JESÚS, EL HIJO DE JOSÉ

Imagen recogida de Google.

La tarde avanzaba y una luz suave iluminaba las páginas de un libro. La brisa cálida entraba por el ventanal abierto y la televisión llenaba la habitación de voces desconocidas.

José estaba sentado en su butacón de terciopelo verde cuando el hijo llegó a la casa.

—He estado llamándote toda la tarde —informó Jesús a su padre, dejando la gorra en la percha de la entrada—. Me tienes preocupado, he tenido que cerrar antes el taller y sabes que se me acumula el trabajo.

José no respondió. Sobre la mesita auxiliar reposaban el libro abierto y las gafas de leer. El puro, que descansaba en el cenicero, humeaba y olía.

—¿Por qué no me respondes? Al menos, si vas a dormir apaga el tabaco, ¿qué te cuesta? Cualquier día provocarás un incendio—reclamó Jesús, colocándose frente al padre—. ¿Por qué lo haces?

Pero José tenía bajo sus despobladas cejas los ojos abiertos y la mirada huida. José estaba muerto.

Jesús se dejó caer en el sofá y desde allí observó cómo su sombra y la sombra del cadáver de su padre se fundían en la pared. Así permaneció durante un largo rato hasta que, recuperado, se incorporó y llamó a emergencias.

La policía fue la primera en llegar. Luego, más perezosos y pocos dispuestos a emociones vanas, aparecieron el médico y dos enfermeros con la ambulancia.

—¿Ha sido un infarto? —quiso saber, desconsolado, el hijo.

—No, no. No se ha llevado la mano al corazón —respondió el médico.

—Era diabético, alcohólico, mujeriego… ¿Fue una subida de azúcar, de tensión…?

—Tampoco —interrumpió, lacónico, el viejo doctor—, ya hemos tenido varios casos como el de su padre hoy.

—Entonces…, ¿ha sido envenenamiento, una epidemia…?

—No exactamente, aunque algo de todo eso hay. Creo que… No sé, no sé. Quizás…

—Doctor, dejémonos de medias tintas: ¡han sido las noticias de hoy!  —contestó, señalando al televisor, el más joven de los enfermeros.

—No hay protección contra la información. Nos coge siempre desprevenidos —avisó el otro enfermero y, con tono conciliador, dijo—: Si quiere, puedo suministrarle un Valium.

—Gracias, pero no. Lo que necesito es saber lo que ha pasado con mi padre.

—Murió de un impacto informativo —soltó el doctor, mientras daba un repaso por los libros apilados en las estanterías—. ¡Vaya!, encima el viejo era lector  —informó al policía, quien en ningún momento intervino en la conversación—. Esto explica que empeorara su situación.

—No entiendo por qué dice usted que no fue un infarto —insistió Jesús.

—Porque no es esa la causa real de su fallecimiento, aunque ya le adelanto que es lo que pondré en el informe —el médico susurró—: Esa es la orden.

—Pero, ¿entonces…?

—Mire, un infarto es, digamos, algo orgánico.

—Pues no entiendo, la verdad; que yo sepa una mala noticia puede provocarlo, ¿no? —quiso saber un Jesús cada vez más acalorado—. Sin embargo, usted dice que no es la causa real de su muerte.

—Sí… y no —continuó el médico con el mismo tono que había adoptado—. A ver, ¿cómo se lo explico? Todos morimos porque se nos para el corazón; pero…, estará de acuerdo conmigo con que las causas que llevan a esa situación son distintas. ¿Lo va captando?

—¡No! —Jesús soltó varios juramentos que no incluiré aquí.

—Para nosotros la muerte de José es, ¿cómo le diría yo?, producto de una…  ¿psiquis exaltada? —contestó el médico, poniéndose detrás del guardia—. Puedo afirmar que la emoción inducida le quitó la vida. Ahora, ¿me comprende?

—¡Déjese de historias y hábleme en cristiano! —el guardia, instintivamente, puso su mano en el arma. Jesús estaba fuera de sí.

Los representantes de los organismos públicos se miraron perplejos, no entendían cómo Jesús estaba ajeno a lo que sucedía, cómo aún no conocía la noticia del día, aquella que había obligado a los medios de comunicación a quitar de sus parrillas la programación habitual.

El médico, haciendo un guiño al resto de sus acompañantes para que no intervinieran, respondió con voz monocorde:

—Jesús, lo olvidado vuelve a ser noticia. A partir de hoy el Congreso de los Diputados ha aprobado por unanimidad el abandono de los muertos, la supresión del pensamiento crítico y ha anulado la fe en todos sus significados… ¡Ah! y se abrirá un Simposio en el que se debatirá la necesidad de rehabilitar las cámaras de gas para aquellas voces discordantes. Es la información lo que acabó con la vida de su padre.

Y dando por terminada su explicación encendió la luz, pues había caído la noche.

—Oiga, señor, ¿se siente usted bien? —preguntó el enfermero joven a Jesús, el hijo de José. Y gritó—: ¡Traigan la camilla! —mientras tanto, el guardia sacó su libreta, escribió en ella y dejó sobre la mesa la penalización establecida para aquellos que se manifestaban contra las palabras sagradas que emitían los medios de comunicación. Jesús heredaba la multa de José.

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