JOSÉ HIERRO. POEMAS Y PINTURAS

«Del vivir nace el cantar».
José Hierro

Autorretrato, mixta sobre cartón.

Amante celoso de su mar cántabro, buen amigo, hombre sencillo y de trato afable. Bebedor de buen vino, fumador empedernido, apasionado de las tertulias hogareñas, dueño de múltiples premios merecidos. Así es descrito el poeta José Hierro (Madrid, 1922- Madrid, 2002) por aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo.

José Hierro, poeta, conferenciante, profesor, crítico de arte, ilustrador y pintor que, con trazos rápidos, gruesos y nerviosos, hizo perdurar instantes. José Hierro es autor de poemarios que le proporcionaron grandes recompensas.  Estos son: Tierra sin nosotros (1947), Alegría (1947), Con las piedras, con el viento (1950), Quinta del 42 (1952), Cuanto sé de mí (1957), Libro de las alucinaciones (1964), Agenda (1991) y Cuadernos de Nueva York (1998).

El poeta Hierro ganó, en más de una ocasión, el Premio Nacional de la Crítica. Ganó el Premio Adonais en 1947, el Príncipe de Asturias en 1981, el Premio Nacional de las Letras en 1990, el Premio Reina Sofía en 1995, año en el que lo nombraron Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

Hierro ganó en 1998 el Premio Cervantes y un año después, en 1999, entró a formar parte de la Real Academia Española. En 1999 recibió la Medalla de Oro de la ciudad de Santander y en el 2002 la Medalla de Oro de Madrid. Puede decirse que José Hierro degustó las mieles de su merecido éxito no sólo por los honores recibidos, sino porque no hay una antología seria de habla hispana que rehúya su nombre, ni lector que se que acerque a su obra que no la valore.

Barquita, gouache sobre papel, 1999.

Poesía hermosa y cadenciosa la suya; a veces dolorosa, a veces entusiasta, siempre expresiva. Versos amorosos y versos que señalan los problemas de su época sin necesidad de convertirse en proclamas partidistas de tiempos difíciles. Versos que reflejan realidades, deseos y desesperanzas con fondos otoñales, primaverales, invernales y estivales. Poemas donde el espíritu encuentra refugio y es mostrado a través de vivencias personales; porque la poesía de José Hierro revela lo que hervía en el interior del poeta. Es poesía de tono intimista.

El hombre José Hierro cincela emociones en versos. Se levanta y cae y vuelve a incorporarse para derrumbarse, nuevamente, como toda alma humana en cualquier tiempo vivido, como todo ser mortal atrapado en su ciclo.

En la edición de 1962 de sus Obras completas, Hierro se define como un  «poeta testimonial».

Los tiempos de luz y los tiempos sombreados los refleja en sus versos a través de un lenguaje directo. El poeta, miembro de la llamada Generación del medio siglo, fue un detractor de la retórica, «la angustia y los camelos»; por eso, el pálpito de la vida y el enmudecimiento de la muerte están libres de tretas y boberías, incluso en aquellos poemas que definió como «alucinaciones» y donde lo narrado puede parecer que «aparece envuelto en niebla». Esos poemas alucinados son de un simbolismo de fácil digestión, como Marina impasible, un poema que delata lo que el ojo del autor observa en el viaje que inicia y que tiene como punto de partida los «arbustos con espuelas de marfil» (la tierra) y como punto de destino la «luminosa arena de estrellas» (la bóveda).

José Hierro hizo carteles e ilustró revistas y portadas de libros antes de que los premios llovieran sobre su obra. Lo hizo para ganarse la vida. Hierro encontró en el arte de pintar relajación. No aspiraba a que sus cuadros fueran reconocidos, dibujaba para desconectar y lo hizo toda su vida.

Don Quijote, mixta sobre cartulina, c. 1995-1999.

El poeta pintó Cristos, desnudos, marinas, paisajes rurales y urbanos, naturalezas muertas, retratos, toreros, muchos autorretratos y algunas meninas y maternidades. No siempre firmaba sus cuadros, no siempre los fechaba y no los enmarcaba. Usaba cualquier soporte que tuviera a mano. Y, al igual que en su poesía, rehuía del clasicismo encorsetado. Tiene pinturas impresionistas, abstraccionistas, surrealistas, cubistas, expresionistas… Y usaba, fundamentalmente, el collage, el gouache y la acuarela por ser técnicas de ejecución rápida que no necesitan de espacios habilitados para su ejecución.

