WIFREDO LAM

«El arte de Lam jamás ríe del imponente misterio».
Fernando Ortiz

Wifredo Lam en La Habana, 1956.

Los laberintos creados por el pintor cubano Wifredo Lam, barullos compuestos de brazos y de piernas de leñosos troncos, glúteos musculosos, herraduras y endemoniados falos, fueron estudiados por el antropólogo Fernando Ortiz (1881-1969), compatriota del artista e investigador al que debemos los términos de «afrocubano» y «transculturación».

Los ojos de los personajes de Lam —destellos de la simbología, la magia y la religiosidad de su pintura— fijaron su enigmática mirada en los del investigador… y lo sedujeron. Es de esa atracción que nació el estudio Wifredo Lam y su obra, del que dejo aquí una síntesis y donde se hace evidente la fusión de surrealismo, cubismo, expresionismo abstracto y criollismo en el arte del amigo de André Breton.

He agrupado la investigación  por temas con la intención de facilitar la lectura, haciéndola más de andar por casa, pero copiando los párrafos tal cual fueron escritos por el etnólogo. El estudio de Ortiz abarca la biografía del pintor: su salida de Cuba, su regreso a la isla y lo que por el camino encontró, pero en este espacio hallarás, como he apuntado, sus conclusiones sobre la pintura de Lam: transcribir todo el texto haría demasiado extensa la entrada.

Amigos, espero que disfruten de una lectura que ayuda a entender la simbología, mestiza y sincrética, de Wifredo Lam.

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INTRODUCCIÓN

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Un amigo ingenuo y descontentadizo exclamó despectivamente ante las pinturas de Lam: «No son sino visiones». «¡Claro que sí!, le respondimos, y en ello está uno de sus más positivos méritos». ¿Pues, qué, acaso la historia no está llena de visiones, muchas sublimes, de los grandes vates, oráculos, sibilas, profetas, evangelistas, místicos y artistas de toda laya? No faltarán quiénes crean que todos esos cuadros de Lam son caprichosos disparates. ¿Por ventura, el genio de Goya, uno de los más grandes maestros del arte, no es tan famoso por sus retratos y escenas episódicas como por sus aguafuertes de Los caprichos y los disparates?

ASIA EN LA OBRA DE LAM

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¿De China qué le pudo venir? Según Margaret Bruening, la delicadeza y la finura de su ejecución, la diafanidad de sus formas, sus admirables matizaciones y su gran paciencia, pese a que toda su obra se produce con tal naturalidad y presteza que parece automática, impremeditada y subitánea. Pero también esa cultura sínica (china) pudo determinar en Lam algo más fundamental y característico (…). A Lam, para ser predispuesto al simbolismo, le bastaba conocer de niño el espíritu y las formas de la escritura china, donde cada letra es un símbolo gráfico, aunque no siempre inequívoco ni inmediatamente legible (…). La escritura sínica es arte especialmente simbolista, como lo es la pintura de Lam. En una y otra, las formas no dicen sino lo que arcaicamente estuvo y aun está mentalmente detrás de ellas, que no se ve ni se dice pero se sabe y se entiende, con esa expresividad, inteligible pero inefable, que asimismo tiene la música.

ÁFRICA EN LA OBRA DE LAM

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Lam conserva también en el mestizaje cultural, que él ha sabido empastar en su europea paleta, sustancias innegablemente afroides. Al querer analizar la simbología de Lam se ha aludido al vodú haitiano, a la santería afrocubana, y a los ñáñigos habaneros (…); pero, en verdad, muy poco de esto aparece en la obra de aquel. En sus óleos y aguazos nada hay de pintoresco, descriptivo o que represente la esclavitud ni la cimarronería, ni látigos, cadenas ni cepos. En aquéllas tampoco tienen tambores, ni maracas, «diablitos» ni «mojigangas» (mascaradas), ni liturgias voduistas, santeras o ñáñigas, ni fetiches, máscaras o ídolos (…). En Lam se habrían hallado influjos del expresionismo africano aun cuando aquel nada tuviera de negroide en su linaje (…).
El afrismo en Lam no es una simple tendencia de escuela, para el aprovechamiento de ciertos valores expresionistas de las musas negras de África (…); ni mucho menos es una moda tornadiza, una banal y pasajara novelería de exotismo, como ha menudo lo ha sido en París.
(…) En este pintor cubano coinciden las citadas corrientes de escuela, que él dominó en París, con ciertos elementos afroides que él sentía consigo y que sólo pueden asimilarse en una convivencia mental con ellos, tan prolongada e intensa que hayan llegado a sedimentarse en la subconsciencia (…). Los aportes afroides a la pintura de Lam pueden quizás estudiarse en tres aspectos: su simbología, su primitivismo y su religiosidad.

