LA CIUDAD MUERTA DE KORAD

«Remitir la causa de todas las cosas a los dioses es de haraganes; es además, aceptar el misterio sin misterio».

Oscar Hurtado, fotografía, 1966.

La ciudad muerta de Korad (1964) es un libro de aventuras escrito en verso… y es mucho más. La ciudad muerta de Korad es un poemario que requiere de especial concentración; es decir, de tiempo para descifrar sus secretos.

Oscar Hurtado se valió de claves para expresar sus ideas sobre la poesía, los poetas y sus vulgares celadores. Hurtado construyó un mundo en Marte y lo pobló con una princesa a la que llamó Dejah Thoris (la poesía), un cosmonauta, que no es otro que él mismo, y vampiros y monstruos que «jamás escribieron poesía».

Digo que la lectura de este libro es todo un reto. ¿Por qué? Porque vas a leer… ¡ciencia ficción en versos!

El escritor y periodista cubano Oscar Hurtado (1919-1977) es el progenitor del género de la ciencia ficción en Cuba. No sólo escribió cuentos que ponían los pelos de punta, sino que también creó la primera colección editorial cubana de literatura de suspense, de terror y de ciencia ficción.

Oscar Hurtado, bajo el sello Dragón, publicó las obras de Isaac Asimov, Arthur Conan Doyle, C.S. Lewis y Ray Bradbury, entre otros. La antología Cuentos de ciencia ficción, publicada en 1969 por la editorial Biblioteca del Pueblo y prologada por él, no tuvo problemas de espacio en las estanterías del buen lector. Hurtado también dirigió otras colecciones dedicadas a divulgar la prosa y la poesía nacional.

En La ciudad muerta de Korad encontramos dos prólogos consecutivos, los dos escritos por el poeta. En ellos, Oscar Hurtado nos da algunas claves para comprender su libro; no son explícitas, pero ayudan. En los preámbulos, el autor expresa su visión sobre la mediocridad intelectual, sobre el intelectual vendido al sistema, sobre la lectura y la educación, sobre el arte del verso y el misterio divino y humano —el escritor sólo cree en el misterio humano. Desde su perspectiva, el misterio se encuentra en el hombre, en su inteligencia. Oscar Hurtado afirmaba que la capacidad creadora e imaginativa depende de la inteligencia. Creía en el poder de los enigmas y de sus interrogantes.

«El autor (se llama así mismo autor en los prólogos) le da al vocablo misterio el mismo sentido que le dio Einstein a través de su vida: como algo que desconocemos y cuya incógnita vamos a despejar; como algo que nos atrae con su hechizo, con su veto, al igual que el hombre de la máscara de hierro; como algo que nos conduce a los hallazgos, a los descubrimientos, a las verdaderas revelaciones, y que de ninguna manera se asocia con los dioses ni con las iglesias, porque no hace falta. Remitir la causa de todas las cosas a los dioses es de haraganes; es además, aceptar el misterio sin misterio».

El personaje del guerrero salta de un poema a otro en busca de la vida, de la felicidad, que para él lleva el nombre de poesía. El cosmonauta transita por caminos azarosos y desconocidos y lucha contra un sinfín de brazos que protegen la cárcel donde se encuentra prisionera la princesa Dejah Thoris. La ciudad muerta de Korad no es más que la historia de un hombre que lucha contra todo aquello que le impide convertirse en poeta: la historia del hombre en busca de su verso.

El poemario La ciudad muerta de Korad está inspirado en la famosa novela Una princesa de Marte, de Edgar Rice Burroughs (1875-1950), creador del personaje Tarzán. Ambos textos comparten escenarios, algunos protagonistas y unas cuantas batallas, aunque sus intenciones son diferentes. En el poemario de Oscar Hurtado la aventura romántica es el atuendo con el que arropa su denuncia. Escribe en su Prólogo II:

«(…) supo que toda idea que se impone a los demás acaba teniendo el resplandor de una llaga, su asco y su melancolía».

Puedes encontrar La ciudad muerta de Korad en el catálogo de la editorial Betania. Es un libro formado por veintiún poemas, pero aquí voy a dejar tres de ellos: el primero y otros dos. Eso sí, si quieres conocer el desenlace, de toque criollo, tendrás que leer el poemario.

