GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
POEMAS PARA SEMANA SANTA

«Me voy haciendo devota; no devota vulgar, ya comprenderás que esto no es posible, pero devota a mi manera».

Gertrudis Gómez de Avellaneda, estampa, entre 1859-1864.

Dos devocionarios se encuentran dentro de la producción literaria de Gertrudis Gómez de Avellaneda. El primero es el Manual del cristiano. Nuevo y completo devocionario y fue entregado por la autora a la imprenta en 1846, aunque el Breviario no fue publicado hasta 1975, año en el que la filóloga Carmen Bravo-Villasante (1918-1994) encontró, hurgando entre los papeles de la Biblioteca Menéndez Pelayo, el original que se había extraviado en Santander.

El segundo libro es el Devocionario nuevo y completísimo en prosa y en verso, editado en Sevilla en 1867 (Imprenta Antonio Izquierdo). Se cree que Gertrudis Gómez de Avellaneda al dar por perdido el manuscrito de su primer Oracional —la imprenta santanderina a la que entregó el texto quebró y ella nunca pudo recuperarlo— se dio a la tarea de rehacerlo, tirando de la memoria e incorporando las experiencias vividas durante los veinte años que la separaron del manuscrito traspapelado. El Devocionario nuevo es más amplio y rico en poesías que el Manual del cristiano, pero este último es más cautivador porque en él late un nervio no dominado.

¡Ah…, qué diferentes son los dos breviarios!, aunque se parecen en que ambos ahondan en la liturgia católica y tienen la misma estructura narrativa —combinan prosa y poesía—. Sin embargo, si en el Manual del cristiano llamean emociones, el Devocionario nuevo es el resultado de una reflexión curtida. El Devocionario nuevo es fruto de un árbol cargado de brazos leñosos.

Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una creyente tardía que escribió oracionales en agradecimiento a la paz que encontró en la fe que florece en los reveses. Una serie de acontecimientos trágicos en su vida personal —desamores, muerte de su bebé Brenhilde, fallecimiento de su primer marido…—muestran a la escritora cubana el camino al catolicismo.

En plena luna de miel, el esposo de Tula muere. Un problema de laringe y una traqueotomía mal realizada terminan con la vida de Pedro Sabater antes de que la pareja regresara a España —Sabater muere en Burdeos el 1 de agosto de 1846—. La Avellaneda, rota de dolor, escoge para su duelo el Convento de Nuestra Señora de Loreto, ubicado en la ciudad francesa donde su marido fallece. Es allí donde, protegida del bullicio profano y arropada por los cantos litúrgicos y el silbo del viento, escribe el Manual del cristiano.

El Manual del cristiano y el Devocionario nuevo contienen poesías, oraciones, ejercicios espirituales, versiones libres de salmos y cánticos, historiografía sagrada, Vía Crucis, mandamientos e instrucciones sobre la Redención, sobre el Sacramento de la Confesión y de la Comunión, sobre el Sacrificio de la Misa, sobre la veneración mariana… Todo lo que tiene que ver con la instrucción de la doctrina religiosa cristiana es recreado en estos dos volúmenes, que bien podrían ser definidos como libros de catequesis… ¡hijos del Romanticismo!

Pensando en un tema para celebrar la Semana Santa, un tema que no estuviera demasiado sobado, recordé que guardo la primera impresión del Manual del cristiano, edición publicada por la Fundación Universitaria Española bajo la supervisión de quien halló el manuscrito perdido de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Lo he releído y he decidido rescatar el texto titulado Viernes Santo para que anteceda a la selección que he hecho de las poesías religiosas que Tula escribió a lo largo de su vida —algunas, de las que aquí dejo, pertenecen a su  Devocionario nuevo, otras las he rescatado de diferentes antologías.

La Coronación de Quintana, Luis López Piquer, óleo sobre lienzo, 1859.
(En el atril, a la izquierda y leyendo, aparece Gertrudis Gómez de Avellaneda).

En el prólogo de su primer libro religioso, escribió La Avellaneda: «No vacilo, por tanto, en confesar desde luego que jamás levanto mi débil acento a la Divinidad sin sentir la necesidad de la rima.» Y, también:

«Los versos abundan, pues, en este libro, lo cual no recelo le quite nada de la gravedad que requiere su objeto; y no solamente me he atrevido a versificar salmos y cánticos sagrados, muy conocidos, ya improvisando himnos originales; sino que también he tratado de conseguir la parte poética de algunos rezos populares; en cuanto era posible, sin ahogar su sentido literal, ni dar margen a que se me atribuyese deseo de innovaciones peligrosas, tratándose de ejercicios adoptados por la Iglesia y tan usados por todos los fieles».