SIMBOLISMO: LO CARNAL EN LA OBRA DE LAM

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Se ha escrito que en las obras de Lam se asoma un «facilismo monstruoso y pervertido», pero esto es una exageración. «Símbolos freudianos», se ha dicho también, «ni demasiado obvios ni deprimentes». Sus alusiones genitales son, sin duda, alegorías eróticas, pero no precisamente pornográficas ni depravadas. Son análogas, pero sin perversidad, a las figurillas fornicarias que se esculpieron y se conservan en la catedrales de la Edad Media, en sus ostensibles capiteles y frisos románicos (…). En Lam se da erotismo de creación, no impudicia ni pecado.
Pero esa carnalidad femenina en Lam no es propiamente africana, es la sensual mulatez de Cuba. No tiene tatuajes ni escaras en su piel, ni tampoco ornamentos de abalorios, cauris, peinados y vestimentas; es desnudez de hembra morena en simbólica función de primitividad humana (…).
Pudieran relacionarse con ese simbolismo sexualista, en su afirmación de masculinidad fuerte, impetuosa y penetrante, los innumerables cuernos que aparecen en las visiones de Lam. No son cuernos retorcidos y ornamentales de morueco, de cabro o de fauno, sino ligeramente curvos, alzados y de fina punta, astas incisivas de toro, que del mítico minotauro pasaron a los diablitos de los misterios medievales, traviesos, satíricos, confianzudos y burlones, como aquellos demonios cubos o súcubos, que entonces se aparecían y fornicaban con hombre o mujer.

SIMBOLISMO: EL MONTE EN LA OBRA DE LAM

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Los motivos de fronda llenan el fondo de muchos cuadros de Lam, entre éstos el denominado La jungla, que no es jungla, ni manigua, ni selva, ni monte, ni breñal (…). Lo que sorprende en su botánica, aunque típicamente tropical, no es precisamente su abundancia. En La jungla no está la tupida y exuberante floresta virgen de Cuba ni la de África. En esa arquitectura verde sólo hay cañas de azúcar, hojas de palma, de tabaco, de maíz, de malangas, de plátanos, de curujeyes y de yerba mala, con poco enredo de bejucos. No hay flores que den el colorido regalo de su promesa de vírgenes, bellas pero sin fructificación ya lograda; y apenas hay otras frutas que las que la tropología folklórica cubana: güiros, mameyes, caimitos, guanábanas.
Son frutas aún colgantes (…). No son una «naturaleza muerta» sino «naturaleza viva», aunque no una «naturaleza brava». No son vegetación selvática sino agraria y trabajada, regalo de la Madre Tierra al hombre que la goza. Fronda mulata. Vegetación evocativa, no por su opulencia sino por su lujuria, como diría el guajiro (campesino) cubano aludiendo a la pródiga fecundidad.
Es la cálida naturaleza de su Sagua, donde Lam retozó de niño y amó de joven (…).