(Una curiosidad: Hierro, quien solía pintar en las cafeterías y en los bares, solía dibujar flores, rostros, máscaras, árboles… mojando los dedos en fondos de café, licor y vino).

Autorretrato, gouache sobre papel, 2000.

Escribió José Hierro en uno de los catálogos de arte que realizó; en concreto, en el dedicado a Adolfo Estrada:

«Hay dos aforismos en el arte contemporáneo que han sido esgrimidos dogmáticamente para hacerles decir lo que sus autores no pretendieron. Uno es el de Mallarmé, relativo a la poesía: La poesía no se hace con ideas, querido Degas, sino con palabras. El otro es aquel de Maurice Denis, considerado punto de partida del arte contemporáneo, acerca de que el cuadro, antes que un caballo o una mujer desnuda, es una superficie plana cubierta de colores, etc. Muchos poetas, siguiendo equivocadamente a Mallarmé, proclamaron que a la poesía, para serlo, le sobraban las ideas. Los pintores, tomando el rábano por las hojas, decretaron que a la pintura le sobraba la mujer desnuda o el caballo. Lo que sin duda alguna quisieron decir el poeta y el pintor es que no eran las ideas —o las cosas representadas— lo que elevaba al poema o al cuadro a la categoría de obra de arte, sino la manera de expresarlas y representarlas. No es el qué, sino el cómo, lo importante en el arte. Y da no sé qué tener que andar recordando cosas tan sabidas y de sentido común».

Hoy la entrada está dedicada a José Hierro, el poeta que quiso saber qué fue del tiempo ido. Los poemas que he escogido van precedidos por sus pinturas, poco conocidas. José Hierro es uno de los grandes poetas del siglo XX de lengua hispana y es para mí un honor tenerlo de invitado en mi blog. He dejado para el final un video donde Hierro lee La casa.

No es el qué, es el cómo. Es decir, es la voz única del autor la que debe hacerse oír en el arte, la poesía y la literatura. No tienen cabida en el mundo de José Hierro «los versificadores de escalafón que visten una idea sin calor».

DE «TIERRA SIN NOSOTROS»
(1947)

Peñacabarga desde la playa de El Puntal, gouache sobre cartulina, c.1990-1999.

LUNA

Pandereta de siglos para dormir al hombre
preso en el corazón mudo del universo.
Media manzana de oro para que el niño coma
hasta sentirse eterno.

Árboles, puentes, torres, montes, mares, caminos.
Y todo a la deriva se irá desvaneciendo.
Cuando ellos ya no vivan, en el espacio, libre,
tú seguirás viviendo.

Y cuando nos cansemos (porque hemos de cansarnos).
Y cuando nos vayamos (porque te dejaremos).
Cuando nadie recuerde que un día nos morimos,
(porque nos moriremos),

pandereta de siglos para dormir al hombre,
media manzana de oro que mide nuestro tiempo,
cuando ya no sintamos, cuando ya no seamos,
tú seguirás viviendo.

Cartel, grabado sobre papel, 1996.

GAVIOTA

Ese vuelo que traza la gaviota
por el divino gris, ¡cómo cautiva,
cómo prende el mirar, grúas arriba,
meciéndose en las nieblas en que flota!

Ya está la soledad surcada y rota.
Paloma marinera, lenta y viva,
que en el pico, en lugar de verde oliva
lleva octubres de música remota.

Fragmento de la vela de una nave.
Cuerpo de tela y alma libre de ave
nacida, como un eco de campana,

de entre las instantáneas catedrales
que olvidan —humos vagos e ideales—
los barcos que se van para La Habana.

Paisaje, acuarela sobre papel, 1999.

CUMBRE

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo;
no como entonces, cuando a cada instante
te levantabas de mi sueño.

