LA DESTRUCCIÓN DE KRESHEV

«La fe es ardiente gracias al infortunio».

La familia de Búnim Shar, el comerciante judío más rico de la comarca, es la escogida por Satán para demostrar, a partir de un retorcido plan, una verdad que solemos ignorar y que ha condicionado la historia de la humanidad: esa verdad es que somos responsables, en gran medida, de lo que nos sucede. La destrucción de Kreshev evidencia que los pueblos que actúan como rebaños atraen a los lobos.

Dios creó, a la vez, lo bueno y lo malo —una cualidad es consecuencia de lo otra— y al hombre otorgó la libertad de elección, de modo que de nuestras decisiones depende el sentido que sigue nuestras vidas.

Oh…, pero la religión judía afirma que Dios también creó un serafín a quien concedió una sola misión: tentar al hombre. Los hebreos ven a Satanás como un servidor de Yahvé que se nos presenta bajo la apariencia de contrincante que le planta cara. Pienso que esta convicción está presente en la obra del autor de La destrucción de Kreshev, quien escribió siempre en yiddish y era hijo nieto de rabinos.

Samael tiene dos encomiendas en esta interesante novela corta, escrita a modo de parábola: la primera es relatar lo que acontece y la segunda es inducir al pecado, cosa que hace a base de enredos, porque «el pecado purifica». Sin embargo, son las acciones de los personajes, tanto protagonistas como secundarios, las que desencadenan la tragedia que sobre ellos cayó.

En La destrucción de Kreshev un asunto de índole personal —un adulterio— termina convirtiéndose en tema trascendente para la comunidad. Los prejuicios sociales, la ignorancia voluntaria, la superstición y la obediencia ciega a preceptos religiosos, que condicionan la cotidianidad de la aldea, sentencian al pueblo.

El escritor en su casa de Manhattan., fotografía de Google.

No es el «castigo divino» lo que lo abrasa todo a su paso. Tampoco es la intervención del Espíritu del Mal. Son las determinaciones de los protagonistas y las decisiones del pueblo las que convierten una relación pecaminosa en la chispa que enciende la antorcha.

Isaac Bashevis Singer (1904-1991) ganó el Premio Nobel de Literatura en 1978 y volcó en gran parte de su obra sus reflexiones sobre asuntos existenciales que condicionaron las tradiciones en las que creció.

Por cierto, en La destrucción de Kreshev hay una denuncia al papel que los ortodoxos reservan a las mujeres de su comunidad. «Ya eres una mujer y compartes con todas nosotras la maldición de Eva», informa a la joven Lise su madre enferma. Y la Torah anuncia: «A la mujer le dijo: ‘Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará’», Génesis 3:16.

La destrucción de Kreshev se encuentra dentro del catálogo de la editorial Acantilado y está traducida por Rhoda Henelde y Jacob Abecassis. Es un título para atesorar.

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