SIMBOLISMO: EL OJO EN LA OBRA DE LAM

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Una sugestiva acentuación de la videncia del misterio en las obras de Lam está a veces en esos símbolos oculares. El ojo parece ser el signo preferido del surrealismo, reflejo de su frenesí de ultravidencia, de ver y de hacer ver (…). Muchos ojos: ojos abiertos, jamás dormidos; ojos desorbitados por el asombro visionario; ojos colgantes, arrancados de sus cuencas, pero en alarde visorio; ojos luminosos, como de cocuyos, murciélagos, lechuzas y otros seres nictálopes, que miran mejor en las tinieblas; ojos triangulares como los de la Providencia; ojos en planos romboides como de írimes ñáñigos; ojos que ven y contemplan lo esotérico; ojos que «tienen vista» o que «saben mirar», como dicen los ngangas zahoríes; ojos recónditos, negros, cuentas de azabache, como son los que le brillan en su cara al mismo Lam (…).
Los ojos, esos ojos prolijos de Lam, son de los signos primeros del simbolismo teogónico, por donde el mana se nuclea y transforma en ánima y luego en numen. El misterio que ve, el misterio con ojo propio (…). Quizás porque en cada ojo se asoma a su pupila un alma, una «niña de los ojos», que decimos nosotros el «alma pupilina», que Mauss señalaba como uno de los orígenes del animismo.

SIMBOLISMO: LAS MÁSCARAS EN LA OBRA DE LAM

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(…) Lam no copia las caretas africanas, que examinó en los museos, ni siquiera ha visto las que de tarde en tarde aparecen en ciertas danzas litúrgicas de Cuba, ni trata de captar su fantástica morfología; pero imagina y pinta a su manera lo invisible y conceptual que aquéllas tratan de representar. Tampoco se observan en las obras de Lam entes, extravagantes y monstruosos pero de corporeidad precisa y definida, como los de El Bosco, de Durero o de los Brueghel, que estos pintores del siglo XV y XVI ponían en sus escenas infernales (…).
El arte de Lam jamás ríe del imponente misterio, ni trata de trocar en desprecio burlón lo que debe ser temor reverencial.

EL MISTERIO EN LA OBRA DE LAM

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También con su inspiración focalizada en el misterio, Lam ha pintado otros cuadros (…). Son composiciones monocromas en ocres, sepias y negros; tierras prietas y sombras muy oscuras. Entonces sus alegorismos son cadavéricos, mejor aún, esqueléticos. Pero no de calaveras, canillas y otros descarnados huesos de camposanto, que serían realistas y comunes, sino de osamentas innaturales, de seres ignotos que semejan humanos, pero que anatómicamente no lo son (…). Es surrealismo macabro, del secreto ultrasepulcral. Diríase que esa sí es en verdad pintura de «naturaleza muerta», si no fuese visión de preternaturalidad (…). No son alegorías de la muerte ni del alma descarnada, como tantas producidas durante siglos pretéritos por el arte cristiano, sino figuración subconsciente del misterio postrimero.
El arcano perenne, las indefinibles incógnitas primarias del amor, la vida y la muerte; he ahí el secreto de Lam (…). Ni conjuros, ni preces, ni hechizos; ni liturgias. Ni pactos con el diablo, ni exorcismos de vade retro.

RELIGIÓN Y MAGIA

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Lam va más allá de las edades históricas en su viaje poético. Él no pinta sátiros ni lamias, ni paraísos ni infiernos, ni jerarquías de dioses, ángeles y demonios, ni una Mandonna ni una Venus, ni siquiera orichas ni babujales; su arte místico es anicónico (que carece de decoración figurada).
(…) En las creaciones de Lam nada hay de cabalmente antropomorfo ni de zoomorfo, ni siquiera de fitomorfo. Casi todo imaginativo, casi nada imaginero. Ninguna imagen está definida y completa (…). Lo que haya de humano en las telas de Lam será un pecho, una nalga, un pie, unas manos, unos ojos…; de animal se verán un pico, un ala, una garra, un rabo, una pezuña, unos cuernos…; de vegetal sólo frutas, tallos, hojas. Ni un hombre ni una mujer, ni un ave ni un cuadrúpedo, ni siquiera una palma con su penacho, ni una ceiba con su ramaje; nada en su integridad real (…).
(Lam) penetra en el ultramundo donde están las figuras que sólo se descubren por la mentalidad introspectiva, a manera de una visión parasensorial.
(…) Es pintura sacromágica, mejor dicho, es pintura mistagógica o apocalíptica, porque trata de revelarnos las potencias del Gran Misterio que con nosotros conviven, invisibles y portentosas.