Ahora puedo tocar tus lomas tiernas,
el verde fresco de tus aguas.
Ahora estamos, de nuevo, frente a frente
como dos viejos camaradas.

Nueva canción con nuevos instrumentos.
Cantas, me duermes y me acunas.
Haces eternidad de mi pasado.
Y luego el tiempo se desnuda.

¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera
tanta pasión acumulada!
Y ver perderse nuestra antigua imagen
arrebatada por el agua.

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo.
Señor, Señor, Señor: todo lo mismo.
Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo?

Santander y su bahía, mixta sobre cartulina, c. 1990-1996.

CIUDAD DE LEJOS

Las casas en hileras. Lejanías de humo.
Ahora estarían ellos por las plazas desiertas.
El otoño cercano deja caer su zumo
que yo, inmóvil, espero con las manos abiertas.

Te ha medido mi paso bajo los cielos rojos,
y he buscado tu pulso que late en las arenas,
y luego me he asomado al borde de tus ojos
y me he visto yo mismo cargado de cadenas.

DE «ALEGRÍA»
(1947)

Invierno, gouache sobre papel, 2001.

RAZÓN

Tal vez porque cantamos embriagados la vida
crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena.
Puedes aproximarte, puedes tocar la herida
de amargura y de sangre hasta los bordes llena.

Ganamos la alegría bajo un cielo sombrío,
mientras el desaliento nos prendía en sus redes.
Hemos tenido sueño, hemos tenido frío,
hemos estado solos entre cuatro paredes.

Vivimos… Llena el alma la hermosura más plena.
En países de nieblas también nacen flores.
Después de la amargura y después de la pena
es cuando da la vida sus más bellos colores.

Bosque, acuarela sobre papel, 2001.

LUZ DE TARDE

Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este instante.

Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.

Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase…

Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas.
Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme,
poblando otra tarde como esta de ramas que guarde en mi alma,
aprendiendo en mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.

Paisaje de roca, gouache, 2000.

EL MUERTO

Aquel que ha sentido en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.

Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de gorriones,
por las flores doradas y blancas esencias frutales.

(Yo una vez hice un ramos con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo querría poner primavera en sus manos).
¡Será ya primavera allá arriba!

Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar de alegría
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.

DE«CON LAS PIEDRAS, CON EL VIENTO».
(1950)

Búho, gouache sobre papel, 1998.

DOS FÁBULAS PARA TIEMPOS SOMBRÍOS

SEGUNDA FÁBULA (EL AMOR)

1. Génesis

En el principio era el amor.
Cuando el alba buscaba un dueño.
Cuando todas las criaturas
llevaban sus cuerpos desiertos.

En el principio era el amor.
En todo tenía su reino.
La noche entera era el latido
de tan hondo enamoramiento.

El amor y las almas, juntos
fueron creando el Universo.
Las almas fueron su metal.
El amor su mágico fuego.

En el principio era el amor.
Los cuerpos estaban desiertos,
y cada cuerpo buscó un alma
que lo tuviera prisionero.

Para el cuerpo, recién nacido
de la noche, todo fue nuevo.
Ignoró, por no entristecerse,
que el alma tenía recuerdos.

En el principio era el amor.

2. Sin saberlo

Alguna vez, un alma halló
el alma que la completaba.
Cuando los cuerpos se tuvieron,
olvidaron que había alma.

No llegaron a lo que dura,
y gozaron de lo que pasa.
Luego se fueron, dividieron
el caudal de su única agua.

3. Segundo amor

En el principio era el amor.
Sin el amor nada existía.
El alma que una vez amó,
nunca jamás se apagaría.

Volver a amar era intentar
tornar al punto de partida,
apresar humo, tocar cielos,
poseer la luz infinita.

Volver a amar era querer
revivir las flores marchitas.
Era escuchar la voz del alma
que llamaba al alma perdida.

Volver a amar era llorar
por la dicha desvanecida.
Era encontrar con quien partir
el pan y el vino de otros días.

Pero —de sobra lo sabemos—
sólo una vez se ama en la vida.
Volver a amar, es evocar
el amor que colmó la dicha.

Es, sin querer, hacer sufrir.
Sentir la rueda detenida.
Que si el espejo sufre, es porque
la vieja imagen está viva.

