KAROL WOJTYLA. POEMAS

«Y ahora espero el consuelo de tus manos…»
Karol Wojtyla

Detalle de San Cosme, Francisco Durrio, escultura, yeso, 1909-1910.
Fotografía de Gabriela Díaz Gronlier. 

Los versos de Karol Wojtyla (1920-2005), el sacerdote poeta, el filósofo mitrado, son como grandes cajas de sombreros donde se atesoran grandes verdades nacidas de las experiencias de un hombre que vivió, en primera persona, la invasión alemana y la ocupación rusa. Ocupación que, por cierto, impuso a Polonia un largo período de dictadura comunista. Wojtyla, cual notario, también levantó acta de esta parte de la historia de su tierra.

Los poemas de Karol Wojtyla son hondos y largos y suelen estar compuestos por varios cantos. Wojtyla desmenuza la «tensión poderosa del amor y de la ira», los dos motores que ponen en marcha la acción humana. Wojtyla avisa sobre las consecuencias negativas que para el pensamiento tienen el cansancio que produce el trabajo físico agotador y la rutina de la vida diaria. Wojtyla reflexiona sobre el hombre en el mundo contemporáneo.

Poesía metafísica, de argumentos complejos. Poesía dramatizada que evidencia lo cercano que estuvo su autor al teatro. Poemas que exigen concentración al lector. Wojtyla reflexiona sobre el sentido de la vida. Medita sobre la existencia, la ilación entre el bien y el mal, la conciencia, la espiritualidad, el valor, la relación del hombre con Dios…

Wojtyla nos conduce a Dios a la inversa que la mayoría de los vates de iglesia, que otorgan el protagonismo al Señor dejando al hombre en un segundo plano. Wojtyla centra su poesía en el hombre, parte de él hacia Él. No hay que dejarse impresionar por palabras como metafísica, filosofía, mística. Para leer al sacerdote sólo se necesita estar dispuesto a pensar.

Pensar… Es el pensamiento el leitmotiv que se repite en su obra poética. Wojtyla insiste una y otra vez en la necesidad de tener conciencia de quiénes somos, porque sabiendo quiénes somos nuestras vidas cobran sentido. En el conocimiento de uno mismo está la verdad de nuestra existencia, y quien controla esa verdad descubre a Dios, declara.

El poeta y clérigo polaco plantea que el pensamiento lleva a la conciencia y la conciencia conduce a la espiritualidad.

Pie derecho —único que está completo— hallado en el yacimiento de «La sima de los Huesos», en Atapuerca. Se encuentra en el Museo de la Evolución Humana de Burgos y tiene quinientos mil años.
Fotografía de Gabriela Díaz Gronlier.

La poesía de Wojtyla habla de la trascendencia del hombre. El hombre nace y muere, pero la humanidad se levanta con cada aliento que se va agotando, pues la muerte es parte imprescindible del Todo. El mundo no es nada sin el trabajo del hombre, nos dice. La piedra no es nada más que una roca sin una mano que la rescate de una cantera, que le de forma y uso.

No existe libertad que no parta de uno mismo, afirma. Por eso, conócete, confía en ti, cree en el poder de la raza humana. Cultiva tu interior. Piensa y hallarás a Dios. Lo conocerás a través de tu propia experiencia. Ahonda en el misterio de la humanidad y recuerda que «no se debe agrandar la dimensión de las sombras» —Cuando pienso en patria—. Wojtyla es un humanista cristiano.

He seleccionado dos poemas para esta entrada. Uno es La madre (1950), que consta de tres actos y está traducido por José Antonio Muñoz Rojas. El otro se titula Cuando pienso en la patria (1974), consta de seis actos y está traducido por Eulalia Galvarriato. Ambos poemas han sido trasladados al español de forma literal, por lo que la sonoridad de los versos ha cedido ante el poder de la idea. Wojtyla publicó sus versos bajo diferentes seudónimos, los que aquí dejo se encuentran en el libro Poesías editado por la BAC.

«Siempre el amor supera el fuego de la ira», nos dice quien, el 16 de octubre de 1978, se convirtió en el primer Papa polaco de la historia. El hombre conocido por todos como Juan Pablo II, el sacerdote y poeta que llamó a enriquecer el espíritu con la misma fuerza con la que mordemos el pan que nos alimenta.