Manual del cristiano obtuvo la licencia eclesiástica, requisito imprescindible en aquellos tiempos para su publicación, el 2 de junio de 1847. La cédula, que autorizaba su impresión, apareció junto al manuscrito extraviado.

La entrada de hoy está dividida en dos secciones. En la primera  encontrarás el texto titulado Viernes Santo, si bien no incluyo las oraciones que componen las Estaciones porque me extendería demasiado. En la segunda parte podrás leer algunos poemas religiosos de Tula. El último, Las siete palabras, es toda una representación teatral del Calvario. Ilustro el tema con fotografías de pasos que desfilan en las procesiones de la Semana Santa en España.

I
VIERNES SANTO

Jesús el Pobre y María del Dulce Nombre, Madrid.

ADORACIÓN DE LA CRUZ

Adorámoste, ¡oh Santísima Cruz!, que fuiste por la misericordia de Dios el instrumento de nuestra redención, y del triunfo del Salvador, que venció muriendo. ¡Oh Cruz fiel!, tú eres entre todos los árboles el más ilustre. Ningún bosque ha producido otro semejante a ti en la flor ni en el fruto. ¡Oh dulce leño que con dulces clavos sostienes el más dulce peso!

Compadecido el Creador del engaño de nuestro primer padre, que incurrió en la muerte por el bocado de una dañosa fruta, escogió este árbol para reparar los daños del primero.

—Oh dulce leño que con dulces clavos sostienes el más dulce peso!
—El orden de nuestra salud pedía que así se hiciese, para que confundiese la Sabiduría Eterna la vil astucia del impostor, y sacase medicina de donde había sacado el mal el enemigo.
—¡Oh Cruz fiel!, tú eres entre todos los árboles el más ilustre. Ningún bosque ha producido otro semejante a ti en la flor ni en el fruto.
—Llegada, pues, la plenitud del tiempo establecido fue enviado desde el trono del Padre al Hijo Creador del mundo, y nació, hecho carne en las entrañas de una Virgen.
—¡Oh dulce leño que con dulces clavos sostienes el más dulce peso!
—Lloró en su infancia entre las estrechuras de un pesebre: la Virgen madre envolvía su cuerpo Santo con pobres pañales y ceñía su apretada faja las manos y los pies del Niño Dios.
—¡Oh Cruz fiel!, tú eres entre todos los árboles el más ilustre. Ningún bosque ha producido otro semejante a ti en la flor ni en el fruto.
—Cumplidos los treinta años, el Salvador predicó su doctrina y se entregó voluntariamente al Sacrificio, acercándose como cordero al ara de la Cruz para ser inmolado.
—¡Oh dulce leño que con dulces clavos sostienes el más dulce peso!
—Le atormentaron los verdugos dándole a beber hiel y vinagre y desfallecía traspasado por las espinas y los clavos. Una lanza abrió su costado y brotó de la herida sangre y agua. ¡Con aquel raudal fueron purificados los astros, el mar y el mundo todo!
—¡Oh Cruz fiel!, tú eres entre todos los árboles el más ilustre. Ningún bosque ha producido otro semejante a ti en la flor ni en el fruto.
—¡Oh árbol excelso!, inclina tus ramas, ablanda tus rudas entrañas; suaviza la rigidez que te dio naturaleza y extiende dulcemente en ti los sagrados miembros del Soberano.
—¡Oh Cruz fiel!, tú eres entre todos los árboles el más ilustre. Ningún bosque ha producido otro semejante a ti en la flor ni en el fruto.
—Sólo tú fuiste digno de llevar la víctima inmolada por el mundo, y de ser el arca que le salvaste del naufragio. Tú fuiste borrado en la sangre del Cordero Divino.
—¡Oh Cruz fiel!, tú eres entre todos los árboles el más ilustre. Ningún bosque ha producido otro semejante a ti en la flor ni en el fruto.
—Gloria Eterna a la Santísima Trinidad; igualmente al Padre que al Hijo que al Espíritu Santo. El nombre del Uno y Trino sea alabado en todo el Universo.
—¡Oh dulce leño que con dulces clavos sostienes el más dulce peso!

Semana Santa en Sevilla.

HIMNO VIGILIA REGIS
(Versión libre al castellano.)