Oscar Hurtado iba con frecuencia a mi casa cuando yo era pequeña. Llegaba por las noches y se marchaba tarde. Siempre lo esperaba despierta porque sus historias me gustaban (y mis padres me dejaban, claro está). Me iba a dormir con la cabeza llena de guerras marcianas, de vampiros enredados en telas de araña, de monstruos de caras cubiertas por algas y de niñas tuertas y cojas por culpa de los hechizos. Lo recuerdo con especial cariño y creo que el gusto que tengo por «lo oculto» se lo debo, en parte, a él. Aquellas lunas que eran ensartadas por las escobas de las brujas, concubinas de habitantes de planetas lejanos, aún sigo soñándolas.

Las fotografías artísticas de Paul Konrad Hoenich (1907-1997) ilustran el «reino de las cosquillas, / donde todo se encuentra sin buscarlo; /donde todo es posible, /como en la ciencia ficción.» El reino de las cosquillas, ¡oh!, no es otro que… ¡el reino de la poesía!

firma gabriela4

«La literatura existe sin que sepamos en qué consiste».
Oscar Hurtado

LA CIUDAD MUERTA DE KORAD
(Primer poema del libro.)

Yo amaba a Dejah Thoris. El contacto de mi brazo con su hombro desnudo me habló con palabras que no podían engañarme, y supe que la amé desde el primer momento en que mis ojos se encontraron con los suyos en la plaza de la ciudad muerta de Korad.
Edgar Rice Burroughs (UNA PRINCESA DE MARTE).

La ciudad muerta refleja el frío de mi piel.
Su puerta, de verde bilis pintada,
es cadáver insepulto en tierra feroz de sonrisas.
Voy entre los grandes vientos de Marte
hacia la ciudad muerta de Korad.
La soledad del aire no responde a mi soliloquio.
Sabor de serrín y lengua hinchada.
Paso por el abismo de sus calles
con mi boca seca y mi inútil oficio de árbol grande.
Ellos quieren podarle su corona
a la hora en que sube la marea en los canales;
ahora y en la hora en que mi voz justa
te busca en esa torre
donde mi eco te nombra, Dejah Thoris.
Sirena de crepúsculos y de noches,
yo quiero engendrar en tu belleza
el fruto largo tiempo retenido;
y en la tibia medianoche de un estío
derretir el frío que siempre te devora.

Voy hacia ti, trenzando mis dedos en tu cabellera.
La mano se detiene suavemente en su seda;
pues más suave que el agua es tu cabello.
Me duermo y me abandono.

Blanco cementerio de guerreros
matados en noche de dos lunas
por vampiros hinchados como arañas.
Se alegran después del banquete y cantan:
«Somos la vieja secta del Cosmos
que con celo de vestales a la inversa
vigila el surgir de la llama votiva.
Aparecemos con nuevo nombre
en busca de la misma sangre.
No podemos vivir de nosotros mismos;
no producimos obras ni arrojamos sombra.
Incapaces de crear, destruimos con la lengua.
La lengua es nuestro prepucio a circuncidar».

Dos lunas, dos ojos tiene la noche de Marte.
Voy a luchar contra los vampiros que despiertan;
los vampiros de metano llegados de Júpiter.
Señorean la ciudad muerta de Korad;
ciudad suave de sombras y de frías colinas,
donde mi princesa refugia su soledad.

Mi memoria me lleva a los planetas
mientras recorro ciudades marcianas
al encuentro del rey de los vampiros
al encuentro de la noche y mi princesa
que aguarda en el centro de la cúpula
que se levanta en el centro de la torre
que está en el centro del laberinto.

LOS SILENCIOS

Cabaña, cabaña. Muralla, muralla.
Escucha, cabaña. Oye, muralla.
Hombre de Surippak, hijo de Ubara Tutu.
Destruye tu casa, construye un arca.
Desprecia la riqueza, busca la vida.
GILMANÉS, XI,21,27

Algo surge cual nube de langostas
en el tenue crepúsculo marciano.
Algo muestra su horror, sus negras alas
en la línea sin fin del horizonte.

Son los vampiros en volar de muerte
cargando bajo el brazo sus ataúdes.
Vienen en huestes, como las malas noticias,
como las carcajadas del idiota,
o las explosiones de la tos ferina.
Se dirigen hacia la última Thule de Marte
a deshojar ciudades y libros medulares.

Los marcianos mastican su silencio.

Para los que encienden fuego
en el canal Juventia Fons,
el punto más oscuro del sistema solar,
silencio.

Para los que navegan en el crepúsculo
por los canales Dardanos, Issedon y Janais,
alterando sus colores naturales
con faroles colgados de los mástiles,
silencio.