POEMAS

Karol Wojtyla con su madre Emilia Kaczorowska.

LA MADRE

I

1. El primer instante del cuerpo venerado

Mi lugar se aleja de mi memoria. Mas no se extingue
el silencio de las callejuelas en el espacio cristalino,
reflejado en las limpias pupilas de luminoso zafiro.

Tengo cerca las palabras del niño
que levantan el silencio:
«Mamá, mamá».

Y, luego, cual pájaro invisible, cae al fondo
de las mismas callejuelas.
De siempre retorno a los recuerdos,
que ensanchan la vida y se alzan desde el fondo
enriquecidos con un sentido inefable,
ajustando ideas y sentimientos a la sangre,
sin romper el silencio acordado al aliento, y asoman al unísono
al pensamiento y la canción.

Se trata de una oración, hijo mío;
estos días sencillos han ido creciendo y fluyen lentos hacia mis pupilas
y a mi sangre librada por ellos de su peso.

Son los días tranquilos, mi hijo,
de aquellas callejuelas
donde en el silencio protegía tu voz infantil.
Ahora oigo las palabras desde otra lejanía,
palabras que antes apenas murmurabas,
palabras que al intuir tu pensamiento me penetran el alma.

2. Palabras que crecen en mí

De pronto mis pensamientos se apartan de las palabras pronunciadas en alta voz.
Huyen de mi rostro cobijadas a la sombra de los altos muros,
sube la oleada de las gentes,
que apenas ayer andaban en conciliábulos,
donde sonaba el eco de tantos cambios, próximos y lejanos.

Aislado en un primer momento de asombro
que daba testimonio de ti, mi hijo adorado,
momento que se torna cada vez más profundo.
Cabe en él la vida entera,
hasta desaparecer en mis ojos que se apagan
como una gota de cera.

Toda la vida cabe en ese momento, condensado en verbo,
convertido en mi carne, alimentado con mi sangre,
llevado al éxtasis,
creciendo en mi corazón silencioso
cual el de un hombre recién nacido,
sin que cesara el asombro, ni la cotidiana tarea manual.

Este momento, al alcanzar su cumbre, sigue tan fresco,
te encuentra de nuevo y sólo falta una lágrima en mis párpados
en la que los rayos de las miradas se fundan en el aire frío
y el tremendo cansancio encuentre su luz y su sentido.

3. Asombro ante su único Hijo

Una luz se filtraba lentamente,
a través de los acontecimientos cotidianos
a que desde la misma infancia se acostumbran
mis ojos y manos de mujer,
y, de pronto, en estos mismos acaeceres
brilla una luz tan intensa,
que se anudaron las manos mientras
las palabras perdían su lugar.

En aquella aldea, hijo mío, donde todos nos conocían
y me decías «Madre»,
y nadie quería penetrar en las maravillas diarias.

Tú has unido tu vida a la vida de los pobres
para ser uno con ellos
en tu duro trabajo.

Sabía que la luz acompañaba aquellos acontecimientos
como chispa oculta bajo la corteza de los días,
era igual a ti,
y que esta luz no salía de mi cuerpo,
que te he sentido más mío
en la luz y en el silencio,
que antes cuando te sentía
en mi carne y en mi sangre.

4. Concentración madura

Las madres saben los instantes en los que el misterio humano
despierta un reflejo de luz en sus pupilas,
que parece tocar el corazón con la mirada apenas.

Sé de estas lucecitas que pasaron
sin despertar ningún eco
y duran lo que dura un pensamiento.

Hijo mío, complicado y grande, hijo sencillo,
conmigo te acostumbraste a pensamientos comunes a todos los hombres,
y, a la sombra de estas ideas, esperas la profunda voz del corazón
que en cada persona suena de manera distinta.
Yo soy madre absoluta
y esta plenitud nunca me cansará.

Cuando eres presa de un instante como este,
no sientes cambio alguno, todo lo mío te aparece sencillo.
Ya sabes, cuando las madres captan en los ojos de sus hijos
el hondo latido del corazón,
también estoy allí, recogida en su misterio.

II

1. Imploración de Juan

¡Oh Madre!, no detengas el ritmo del corazón que sube a tu mirada,
no cambies en nada este sentimiento,
en tus manos transparentes has de traerme la misma oleada.

Es Él quien te lo pide.

