunetto.
Extienden bajo mis pies alfombras para el hijo del hombre. Esperan mi paso. Ella está en la sombra amarilla del zaguán, una capa a cuadros escudando del frío sus hombros caídos: y mientras me detengo sorprendido y miro alrededor me saluda glacial y sube la escalera lanzando repetidamente por un instante desde sus perezosos ojos oblicuos un chorro de veneno líquido.
Un pliegue suave verde claro cubre las colgaduras del canapé. Una estrecha habitación parisina. El peluquero estuvo reclinado aquí, pero ya no. Besé su media y el borde de su herrumbrosa negra y polvorienta falda. Es la otra. Ella. Gogarty vino ayer a ser presentado. La razón es Ulises. Símbolo de la conciencia intelectual… ¿Irlanda, entonces? ¿Y el marido? Andando de un lado a otro del corredor en sus alpargatas o jugando ajedrez contra sí mismo. ¿Por qué nos han dejado aquí? El peluquero estuvo reclinado aquí, pero ya no, apretó mi cabeza entre sus rodillas nudosas… Símbolo intelectual de mi raza. ¡Escucha! Ha caído, penetrante la tristeza. ¡Escucha!
—No estoy convencido acerca de esas actividades mentales y físicas consideradas como enfermizas—.
Ella habla. Una débil voz desde las heladas estrellas. La voz sabia. ¡Dilo! ¡Oh, dilo de nuevo: hazme sabio! Nunca había oído esta voz.
Ella se enrosca hacia mí a través de los pliegues del canapé. No puedo moverme ni hablar. Acercamiento enroscado de carne nacida-de-las-estrellas. Adulterio de la razón. No. Iré. Iré.
—¡Jim, amado!—
Suaves labios mamantes besan mi axila izquierda: un beso sinuoso en millares de venas. ¡Ardo! ¡Me pliego como una hoja en llamas! En mi axila derecha un colmillo de fuego brota. Una serpiente centelleante me ha besado: una helada serpientenoche. ¡Estoy perdido!
—¡Nora!
Jan Pieters Sweelink. El extraño nombre del viejo músico holandés hace que la belleza parezca extraña y lejana. Escucho sus variaciones para clavecín en una antigua tonada. Youth has an end. En la vaga niebla de viejos sonidos un punto de luz aparece: el discurso del alma va a ser escuchado. La juventud termina: el fin está aquí. Nunca será. Lo sabes bien. ¿Qué, entonces? ¡Escríbelo, maldito, escríbelo! ¿Es que sirves para otra cosa?
—¿Por qué?
—Porque de otro modo no podría verte. Deslizamiento-espacio-edades-follaje de estrellas-y cielo plomizo-inmovilidad-e inmovilidad más profunda-silencio de aniquilación— y su voz.
Non hunc sed Barabban!
Desprevención. Un departamento desnudo. Luz perezosa. Un piano largo y negro: ataúd de música. Equilibrando el sombrero de la mujer, con flores rojas, un paraguas, plegado en la orilla del piano. Sus brazos: casco, gules y una lanza despuntada en el campo, sable.
Enviado: Ámame, ama mi paraguas.
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