EL PRIMITIVISMO EN LA OBRA DE LAM

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(…) Lam no baja a los infiernos, como han hecho muchos grandes pintores y poetas de varias épocas en sus viajes surrealistas a lo infrahumano; él traspasa los avernos y baja a (…) esas fosas paleontológicas del pensamiento metafísico, cuando todavía no se habían formado los demonios en lo inferno, ni los dioses en lo superno. Quizás pueda aceptarse que el de Lam es arte simplemente luceferino, pero ni angélico ni diabólico, sólo «portador de luz», más luz, tanto a las tinieblas como a los resplandores.
(…) Es primitivismo el de Lam no por la cronología de su técnica ni por la nomenclatura de su estilo en la historia del arte, sino por lo atávico de su temario y su simbolismo (…). Los pintores medievales, que no eran evolucionistas, no pudieron en sus edenes de Adán y Eva remontarse a tales atavismos, como Lam.
Es primitivismo afroide el de Lam, por la mulatez de su mente y de su pueblo, y por la escuela surrealista en que aprendió (…).
Las ciencias fue con sus luces avanzando en las tenebrosidades del misterio (…) pero cuando el genio del arte se vale de la fantasía para vislumbrar lo más lejano y perdido en el camino que ya anduvo en milenios la mente del hombre, aún reencuentra esas ideas embrionarias, como borrosas pictografías, en las cavernas de la prehistoria, y, como estalactitas subconscientes, en las espeluncas del cerebro humano.

LA METAFÍSICA PÁNICA

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(…) El arte de Lam, aunque serio, no es tétrico, desconsolador ni fatídico. Los libros y los retablos apocalípticos, desde los bíblicos a los del Renacimiento, no eran para solaz de las gentes; pero siempre trataron, por medio de la revelación sobrenatural, de levantar la confianza en el advenimiento de mesianismos redentores, que tras del agobio de las desolaciones traerían una «mejor vida» (…). Por eso también la metafísica pánica (miedo) de Lam refleja las benevolencias y esperanzas del misterio más que sus crueldades y desesperaciones.
(…) Los númenes más terribles de los panteones africanos no son por él llamados, ni «se suben» a su cabeza. El arte de Lam es optimista, benévolo, eufórico. Es filantrópico (…). El ritmo de la creación, que jamás termina, y de la muerte, que nunca acaba (…). Nada le parece inánime; aún en lo que muere halla promesa de regeneración a una vida nueva (…). Las musas de Lam son las del misterio, pero en éste él descubre siempre una luz, un ojo, un elemento germinal, un ánima viva, aunque sea un ánima sola que en fuego purgatorio sufre, sabe… ama… y espera una gloria segura.

CUADRO TITULADO LA JUNGLA

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No hay mujeres ni hombres, pero abundan los símbolos de feminidad. Las caderas con la cadencia erótica, las nalgas; la característica «nalga pará» de ciertas poblaciones africanas, cuyas curvas glúteas a veces se exageran hasta la esteatopigia; los pechos, pero no los turgentes y erogénicos, sino los senos maternos y lactantes, henchidos de linfa nutricia, o ya fláccidos y caídos, que la madre exhausta, la gran madre negra, ostenta orgullosa en su senectud, como el guerrero sus cicatrices, signos de su deber social bien cumplido; un fornido brazo que sale de un vientre y llega a la tierra donde apoya su manaza descomunal en un charco de sangre (…). Símbolos de creación, maternidad y trabajo.
(…) Ahora son tiempos de guerra tras guerra y revolución tras revolución, y al pasar la Primera Guerra Mundial con sus catástrofes y desengaños, surge el llamado surrealismo en Europa. Después Mussolini, Hitler… y Guernica y Picasso. Luego Belsen, Buchenwalde, Pearl Harbor e Hiroshima. Pero no hay paz, seguimos en guerra y revolución; y en nuestro mundo cisatlántico el irrealismo visionario rebrota con La Jungla y Lam.

ENLACES RELACIONADOS

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Amelia Peláez. Ornamento y naturaleza muerta en la pintura (Robert Altmann).

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La sociedad en la Cuba antigua (Jonathan Jenkins).

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José Álvarez Baragaño, Poemas y “En torno a la poesía de Baragaño” de Manuel Díaz Martínez.

Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Capítulo 1.

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