Para los que no ven
la fosforescencia del cielo estrellado
y buscan fuegos fatuos en los cementerios,
silencio.

Para los que no ven la belleza de la Astronáutica,
como la vería Goethe con su ojo luminoso,
silencio.

Para los que en el revés de los espejos
se excusan del nuevo bautismo cantando el Kol Nidre,
Mentí, Señor, sigo siendo judío,
silencio.

Para los que enarbolan garganta de pájaro
en el lago Ismenius,
silencio.

Para los que gastan la cola del pavo real
barriendo brumas de hadas en los bosques de Japygia,
silencio.

Para los que pescan por tedio
los peces de colores del canal Astaboras,
silencio.

Para los que, sorprendidos
por ilustres visitantes en la cocina de su casa,
no repiten con Heráclito:
Entrad que aquí también están los dioses,
silencio.

Para los que no piensan así con Bernard Shaw:
Yo comprendo todo y a todos y soy nada y soy nadie,
silencio.

RESPIRACIONES

Oh, Egipto, de tu religión no quedarán sino algunos cuentos…
Hermes Trismegisto (ASCLEPIOS, XXIV).

En los aluviones del canal Xanthus,
entre las regiones de Electris y Faetontis,
recordé al amigo perdido,
a Tras Tarkas, Jeddak de Tark,
muerto en el primer combate
contra las huestes de Júpiter
por el colmillo del rey de los vampiros.
Pensé invocar su sombra, su ayuda,
para aumentar el largo de mi brazo.

Sé que no debe invocarse a los muertos
tocados por el nosferatu,
pues vuelven convertidos en vampiros
sedientos de sangre,
y, a los muertos, con sangre hay que atraerlos.
Pero yo necesitaba
de los brazos del Jeddak,
y deseaba contemplar
su rostro verde de marciano.

En el agua hiperbórea del canal de Xanthus
lagartos de una sola noche habitan.
Mis palabras de conjuro
rompieron el espejo del agua.
Ondas de inquieto líquido
ahuyentaron los peces hacia el fondo
de algas y amarillo cieno.
Las sabandijas de abajo
tienen abierta la boca
en espera de los peces de arriba.
Bajando en serpenteante estela
los peces, en viscoso terror,
van soltando sus escamas;
y los animales que se arrastran
por el cauce limoso del canal
muerden primero las escamas desprendidas
que el agua hace girar.
Los peces luchan contra su destino,
pero terminan asimilados
en el estómago nauseabundo
de los animales que se arrastran.

Comprendí que es mentira
la representación que hacen del mundo
los constructores de pirámides.
Lo han destruido todo hasta sus cimientos
mientras hablaban de construir.
Aquí, donde la tierra es roja
y hasta el barro es bueno
y para edificar es bueno,
recuerdo la inscripción babilónica:
Todos los hombres van a matarse unos a otros,
mientras desfilo por las destruidas ciudades marcianas
al igual que los japoneses por Hiroshima y Nagasaki,
porque ya no hay nada que mirar
y los hombres son sombras en las paredes
tan inapresables como Tars Tarkas.

Pero, ¿quién puede conservar para siempre
la dulzura del paladar
y dar el salto de gacela a un costado
huyendo del lugar donde la muerte aguarda
y repetir esto eternamente?

El fuego de las respiraciones
sirve de sostén a la voz justa.
Nadie respira con pulmón ajeno;
nadie existe más allá de su pie.


ENLACES RELACIONADOS

Un inesperado visitante (Ángel Arango). Cuento cubano de ciencia ficción salpimentado con un toque de El jardín de las delicias, de El Bosco.

La bola de plata. En memoria de Oscar Hurtado.

Mario Parajón. «Cuatro a la mesa». Cuento completo.

Sobre la poesía (Manuel Díaz Martínez).

Los indocubanos. Texto e ilustraciones.

Humberto Arenal. Tres cuentos completos.

El mar y el cuento cubano: «Los gallos». «La agonía de la garza». «El descubrimiento».

La pintura y la poesía en Cuba. José Lezama Lima. Texto.

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury).

El vampiro en la historia del arte y de la literatura.

Las hadas en la literatura y en el arte.

«Lo oculto»: esoterismo en las obras del Thyssen.

Un viaje a La Habana en fragmentos literarios.

La punzada del guajiro. Cuentos (Belkys Rodríguez).

La sociedad en la Cuba antigua (Jonathan Jenkins).

Los inmorales (Carlos Loveira).

Aproximación a la revista «Orígenes».

T.S. Eliot. Poemas.


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