En el principio era el amor.

DE «QUINTA DEL 42»
(1952)

Bosque en otoño, mixta sobre cartulina, c.1990-1999.

EL ÁRBOL

Cuando el árbol es tierno
cualquier viento lo mueve.
Suena en el mediodía
con su música agreste;
tiembla de las raíces
hasta las hojas débiles;
vibra como una cuerda
de lira celeste.

Pero después su tronco
flexible se endurece;
se acorteza su carne;
su raíz se hace fuerte;
le desnudan la copa
el otoño y la nieve;
la feliz primavera
se la viste de verde.

Pero el árbol ya es otro.
Otros vientos lo mueven.
Otras brisas quisieran
orearle la frente.

Pero el árbol es otro
irremediablemente.

Él no lo sabe. Ignora
el rostro de la muerte.
Sobre el inmóvil tronco
donde el tiempo se duerme,
su juventud le canta
armoniosa, le mece,
tañe, para él, las cuerdas
de oro en las ramas verdes.

Pero el árbol es otro
irremediablemente.

Pareja, gouache sobre papel, 1995.

PASEO

Sin ternuras, que entre nosotros
sin ternuras nos entendemos.
Sin hablarnos, que las palabras
nos desaroman el secreto.
¡Tantas cosas nos hemos dicho
cuando no era posible vernos!
¡Tantas cosas vulgares, tantas
cosas prosaicas, tantos ecos
desvanecidos en los años,
en la oscura entraña del tiempo!
Son esas fábulas lejanas
en las que ahora no creemos.

Es octubre. Anochece. Un banco
solitario. Desde él te veo
eternamente joven, mientras
nosotros nos vamos muriendo.
Mil novecientos treinta y ocho.
La Magdalena. Soles. Sueños.
Mil novecientos treinta y nueve,
¡comenzar a vivir de nuevo!
Y luego ya toda la vida.
Y los años que no veremos.

Y esta gente que va a sus casas,
a sus trabajos, a sus sueños.
Y amigos nuestros muy queridos,
que no entrarán en el invierno.
Y todo ahogándonos, borrándonos.
Y todo hiriéndonos, rompiéndonos.

Así te he visto: sin ternuras,
que sin ellas nos entendemos.
Pensando en ti como no eres,
como tan solo yo te veo.
Intermedio prosaico para
soñar una tarde de invierno.

Playa de Noja, acuarela sobre papel, 1992.

PRESTO

De todos los que vi (se sucedían
fatalmente), de todos los que vi,
todos aquellos que solicitaron
—de quienes yo solicité— ternura,
calor, ensueño, olvido o lágrimas…
De todos esos en los que viví,

por qué tenías que ser tú, retama
matinal, estival, voz derruida,
perro sin amo, espuma levantada
hacia las noches, agua de recuerdo,
gota de sombra, dedos que sostienen
un pétalo de sol… por qué tenías,
ciega, precisamente que ser tú…

De todos los que vi, por qué tenías
que ser tú, leño que sobrenadabas…
Por qué tenías que ser tú, muralla
de ceniza, madera del olvido…

Por qué tenías que ser tú,
precisamente tú, leño que sobrenadabas…
Por qué tenías que ser tú, muralla
de ceniza, madera del olvido…

Por qué tenías que ser tú, precisa-
mente tú, con el nombre diluido,
con los ojos borrados, con la boca
carcomida, lo mismo que una estatua
limada por los siglos y las lluvias…
De todos los que vi, desenterrados
de las mañanas y los cielos grises…
De todos, todos, todos, por qué habías
de ser tú sólo, quien me entristeciese,
quien se me levantase, puño de ola,
me golpease el corazón, con esos
instantes sin nosotros, caracolas
duras, vacías, donde suena el mar
de otros planetas…

Modelada en sombra
y en olvido, tenías que ser tú,
Melancolía, quien resucitase…

DE «CUANTO SÉ DE MÍ»
(1957)

Retrato, mixta sobre papel, c.1995-1999.

LAS NUBES

Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que se llevó el viento.

Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.

Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,

palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole la vida
su perpetuo movimiento.

Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?