Alzase el santo lábaro
del que en el cielo impera
y en su atroz patíbulo
tinto en su sangre regia.

¡Oh maravilla insólita
pasmo de cielo y tierra…!
Carne corrupta vístese
el que le dio existencia.

Vístese carne mísera
ya del pecado presa
y es por el hombre víctima
dándole vida eterna.

Abrió su flanco cárdeno
lanza mortal, cruenta,
y derramó entre púrpura
agua la herida abierta.

Esta lavó los crímenes
mientras corriendo aquella
dio a la Justicia Altísima
satisfacción inmensa.

Cúmplase así el oráculo
que articuló el profeta
y aquel reino célico
por un leño comienza.

¡Oh árbol sagrado y célebre
que cubre sangre, excelsa,
unido en fuerte vínculo
con santidad suprema!

Tú eres del Dios Ingénito
una balanza egregia,
donde de Cristo el mérito
más que el Infierno pesa.

Doquier dichoso símbolo
la redención ostenta
y en tus dos ramas ínclitas
lauros de triunfos llevas.

Tú, sobre el triste Gólgota
fuiste de vida enseña,
y eres, ¡oh Cruz!, la única
dulce esperanza nuestra.

Somos indignos súbditos,
somos conquista inquieta,
del que en tus brazos ásperos
colgó nuestra cadena.

Mas ante Ti rogámosle
no permitir que sean
por nuestra culpa inútiles
sus sacrosantas penas.

Proclame todo espíritu
la Trinidad que reina
con su poder omnímodo
edades sempiternas;
y pues salvarnos plúgole
en esa Cruz sangrienta
por ella nuestras ánimas
lleve la vida Eterna.

****
—«Dominus renavit, irascantur populi.»
—«Confiteantur nomini tuo magno.»

(Este himno, así como la anterior adoración, es también un ejercicio muy propio para el día de la Cruz.)

POEMAS

Semana Santa en Durango, Vizcaya.

ORACIÓN AL CRISTO DEL CALVARIO

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Amén.

Semana Santa en Madrid.

AL NOMBRE DE JESÚS

Es grata al caminante en noche fría
La alegre llama del hogar caliente:
Grata al que corre bajo sol ardiente
La fresca sombra de arboleda umbría:
Grato, como dulcísima armonía,
Para el sediento el ruido de la fuente,
Y grato respirar en libre ambiente
Para quien sale de mazmorra impía.
Es grata, en fin, la lluvia al campesino;
Grata al guerrero belicosa fama;
Y grato el natal suelo al peregrino:
Pero más que aire, sombra, fuente, llama,
Lluvia, patria, laurel, ¡Jesús divino!
Tu nombre es grato al corazón que te ama.

Semana Santa en Almería.

A DIOS

¿No es delirio, Señor? Tú, el absoluto
En belleza, poder, inteligencia;
Tú, de quien es la perfección esencia
Y la felicidad santo atributo;
Tú, a mí —que nazco y muero como el bruto—
Tú, a mí —que el mal recibo por herencia—
Tú, a mí —precario ser, cuya impotencia
Sólo estéril dolor tiene por fruto…
¿Tú me buscas ¡oh Dios! Tú el amor mío
Te dignas aceptar como victoria
Ganada por tu amor a mi albedrío?
¡Sí! no es delirio; que a la humilde escoria,
Digno es de tu supremo poderío
Hacer capaz de acrecentar tu gloria!

Semana Santa en Cuenca.

CÁNTICO DE GRATITUD
A DIOS
Tú, que huellas
Las estrellas
Y tu sombra muestras en el sol;
Cuando brilla
Sin mancilla
¡Entre nácar y oro y arrebol!
¡Tú, que enfrenas
Con arenas
Las potentes olas de la mar,
Dando al viento
Son violento
Al hacerlo a tu placer volar!
¡Tú, que doras
Las auroras
Y las ornas con tan gran primor
Dando al ave
Voz suave
Con que cante su primer albor!
¡Tú que hiciste
Grave y triste
De las noches la solemne faz,
Y en los sueños
Sus beleños
Haces viertan lisonjera paz!
¡Ser inmenso,
Que el incienso
De natura miras en tu altar!
¡Tú a quien aman
Y proclaman
Sol y cielo, viento, tierra y mar!
De mi lira
Que hoy suspira
Dulces ecos de placer y amor,
¡Yo te pido
Que el sonido
Grata acoja tu bondad, señor!
Hora aliento
Y ardimiento
A mi pecho tu favor le da,
Y en ti alcanza
Mi esperanza
Nuevas alas que despliega ya.
Así al prado
Ya agostado
Fresca lluvia mandas bienhechor,
Y restauras
Con las auras
Leves hojas de marchita flor.
¡Que bendito!
¡Oh infinito!
Siempre sea tu feliz poder!
¡Y a tu nombre
Rinda el hombre
Culto eterno de verdad doquier!

