LA MANDRÁGORA Y… MONTMARTRE
«¡Y la rana tenía sus pupilas de oro relucientes de lágrimas!»
Jean Lorrain
Caricatura de Rodolphe Salis a Le Chat Noir, tinta y acuarela sobre papel, 1890.
Paul Alexandre Martin Duval (1855-1906), conocido como Jean Lorrain, fue un escritor francés que disfrutó de la fama gracias a sus relatos fantasiosos y a sus crónicas mordaces sobre la sociedad de su tiempo.
Jean Lorrain, famoso por sus excentricidades, consumió con ansias las noches de Montmartre, distrito a donde acudían, en busca de aires nuevos, los caballeros con bastón y sombrero de copa y las damas emperifolladas con vuelos de encaje y botas acordonadas, de puntera fina y tacón.
La colina situada en la orilla derecha del río Sena fue la trinchera donde se refugiaron aquellos que huían de los convencionalismos del arte y de la homogeneidad social que consigo trajo la vida burguesa. Los integrantes de las vanguardias hicieron de Montmartre lugar de mención cuando exponemos las corrientes literarias y artísticas de finales del siglo XIX.
Estudio para la cubierta de «Le Mirliton», incluye la canción «D’la braise» escrita a mano por Aristide Bruant, 1893.
En el seno de Montmartre encontraron su lugar los naturalistas, los impresionistas, los simbolistas, los nabis, los decadentistas… En Montmartre nacieron el Mouline Rouge y el Mouline de la Galette, salas donde se bailaba can-can hasta el amanecer.
En ese barrio de París, donde los clientes se emborrachaban con absenta en el cabaret Les Quat’z’ Arts, el dibujo encontró justicia de la mano de Toulouse-Lautrec.
El cabaret pseudogótico Le Chat Noir, famosamente conocido por el gato negro derramado sobre la media luna, también se encontraba en Montmartre.
Dos payasos, Joseph Faverot, óleo sobre tabla, h.1885.
Y los circos pasaron, en este lugar, de ser entretenimientos populares a ser protagonistas de cuadros, grabados y carteles artísticos.
Allí se encontraba el Théâtre Libre, donde se representaban obras de autores extranjeros, como los dramas de los noruegos Henrik Ibsen y Björnstjerne Björnson.
El Théâtre de l’Ceuvre, donde hacían sus representaciones los simbolistas y donde, por vez primera, los actores dejaron de comportarse como hombres para hacerlo como actores-marionetas, también estaba ubicado en Montmartre.
Representación en Le Chat Noir de la obra «La epopeya de Caran d’Ache», teatro de sombras, 1887.
En Montmarte fue donde el cabaret Le Chat Noir, más tarde llamado Mirliton, hizo famosas las sombras chinescas. Fue en ese barrio donde el ballet atrajo, con sus posturas, juego de luces, colores y texturas, la atención de los rebeldes autores.
Montmartre fue el cementerio del arte, de la poesía y de la literatura oficial.
Estreno en el teatro Montmartre, André Devambez, litografía, 1901.
El ambiente de Montmartre sedujo a Jean Lorrain, el autor de La mandrágora (1894), historia escalofriante y cruel que ha sido considerada por muchos como un relato fantástico-gótico y que a mí me parece, más bien, un relato psicológico que utiliza recursos de la literatura fantástica.
El escritor agita con su pluma realismo y fantasía para ofrecer una visión deprimente de la sociedad moderna de fin-de-siècle. Jean Lorrain, quien formó parte del grupo de los decadentistas —estilo literario de naturaleza elitista que se caracterizó por el escepticismo, la irrealidad, el rechazo a lo cotidiano, la exaltación de la desdicha y la pasión por lo exótico—, escribió una fábula despiadada que pretende sacudir la conciencia de una sociedad que, a cambio de modernidad y de comodidad, accedió a ser masificada.
En La madrágora una hermosa reina, que es madre de un agraciado y perverso príncipe, da a luz un segundo hijo que pondrá de cabeza a la corte. La soberana pare una rana, pero no una rana cualquiera. El batracio tiene alma, entiende lo que sucede, ansía el amor de su madre y espera, inútilmente, que esta lo ayude a esquivar su destino.
Ilustración de Marcel Pille para «La mandrágora».
En un entorno real tienen lugar dos acontecimientos sobrenaturales: el parto (la mujer da a luz una rana) y el regalo de la hechicera, que conduce al desenlace. En La mandrágora no hay cadáveres deambulando, ni apariciones, ni perros ladrando a la luna, sólo están las pesadillas de la reina.
En la novela la rana es aplastada con una piedra y es tirada al río por orden del rey. La madre no lo impide. Es la conducta de ella la que da lugar a una trama donde la conciencia juega el rol principal.
Ilustración de Marcel Pille para «La mandrágora».
El remordimiento acosa a la reina, pues se siente madre. La soberana sufre pesadillas atroces (alucinaciones de toque gótico), se refugia en la nigromancia, se aísla de la corte, se reconcilia con sus raíces cristianas… Pero el cargo de conciencia se aliviará cuando repare el daño ocasionado.
La mandrágora tiene un final inesperado que puede parecer trágico a un lector no cristiano. Hay teología en este relato, cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta que a finales del siglo XIX aún no han tomado caminos opuestos las investigaciones científicas y las doctrinas religiosas.
Ilustración de Marcel Pille para La mandrágora.
En mi opinión, lo irreal sirve al escritor para concebir el personaje que provoca compasión: el hijo rana. Sin embargo, es la reina la verdadera protagonista de una historia donde la conducta —la moral— es raíz de la trama. Por eso pienso que es una novela psicológica.
La época en la que Jean Lorrain escribe es la época en la que Wilhelm Wundt (1832-1920) da a conocer sus estudios sobre psicología de la conciencia y Sigmund Freud (1856-1939) revela sus primeros apuntes sobre el inconsciente. Es el momento de las teorías evolucionistas sobre la psicología de la adaptación. Es el tiempo en el que el espiritismo y el ocultismo crearon adición en las mentes ilustradas. Es cuando Friedrich Nietzsche (1844-1900) alerta sobre el avance del proceso de uniformización y mediocrización de la cultura.
La segunda mitad del siglo XIX fue como una botella de champagne recién abierta. La vida bullía y los individuos no paraban de descubrir y de buscarse a sí mismos. Pero surgió un nuevo sujeto social por el que los decadentistas sintieron verdadera aversión. El XIX parió al hombre masa.
Ilustración de Marcel Pille para La mandrágora.
¿Quién está maldito en esta historia? ¿El esperpento físico de noble corazón o la sociedad que aprueba el linchamiento de un ser diferente y que, sin embargo, es tolerante con el bello y brutal príncipe?
La mandrágora se encuentra dentro del catálogo de Reino de Cordelia. Está traducido por Luis Alberto de Cuenca y por Alicia Mariño. La edición recupera los grabados originales de Marcel Pille.
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