LA ABUELA

«Voy a contarte un cuento como se debe contar, desde el principio hasta el final.»

 

El chico entró en la casa llorando. Era la primera vez que pasaba las vacaciones en el campo. Y la primera vez que se quedaba al cuidado de su abuela. Cuando los padres se despidieron de Juan, el niño tenía el llanto destemplado y bajo.

—¿Tienes hambre?

—Sí —dijo, sorbiéndose los mocos—. Me suenan las tripas.

—Bien, acércate al huerto y trae unos tomates.

—¡¿Yo?!

—Si haces lo que te digo, esta tarde verás nacer un ternero —respondió la abuela, mientras lo observaba por encima de los gruesos cristales de sus gafas.

Esa noche, Juan no durmió. Al alba, la abuela entró en su habitación:

—Niño, levanta, voy a ir a ordeñar la vaca. Monda las patatas y, cuando termines, lleva arroz y lechugas a las gallinas. Ah, y cuida que no se apague el fuego, que cuesta mucho encenderlo. Cuando ordeñe, vuelvo.

—¡¿Yo?! Pero, abuela, si yo no sé…

—Juan, ponte el chubasquero y las botas de goma que en las mañanas chispea.

Poco a poco, día a día, la vida en el campo se le fue revelando a Juan.

Juan descubrió de la mano de su abuela los secretos que se esconden detrás de las plantas medicinales que crecen de forma silvestre en los prados y en las laderas de las sierras.

Y pudo ver cómo de las semillas de trigo nace el pan. Y se amistó con los pájaros, de diferentes picos y plumajes, que lo saludaban cuando amanecía y lo despedían al terminar el día.

Y vio entre rastrojos, calabazas. Y tiró de penachos verdes y ocres para comer zanahorias. Y con la azada rescató de las profundidades de la tierra deformadas batatas.

Escogió un viejo roble para reposar la siesta. Y fue al río a pescar anguilas, para limpiar el agua del pozo de donde bebían.

¿Y el bosquecillo donde los astutos zorros tienen sus guaridas? Ese, ese también lo anduvo en compañía de la vieja mula:

—¡Abuela, mira, traemos leña para la hoguera!

El tiempo fue pasando y atrás quedaron los demonios de la decepción; porque Juan pensaba, cuando llegó a casa de su abuela, que las vacaciones, lejos de la playa, serían aburridas.

Pronto, y sin que él las intuyera, llegaron a su vida las hadas de la fascinación que, con sus varas mágicas, le mostraron un nuevo mundo llamado Alegría. Mas para pasear por Alegría era necesario descifrar cada día un acertijo. Las hadas le revelaron a Juan que las respuestas acertadas solamente se lograban acumulando conocimientos.

El muchacho poco a poco fue gobernando su vida y, en la medida en que  se adentraba en los misterios de la Naturaleza, bajo la tutela protectora de la abuela, el espíritu de Juan se fortalecía.

Por las noches, en el porche, a la luz de un farolillo, abuela y nieto conversaban bajo la atenta mirada de la curiosa lechuza que, moviendo la cabeza, hacia un lado y hacia otro, protegía el descanso de los animales diurnos.

—Abuela, te he dejado en la cuadra nidos para las golondrinas, se comerán las moscas que sobrevuelan las cabezas de Caramelo y Ciruela.

Los pájaros han regresado a los nidos y los cocuyos alumbran sus casas. La abuela teje y el muchacho, ahora tostado por el sol y el viento, la observa.

—Abuela, mañana marcho. Gracias por descubrirme que las ranas cantan.

firma gabriela2

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