Semana Santa en Granada.

CÁNTICO SACADO DE VARIOS SALMOS

Mortíferos vapores
En brazos respirando del infierno;
El cuerpo quebrantado de dolores
Por torcedor interno;

Humillada mi frente
Entre vil fango y despreciable escoria,
Vi al enemigo alzarse, e insolente
Proclamar su victoria.

Mas ya en el trance extremo,
Opresa de la muerte en firme lazo,
Alcé mi voz al defensor supremo
Implorando su brazo.

Llegó mi grito al cielo,
Aunque de alzarse a tal altura indigno:
Llegó veloz al Dios de mi consuelo.
Que lo escuchó benigno.

Oyolo y vio mi afrenta
Desde la excelsitud de su almo trono:
De mis males le di prolija cuenta
Y miró mi abandono.

Oyolo, y de mi vida
Se erigió defensor; se alzó indignado;
Y retembló la tierra, estremecida
Por su soplo abrasado.

Al calor de su saña
Se deshizo en centellas la alta esfera,
Y rodó de su asiento la montaña
Como líquida cera.

Bajo sus pies las nubes
Se desplegaron cual suntuoso velo,
Y en alas de los fúlgidos querubes
Él remontó su vuelo.

Su rápida saeta
Hirió a la muerte con mortal herida,
Y del contrario intrépido, sujeta
Fue la cerviz erguida.

Ya del cieno sacada
Libre y en salvo por mi Dios me miro;
Pues el oyó, como de la hija amada,
De su sierva el suspiro.

Por su clemencia sola
Me dio consuelo, restañó mi llanto…
¡Y hora me ciñe espléndida aureola
De regocijo santo!

Él mismo abriome paso
Entre malezas de mi senda oscura;
Pues nunca le encontró de amor escaso
Su tímida criatura.

Él me dará enseñanza
Y acataré su fuerte disciplina;
Porque está ¡oh Dios! segura mi esperanza
En tu bondad divina.

Volvieron las espaldas
Mis enemigos al sentir tu trueno;
Mas como infante a las maternas faldas
Yo me acogí a tu seno.

¡Oh cuán grande tu gloria
Brilla en las obras de tu mano fuerte!
¡Tú eres, señor, el Dios de la victoria!
¡Tú eres juez de la muerte!

El cielo te proclama
Con voces que comprende el universo;
Pues tuyas son las luces que derrama
El sol, tu espejo terso.

Él sale a tu mandato,
Cual nuevo esposo del caliente lecho,
Y el nocturno vapor, al fuego grato
Es en perlas deshecho.

Natura palpitante
Nuncio le aclama de tu amor fecundo,
Y él va corriendo a paso de gigante
La redondez del mundo.

Un día al otro día
Manda, ¡oh Señor! que tu poder alabe:
Y la noche a la noche anuncia pía
Tu majestad suave.

¿Quién a ti semejante,
¡Oh vengador de brazo omnipotente!
Si de tu augusta santidad delante
No hay ángel inocente?

¿Quién como tu benigno?…
¿Quién como tu piadoso y justiciero?…
Mas no es mi labio de ensalzarte digno;
Solo adorarte quiero.

Adorarte es mí anhelo,
A ti, quebrantador del yugo infame;
Dale tú mismo al corazón el celo
Con que quieres te ame.

Amarte debo, ¡oh Fuerte!
¡Oh Soberano! ¡oh Triunfador! ¡oh Eterno!
¡Porque tu brazo domeñó a la muerte,
Y acerrojó al infierno!

Semana Santa en Zaragoza.

LA CRUZ

¡Canto la cruz! ¡Que se despierte el mundo!
¡Pueblos y reyes, escuchadme atentos!
¡Que calle el universo a mis acentos
con silencio profundo!
¡Y Tú, supremo Autor de la armonía,
que prestas voz al mar, al viento, al ave,
resonancia concede al arpa mía,
y en conceptos de austera poesía
el poder de la Cruz deja que alabe!