Cristo de las Enagüillas, gouache sobre papel, 1996.

LA SOMBRA

¿Todo en Él es presente:
el futuro, el pasado?
Lo que será y ha sido
¿es actual en sus manos?
¿A un tiempo toca
la semilla y el árbol?
¿En el brote ve el tronco
talado y arrasado?
Nos contempla y ¿tan sólo
puede llorar, llorarnos?
¿Nos tiene ya en su gloria?
¿Nos tiene condenados?
¿Ve en nuestros pobres huesos
el alba y el ocaso?
¿No puede detenernos
ni puede apresurarnos?
¿Llora por lo que tiene
que pasar (y ha pasado)?
¿Llora por lo que ha sido
(por lo que aún no ha llegado)?
¿Nos arranca del tiempo
para que no suframos
nosotros, sus heridas
criaturas, esclavos
sombríos? ¿Nos ve ciegos
y no puede guiarnos?

Florero, acuarela sobre papel, 1995.

PENSAMIENTO DE AMOR

Dejé un instante de pensarte. Había
sucedido algo en ti cuando volviste.
Venías más nostálgico, más triste,
seco tu sol que iluminó mi día.

Alguien —sé quién— que yo no conocía,
alguien que calza sueños de oro, y viste
almas dolientes, te pensó. Caíste
al pozo donde muere la alegría.

Por qué fuiste pensado, malherido,
pensamiento de amor. Cómo han podido
pasarte el corazón de parte a parte.

Por qué volviste a mí, sufriendo, a herirme.
¿No recuerdas que tengo que ser firme?
¿Es que no ves que tengo que matarte?

DE «LIBRO DE LAS ALUCINACIONES»
(1964)

Mujer sentada, mixta sobre cartón, c. 1990-1999.

SEGUNDO AMOR

No quiero que desgranes tu pasado en mis manos,
porque sólo el presente ofrece carne viva.
Sería, recordar, sentir dolor de otros
doliendo en nuestras vidas.

Serenidad. Se siente el otoño en el alma
caer, con la tristeza de su razón cumplida.
A qué mirar adentro, a la espalda, pensar
en la luz que declina.

Quisiera preguntarte; pero yo me someto.
Contengo la pregunta con la mano en la herida.
No quiero que desgranes tu pasado, que tornes
a lo que no se olvida.

Concierto, gouache y lápiz sobre papel, 1938.

YEPES COCKTAIL

Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena descolgarte, por la noche,
de tu prisión al Tajo, ser herido
por las palabras y las disciplinas,
soportar corazones, bocas, ojos
rigurosos, beber la soledad…

—¡Otro whisky?…
La pelirroja
—caderas anchas, ojos verdes—
ofrece ginebra a un amigo.
Hombros y pechos le palpitan
en el reír. ¡Oh llama de amor viva,
que dulcemente hieres!…

Junto al embajador de China.
Detrás de la cantante sueca,
del agregado militar
de Estados Unidos de América.
Juan de la Cruz bebe un licor
de luz de miel…

(Dime si merecía
la pena, Juan de Yepes, vadear
20 noches, llagas, olvidos, hielos, hierros,
adentrar en la nada el cuerpo, hacer
que de él nacieran las palabras vivas,
en silencio y tristeza, Juan de Yepes…
Amor, llama, palabras: poesía,
tiempo abolido… Di si merecía
la pena para esto…)

El aplaudido
autor con el puro del éxito,
la amiguita del productor
velando su poder de nylon.
Las mejillas que se aproximan
femeninamente: «Mi rouge
mancha, preciosa…» (Mancha amor
cuando en las bocas no hay amor.)

(Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena padecer con fuego y sombra,
beber los zumos de la pesadumbre,
batir la carne contra el yunque, Juan
de Yepes, para esto… Vagabundo
por el amor, y huérfano de amor…)

Cartel, grabado sobre papel, 1996.

MARINA IMPASIBLE

Por primera vez, o por última,
soy libre…

Arbustos con espuelas
de marfil. Rocas oxidadas.
El otoño pliega sus tonos
frente al crujido de las olas.
Por primera vez, o por última.