Yo soy Juan el pescador, merezco poco que se enamoren de mí.
Todavía lo recuerdo a orillas del lago,
la menuda arena bajo mis pies,
cuando de repente, Él.

No podrás recoger este misterio en mí,
pero dulcemente yo estaré en tus pensamientos,
como una hoja de mirto.

Que pueda decirte madre, como Él lo quiso,
te ruego que no toques en nada esa palabra;
en verdad no es fácil medir su hondura,
cuyo sentido para ambos fue inspirada por Él,
para que en Él encuentre cobijo todo nuestro amor ancestral.

2. El espacio que permanece en ti

Con frecuencia vuelvo al espacio
que tu Hijo, tu único Hijo ocupa.
Mis ideas se ajustan a su forma,
pero quedan vacíos los ojos
y cuelgan de sus labios las palabras de siempre,
las mismas tras las que se ocultaba
cuando deseaba quedarse entre nosotros.

¿Es posible que estas mismas palabras
contengan el espacio mejor que la mirada?
¿Mejor que la memoria y el corazón?
¡Oh Madre!, de nuevo puedes hacerlo tuyo.

Inclínate junto conmigo y acepta.
Tu Hijo tiene sabor a pan,
pan de una sustancia eterna.

¿Dónde está este espacio: en el murmullo de mis labios,
en los pensamientos, en la mirada, en el recuerdo,
o, tal vez, en el pan?
Se ha perdido entre tus brazos, con la cabecita apoyada en tu hombro,
porque este espacio ha quedado en ti y de ti procede.

Nunca se ve el vacío. Nuestra unión es tan intensa,
que, cuando con dedos temblorosos partía el pan para ofrecerlo a la Madre,
me he quedado un momento atónito,
al ver toda la verdad en una lágrima que asomaba en tus ojos.

III

1. El comienzo de la canción

No me conocí hasta encontrarme en la canción.
Andaba entre la gente sin saber separar sus penas
de mis simples actos,
de mis pensamientos de mujer,
siempre expresado a voces.

Y cuando el canto estalló como una campana sonora,
he percibido que estas palabras te sacaban del refugio,
ha de contenerse como luz
profundamente dentro del pensamiento.

Una vez acabada la canción,
entenderás mejor lo que pienso.

Pasarán días y días entre gente diversa,
y sentirás el ti el ritmo igual de mi sangre.
No tengo otra canción que darte
y cuando esta vuelva a mí,
su profundo eco llegará a lo hondo del Ser de nuevo,
y podrá concentrarse en el murmullo de mis labios,
donde ella perdura siempre, con la misma sencillez.

2. Sumida en el tiempo nuevo

Penetrada hasta el fondo con tanta generosidad,
surgiendo con tu mirada
me adentro suavemente en ella.
Durante mucho tiempo nadie lo supo.
Nunca le hablé a nadie de tu mirada.

Nunca cesará en mí tu recogimiento.
Me levanto hacia ti, que serás parte de mí misma.
Silenciosa como un río de agua transparente;
con mi cuerpo dejado
vendrán los discípulos, hallarán
que mi corazón ha dejado de latir.

No dependerá mi vida de la balanza de mi sangre
ni huirá el camino bajo mis pies cansados,
en mis apagados ojos lucirá un tiempo nuevo.
Él será el huésped de mi corazón,
y enteramente me colmará la delicia.

Entonces se extenderá mi canto,
llegaré a comprender cada sílaba,
abriré mi canto inclinada sobre tu vida entera,
mi canto arrebatado por el Hecho tan claro y tan simple,
que aparece en cada hombre a la vez abierto y oculto.

Y este Hecho se hizo carne en mí,
se manifiesta en mi canto,
ha aparecido entre los hombres
y ha escogido en ellos su morada.


Karol Wojtyla con su padre Karol Wojtyla.

CUANDO PIENSO EN PATRIA

I

Cuando yo pienso: Patria

Cuando yo pienso, cuando digo: Patria,
me estoy expresando a mí mismo, y me enraízo,
y el corazón me dice que ella es la frontera oculta
que va de mí hacia los otros hombres
para abrazarlos a todos en un pasado
más antiguo que cada uno de nosotros…

Y de ese pasado —cuando yo pienso: Patria
emerjo para encerrarla en mí como un tesoro.
Y sin cesar me acucia el ansia
de cómo engrandecerla,
de cómo ensanchar el espacio
que mi patria habita.