Se asombra el orbe, se conmueve el cielo,
de ese nombre al lanzar eco infinito,
que aterroriza al inmortal precito
en su mansión de duelo.
¡Canto la Cruz! El ángel, de rodillas,
postra a tal voz la luminosa frente;
tú, excelso querubín, tu ciencia humillas:
y del amor las altas maravillas,
absorto adora el serafín ardiente.

Alzad vuestro pendón brillante y puro,
¡oh de la fe sublimes campeones!,
y que su luz dirija a las naciones
al porvenir oscuro.
Solo él, que a miles las victorias cuenta,
disipar puede sombras y vestigios…
Sólo él, que eterno la verdad sustenta,
y —como en firme pedestal— se asienta
en la cerviz de diecinueve siglos.
¡Alzad, alzad vuestro estandarte regio,
a cuyo aspecto hundiéronse al abismo
los dioses del antiguo paganismo,
desde su olimpo egregio!
¡Alzadlo, cual lo alzó resplandeciente
—como emblema de triunfo— Constantino
sobre el cesáreo lauro de su frente,
las águilas de Roma armipotente
parias rindiendo al lábaro divino!

Alzadlo cual lo halló —noble, pujante—,
más fuerte que los pueblos y los reyes,
sobre escombros de razas y de leyes,
el bárbaro triunfante.
Por sus bridones con desprecio hollado
fue el esplendor romano envejecido:
mas de esa Cruz ante el poder sagrado
detúvose el torrente desbordado,
y el ruego al vencedor dictó el vencido.

Alzadlo cual se alzó, piadoso y bello,
a ennoblecer bajo su blando yugo
el que al destino descargar le plugo
de América en el cuello.
Dio un paso el tiempo, y a su influjo vario
—que tan pronto derriba como encumbra—
ya no es de un mundo el otro tributario:
mas inmutable al signo del Calvario
el sol del inca y del azteca alumbra.

¡Alzad la Cruz! Su apoyo necesita
la vacilante humanidad —doquiera
¿no lo veis, a la par doliente y fiera,
cuán convulsa se agita?—
Lanzada entre problemas pavorosos,
y a impulsos, ¡ay!, de un vértigo profundo,
¿qué le valdrán esfuerzos dolorosos,
si de esa Cruz los brazos poderosos
no hallan asiento en que descanse el mundo?

Alzad, alzad vuestro pendón divino,
símbolo de salud, cifra de gloria,
pues sólo y siempre explicará la historia
del humano destino.
¡Alzadlo! que los siglos él presida,
como la ígnea columna del desierto,
que entre las sombras, de esplendor vestida,
para alcanzar la tierra prometida
señalaba a Israel camino cierto.

¡Alzad la Cruz, con cuyo austero nombre
su progreso marcó la era cristiana,
mostrándole ella, en acta soberana,
la libertad del hombre!
Fue su conquista, y ella la afianza,
diciendo al porvenir, como al pasado,
que sólo en ella la igualdad se alcanza,
pues son sus brazos la única balanza
donde pesan al par cetro y cayado.

Allí también la omnipotente diestra
pesó el valor del mundo…, ¡oh maravilla,
que si del hombre la razón humilla,
su dignidad demuestra!
¡Sí! pesó al mundo la eternal justicia;
pesólo por alzar el que lo abate,
yugo cruel de la infernal malicia…
Y en aquel tanto amor cargó propicia,
que la vida de un Dios fue su rescate.

Por eso, en los ásperos brazos
del leño sagrado, se ostenta
las manos que al orbe sustentan,
las manos que rigen al sol.
Por eso en gemidos se ahoga
la voz que a la nada fecunda,
velada por sombra profunda
la luz de la gloria de Dios.
Tú expiras, ¡Autor de la vida!
La muerte contigo se ensaña…
Más rota quedó la guadaña
al darte su golpe cruel.
Alzado en tu trono sangriento,
su trono por siempre derrumbas…
¡Los muertos, rompiendo sus tumbas,
recogen tu aliento postrero!

El rey de la tierra, probando
fatal fruto del árbol de ciencia,
la muerte nos dio por herencia,
y esclavos nos hizo del mal.
El rey de los cielos, cual fruto
del árbol de amor, nos convida;
la patria nos vuelve y la vida;
¡por Padre al Eterno nos da!

¡Florece, Árbol Santo, que el astro
de eterna verdad te ilumina,
y el riego de gracia divina
fomenta tu inmensa raíz!
¡Florece, tus ramas extiende…
La estirpe de Adán, fatigada,
repose a tu sombra sagrada
del uno al opuesto confín!