Las gaviotas tocan sus oboes
de tormenta. Unos dedos verdes
hunden la luna en luz marina,
la tienden al pie del silencio.
Se ha desnudado una mujer
y muestra sus luces mellizas;
al huir, dispersa su paso
luminosa arena de estrellas.

DE «AGENDA»
(1991)

Bosque nocturno, gouache y carbón sobre tabla, 1975.

ALMA DORMIDA

Me tendí sobre la hierba entre los troncos
que hoja a hoja desnudaban su belleza.
Dejé el alma que soñase:
volvería a despertar en primavera.

Nuevamente nace el mundo, nuevamente
naces, alma (estabas muerta).
Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo:
tú dormías, esperando ser eterna.

Y por mucho que te cante la alta música
de las nubes, y por mucho que te quieran
explicar las criaturas por qué evocan
aquel tiempo negro y frío, aunque pretendas

hacer tuya tanta vida derramada
(era vida, y tú dormías), ya no llegas
a alcanzar la plenitud de su alegría:
tú dormías cuando todo estaba en vela.

Tierra nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro…
(Alma mía, ¡quién te dijo que durmieras!)

Autorretrato, mixta sobre cartón, c.1995-1999.

DESAFÍO EN VALENCIA

¡A mí vais a decirme
a qué suenan las escolleras
pulsadas por las olas;
qué es lo que canta el cielo
tras su concertación de transparencias;
qué aromas llevan las embarcaciones
a donde no florece el limonero!
¡A mí vais a decírmelo!

¡A mí vais a decirme
que no es la luz que emana de los cuerpos
el origen del mediodía!
Y aquellos nombres —Carolina,
Azucena, Jacinta—,
¡a mí vais a decirme
si fueron nombres de mujeres, barcas,
flores! ¡Como si yo no lo supiera,
como si hubiese yo olvidado
qué, quiénes fueron esas sombras
que daban vida a estos espacios mágicos!

¡A mí vais a decírmelo!

En la playa, acuarela sobre cartulina, c. 1990-1999.

AMANECER

Imagínate tú…
Imagínatelo tú por un momento
R.A

La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.

Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)

Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes que todo se desvaneciese!»

Imagínate tú que hace siglos que has muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.

(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)
Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:
El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes.
El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.

DE «CUADERNO DE NUEVA YORK»
(1998)

Máscara, gouache sobre papel, 1995.

VILLANCICO EN CENTRAL PARK

Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero de otoño
y ahora es reino de la blancura.
¿Qué hago yo, profanando, pisando
tan fragilísimo plumaje?
Y arranco con mis manos
un puñado, un pichón de nieve,
y con amor, y con delicadeza y con ternura
lo acaricio, lo acuno, lo protejo.
Para que no llore de frío.

Almendro, gouache sobre papel, 1987.

PECIOS DE SOMBRA

Hablaban con bocas de sombra,
susurraban sucesos mágicos,
historias de herrumbre y de musgo
(no sabían que estaban muertos,
y yo no quería apenarlos).
Fui reconstruyendo sonidos
que en el sueño significaban
para interpretarlos despierto
y atribuirlos a unos labios.

(Quería conocer el nombre
de quienes me hablaban en sueños:
la rosa no olería igual
si su nombre no fuese rosa.)
Rescaté, lúcido y sonámbulo,
los vestigios que la marea
llevó a mi playa de despierto;
con ellos construiría un puente
desde el soñar hasta el velar:
así tendrían consistencia
las palabras impronunciables
que yo escuché cuando dormía,
fantasmal materia de sueño.

Sin título, gouache y acuarela sobre papel, c.1950-1952.

VIDA

A Paula Romero

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!»
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!»
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada).

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

ENLACES RELACIONADOS

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Pedro Salinas. Poemas de amor.

Víctor Hugo. Poemas de amor.

Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Primera Parte.

La ciudad muerta de Korad (Oscar Hurtado). Poesía y ciencia ficción.

Poemas (Hannah Arendt).

Señales del oeste (Pedro da Silveira). Poemas.

Nikolay Gumiliov. Poemas.

El Mediterráneo y las artes plásticas.

Emilio Grau Sala. Acuarelas y óleos.


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