II

Cuando se habla, alrededor, en idiomas diferentes…

1

Cuando se habla, alrededor, en idiomas diferentes,
siento crecer el río de las generaciones;
cada una lleva al tesoro de su tierra
cosas antiguas y cosas nuevas.

La tierra se va convirtiendo en cauce de río,
en el cual destellan las luces encendidas dentro de las gentes.
Y el torrente lenguaje, acrecido por la Historia,
una y otra vez abraza el globo.

Las aguas de los ríos corren hacia abajo;
el torrente del lenguaje sube hacia las cumbres.
Cada hombre que surge de la tierra
es también una cumbre.
Y la cumbre se alza a la vez sobre todos nosotros,
se yergue cada vez más abrupta
y se hunde cada vez más profundamente en las conciencias.

2

Cuando alrededor oímos hablar distintos idiomas del mundo,
la lengua nuestra suena con fuerza mayor:
se ahonda en el pensamiento de las generaciones
y se convierte en el techo de nuestras casas,
donde vivimos juntos.
Fuera del ámbito de esta casa nuestra,
nuestra lengua resuena pocas veces.
Entre los muchos hombres que hablan alrededor
—y son como islas del océano del habla universal—
no puedo reconocer mi propia oleada.

No, no han ido en aumento los recursos de mi tierra.
Incluso si mi idioma pasa al extranjero
es para desaparecer lentamente
en los cauces que se van secando.
Las lenguas de otros países no han querido
hacer lugar a la nuestra;
alegan: «es demasiado difícil», «es inútil».
En las grandes asambleas de los pueblos
hablamos un idioma ajeno a nosotros;
el nuestro, nuestro idioma,
fortalece el vínculo que nos une,
pero no nos abre el mundo.

3

Así vinculados por la misma lengua,
existimos y nos ahondamos en nuestras raíces,
a la espera del fruto
de nuestras maduraciones y nuestros virajes continuos.
Envueltos, más cada día, en la belleza de nuestra propia lengua,
no nos hiere la amargura
de que en los mercados del mundo
no se vendan los frutos de nuestro pensamiento
por el gran precio que hay que pagar
por nuestras palabras.
Pero no deseamos cambiar de mercancía…
Pueblo que a través de las generaciones
se queda en el corazón de su propio idioma,
no puede explicar del todo
el misterio de la idea.

III

Oigo todavía el ruido de la hoz

Si pienso en mi Patria,
oigo el ruido de la hoz que choca
contra el muro del trigo.
Y ese muro se funde con el horizonte…
Ya se acercan las segadoras,
ya introducen, ya hunden
en ese muro dorado
los sonidos monótonos
y los movimientos violentos
que tumban el trigo…

IV

Llego al corazón del drama

1

Detrás del lenguaje se abre un abismo.
La inseguridad de esta flaqueza nuestra,
¿la hemos heredado de nuestros mayores?
¿Habrá de conquistar siempre la libertad?
¿No basta sólo poseerla?
Nos viene como un regalo.
Pero se la mantiene luchando.

Regalo y lucha se inscriben en nuestros mapas
secretos y, sin embargo, evidentes.
Tú pagas con todo tu ser tu libertad de persona cabal.
Pagando siempre, llegas a poseerte de nuevo;
y a esto hay que llamarlo libertad.
Pagando siempre,
entramos en la historia
y trascendemos todas sus épocas.
¿Dónde hallar la línea divisoria
entre los que pagaron poco
y los que han tenido que pagar demasiado?
¿A quién preferiremos?
Tanto afán de autodeterminación,
¿no habrá sobrepasado nuestras fuerzas?
¿No llevaremos sobre nosotros todo el peso de la Historia
como un pilar cuyas fisuras
no se han cerrado todavía?

2

¡Patria! Desafío de esta tierra nuestra,
lanzado contra nosotros
y contra nuestros antepasados,
para decidir sobre el bien común
y envolver la Historia en la bandera
de nuestro propio idioma.

El canto de la Historia surge de las gestas
fundadas en la roca de la voluntad.
Desde la madurez de nuestra autodeterminación,
juzgamos nuestra juventud,
los tiempos de la desmembración
y el siglo de oro.