¡Te acaten pasando los siglos,
y Tú los presidas inmoble,
y toda rodilla se doble
al pie de tu eterno vigor!…
Los cielos, la tierra, el abismo,
se inclinen si suena tu nombre…
¡tú ostentas a Dios hecho hombre!
¡tú elevas el hombre hasta Dios!

¡Canto la Cruz! ¡Que se despierte el mundo!

Semana Santa en Zamora.

LAS SIETE PALABRAS

Y María al pie de la cruz
Al cielo ofreciendo del mundo el rescate,
Con clavos sujetas las manos divinas,
Ciñendo sus sienes corona de espinas,
Se ostenta en los brazos del leño Jesús.
A diestra y siniestra dos viles ladrones
Reciben la pena que al crimen se debe;
Mas ¡sólo en el Justo se ensaña la plebe,
Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

La túnica sacra con grita sortean
En frente al suplicio los fieros sayones,
Y el pueblo inconstante con torpes baldones
Denuesta al que ha sido su gloria y salud.
Ya nadie recuerda sus hechos pasmosos,
Del bien -que hizo a todos- cada uno se olvida,
Celebran su muerte, calumnian su vida…
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

«Si Dios es tu Padre» —por mofa le dicen—
«Desciende, y entonces tendremos creencia.
Los oye el Cordero con santa paciencia,
Y ya de sus ojos nublada la luz,
Los alza clamando: —¡Perdónalos, Padre!
Lo que hacen ignoran, perdónalos pío.—
Con roncas blasfemias responde el gentío,
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

Sed tengo —murmura la Víctima augusta;
Vinagre mezclado con hiel le presentan…
Sus labios divinos la esponja ensangrientan,
Y ríe y se goza la vil multitud.
En tanto del Mártir se hiela la sangre
Cubriendo su frente con nublos espesos
Le tiemblan las carnes, le crujen los huesos
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

—¡Mujer, ve tu hijo! la dice, y señala
En Juan a la prole de Adán delincuente.
—¡Ahí tienes, oh hombre, tu Madre clemente!—
Mirando al Apóstol añade Jesús.
Tal es el legado que alcanzan los mismos
Que son de su muerte causantes insanos:
Les da para el cielo derechos de hermanos…
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!
Mirando del Cristo la suma clemencia,
De aquel que a su diestra comparte el suplicio
Conmuévese el alma, que el gran sacrificio
Ya en él ejercita su inmensa virtud:
—«De mí no te olvides —le dice— en tu reino.»
Jesús premia al punto su fe meritoria;
—Conmigo —responde— serás en la gloria…
Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

Mas ¡ay! ya el instante se acerca supremo:
Ya el pecho amoroso con pena respira:
Inclinase el rostro que el ángel admira,
Y eleva la muerte su fiera segur.
—¡Oh Padre divino! ¿por qué me abandonas?
La voz espirante pronuncia despacio:
Su queja doliente devora el espacio…
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

—¡Todo es consumado! —Mi espíritu ¡oh Padre!
Recibe en tus manos —clamó el moribundo.
Retiemblan de pronto los ejes del mundo,
Los cielos se cubren de oscuro capuz,
Se parten las piedras, las tumbas se abren,
Sangriento un cadáver se ve suspendido…
¡De Adán el linaje ya está redimido!
¡Y aún queda la Madre al pie de la Cruz!

 

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Las letanías de la Virgen (Armand Godoy). Poemas.

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“La madre” y “Cuando pienso en la Patria”. Poemas (Karol Wojtyla).

Gertrudis Gómez de Avellaneda. Las influencias castellanas: examen negativo (José María Chacón y Calvo).

Dulce María Borrero. “Horas de mi vida”. Poemas.

La Asunción de María (Rainer María Rilke). Poema.

Adviento. Poema (Rainer Maria Rilke).

La imagen humana: arte, identidades y simbolismo.

Rubén Darío y los Reyes Magos. Un poema y un cuento.

Lectura de Pascuas (Esteban Borrero Echeverría).

Sobre las Pascuas en Cuba (Buenaventura Pascual).

Crónica de Pascuas. La Navidad (José Martí).

San Gabriel. Poema (Federico García Lorca).

Leopoldo Lugones: “Alma venturosa” y otros poemas. Ilustraciones de Xavier Gosé.

Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Capítulo 1.

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La Navidad en el Museo Nacional del Prado.

Poetisas cubanas. Poemas.


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