Tras la dorada libertad
vino la condena al cautiverio.
Los héroes llevaban sobre ellos la sentencia:
al desafío de la tierra entraban
como en una noche oscura
exclamando: «¡La libertad vale más que la vida!»

«Hemos juzgado nuestra libertad
con más justicia que los otros»
(así se oía la voz misteriosa de la Historia).

En el altar de la autodeterminación
ardían las ofrendas de las generaciones;
y el grito de libertad
era más fuerte que la muerte.

3

¿Podemos rechazar ese grito,
que se alza en nosotros y crece
como la corriente de un río
entre orillas elevadas y abruptas?
¿Tenemos derecho a medir nuestra libertad
por la libertad de los demás?
(Lucha y regalo).
Vosotros, los que habéis unido
vuestra libertad a la nuestra,
tenéis que perdonarnos.
Mirad: estamos descubriendo, siempre de nuevo,
que nuestra libertad y la vuestra
son un regalo, que viene por sí solo,
y que la lucha nunca es suficiente.

V

Estribillo

Al pensar en mi Patria,
busco el camino que cruza
a través de las vertientes de las montañas
como fluido de alta tensión
que trepa hacia las cumbres.
Así la Patria pasa a través
de cada uno de nosotros
por caminos abruptos
y no nos permite detenernos
ni por un solo instante.
El camino cruza de una a otra vertiente,
regresa a los mismos lugares,
se convierte en un gran silencio
que cada noche visita
los cansados pulmones de mi tierra.

VI

Al pensar en mi Patria regreso al árbol…

1

El árbol del conocimiento del bien y del mal
ha crecido en las orillas de los ríos de nuestra tierra.
Ha crecido junto a nosotros
a través de los siglos,
y se ha ahondado en la Iglesia
con las raíces de nuestras conciencias.

Hemos dado frutos que pesan y frutos que enriquecen;
hemos sentido cómo se dividía el tronco del árbol
en tanto que las raíces seguían hincándose en tierra.

La Historia cubre con hechos
la lucha de las conciencias.
Ahí están las victorias y los fracasos.
La Historia no los encubre; los subraya.

¿Puede la Historia oponerse
al torrente de las conciencias?

2

¿Hacia qué lado crecieron las ramas del árbol?
¿Hacia qué lado se inclinan las conciencias?
¿Hacia qué lado va la Historia de nuestra tierra?

El árbol del conocimiento no conoce límites.
La única frontera para él es el Advenimiento
que ha de unir en el mismo cuerpo las luchas
de las conciencias y los misterios del pasado;
y que el árbol del conocimiento lo va a convertir
en fuente siempre manante de vida.

Pero, hasta entonces, cada día nos trae la misma
desintegración de actos y de ideas;
y a partir de ella crece. Desde las raíces
de la Historia, la Iglesia de las conciencias.

3

No hay que perder de vista la transparencia
de los acontecimientos, apartándonos
en una inmensa torre. A pesar de todo,
el hombre sabe a dónde va.
Y el amor sabe siempre equilibrar el destino.

No se debe agrandar la dimensión de las sombras.
¡Que el rayo de luz ilumine los corazones
y nos vuelva transparentes las tinieblas
de tantas generaciones!
¡Que el torrente de la fortaleza penetre las debilidades!
¡No podemos transigir con las flaquezas!

4

Un pueblo es débil si acepta su derrota,
y si olvida el mandato de estar despierto
cuando llegue su hora.
En la gran esfera del reloj de la Historia
las horas se repiten siempre.

Esta es la liturgia de la Historia: hay que estar en vela,
conforme dijo el Señor y dice
el Pueblo. Y su palabra la hemos de aceptar
de nuevo en toda ocasión, como si fuera
la ocasión primera. Las horas se funden
en el salmo de las conversaciones permanentes.
Caminamos a participar en la Eucaristía
de los mundos.

5

Por eso caminamos hacia ti, tierra nuestra,
para ensancharte en todos los hombres. ¡Oh tierra
de nuestras derrotas y nuestras victorias,
que te alzas en todos los corazones con el misterio de la Pascua!

¡Tierra que nunca dejarás de ser una parte de nuestro tiempo!
Alertados por una nueva esperanza,
nos dirigimos siempre hacia una nueva tierra.
Y a ti, tierra antigua, te alzaremos
como fruto de amor de las generaciones
que lograron superar el odio.

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